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Un testimonio de la situación de la mujer en la URSS

Fotografía: Internet. Circa 1946*

 

 

Un testimonio de la situación de la mujer en la URSS**

 

 

En el contexto de la Guerra Fría la disputa en el campo político ideológico tuvo como uno de sus ejes centrales la cultura. Así pues, los Estados que encabezaban la disputa del mundo bipolar buscaban demostrar la superioridad de su sociedad, capitalista o socialista, cuestión que pasaba por demostrar que en los ámbitos de lo político, económico, social y cultural el sistema social que cada bloque proponía era preferible.

Al respecto se ha estudiado con preeminencia los dispositivos teóricos, académicos y culturales que empleó el capitalismo para la difusión del ideal liberal. Caso contrario ha pasado con el bloque socialista que principalmente ha sido estudiado en su dimensión política, dejando de lado las operaciones de propaganda artística y cultural que no se presentaban directamente ligadas a las estructuras políticas partidarias, principalmente a los Partidos Comunistas.  Un ejemplo de la labor de lucha ideológica de la URSS en México fue la creación del Instituto de Intercambio Cultural México-Ruso, fundado el 23 de agosto de 1944, y de su órgano de difusión: la revista Cultura Soviética [1], cuyo primer número se publicó en noviembre de 1944.

Aunque el Instituto y la revista respondían a la Sociedad para el Fomento de las Relaciones Culturales de la URSS en el Extranjero (VOKS) [2], buscaron una cobertura de neutralidad política que implicaba no tener entre sus principales funcionarios a militantes comunistas, sino a reconocidos intelectuales del campo de la ciencia y la cultura. Esto permitía a la revista evadir las posibles acusaciones de ser propaganda política comunista, aunque de hecho esa era su función, pero también demostrar que parte de la intelectualidad “progresista” mexicana que no era comunista había sido ganada para las posiciones pro soviéticas, lo que era al mismo tiempo una invitación a la población mexicana a aproximarse a las ideas comunistas, o cuando menos un antídoto para la propaganda anticomunista.

Debido a estas características de la revista del Instituto, y siendo que la disputa político-ideológica durante la guerra fría implicaba dar testimonio de la superioridad de la sociedad y cultura en los múltiples ámbitos, incluido el referente a la situación de la mujer, es que en la revista Cultura Soviética se publicaron testimonios de mexicanos que visitaron la URSS. Ni Clementina Batalla ni su esposo, Narciso Bassols, fueron militantes comunistas, no obstante se mantuvieron en los círculos de solidaridad y apoyo a la URSS. Esto explica por qué aunque ella es una reconocida luchadora por los derechos de las mujeres, no participó de los primeros esfuerzos organizativos, como lo fue el Frente Único pro Derechos de la Mujer  surgido en 1935 [3].

La trayectoria de Clementina está más bien vinculada a la Unión de Mujeres Mexicanas que tuvo su primer congreso en 1964, pero no obstante el no haber pasado por las filas de las organizaciones comunistas, comparte las concepciones político-ideológicas de éstas. De esto da cuenta el texto que se presenta a continuación, titulado “Cómo vi a la Mujer Soviética”, que fue de inicio una conferencia dictada a inicios de 1948 en el Instituto de Intercambio Cultural. Incluso puede ser que el hecho de que el testimonio sobre la situación de la mujer soviética no viniera de una militante comunista, sumara credibilidad al evadir la posible crítica de ser “propaganda comunista”.

La veracidad del testimonio de Clementina se funda en su viaje de varios meses a la URSS, a donde llegó en 1944 terminada la guerra, y mientras Narciso Bassols era embajador de México en la URSS. Producto de este contacto con la situación de las mujeres soviéticas Clementina presenta un panorama de la situación de la mujer en los ámbitos: político, educativo, laboral, social y algunas impresiones de la vida cotidiana. De igual forma estamos seguros de que este texto servirá para enriquecer el conocimiento del ideario de Clementina Batalla, quien es una de las más reconocidas luchadoras por la igualdad de derechos de la mujer en México, y poder descifrar el nivel de la influencia que la ideología comunista y la experiencia de construcción socialista en la URSS alcanzó en su labor política.

Así pues, el texto de Clementina puede ser concebido como una fuente directa en múltiples sentidos, mencionaremos alguno: como documento para estudiar el pensamiento de Clementina Bassols y poder rastrear su filiación político-ideológica; como testimonio parar conocer la situación de la mujer en la URSS;  como caso de la propaganda socialista durante la guerra fría.

Ángel Chávez Mancilla

 

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Texto de Clementina Batalla de Bassols, tomado de “Cómo vi a la Mujer Soviética”, en Cultura Soviética, no. 43, mayo 1948, pp. 16-25.

Conferencia sustentada recientemente en nuestro Instituto.

