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Revivir la historia. Notas críticas a un texto de Fukuyama

Ernesto Schettino Maimone

Profesor de la FFyL de la UNAM

Texto incluido en El Machete no. 4. 2014. pp.115-124.

 

En el debate ideológico que precedió a la debacle de 1989 del grupo de países socialistas encabezados por la antigua Unión Soviética, Francis Fukuyama fue, sin lugar a dudas, uno de los más destacados representantes de la corriente del neoliberalismo, figura sobresaliente de ese fustigante ataque al comunismo que apareció bajo el velo filosófico llamado ‘fin de la Historia’, una especie de sutil embate dentro del nuevo tipo ideológico que vino a substituir línea del furibundo anticomunismo de las fases iniciales de la guerra fría.

 

Su artículo “The End of History?” fue proyectado ampliamente en muchos medios intelectuales y fue convertido en unos de los manifiestos más importantes del programa neoliberal en el momento crítico del socialismo soviético. No está por demás señalar que semejante éxito publicitario, a nivel prácticamente mundial, no es normalmente un producto espontáneo, que pueda surgir sin apoyos de consideración.

 

Su obra The End of History and the Last Man[1], que es quizá su producto teórico más importante, más centrado y de mayor nivel, fue escrita en el ventajoso momento en que ya se ha dado el paso pragmático del derrumbe del sistema soviético del socialismo y, por consiguiente, el panorama ideológico se presenta con nuevos y más prometedores rumbos para las tendencias neoliberales. Si bien la obra fue publicada en 1992 y rápidamente fue traducida a otros idiomas[2], no tuvo ni la oportunidad coyuntural ni, por consiguiente, el impacto espectacular del artículo original. Sin embargo, estas mismas circunstancias nos permiten retomar el mencionado texto, mediado por el tiempo, como un buen modelo para tocar aspectos que rebasan tanto a obra y al autor, como a la moda política; de hecho hoy es, como expresión a analizar, más valioso que hace 5 años.

elfin

Ahora bien, el derrumbe del bloque soviético y el impacto global ocasionado con ello (en tanto macroacontecimiento inesperado[3], pese a los prolegómenos de la gladnost emprendida por Gorbachov unos años antes), se presentó -y se sigue haciendo- como una especie de confirmación de las tesis del neoliberalismo especialmente la del ‘fin de la historia’, y se constituyó como una coyuntura ideal para reforzar y consolidar las nuevas tendencias anticomunistas, a manera de una vacuna ideológica a nivel mundial a nivel mundial contra posibles resurgimientos del socialismo. Y es que, al mismo tiempo, tan importante acontecimiento se podía presentar como un mentís, una especie de prueba fehaciente del fracaso de las ideas comunistas y, con ello, de sus soportes teóricos, a los cuales habría que borrar de la memoria del mundo.

Pero, por otro lado, también representó una cierta liberación para los intelectuales liberales, para los teóricos del neoliberalismo, pues les permitió un manejo más libre, menos presionado -menos ‘alienado’- para la expresión de las propias ideas filosóficas, lo que les posibilita también para enfrentar más claramente a los ideólogos de la derecha. Por eso el texto en cuestión se nos ofrece igualmente como un buen ejemplo del panorama ideológico actual y una ocasión de hacer algunas reflexiones críticas no tanto sobre las ideas de Fukuyama en sí, como determinados fenómenos centrales que están a la base de la problemática que va planteado a lo largo de su obra.

 

El contenido básico de la misma está constituido por un intento más maduro de dotar de explicación, fundamentación, coherencia, y justificación a la complementaria doble tesis que anuncia el título del libro ‘fin de la historia’ y el ‘último hombre’; lo cual era para Fukuyama tanto más necesario en la medida que tanto sus críticos como sus partidarios habían deformado la idea de origen, terminando por ‘matar la historia’, mientras que de lo que se trataba era de hacer sobresalir su fin como ‘realización’. Por eso aclara desde el principio, contra las diversas manipulaciones, que:

 

“… lo que he sugerido que ha llegado a su fin no es la sucesión de eventos, incluyendo grandes e importantes acontecimientos, sino la Historia; esto es, la historia entendida como un proceso único, coherente, evolucionario, en cuanto toma en consideración la experiencia de todos los pueblos en todos los tiempos. Este modo de entender la historia estuvo estrechamente asociado con el gran filósofo alemán G. W. F. Hegel. Fue convertido en parte de nuestra cotidiana atmosfera por Karl Marx, quien asimiló este concepto de historia de Hegel.”[4]

