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Sobre la posibilidad y la necesidad del socialismo en México

Fotografía: Julio Cota

“El mundo será socialista o no será”.
Seminario Internacional Un siglo de lucha de los comunistas de México.
Memoria.

Por Héctor Maravillo

Buenas tardes, camaradas.

Es para mi un honor participar en este seminario internacional “Un siglo de lucha de los comunistas de México”, y compartir mesa junto a tres grandes militantes, comunistas de las generaciones que nos anteceden (Arturo Martínez Nateras, Joel Ortega y Rodolfo Echeverría). En el desarrollo político de los comunistas, incluyendo el propio, me ha tocado observar que muchas veces, sobre todo cuando no se tiene la suficiente formación y uno no se ha enfrentado a problemas políticos importantes, solemos juzgar a la ligera a la generación que nos antecede. Ignorar la experiencia y el esfuerzo realizado por otras generaciones debido a las diferentes posiciones del Partido ahora que en el pasado. Aunque no creo que esto sea algo que sólo los jóvenes de ahora cometemos, casi estoy seguro de que los jóvenes de 1960 o 1970 eran severos en sus críticas con la dirección política del Partido en la época de Dionisio Encina, los camaradas aquí presentes podrán decir si me equivoco o no.

Por eso quiero saludar a los camaradas con los que comparto el panel, quienes son referentes del movimiento juvenil y comunista de los sesenta y setenta, de los cuales tenemos grandes cosas que aprender, dado su papel y dirigencia en la construcción de la CENED, en el movimiento estudiantil del 66 y 68, en el crecimiento organizativo del Partido y su irrupción en el escenario electoral, en la insurgencia obrera y magisterial. Y también hacer un llamado a todos los camaradas de la Federación de Jóvenes Comunistas por rescatar toda esa experiencia acumulada, de aprender de las luchas que nos precedieron, y buscar el consejo y la historia de aquellos que ya se enfrentaron a los mismos problemas que nosotros. Lamentablemente, la disolución del Partido Comunista Mexicano en 1981 nos quitó la oportunidad de conocer esa experiencia de primera mano, y entregó no sólo bienes y registro, sino todo el conocimiento y esfuerzo acumulado a lo que hoy es el PRD. Sin embargo, aún existen muchos y muchas camaradas en todo el país que militaron en el Partido Comunista Mexicano, dispuestos a contribuir con sus posibilidades en la construcción de un México socialista, y es nuestro deber buscarlos, aprender de ellos, de sus aciertos y de sus errores, para que su historia no quede olvidada; o peor aún, engavetada en el museo intentando servir de acta de defunción al movimiento comunista en México.

En estos días se celebran 100 años de la creación del Partido Comunista Mexicano con apoyo de M.N. Roy y Borodin, y de la formación del Partido Comunista de México por parte del grupo de Lin Gale. Como lo muestra la información disponible de la Internacional Comunista, aunque orgánicamente estas dos formaciones no son la misma que la sección mexicana de la IC organizada en 1921, son justamente el primer germen de la lucha comunista en nuestro país. Desde el primer momento, el Partido Comunista en México surge con una idea fundamental, un objetivo final: “la revolución, el establecimiento de un gobierno de trabajadores y campesinos”. Todo militante del Partido sabía que estaba ahí para contribuir a lograr ese objetivo; el devenir de los programas del Partido tuvo muchos cambios y giros, influidos fundamentalmente por los debates del Movimiento Comunista Internacional, aunque mantuvo este objetivo al menos nominalmente hasta su disolución. Pero ya desde los últimos años el objetivo del Partido Comunista Mexicano comenzó a mutar, primero caracterizando la revolución democrática y socialista dividida en dos fases. Cada vez más se avanzaba a priorizar la primera fase democrática, empujando la segunda fase socialista hasta un futuro lejano. Finalmente, ya encarrerada la mutación PSUM-PMS-PRD, simplemente abdicaron de la segunda fase. Los resultados de esa política están a la vista.

Ahora bien, dentro de los resultados de este descabezamiento de la clase obrera de 1981 se encuentra el que muchos compañeros honestos, comprometidos con la causa proletaria, se encuentren sin un Partido, como peces fuera del agua. Y que, aunado al retroceso ideológico en el Movimiento Comunista Internacional tras el triunfo de la contrarrevolución en el bloque socialista, aún haya personas que reivindiquen el marxismo, el comunismo, y se pregunten si es viable el socialismo en nuestro país, si es un objetivo alcanzable o una utopía para algún otro siglo. Este es el debate que quiero abordar, la posibilidad y necesidad del socialismo en nuestro país.