Cuando a mi regreso de la Unión Soviética, en junio de 1946, varias personas me pidieron que diera a conocer, ante diversos auditorios, la impresión que había recibido de la vida y las actividades de la mujer rusa, decliné por el momento de tal invitación, porque estaba tan entusiasmada, tan llena del ambiente soviético, que temía que la exposición de mis impresiones pudieran parecer a muchos oyentes un relato lleno de exageraciones. Tuve miedo de que mis escasos siete meses pasados en Moscú, pudieran parecer poco tiempo para asimilar cuánto yo sentía en mí de imponente y real sobre la mujer soviética. Refrené mis grandes deseos de participar a las mujeres mexicanas lo que yo había visto y vivido; guardé mis emociones y acaricié la idea de que cuando, después de meses y meses, yo hubiera ya calmado mi entusiasmo y serenado mi visión, me fuera posible, en forma más tranquila, hacer un relato de lo que pude ver durante mi inolvidable estancia en aquel país.

Pero ahora que el tiempo ha pasado, que mis ojos durante muchos meses han dejado de ver lo que intento narrar, que parece que el recuerdo debería haber perdido su fuerza, estoy tan entusiasmada y convencida como antes. Tengo la misma íntima seguridad de que conseguí formarme un concepto justo y preciso sobre la mujer soviética, por lo cual no debo dejar pasar más tiempo sin comunicar a las mujeres mexicanas, que tampoco conocen a la mujer rusa, y a veces a través de opiniones adversas, lo que en realidad ha conseguido la mujer allá y cómo ha podido, en medio de las grandes posibilidades de actuar de que disfruta, conservar y acrecer su feminidad.

¿Cómo había yo visto a la mujer en los países democráticos? ¿Cuál era su situación? ¿Qué sabía yo de la mujer soviética?

Yo había visto en los Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Suiza, Holanda, Bélgica, cómo las mujeres ocupan lugares en el comercio, en las escuelas, en las oficinas; cómo trabajan en el campo; cómo es aceptada su colaboración en los laboratorios y en los centros médicos. Conocía el papel destacado de la mujer americana y no ignoraba la limitación del derecho de la mujer francesa. Sabía yo que madame Curie había hecho el sorprendente descubrimiento del radio; que su ilustre hija con el nombre de Joliot-Curie, seguía investigando en el terreno científico; que Frances Perkins ocupaba un lugar en el gabinete del presidente de Norteamérica, que la señora Roosevelt, escritora de altos vuelos, colaboraba con su marido en la política. Que, como cosa sorprendente, una mujer, Amelia Erhardt, había cruzado el Atlántico en su avión. Me sonaban nombre célebres en Hollywood; de algunas representantes del pueblo en el Parlamento o en las Cámaras; conocía yo el de la mujer que hacía muchos años dirigía, con ponderación y cariño, al pueblo holandés. No recordaba nombres de mujeres notables en música, pintura o escultura, pero si los de Sarah Bernhardt, Isidora Duncan, Adelina Patti, Eleonora Duse. Sin embargo, millones de mujeres de muchos países no han conseguido aún ver reconocidos sus derechos de igualdad civil, social y política respecto a los del hombre.

Mi primer contacto con la mujer rusa había sido a través de los libros de Tolstoi. Me habían conmovido Anna Karenina, en su lucha con los prejuicios sociales, que acabaron por aniquilarla y Katiusha,  la heroína de Resurrección. En cambio Vera Rostova y Elena Besujova, las mujeres que intervienen en La guerra y la paz, no habían logrado convencerme.

Cuando las noticias incompletas, abultadas, confusas e intermitentes nos dieron a conocer en 1917 y 1918 los acontecimientos ocurridos en la Rusia de los zares, llegaron también las nuevas de la activa participación de la mujer. Esto me llevó a buscar y estudiar lo que a la mujer rusa se refería. Supe que el absolutismo de los zares se ejercía sobre un pueblo ignorante, esclavizado y en el que la situación de la mujer era desastrosa.

Pero no había sido siempre así: las leyendas heroicas de los rusos cuentan que una mujer, Savishna, ataviada con las ropas del marido, con sus armas en la mano, sobre un caballo acorazado, se presentó en el llamamiento del príncipe Vladimiro, haciéndose pasar por el marido, y en esta forma combatió al príncipe Tugarin y lo venció. Otras leyendas cuentan las proezas de las mujeres que combatían al lado de sus maridos. Historiadores como Pokrovski (Historia de la cultura rusa), aseguran que el matriarcado tuvo una gran duración entre los eslavos. La princesa Olga gobernó en Kíev, hasta la mayoría de edad de su hijo. En el siglo X hubo mujeres que rigieron sus Estados y mandaron sus ejércitos.