 

El ‘fin de la Historia’ queda aclarado en base a las ideas kantiana y sobre todo hegeliana, tamizada por Kojève, de la realización de la libertad como meta última del hombre, como la fase final de la Historia Universal, que Fukuyama concibe se da en la democracia liberal, cuyo soporte sería el capitalismo[5]. El ‘último hombre’ sería la expresión de la realización en este plano de las libertades (incluyendo por supuesto las relativas al liberalismo económico, de los derechos humanos), de la superación de la lucha por el reconocimiento, de la seguridad y la abundancia material[6].

 

En pocas palabras, se trata de una idealización optimista del sistema capitalismo no sólo como la forma más avanzada de sociedad, sino como forma última del desarrollo humano, como estructura terminal de la Historia; perspectiva que ya Marx destacaba críticamente con frecuencia, por ejemplo:

 

“La economía política, cuando es burguesa, es decir, cuando ve en el orden capitalista no una fase históricamente transitoria de desarrollo, sino la forma absoluta y definitiva de la producción social, sólo puede mantener el rango de ciencia mientras la lucha de clase permanece latente o se trasluce simplemente en manifestaciones aisladas.”[7]

 

Pero este tipo de críticas y las evidencias precedentes del conocimiento de lo histórico tienen sin cuidado a los ideólogos neoliberales. Así, entre muchos otros pasajes apologéticos, dice Fukuyama: “Hoy en día tenemos dificultad en imaginar un mundo que sea radicalmente mejor que el nuestro, o un futuro que no sea esencialmente democrático y capitalista”[8].

 

Por cierto, ya que tocamos el asunto de la economía política, es de destacar el hecho de que, si bien Fukuyama no deja de tocar la problemática económica, le dará prioridad a los aspectos políticos, sociales e intelectuales, los cuales se avienen mejor con la estructura demoliberal capitalista, como es el caso de las críticas al autoritarismo, la cuestión de las libertades individuales, los fenómenos de tolerancia, los problemas de derechos humanos, la legitimación del poder público vía elecciones y la existencia de un estado de derecho.

 

A pesar de las apariencias de una pueril credulidad, esta concepción está envuelta en un aparato ideológico-político que lo que menos tiene es ser ingenuo, y en su conjunto el libro tiende a ir exponiendo distintos aspectos con diferentes manifestaciones teóricas en su rigor y nivel. En sus desarrollos va atendiendo críticas, recogiendo problemas, exponiendo salidas, fundamentando o justificando, a la vez que aprovechando las circunstancias para continuar golpeando al socialismo, lo que en el fondo sigue siendo el objetivo central de la tendencia. Aunque debemos poner de relieve que, en ocasiones, Fukuyama lo hace de manera bastante inteligente: ya sea deprimiendo la valoración del socialismo gracias a sus fracasos, destacando en estos casos el término ‘comunismo’; o bien confundiendo[9] los terrenos para mostrar que lo positivo que se pudiera contener en el socialismo no sería esencialmente algo diferente de la idea liberal (como resultaría el caso, por ejemplo, del estado de bienestar, o de las ideas de igualdad). Así nos encontramos con expresiones como las siguientes: “El comunismo, que en otro tiempo se representaba a sí mismo como una forma más elevada y avanza de civilización que la democracia liberal, parece deber asociarse de aquí en adelante con una forma altamente retrógrada política y económicamente. Aun cuando el poder comunista sobrevive en el mundo, ha dejado de representar una idea dinámica y atractiva. Aquellos que se autodenominan comunistas ahora se encuentran a sí mismo peleando constantemente en acciones de retaguardia para conservar algo de su anterior poder y posición. Hoy los comunistas se encuentran a sí mismos en la nada envidiable situación de defender un viejo y reaccionario orden social, cuyo tiempo pasó hace mucho, a semejanza de los monarquitas que manipulan para sobrevivir en el siglo veinte. [10]” o “Más importante fue su pérdida de control sobre el sistema de credibilidad. Y desde entonces la fórmula socialista para el crecimiento económico fue defectuosa, el Estado no pudo impedir a sus ciudadanos que se percataran de este hecho y sacaran sus propias conclusiones. [11]