Los militantes del Partido Comunista de México, luego de navegar durante 15 años de reflexión, análisis y frente a la realidad, llegamos a la conclusión de que el desarrollo en el mundo y en nuestro país ha llegado a tal nivel que hace posible y necesario al socialismo en México. Si uno llega a tal conclusión es evidente que no queda más que tomar la organización de la Revolución Socialista como el objetivo estratégico a seguir, sin etapas ni fases intermedias. Es decir, hemos llegado a la conclusión que en México lo que hace falta no es desarrollar más el capitalismo, sino preparar el camino para la construcción del socialismo-comunismo y el vehículo adecuado para ello es el Partido Comunista. Hace unos días el camarada Arturo Martínez Nateras lanzaba a las redes la pregunta ¿hay comunistas sin Partido? Yo evadiré la respuesta espinosa de definir lo que es ser comunista con la siguiente reflexión. Se puede desear, soñar, aspirar, esperar el socialismo de manera individual, desde la casa, desde la academia, o aún desde las luchas cotidianas del pueblo, lo cual es digno y reconocible. Pero como mostró Lenin, y corroboró la realidad del siglo XX, sólo se puede organizar la Revolución Socialista colectivamente, sumando voluntades, capacidades y experiencias en el Partido Comunista.

Ya en 1965, Pablo Gómez y Arturo Gámiz desde la sierra Heraclio Bernal analizaban el grado de desarrollo del capitalismo en México, su monopolización y el lugar que ocupaba en el sistema imperialista, llegando a la conclusión de que el socialismo era ya posible y necesario. Decidiendo también que sería la vía armada, específicamente bajo el modelo de guerra de guerrillas cubano, la mejor manera de lograrlo. En esos años no era tan evidente que las condiciones objetivas permitían ya la construcción del socialismo, sin embargo ahora todos los que hayan pasado por las fábricas de aeronáutica y electrónicos del Salto de Jalisco, por las cementeras en Hidalgo, las fábricas metalúrgicas de Apodaca Nuevo León o las farmacéuticas de Tlalpan podrán convencerse del nivel al que han llegado las fuerzas productivas en la industria de nuestro país.

Es claro que nuestro país no se encuentra en la cima de la pirámide imperialista, junto a EU, China o Alemania. Sin embargo, tampoco está en el nivel 100 junto a Senegal, o en el 50 junto a Portugal. La economía mexicana ocupa el décimo quinto lugar en términos de PIB, dentro del grupo G20 y aún del G13, ocupa el lugar 29 en exportación de Inversión Extranjera Directa (IED) y el 15° de los que más reciben IED. El México atrasado, semicolonial, rural, dependiente, subdesarrollado, en el que vivió mi abuelo, no existe ya. Si algo hizo eficientemente el PRI y el nacionalismo revolucionario, además de matar estudiantes y comunistas, fue justamente industrializar al país y convertirlo en un país con capitalismo desarrollado.

Nuestra economía ha entrado desde hace ya muchos años y décadas a su fase monopolista. Cumple plenamente en su conjunto con todos los rasgos que Lenin enumeraba en su famosa obra “El imperialismo, fase superior del capitalismo”. Por ejemplo, de acuerdo con el censo Económico de 2009, 1,200 empresas consideradas “muy grandes” producían el 43% del PIB, y junto con las otras 7 mil empresas de más de 250 personas ocupadas este porcentaje llegaba a dos terceras partes.

Se dirá entonces que sí, la concentración y centralización del capital ha llegado a grandes proporciones, pero que esto es culpa de las transnacionales, que no pertenece a los mexicanos y qué, por lo tanto, hace falta una etapa de liberación nacional de la mano de la burguesía “nacional”. Sin entrar al error ideológico de ese argumento, diré que esa imagen tampoco es real. Por ejemplo, de la lista de Expansión de 500 empresas más grandes en México, el 54% pertenecen al capital nacional, y si se suman a las paraestatales se tiene el 68% de las ventas netas. Y si acercamos la lupa a las más grandes, entre las 18 empresas con más de 100,000 millones de pesos tenemos que 9 son mexicanas, 5 norteamericanas y 4 más de otros países. Y la misma situación ocurre con los demás estratos, sólo en las empresas más pequeñas de esa lista, aquellas con menos de 10,000 millones de pesos, es que es mayoría el capital extranjero por unos cuantos puntos porcentuales. Esto muestra que hablar en la actualidad de una fase de liberación nacional, de lucha contra el semicolonialismo y la dependencia, dentro del capitalismo, no puede significar objetivamente más que defender el que nuestros monopolios tengan un pedazo más grande del pastel.

Las regiones donde el nivel de desarrollo capitalista no ha llegado a tal nivel son escasas, principalmente en la región sureste. Pero así como el capitalismo se apoderó por completo del campo en el norte, centro y bajío del país, gracias a Carlos Salinas de Gortari, pronto la burguesía podrá agradecerle al presidente AMLO por hacer lo mismo en el sureste del país.