Pero cuando sobre los pueblos eslavos se hizo sentir la influencia bizantina y éstos se cristianizaron, se impuso sobre ellos una cultura eclesiástica-dogmática. Se calificó de impura a la mujer y cambió su condición. No fue ya sino una “desfigurada imagen de mujer, compendio de todo lo malo, al grado de que no le quedó otro camino que huir, huir a toda costa”. (Fannina W. Hall. Die Frau Im Sowjetrrussland). Y huyendo, huyendo entró a los conventos, que bajo la influencia religiosa aumentaron más y más. Cuando las hordas tártaras dominaron las tierras rusas, la situación femenina aún empeoró y al ser arrojados los tártaros en el siglo XV, ya se había sentido una nueva influencia asiática-mongola que ubicó a la mujer en el harén e hizo su condición más espantosa. No fue solo considerada como impura, sino como pérfida, sucia y representación de lo satánico, designándosele lugares apartados de las  iglesias, prohibiéndosele los sacramentos. Se le humilló, se le cortó el pelo, se le cubrió el rostro; quedó encerrada por dos siglos sin poder hablar con nadie, ni aún con sus parientes más próximos; como una propiedad, como una cosa. A mediados del siglo XVI se hizo un Reglamento que normaba la vida de las mujeres dentro de las casas y que sancionaba su pésima situación. He aquí uno de los ordenamientos. “La mujer debe siempre obedecer al marido… No debe ver a nadie sin su autorización… Debe pegársela, pero no en la cara ni en las orejas… Péguesele con el látigo, porque duele, es eficaz, ejemplar y saludable. Solamente con mujeres sumisas es posible convivir; pero que no se dedique a comer o beber, sino que tomen nada más lo que necesitan para vivir.” De Allí salieron frases como éstas: “La mujer, el burro y la nuez, solo sirven después de golpeadas. Péguele a la mujer para que así salga mejor la sopa. La gallina no es pájaro; la mujer no es ser humano”.

El contacto con las civilizaciones occidentales hizo que Pedro el Grande modificara el “Reglamento de las Casas”, y se permitiera a la mujer salir en ocasiones de su prisión y asistir a determinadas fiestas; poder conversar, dar su opinión, convivir en parte con los demás. Al construirse Petrogrado, se les permitió la entrada a las asambleas y se ataviaron al estilo europeo. Catalina I modificó ligeramente la situación de la mujer; pero no fue hasta el reinado de Catalina II, princesa alemana que había leído a Voltaire, a Grimm, a Diderot y a los Enciclopedistas, que se mejoró la condición de la mujer. Se abrieron algunas escuelas para ellas; un “Instituto de Segunda Enseñanza” para 480 jóvenes, en el que fueron instruidas en idiomas extranjeros. En 1783 se fundó una Academia para la enseñanza de la gramática y la historia rusas.

Estas reformas beneficiaron a unas cuantas mujeres; pero la mayoría, las mujeres del pueblo, seguían desempeñando los quehaceres más bajos, más pesados; en una tarea que empezaba con el día y acababa con la noche, sin pago, sin recompensa, sin gratitud. Pasaban por una vida monótona, con un continuo dar a luz, alimentar y vestir a los hijos, agregado a las duras tareas en el campo o en la ciudad. Siempre golpeadas por el marido, al que pertenecían y al que sólo oían decir: “¡Yo te mantengo!”

Pero ya la lucha contra el absolutismo había comenzado, como era natural entre los hombres de ideas liberales cundieron; la lucha contra la tiranía y el despotismo cobró fuerza. En 1825 estalló la revuelta de los Decembristas. Allí estaban ya las mujeres.

Lenta, muy lenta había sido su evolución. Muy poco lo adquirido; pero aquellas mujeres que al lado del padre, del hermano o el marido habían oído y leído, compartieron con ellos sus ideas y las secundaron. Muchas de ellas acompañaron a Siberia a los Decembristas que sobrevivieron y mientras más despótica se volvía la monarquía, más se intensificaba la lucha. La literatura surge esplendorosa en la época de Nicolás I (1825 a 1855): es la tormenta que muy pronto se hará sentir; es la época de Turguenev, Pushkin, Lérmontov, Bielinski, Guertzen.

Para todos era ya intolerable la situación de la mujer. Brota de Nerkrásov un maravilloso elogio, en su poema Mujeres Rusas. En un lugar dice así:

“La mujer rusa no solamente sufre en silencio: su alma es valiente, constante y hermosa y siempre que se necesita su contingente, cumple con empeño, no importándole lo arduo del trabajo. Mujeres oprimidas, desprovistas de derechos, humildes esclavas del marido y amo. Todas tienen un gran valor: su gran heroísmo y su lealtad a los deberes de madre y esposa. Aman a su patria y la quieren ver próspera y gloriosa”.

Ya para 1855, había en las escuelas rusas 168,000 estudiantes mujeres. Se había iniciado una campaña para que le fuera permitido a la mujer estudiar medicina. Nadieshda Suslova fue la primera mujer que pudo entrar a la Academia de Medicina, al poco tiempo eran tres las mujeres, pero la oposición que enfrentaron no les permitió seguir estudiando allí y salieron para Zúrich. Muchas de las que después quisieron estudiar, emprendieron el camino de las Universidades alemanas, francesas o suizas. Pero terminando los estudios volvían a Rusia.