 

Y, de manera contrastante, en otros pasajes utiliza enunciados como este: “En otras palabras, el comunismo no representa un estadio más elevado que la democracia liberal, forma parte del mismo estadio histórico que podría eventualmente universalizar el marco de la libertad e igualdad hacia todas las partes del mundo.[12]” O bien usa al propio Marx y algunos marxistas para justificar sus propias ideas, especialmente en el capítulo 27, “El reino de la libertad”[13], en el cual atiende algunas de las objeciones más fuertes en contra del liberalismo económico, especialmente las manifestaciones de crisis y desigualdades: “Las democracias liberales están, sin duda, plagadas con multitud de problemas como desempleo, contaminación, drogas, crimen y otros semejantes, pero más allá de estos asuntos inmediatos existen otras fuentes más profundas de descontento dentro de la democracia liberal…[14]” y no puede dejar de reconocer que “El hecho de que las mayores desigualdades sociales permanezcan incluso en las más perfectas de las sociedades liberales significa que debe existir una continua tensión entre los principios gemelos de libertad e igualdad sobre los cuales se basan las sociedades.[15]

 

Podríamos seguir multiplicando las expresiones de Fukuyama en el manejo que va haciendo para legitimar sus posiciones, velar sus contradicciones y hacer pasar su visión como rigurosa, hasta con valor científico; pero esa descripción no es nuestro objetivo, sino revisar críticamente aspectos de la problemática más profunda que subyace en el texto, lo que esto representa y sacar consecuencias y enseñanzas de ello.

 

Lo primero que debemos destacar debido a las consecuencias teóricas y metodológicas que conllevan es la manipulación ideológica con recursos de tipo sofístico, de antiguo y nuevo cuño. Uno de los más claros aspectos sofísticos es cierto uso desigual en significación y en universalidad de la terminología, particularmente en relación a conceptos clave como los obvios de ‘democracia’, ‘libertad’, ‘igualdad’, etc. (Por cierto que resulta interesante que el de ‘justicia’ no tenga mayor presencia en una temática de esta naturaleza, ¿quizá se deba a lo perturbador que puede ser en función de las relaciones sociales?), ya que éstos se manejan a placer, desde un nivel muy abstracto en donde desaparecen todas las especificidades o, por el contrario, se sitúan en concreciones que rayan con la superficialidad. Una antigua y sistemática denuncia a este tipo de manejo de las significaciones como principal vertiente ideológica en el capitalismo la encontramos con insistencia en las obras de Marx, sobre todo referidas a la problemática de la economía política, pero que, con las debidas adaptaciones, resultan útiles también para el caso.

 

Como un simple ejemplo del tipo de manipulación que efectúa Fukuyama, nos topamos con la descalificación de la democracia ateniense y, con ella, a toda manifestación democrática anterior a la liberal capitalista, “por no proteger sistemáticamente los derechos individuales”[16], planteando ahistóricamente el caso, mientras que en otros pasajes justifica ciertas ‘deficiencias’ de la democracia capitalista, lo que no es muy válido que digamos. Pero una manifestación más clara de sofisma está precisamente en la identificación de la democracia con las formas de liberalismo burgués –lo que es ya de por si una falacia de base que perturba toda la tesis-, sacando a partir de ello consecuencias tales como la sobreestimación global de las formas capitalistas a partir de una valoración abstracta de la democracia y las libertades. Llegando incluso a darse el lujo de interpretar la subjetividad de quienes conciben lo contrario; así, por ejemplo, responde a ciertas críticas: “Ninguno de estos críticos cree que estas alternativas de organización social que él o ella personalmente consideren que sea mejor.[17]

 

Otra manifestación del juego sofistico de los problemas, cuyo uso -aunque el fenómeno sea muy antiguo- se he hecho demasiado frecuente desde fines de los años sesenta ante la insuficiencia teórica y práctica delas expresiones ultraderechistas de la primera fase dela guerra fría, ha sido el uso de estructuras caóticas en la exposición, donde se mezclan según convenga desde vagas expresiones cotidianas hasta fórmulas muy rigurosas de corte científico; pasajes arbitrarios al lado de otros con un tono que podría calificarse de erudito; argumentos flojos junto a otros formulados con toda la seriedad lógica y hasta con comprobaciones empíricas; caprichosas especulaciones filosóficas entremezcladas con informaciones comprobables y comprobadas, derivadas de las ciencias sociales, etc.