Nuestra burguesía nacional, tan mimada  y protegida por el nacionalismo revolucionario, ha crecido fuerte, y desde la liberalización de la economía en los noventa ha salido a cazar al mercado mundial. Nuestros monopolios, como en el caso de FEMSA, de América Movil y Grupo Carso, Grupo Alfa, México, BAL, Grupo Salinas, Cemex y Bimbo son monopolios que han inundado el mercado regional latinoamericano, y que –los camaradas peruanos y salvadoreños presentes en este seminario no me dejarán mentir– controlan  subsectores de la economía de sus países como la telefonía móvil, la minería o la producción de cemento.

La concentración y centralización de la economía, así como la vinculación del capital industrial-comercial y bancario forman parte de las bases objetivas para un tránsito rápido a una economía centralizada y planificada, a una economía socialista. Pero esto no sólo ha ocurrido en el sector productivo, sino también en los servicios, el comercio y el campo. Imaginemos por un momento en el comercio de bienes de consumo final a través de los supermercados y tiendas de autoservicio; en la proliferación de farmacias equipadas con clínicas médicas como las del Dr. Simi o Farmacias Guadalajara, el crecimiento de escuelas “patito” por todo el país. Ahora, la socialdemocracia se ha roto la cabeza intentando solucionar los problemas sin tocar a la burguesía: en el abasto popular creo CONASUPO, hoy casi muerta; intenta crear nuevos institutos de seguridad social, cuando el IMSS y el ISSSTE están en quiebra; o pretende fundar 100 “universidades”, cuando las universidades estatales no pueden pagarles a sus trabajadores ni saldar su deuda financiera. Pero para un comunista es claro que la solución es evidente. Ahí esta la infraestructura para solucionar el problema del abasto popular, de multiplicar la capacidad del servicio de salud del primer nivel y de distribuir la educación pública de calidad en todas las ciudades medianas y pequeñas. Queremos solucionar los problemas más urgentes y fundamentales de la clase obrera y los sectores populares, entonces expropiemos a los monopolios y la burguesía, pongamos las fuerzas productivas existentes al servicio de las necesidades crecientes de la clase obrera y no de la apropiación privada, preparémonos para la Revolución Socialista.

Pero así como el capitalismo cava su propia tumba, crea la infraestructura necesaria para pasar a una economía socialista, también como diría Marx crea a sus sepultureros. De acuerdo con el análisis plasmado en nuestras Tesis, sabemos que la clase obrera sigue siendo central para la vida económica, y por lo tanto para la Revolución en México. De acuerdo con los últimos datos censales, el 68% de la población en México es asalariada. Además 16 millones de personas pertenecen directamente a la clase obrera (es decir sin considerar a sus familias), lo que representa el 34% de la población ocupada y el 43% del total de trabajadores asalariados, esto solo contando a los obreros industriales, de la construcción, jornaleros agrícolas, asalariados del transporte, la hostelería y la preparación de alimentos. Además de ello, habría que sumarles los 2 millones de subcontratados, los 2.5 millones del magisterio, 1.5 millones de trabajadores de la salud, recreación y la cultura y 3 millones de desempleados. Por lo tanto pensamos que si queremos organizar la revolución tenemos que estar con la clase obrera, que por sus condiciones económicas y sociales es capaz de aglutinar tras de sí a todos los sectores populares, a todos los explotados. Y aún más, es necesario ir con los sectores de trabajadores que se encuentran en el núcleo del sistema productivo, como diría John Womack, que ocupan una “posición estratégica” tanto para parar como para volver a echar a andar a toda la economía en su conjunto. Petroleros, electricistas, mineros, pero también los nuevos sectores que se encuentran en las telecomunicaciones, en la aeronáutica y en la electrónica, etc. Dirigir nuestros principales esfuerzos en ello, a contracorriente de la tradición de la izquierda en las últimas décadas, es lo que llamamos el “giro obrero” desde el IV Congreso en 2010.

A grandes rasgos, he querido esbozar como las condiciones objetivas que genera el capitalismo en nuestro país crean las condiciones necesarias y suficientes para iniciar la construcción del socialismo-comunismo en nuestro país. No hace falta desarrollar más el capitalismo, fortalecer más a nuestros monopolios o liberarnos del extranjero, sino luchar por organizar la Revolución Socialista. Ese es el debate estratégico central. Una vez clarificado el objetivo estratégico, lo que sigue es discutir, analizar y poner manos a la obra de la mejor manera para organizar la revolución, para movilizar a las masas, de la táctica y las formas de lucha, principales y secundarias. Esta labor es justamente el trabajo cotidiano del Partido Comunista de México. Esperamos que en el futuro podamos lograr espacios y encuentros de debate como este Seminario, para seguir profundizando en estos temas. Muchas gracias.

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