La lucha contra el poder absolutista pasó de la literatura al pueblo: los principios liberales dejaron el lugar a una nueva filosofía más estricta, más real. Los libros de Marx y Engels se leían y discutían. La propaganda del “Manifiesto Comunista” se intensificó. En vano los zares enviaban caravana tras caravana a Siberia. En vano los jueces sentenciaban a muerte y ante ellos mismos los acusados encontraban ocasión de apoyar sus ideas y defenderlas. Las mujeres, en contacto con maestros y compañeros, cocieron las nuevas corrientes filosóficas, se afiliaron a los partidos políticos o trabajaron clandestinamente. Pero no solo las mujeres estudiantes o profesionistas tomaban parte de las actividades políticas: miles de ellas en las principales ciudades y en las provincias emprendieron una campaña para enseñar, no sólo a los niños, sino a los mayores, a los viejos. Fue una cruzada emprendida por miles de mujeres. Es la época de Bardina, Sofía Herzfeld, Sofía Perovskaia, las hermanas Figner. Surgieron las intrépidas “Amazonas Moscovitas”. El trabajo subterráneo, la propaganda revolucionaria se activaron; mujeres de clases elevadas dejaban sus familias, sus comodidades y con documentos falsos trabajaban como obreras.

En 1985, Nanieshda Krupskaia, la infatigable compañera de Lenin, maestra en Petersburgo en aquel tiempo, era ya una intrépida propagandista del marxismo, y de su escuela salieron muchas mujeres revolucionarias. Crecía el movimiento obrero y la labor de las mujeres aumentaba año tras año. Alejandra Kollontai escribe por aquella época su Historia del Movimiento de la mujer Obrera en Rusia. En febrero de 1917 –el día 8 de marzo de nuestro calendario– es proclamado el “Día internacional de la mujer” con estas palabras: “El primer día de la Revolución, es el día de la mujer, el día internacional de la mujer”. Se había reconocido el trabajo efectivo de la mujer, que en las épocas más difíciles de la lucha por el poder reemplazaba a los obreros en las fábricas, trabajaba en el campo, en las minas. Unas cuantas habían empezado, pero su número reducido había ido aumentando cada vez más, hasta luchar contra los alemanes en la primera guerra mundial y defender Petrogrado, mano a mano con los hombres.

Su heroico trabajo fue reconocido por Lenin, cuyo criterio quedó firmemente emitido con éstas palabras: “En Petrogrado, en Moscú, en ciudades, aldeas y centros industriales, fuera del país, las mujeres dúrate la Revolución se han portado magníficamente. Sin ellas no hubiéramos podido vencer o no venceríamos aún. Esta es mi opinión, ¡Que valientes fueron! ¡Qué valientes son toda vía hoy! Pensad en todas les penas y privaciones que pasaron. Y se sostuvieron porque apoyaban las penas y privaciones que pasaron. Y se sostuvieron porque apoyaban a los soviets, porque querían la libertad, el Comunismo. Sí, nuestras mujeres son grandes luchadoras. Merecen que las admiremos y las amemos”. Con éstas palabras y la decisión de hacer participar a las mujeres en el gobierno, enseñándolas, dirigiéndolas, estimulándolas, premió Lenin el gran trabajo de la mujer soviética. Todavía decía más: “No es posible ganar las masas sin sumar a las mujeres… Sin las mujeres no hay verdadera democracia… el esfuerzo del gobierno soviético no puede llegar a la victoria, si cientos, si millones y millones de mujeres en Rusia no comparten el poder… Hay que enseñar a cada cocinera a manejar el Estado”.

El continuador de la obra de Lenin, Stalin, ha sido también campeón de los derechos de la mujer. Son muchas las mujeres que reciben cada año el Premio Stalin. Todas las mujeres soviéticas lo estiman profundamente porque saben que tienen en él –Stalin– su mayor apoyo y su gran defensor. Su nombre es pronunciado con admiración y cariño por las mujeres.

La Constitución de la URSS, en su artículo 122 declara: “En la URSS se concede a la mujer iguales derechos que al hombre, en todos los dominios de la vida económica, del Estado, cultura, social y política. La posibilidad de ejercer éstos derechos está asegurada por la concesión a la mujer de derechos iguales a los del hombre, en cuanto al trabajo, al salario, al reposo, a los seguros sociales y a la instrucción; por la protección de los intereses de la madre y del niño por el Estado; por la concesión a la mujer de vacaciones durante la gestación, con disfrute del salario, y por una vasta red de casas de maternidad, casas-cuna y jardines de la infancia”.