 

El pragmatismo de corte norteamericano, favorecido en general por el neocapitalsimo, ha promovido la aparición la aparición y desarrollo de nuevas estructuras y modalidades de expresión teórica, con formas efectivas que, despojadas de tradicionales prejuicios de tipo positivista y cienticista, resultan más laxas, ágiles y manejables para el desarrollo y difusión de la ciencia; las cuales sin perder rigor, se prestan también  manifestaciones caóticas de erudición, y sin eliminar su objetividad, resultan más adecuadas para filtrar una variedad de expresiones ideológicas. Las formas paradigmáticas anteriores de exposición de los resultados teóricos eran más rígidas y dogmáticas dentro de la perspectiva inherente al propio proceso teórico, pero esto las hacía menos permeables a manifestaciones ideológicas ajenas o marginales a las mismas y, por ello, menos útiles para la manipulación y el control ideológico-político.

 

Otro elemento de falacia, que está contenido en toda su construcción del “fin de la Historia”, es el de una insuficiente y precipitada generalización o / y obtención de resultados a partir de casos limitados, en especial temporalmente, con lo cual se pretende descalificar no sólo a las formas ya fracasadas de socialismo, sino todo tipo de pasado, presente y futuro del mismo, lo cual traduce claramente la finalidad ideológico – política como parte medular de la argumentación.

 

Pasando a otro aspecto central, tenemos que la propia concepción tanto general como específica de historia, ya que bajo la idea de “fin de la Historia” nos topamos con una supuesta fundamentación filosófica en la idea de una Historia universal “direccional y coherente”: “Este fin final del hombre es lo que hace potencialmente inteligibles todos los acontecimientos particulares.[18]”. Rescata una idea teleológica de la historia frente a viejos teóricos del capitalismo de la guerra fría que la combatían con verdadera rabia, como por ejemplo Karl Popper[19], apoyándose Fukuyama fundamentalmente para ello en la filosofía clásica alemana, en especial revalorando tesis de Hegel al respecto, si bien llevando el agua a su molino, hasta el grado de ver en las justificaciones del Estado prusiano de la Filosofía del Derecho más una glorificación  de la democracia liberal que de la propia monarquía; involucrando también a Marx en el asunto, tanto para “neutralizarlo”, como para ubicarlo nada menos que como antecedente de su propia idea. En ambos casos se monta para ello en las tesis de Kojève.

 

Este manejo lo hace, empero, empobreciendo los alcances de una auténtica teoría de la historia, al reducir ésta francamente al puro aspecto abstracto de una teleología general de la Historia que viene tan sólo a justificar a la democracia liberal como la realización de la humanidad, y a las aspiraciones burguesas y pequeño – burguesas como el remate individual de la misma. Se trata de una mutilación grave, ya que descuida lo esencial de la historia misma, que es el desarrollo de la propia actividad consciente del hombre, su práctica – arrancando por lo primordial del trabajo –, que queda como borrada y, al hacerlo, deja también entonces sin sustento a los “fines generales” y lo que sostiene como la “direccionalidad y coherencia” se toman palabras huecas. Pero es que sólo así puede sostener el nuevo optimismo burgués respecto a la historia.

 

Fukuyama es, en el fondo, bastante consciente que las concepciones finalistas de largo plazo de la Historia (y no las inmediatistas, las de la “ingeniería social” del tipo Popper) se enfrentaron radicalmente durante buena parte del presente siglo a los intereses capitalistas, generando una fuerte corriente pesimista de la historia (como que se desprendía de los acontecimientos el anunciado fin del sistema), destacando en ella a Spengler y Toynbee. Lo que no dice abiertamente, aunque conoce el trasfondo, es que dichas manifestaciones pesimistas correspondían a las crisis derivadas de sus propias contradicciones (cuya máxima expresión son las guerras mundiales), tras los avances del movimiento socialista, especialmente abrumadores después del triunfo de la revolución rusa y el establecimiento de la Unión Soviética, aunadas a las situaciones de las postguerra a partir de 1918. No es posible perder de vista que el pesimismo histórico se da fundamentalmente entre los beneficiados de un sistema cuando sobrevienen en éste las crisis, sobre todo las de tipo general. El renovado optimismo que se presenta hoy en día entre los ideólogos capitalistas, no es más que el producto de la ilusión de un rescate de la “eternidad” del sistema, que es a lo que responde la nueva versión del “fin de la Historia”.

