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La Inflación, Enfermedad Estructural Y Permanente Del Sistema Capitalista

 

Por: Héctor Ramírez Cuéllar

 

Como era de esperarse, hasta los funcionarios de alto nivel del Banco de México, aceptaron que la tasa inflacionaria cerrará el año en un 7.4%, precisando que en 9 entidades federativas esta cifra alcanza el 8 %, destacando que los precios de las legumbres y las hortalizas, así como la materia primas, sobre todo los energéticos, se mantienen al alza en forma persistente, de cada 10 pesos que se gastan 6 se destinan a la compra de alimentos, la inflación subyacente, aquella que se expresa en forma permanente, sigue subiendo en forma preocupante. No obstante, este panorama desolador, llegaron a la conclusión que este proceso alcista será, primero transitorio y en segundo término, de origen externo, lo que estaría reflejando la gran dependencia que tenemos con respecto de las importaciones y exportaciones de los Estados Unidos.

Aunque el Banco central siguió aumentando las tasas de interés como una repuesta para frenar por lo menos la inflación, esos funcionarios, según las actas de las reuniones que son de conocimiento público, están convencidos de que por más que se esmeran en hacerlo, no lograran detener este fenómeno que está afectando los niveles de vida de millones de mexicanos, no solo de los pobres que existían antes de la pandemia de covid sino también de aquellos que se sumaron a esa desgracia nacional en el transcurso de los últimos meses, lo que permite concluir que en realidad la inflación no se origina por elementos de carácter monetario, principal u exclusiva o principalmente, sino que está causada por aspectos duros, estructurales, permanentes, que están en el seno del sistema económico que padecemos y, que por lo tanto, la manipulación de las tasas de interés es un camino fallido.

Para combatir eficazmente la inflación los aspectos monetarios en los marcos del capitalismo son importantes, pero no decisivos pues están relacionados con otros aspectos fundamentales de la política económica general, como la lucha contra los monopolios y las prácticas monopólicas, contra el desmantelamiento de las redes de intermediarios y acaparadores, contra las insuficiencias en las inversiones productivas para aumentar la disponibilidad de alimentos y de materias primas, contra la existencia de patrones de carácter tecnológico obsoletas y otras deficiencias que se pueden considerar como estructurales, es decir, que forman parte esencial de la vida económica de la nación desde hace muchos años.

No se podrá enfrentar con éxito la inflación mientras, por ejemplo, las filiales de las empresas norteamericanas sigan controlando la producción y distribución de cadenas alimentarias completas porque a ellas solo les interesa la rentabilidad de sus inversiones, mantener una elevada tasa de ganancia y no satisfacer las necesidades de la mayoría de la población.

Las medidas que tome el Banco de México serán estériles en sus resultados mientras persistan enormes y costosas cadenas de intermediarios y de especuladores que elevan artificialmente los precios que se trasladan de los productores a los consumidores, mientras grupos minoritarios muy poderosos sigan controlando la mayoría de los centros de abasto de las principales ciudades de nuestro país y las flotillas del transporte de carga.

Estas serían algunas de las causas estructurales que, desde luego, no se precisan en los comunicados de Banco Central porque sus integrantes están atados a las concepciones monetaristas y neoliberales, de las cuales nadie se quiere salir, ni siquiera Gerardo Esquivel que es uno de los funcionarios más progresistas, pero que forma parte de una minoría en la junta directiva de la institución.

Ninguna medida de esta dimensión técnica y social ha sido anunciada por el Presidente quien ahora sí respaldó el último anuncio del Banco de México, precisamente porque no afecta a ninguno de los grupos de la gran burguesía que están originando la tendencia alcista, lo que confirma que por su trascendencia e importancia social y económica, sería una responsabilidad de gobierno federal en su conjunto, si estuviese vinculado realmente a los intereses populares.

La inflación, en el seno de las sociedades capitalistas, significa una transferencia obligatoria de una parte importante de la riqueza social, es decir, del plusvalor que se acumula merced a los esfuerzos de los trabajadores, de la mayoría de la población en beneficio de las minorías que integran la clase burguesa y que en ellas se manifiesta como un alza de la tasa de ganancia.

Aquí no rige ningún consenso, ningún acuerdo, tácito o abierto sino simplemente se impone, con dramático realismo, sin tomar en cuenta si se afectan los ingresos vitales de los trabajadores. Por ello, son ridículas los llamados reiterados que se hacen para que los industriales, los comerciantes y otros sectores de la clase propietaria asuman una actitud moderada, “buena”, “cristiana” ya que entran en funcionamiento una serie de fenómenos objetivos, es decir, independientes de los individuos, que una vez que están en marcha ya no pueden detenerse si no es con la adopción de medidas de contrapeso, de resistencia y de oposición de la clase asalariada, en el contexto de la lucha de clases.

Una parte de las causas que originan la inflación es de carácter externo, es decir, es una “contribución” que debemos hacer en el ámbito de nuestra sujeción comercial, con relación a las grandes potencias capitalistas. Según datos de la FOA, por ejemplo, los precios a nivel mundial de los alimentos han subido un 28 % y dentro de ellos los cereales un 27 %, los aceites vegetales un 16, %, el azúcar un 27 %, el maíz un 44 %, y el trigo un 21 %. Estamos pagando el costo de nuestra dependencia.

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