Todo lo que he procurado explicar era el acervo que yo llevaba cuando partí para la URSS, y además,  la esperanza de que mi conocimiento de la mujer soviética, que había empezado en Tolstoi y se había modificado, crecido y afirmado a través de mis lecturas, no era una simple ilusión, y tampoco lo era la realidad de la capacitación que había adquirido la mujer, y que vería yo muy pronto.

 

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Mi encuentro con la mujer soviética se efectuó al bajar del tren que nos llevaba a mi esposo y a mí de Helsinki a Leningrado. Muy amablemente se nos acercó una muchacha, vistiendo un uniforme que me sería después muy conocido. Trabajaba en el Inturist y recibía y despedía a los extranjeros en Leningrado. Localizó nuestros bultos de mano, revisó los comprobantes de nuestro equipaje, nos dio seguridades de que lo tendríamos muy pronto y nos condujo al hotel. “Esta noche pueden ustedes ver Traviata, –nos dijo al despedirnos–, y aprovechar su tiempo, porque hasta mañana saldrán para Moscú”. Su figura me fue simpática, desde luego. Pero más me lo fue la otra que tuvimos al subir al tren para Moscú y que por la noche y la mañana nos dio el té. Yo no hablaba una palabra de ruso, pero algo nos ponía en contacto. Vi en sus ojos una cordialidad que me agradó. Todo el camino de Leningrado a Moscú encontré constantemente mujeres vestidas de gris, haciendo trabajos en las vías o en casetas de señales, indicando a nuestro conductor que el camino estaba listo para seguir el viaje.

No quiero pasar adelante sin recordar el espectáculo que tuve durante el camino. Muy pocos meses hacía que la segunda guerra mundial había terminado; a uno y otro lado de nuestro tren, los escombros y los pueblos acabados se sucedían; pero en todas partes se levantaba lo destruido, en todos lados se veía la lucha por rehacer, para reconstruir. Y eran principalmente mujeres quienes trabajaban; aquellas figuras grises, abrigadas, que yo veía con la pala, cargando maderas, recogiendo la tierra, limpiando el terreno, aparecieron ante mí las mujeres soviéticas; aquella mañana de invierno, en que hacía el recorrido de Leningrado a Moscú.

Cuando a las pocas horas de nuestra llegada salí ansiosa a ver lo que era Moscú, realmente el espectáculo me entusiasmó: las mujeres aparecían en todos lados, manejando los tranvías, guiando automóviles, dirigiendo el tráfico. Desde entonces se me hizo familiar aquella muchacha joven que dentro de un gran abrigo, con un bastón en la mano, manejaba el tráfico, frente a la estación de Bielorrusia. Cuando pasados algunos días ella conoció la bandera de nuestro automóvil, me saludaba afablemente.

En las calles las mujeres caminaban sin mucha prisa; las mujeres jóvenes, a pesar de la nieve y el mal tiempo, llevaban boinas o gorritas que dejaban ver sus cabellos claros y el color sonrosado de las caras, con los labios de un rojo natural muy pronunciado. Sobre el fondo blanco de la nieve, se destacaban las mujeres obreras con sus sacos acolchonados  –shuba– cortos y obscuros; con sus valenki –botas de fieltro–; sus faldas angostas y la cabeza muy envuelta en un chal de lana. Toda la amplia avenida Gorki era recorrida, de uno a otro extremo, por una multitud que hablaba un idioma para mi desconocido, pero suave y cadencioso. A veces encontraba jóvenes con finas botas altas y abrigos de piel. Otras veces, pasaban grupos de muchachas que casi corrían y gritaban con voces bastante fuertes, probablemente colegialas. Se veían mujeres vestidas con traje militar y llevando condecoraciones en las solapas en el abrigo, de un tono verdoso; cubrían sus cabezas gorros de piel y llevaban falda corta. Casi nunca vi mujeres con pantalones, ninguna había perdido el aspecto femenino. Muchas, fuera de las de edad madura que eran más austeras, llevaban bonitas bufandas y gorros de estambre, en colores llamativos. Se manejaban con soltura, sobre el piso totalmente cubierto de nieve. En las paradas de los camiones y troleybus, había largas colas: de uno en uno, hombres y mujeres esperaban alineados su turno para subir; pero las que tenían niños pasaban primero. Las mujeres policía manejaban el tráfico con perfecta seguridad y eran obedecidas estrictamente. No eran altas, sino de mediana estatura, pero siempre fuertes y erguidas, con la señal de mando en la mano. Las mujeres de los troleybus, se bajaban a cambiar el troleybus, cobraban a la puerta de entrada o en el camino, sin que se les escapara un ser viviente. En el Metro la animación y el ruido eran mayores: las entradas estaban repletas y las escaleras eléctricas subían y bajaban constantemente llenas. La llegada del tren era anunciada por su fuerte ruido peculiar y allí también, las mujeres, con sus silbatos, regulaban la entrada de los pasajeros a la larga fila de carros manejados por una mujer.