 

Otro de los graves errores en que cae Fukuyama, que está no sólo a la base de las concepciones neoliberales sino también de los propios socialistas, es la confusión, ya convertida en prejuicio popular, entre Estado y gobierno formal del Estado, que desde el siglo pasado ha causado y sigue causando, aunque por razones diferentes[20] muchos trastornos teóricos y prácticos. Frente a las tesis de “adelgazar al Estado”, en medio de la mencionada confusión entre gobierno y Estado, lo que se pretende más bien es fortalecer al Estado en su conjunto frente al gobierno; o sea que, independientemente de lo adecuado o no de la tesis, el neoliberalismo en el fondo lo que busca y promueve es “adelgazar” al gobierno y “engordar” a ciertas manifestaciones del Estado, como es el caso de la dirigencia empresarial, los llamados “organismo no gubernamentales”, los partidos políticos, y demás “grupos de influencia”, que se consolidan cada vez más como modalidades efectivas de un gobierno informal.

 

Ahora bien, básicamente hasta aquí nos hemos limitado a mencionar los elementos negativos de la obra de Fukuyama, pero debemos referir que existen también aspectos positivos, aunque varios de éstos no siempre emanen directamente de la obra ni hayan sido deseados por el autor. No me refiero aquí a ciertos aportes concretos e interesantes, como sería el caso de sus ideas respecto al carácter “direccional” y “acumulativo” de la moderna ciencia natural, que le serviría como modelo para entender la Historia universal[21], o su análisis crítico de diversos aspectos de la “realpolitik”, como una manifestación deformada de la autoestima, utilizando para ello la palabra “megalothymia”, en un curioso rescate y modernización de las tesis hegelianas de la lucha por el reconocimiento[22].

 

A lo que nos queremos referir es, sobre todo, a los mismos objetivos presentes en las críticas al socialismo, independientemente de la mala fe con las que hayan sido concebidas, así como también se trataría de asimilar críticamente las tesis positivas del liberalismo, en especial, las relativas a la democracia, ya que despojándolos de sus manifestaciones y finalidades político – ideológicas, resultan altamente útiles para transformaciones futuras, para el adecuado ajuste de las prácticas revolucionarias.

 

Los fracasos de la práctica muestran la necesidad de revisar concepciones, estrategias, tácticas y medios utilizados, ya que significa o que contiene errores y fallas, o que las fuerzas contrarias al proyecto se han reestructurado, o ambas cosas al mismo tiempo. Se requiere entonces una revisión crítica para encontrar la forma teórico – práctica de superar las limitaciones, desechando los factores negativos y reestructurando los elementos de la actividad para hacerla eficaz. Esto es precisamente lo que concebimos como “revivir” la historia[23], para ser más claros, es devolver a la historiografía, así como a la teoría y a la filosofía de la historia, su sentido valioso y originario de “maestra de la vida”, de saber en el que se usa el cúmulo de experiencias y modelos para evitar en la actividad consciente los errores del pasado, de “guía de acción”[24]; es decir, se trata de retomar plena y rigurosamente su carácter pragmático, útil, convertible en nuestros días no sólo en una simple manifestación de “ingeniería social”[25], sino en el elemento substancial y determinante de una tecnología histórico social, en cuanto ciencia aplicable y teoría que recoge y resuelve problemas de la realidad humana, coadyuvando a una forma más rigurosamente consciente del cambio histórico – social.

 

La crítica de los neoliberales al socialismo contiene una dosis importante de señalamientos de las fallas del sistema y de los graves errores cometidos por sus líderes, constatados ampliamente por Gorbachov en su libro sobre la Perestroika[26]: abuso de poder, concentración excesiva del mismo por parte de los dirigentes, falta de democracia (entendida sobre todo como participación efectiva de las masas en la toma de decisiones), burocratismo, corrupción, falta de imaginación, castración a las iniciativas personales y a la creatividad, etc. Fenómenos que fácilmente se velaban a través de una deformadora manipulación de las concepciones de Marx a la “dictadura del proletariado”; del uso y abuso del leninista “centralismo democrático”, verdadera contradicción que se convirtió en uno de los principales obstáculos de la transformación social, de la fácil descalificación de la oposición interna (bajo rubros tales como “revisionista”, “izquierdista”, “trotskista”, etc.) y de muchos otros mecanismos más, derivados tanto de la lucha hacia los enemigos del movimiento y sistema socialistas, como hacia el interior por las tendencias a la concentración a toda costa del poder político.

 

Sin embargo, el punto medular del asunto, destapado indirectamente por el neoliberalismo, radica sobre todo en el elemento objetivo y determinante del desarrollo histórico: el desarrollo de las fuerzas productivas, que es donde se presentó el problema fundamental del estancamiento y fracaso de las formas primarias del socialismo. Un sistema de “planificación” que se fue esclerosando y deformando, entre otras causas por torpezas burocráticas, autoengaños ideológicos, falta de soportes reales en el desarrollo científico y tecnológico (muy particularmente en el nivel de las disciplinas histórico – sociales), etc., parcializando de esta manera en exceso los desarrollos y dándole primacía a factores secundarios. Especialmente los excesos en el punto de áreas estratégicas, descuidaron intereses y necesidades cotidianos de las masas y condujeron a un desequilibrio en el desarrollo de la producción, amén del grave  y fundamental problema del mercado, punto clave de las tesis neoliberales.

 

En el mercado capitalista, el afán de ganancia, la necesidad de la reproducción ampliada del capital, la búsqueda desenfrenada de incrementos a la cuota de plusvalía, las necesidades provocadas por la competencia con la reducción constante de costos de producción y de búsqueda y creación incesantes de nuevos valores de uso para traducirlos en nuevas mercancías, etc., son, sin duda alguna, factores objetivos básicos en el enorme desarrollo de las fuerzas productivas intrínseco al capitalismo desde su nacimiento, destacados por Marx a lo largo de su historia. Y, sin embargo, fueron negligentemente marginados por los dirigentes bajo falsos supuestos de autarquía, que terminaron pesando decisivamente en el gigantesco atraso económico en muchas áreas de los países socialistas. El esfuerzo chino por ingresar al mercado mundial y competir en él está produciendo un cambio significativo, pero están aún por verse los cambios secundarios sobre el sistema, es decir, si las modificaciones introducidas generan un impulso hacia adelante (a un nuevo y fructífero desarrollo del socialismo) o hacia atrás (a una reconversión a modalidades capitalistas).

 

El asunto del mercado es hoy en día la clave estratégica determinante de la economía mundial, no sólo por lo señalado anteriormente, sino también por el decisivo sistema de desarrollo de la división social del trabajo (determinante a nivel nacional e internacional), así como la estructura de dependencias e interdependencias que ha creado en el terreno de las necesidades de toda la población mundial; la complejísima red comercial establecida – y aún en expansión – provoca la incapacidad real de modalidades de autarquía nacional (la pretensión de Mao y del Che Guevara para evitar lo que resultó inevitable: la dependencia respecto al mercado mundial y sus consecuencias). Cada día dependemos más de esa red y, de hecho, ya no producimos a nivel individual casi nada de lo que consumimos (si hacemos un análisis serio del asunto, podemos observar que no llegamos en promedio ni al uno por ciento y creo me quedo bastante corto con la cifra, aún contando a las poblaciones marginales). Pasando al terreno ideológico – político, aunque se admita como un problema subordinado no es por ello menos real que, dado el nivel de desarrollo de la conciencia, de penetración de los medios de comunicación y de la globalización, las cuestiones de libertades personales y la de la necesidad de la participación democrática se convirtieron en aspectos determinantes del fracaso y fractura del modelo soviético de socialismo. Cualquier nuevo modelo funcional de socialismo tendrá que considerar seriamente las formas de participación política más adecuadas para la toma de decisiones, según estas afecten a los distintos núcleos de población, así como en garantizar las libertades y derechos individuales y de minorías, estructurando formas cada vez más complejas de adecuación y conciliación en las que no se lesionen tampoco las libertades y derechos sociales, en pocas palabras, se tienen que desarrollar formas novedosas de justicia y democracia, concertando formas contradictorias bajo modalidades conscientes y críticas.[27] La democracia se presenta históricamente como la forma de gobierno más inestable y cambiante, a la par que la más dinámica, en virtud de ser una estructura de Estado y gobierno basada en equilibrios, y los actuales son cada vez más complejos y difíciles.