Después encontré siempre mujeres trabajando; en el gastronom, almacén de venta de artículos alimenticios en que la mayor parte de los trabajadores son mujeres, que cuentan con exactitud en unos ábacos el importe de sus ventas a los compradores, en el correo, en el telégrafo, en los teatros, en los museos, en las escuelas, en las boticas, en los hospitales, en las salas de concierto, en los hoteles, siempre dirigiendo, anunciando, administrando. Creí, en verdad, que había llegado al lugar donde la mitad del género humano cumple con su cometido y desempeña, al fin, un trabajo igual al del hombre; en donde, por primera vez, no existían limitaciones para su trabajo y estaba en el pleno desempeño de sus actividades, en plena posesión de sus derechos económicos, sociales y políticos. Y lo más importante era que todo parecía natural; que la transformación operada en la antigua mujer rusa se había cumplido íntegramente. Todo caminaba sin incertidumbre, sin dudas, sin vacilación. Cada mujer tenía la plena conciencia de su responsabilidad: aún las más jóvenes se desenvolvían con aplomo. Lo asombroso era que ese cambio radical de la mujer rusa se había efectuado en unos cuantos años, pues hasta cuando el primer Plan Quinquenal entró en acción, las mujeres tuvieron más oportunidades para trabajar. Esos primeros tiempos de adaptación al trabajo deben haber sido bastante duros; pero las mujeres supieron vencer las dificultades, sabiendo que trabajaban para ellas mismas y su trabajo se ha convertido hoy en un asunto de honor, de gloria, de valor y heroísmo.

Heroicamente se portaron las mujeres durante la guerra pasada. Lucharon en el frente y en la retaguardia. Ocuparon los lugares que dejaban los obreros y los empleados y pasaron nuevamente las penalidades que Lenin había ensalzado. Y cuando la guerra pasó, ellas recibieron medallas, sus títulos de “Heroínas de la guerra” como recompensa de su valor.

Para que la mujer pueda trabajar en la URSS, de acuerdo con el artículo 122 de la Constitución, se le ha dado por el Estado todo género de ayuda. Su salario es el mismo que el del hombre, de acuerdo con la idea de que a igual trabajo, igual pago, y tiene las mismas perspectivas de aumento y de obtener las plazas de mejor categoría. Su maternidad está protegida por el derecho a las atenciones médicas desde el primer momento de su embarazo, durante todo el periodo de gestación y en el parto; por nueve semanas de descanso, disfrutadas antes y después del alumbramiento; por un receso cada tres horas para alimentar al pequeño; por las instituciones creadas para guardar e instruir a los niños, lo que permite a las madres trabajar y distraerse. Estas instituciones admiten a los pequeños desde las seis semanas de nacidos a los tres años, en las casa-cuna, en las que existen 900,000 plazas en las ciudades y 4,000,000 en el campo, en el tiempo de las cosechas, de las cuales algunas son fijas y otras, en camionetas, recorren los koljoses. Yo visité una casa-cuna ubicada muy cerca de la Embajada de México, y pude ver que consistía en una casa no muy grande, rodeada de un gran terreno cubierto de nieve, pero que era jardín durante el verano. La casa estaba calentada y muchas camitas portátiles ocupaban la pieza. Los niños, bajo el cuidado de mujeres preparadas para atenderlos, eran sacados en sus camitas portátiles al aire, diariamente y a las horas de mejor temperatura. Todo estaba reglamentado: los alimentos, el sueño, los baños. Allí dejaban las trabajadoras de ese barrio a sus hijos recién nacidos, en manos experimentadas y capaces. Hay establecimientos preescolares para niños de 3 a 7 años con 2,500,000 plazas. En éstos, los padres ayudan con un cuarto o un cuarto del valor del sostenimiento. Lo demás es pagado por el Estado. En las escuelas hay comedores donde los niños reciben alimentos. Y no solo se instruye a los niños, sino que se les proporciona oportunidades para divertirse, enviándolos periódicamente a los teatros de niños, al cine, a los eventos deportivos, cuando ya son mayorcitos, y celebrando anualmente una fiesta a la que asisten todos los niños. Yo asistí al festival en honor de los niños de Moscú en el invierno de 1945, en el local del Sindicato de Trabajadores. Siete mil niños concurrían diariamente, acompañados de sus padres, hermanos o amigos. Había toboganes, caballitos, sube y baja, teatros de títeres, circo y payasos. A los niños se les daba confeti y serpentina, gorros y cornetas, dulces y bizcochos.  Era una multitud alegre y divertida. A una señal, empezaba la simbólica representación del año  viejo que se va y el nuevo que llega. Después, los niños, los millares de niños se cogían de las manos y entonaban sus viejas canciones rusas. Este festival se repitió hasta que todos los niños moscovitas hubieron asistido a él. Los componentes del cuerpo diplomático que asistimos esa vez estábamos conmovidos; es posible que muchos, como yo, no habían visto tal cantidad de niños reunidos y de tal manera agasajados. ¡Qué lejos de aquellas otras fiestas que tantos niños pobres ven, a través de los cristales de las casas de los ricos, de los que ellos están apartados por la doble barrera de la pobreza y su suciedad!