 

Pero semejante tarea sólo es posible superando las contradicciones inherentes al capitalismo, las cuales no desparecen con la caída del socialismo soviético, ni con el machacar sus restos, ni con la manipulación ideológico – política cualesquiera sean sus modalidades y sutilezas, incluyendo el control sobre intelectuales y opositores, aunque puedan alargar su temporal supervivencia. Por eso consideramos necesario “revivir” la historia en el sentido antes indicado, es decir, dándole todo su valor tanto teórico como práctico al fenómeno del conocimiento objetivo de lo histórico.

 

[1] Fukuyama, Francis: The End of Histry Last Man, Penguin Books, London, 1992.

[2] En México fue publicada el mismo año por la Editorial Planeta. Los pasajes utilizados en este artículo son traducción nuestra.

[3] Al menos inesperado para la inmensa mayoría de políticos, intelectuales y el común de los mortales en el mundo entero, salvo para el círculo más íntimo de Gorbachov, así como quizá también para la élite del Departamento de Estado, y del Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, pues dudamos que semejante cambio se pudiera dar sin una cooperación estrecha de alto nivel sin poner en riesgo la seguridad mundial.

[4] Fukuyama, Op. cit. p. xii.

[5] Cf. sobre todo cap. 5, p. 55 y ss.

[6] Cf. Cap. 28, p. 300 y ss.

[7] El Capital. Critica de la economía política, tr. De W. Roces, FCE, 3° edición, 1964, T. I., p. xviii.

[8] Fukuyama, Op. cit. p. 4.

[9] La confusión ha sido uno de los medios más eficaces de la nueva estrategia capitalista en su combate al socialismo, no en balde se han fomentado paralelamente las corrientes postmodernistas y otras manifestaciones ideológicas que podemos denominar ‘confusionistas’.

[10] Fukuyama, Op. cit. p. 35-36.

[11] Ibid. p. 40.

[12] Ibid. p.66.

[13] Ibid. p. 287 y ss.

[14] Ibid. p. 288.

[15] Ibid. p. 292.

[16] Ibid. p. 48.

[17] Ibíd. nota 10 en p. 347.

[18] Ibíd. p. 56.

[19] Cf. La sociedad abierta y sus enemigos y, sobre todo, La Miseria del historicismo.

[20] Entre los liberales por querer “reducirlo”, en los anarquistas y socialistas por querer “extinguirlo” y en ambos equivocando el tiro.

[21] Fukuyama Op. cit., cf. p. 72 y ss.

[22] Véase especialmente la Parte IV, p. 211 y ss.

[23] La historia misma, como realidad, no necesita ser “revivida”. Lo más que pueden hacerle las ideas en torno a su “fin” o a su “muerte” es enriquecerla con expresiones ideológicas y manipulaciones políticas.

[24] No deja de ser significativo que la disciplina que por siglo fue concebida – a lado de la política y la ética – como la manifestación pragmática por excelencia, se la haya tratado de descalificar desde finales del siglo pasado, caracterizándola como “inútil”, incapaz de reunir los atributos de la cientificidad, etc.

[25] Como era la pretensión de los teóricos de la historia capitalistas en tiempos de la “Guerra fría”, frente al peligro que representaban para el sistema las manifestaciones teóricas e historiográficas calificadas de “profecías” “ingeniería utópica” y “teorías holísticas” con predicciones a largo plazo, como las va denominando Popper  a lo largo de La miseria del historicismo. En realidad, los teóricos e ideólogos capitalistas conscientes nunca renunciaron al uso del conocimiento objetivo de lo histórico como vía de acción, pero eso representa una conducta suicida. De algún modo, el máximo respaldo a estas tendencias pragmáticas ha estado en directivos del NSC (Consejo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos) y de la propia CIA, cuya eficacia ha estado y está en función de ellas.

[26] Mijaíl Gorbachev: Perestroika, nuevas ideas para mi país y el mundo. Traducción de M. C., Editorial Diana, S. A., 1987. Aunque más explicable, también tuvo una enorme difusión mundial inmediata (1987), pese a – o precisamente por – que todavía maneja un lenguaje y formas tradicionales del viejo socialismo soviético.

[27] Lo cual resulta imposible bajo las modalidades burguesas existentes.

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