Los teatros para niños que se crearon en Moscú, primeramente como un estudio del “Comisariado del Pueblo de Instrucción Pública”, son ya en la actualidad más de cientos y están bajo una nueva orientación pedagógica. Grandes autores como Alejo Tolstoi, Svetlov, Schwartz, han escrito obras teatrales inspirándose en cuentos, leyendas o novelas sencillas. El trabajo de los actores, que fueron niños primero y que tienen que desplegar muy grandes esfuerzos cuando han dejado de serlo, es maravilloso. Se han presentado obras como Don Quijote de la Mancha, Los tres mosqueteros y La Cenicienta. El espectáculo divierte a chicos y grandes. Yo asistí a una representación de éste género de teatro, que no fue suspendido ni durante la guerra.

Las madres reciben subsidios a partir del séptimo hijo y para cada nuevo hijo es mayor el donativo. Las trabajadoras tienen opción al descanso por medio de vacaciones anuales en las que reciben sus salarios y tienen derecho a disfrutar en los sanatorios, casas de salud y reposo, clubes, etc. En lugares adecuados, sitios pintorescos y sanos, han sido edificados estos centros de reposo. Los hay en Georgia, en la costa del Mar Negro, en Yalta, en Odesa, en Sochi, en las cercanías de Moscú y Leningrado, en Siberia Occidental, en el Báltico, en el Riga, en Palanga. Durante la guerra fueron destruidos muchos de estos lugares, pero han sido reedificados y actualmente vuelven a funcionar muchos de ellos, –7,5000,000,000 de rublos fija el Plan Quinquenal actual para reparación, construcción y mantenimiento de ellos–. Todas estas facilidades y derechos gozan las mujeres de todas las repúblicas, en todos los ámbitos del vasto territorio soviético.

Las mujeres tienen derecho a ocupar todos los puestos y trabajar en todas las actividades. Millones trabajan en las empresas socialistas, millones en el campo; muchas han perfeccionado los medios de trabajo, obtenido los mejores resultados. La campesina soviética se ha desarrollado ampliamente en sus aspectos político y cultural. El trabajo que cumple en el koljós le permite utilizar sus aptitudes y su talento para crear en el campo una economía colectiva avanzada. Decenas de millones de mujeres trabajan para asegurar al Estado el trigo, las papas, las legumbres y verduras. Recuerdo que una vez, acompañada de algunos amigos, hice una excursión en busca de papas, en los alrededores de Moscú. Como nuestros cupones de papas se habían agotado y era difícil encontrarlas sin cupones, nos dirigimos en automóvil en busca de un koljós donde comprarlas. A dos horas de Moscú, encontramos un mercado sin papas. Seguimos hasta el primer koljós, donde dimos con afortunados poseedores de ellas. Dejamos el automóvil y por entre el hielo llegamos a una casita, como las hay por millones en la URSS. La casita era abrigadora y confortable, aunque pequeña. Nos acomodamos entre la vaca, los niños y los dueños de la casa. El hombre nos dijo que no había papas, pero la mujer, riéndose, nos dio esperanza. Conversamos sobre el precio, que de todos modos me resultaba cómodo, y al poco tiempo salimos con los sacos de papas. Recuerdo que la casita estaba provista de todo: cama, estufa, ropas colgadas, mesa, sillas, un armario, útiles de cocina; los niños estaban bien agregados y tenían un buen aspecto; los padres también. Las papas eran parte de lo que cada koljosiana tiene derecho a recibir de su cosecha, para sí o para venderlas por su cuenta.

Las mujeres trabajan en las industrias, en la minería, en los campos petrolíferos. En los ferrocarriles, en toda la red, trabajan 20,000 mujeres como maquinistas, fogoneras, conductoras. Muchas estaciones ferrocarrileras son manejadas totalmente por mujeres. Durante la guerra, formaron convoyes dirigidos por ellas.

Actualmente trabajan:

19 000 000 koljosianas

11 000 000 de obreras y empleadas

1 500 000 maestras

1 200 000 de enfermeras

72 000 de medicas

33 000 de trabajadoras científicas

170 000 de ingenieros

En los Sindicatos hay en la actualidad 10 000 000 de mujeres afiliadas.

La mujer tiene el mismo derecho que el hombre a instruirse. En todas las escuelas, academias o institutos, la mujer puede estudiar sin restricciones. Tienen todo género de facilidades para el estudio, como becas y multitud de libros y bibliotecas de todos los establecimientos educativos. Cuando visité la Universidad de Moscú, fundada por el gran Lomonósov, en 1755, tuve ocasión de ver la gran cantidad de muchachas que asisten a las clases; se calcula que ha aumentado en el 40 por ciento el número de las que antes de la guerra asistían a las Universidades; estudian todas las carreras bajo la dirección de los maestros más destacados. La Universidad de Moscú tiene el orgullo de haber albergado a escritores de primera magnitud, como Lérmontov, Turguenev; académicos como Vavilov, Abrikósov y Volguin. Las estudiantes llegan de todas partes de la URSS. Conocí muchas de Siberia que vivían en Moscú, en las casas de estudiantes, a expensas del Estado.

Durante mi visita al hospital asignado a los diplomáticos por el gobierno, comprobé que todo el personal, menos un doctor anciano especialista en glándulas, era femenino. Aunque había doctoras un poco maduras, la mayor parte eran jóvenes, muy activas y competentes. Se ha comprobado que un 60 por ciento del servicio médico en toda la Unión está constituido por mujeres.

Fui a la Escuela de Arquitectura una mañana que recorría las calles de Moscú. Trabé conocimiento con la directora de la biblioteca que me enseñó los grandes salones de libros, con sus estantes perfectamente arreglados. En uno de ellos vi una buena cantidad de libros sobre México, traducidos al ruso del francés, del inglés, el español y el alemán. Precisamente una alumna estaba haciendo su tesis profesional con el tema de “La Arquitectura Colonial en América”. En los museos, dirigidos también por mujeres y cuidados por ellas, encontré siempre, ya aisladamente o ya en los grupos a los que se explicaba el interés de tal o cual cuadro, o tal o cual época, muchachas y mujeres soviéticas. Eran estudiantes o simples mujeres trabajadoras, en día de asueto. En la larga cola que se forma diariamente para entrar al mausoleo de Lenin, observé que las mujeres superaban a los hombres en cantidad. En los teatros y conciertos su número era mayor. Debo hacer notar que no solamente las mujeres jóvenes o solteras se instruyen y llegan a alcanzar títulos profesionales, sino que multitud de mujeres casadas y que viven a expensas del marido –de las que existen una cantidad considerable, que por tener demasiados hijos, por ser ya maduras, o de acuerdo con el marido, no trabajan fuera del hogar permanentemente, pero que toman parte de todas las obligaciones impuestas por el Estado, como ayudar a la siembra y recolección de las cosechas, en pequeña escala, trabajando como enfermeras a horas determinadas, etc. y que practican el ejercicio de sus derechos políticos, siendo muchas veces destacadas dirigentes–, continúan una carrera y cuando la han terminado, muchas trabajan entonces para que el esposo, a su vez, pueda instruirse y tener una especialidad que permita un trabajo más bien remunerado.

El papel político de la mujer soviética es también preponderante. Al concedérsele el voto que le da derecho a elegir y ser elegida para todos los cargos sin excepción, se dio una muestra de confianza, al confiar en su capacidad con confianza que ellas han sabido conservar, manteniéndose dignas y cumpliendo su cometido con toda limpieza y honradez. Aquellas “buenas cocineras” de antaño, han escalado los puestos más altos y bien compenetradas del ideal socialista, continúan poniéndose al tanto de las corrientes que norman la vida del Estado. Empezaron por una o dos delegadas a los soviets rurales de las fábricas o de las regiones. Pero estas mismas mujeres, fundando clubes, ligándose por medio de una activa propaganda, lograron extender su campo de acción y aumentar el número de delegadas.

La lucha con los hombres en todos lugares se hizo sentir: “no queremos que nos manejen mujeres”, “¿Qué haremos con nuestros hijos?”, “¿Cómo puedo reprender a mi mujer si es la autoridad?”. Pero a pesar de tales exclamaciones de algunos hombres, año tras año las diputadas aumentaban y en las “conferencias”, a pesar de las críticas, se mantenían firmes. Su número aumento. En la actualidad existen: 277 mujeres diputadas al soviet supremo. 1500 mujeres diputadas de diferentes nacionalidades, a los soviets supremos de las repúblicas federadas. 456 000 mujeres diputadas a los soviets locales

Han desempeñado puestos como: comisarios del pueblo, que ocuparon por primera vez Nadieshda Krupskaya y Alejandra Kollontai. En la actualidad existe una vicepresidenta del soviet supremo de la URSS, Chimás Aslanova; una presidenta del Soviet Supremo de la república de Bielorrusia; comisarias del pueblo de justicia de la república de Turcomania, y de varias otras repúblicas. Ocupan puestos también en el “Gran Consejo Central de los Sindicatos”; en el Partido Comunista más del 30 por ciento de sus miembros son mujeres. En el ramo de justicia son funcionarias de la suprema corte, jueces populares, etc.

Pero también, como en los países democráticos, por encima de estos cargos y nombres está una población de muchos millones de mujeres que ahí sí efectivamente ejercen sus derechos económicos, políticos, sociales, intelectuales, de una manera rígida, constante y provechosa. No son nombres numerosos los que pueden darse, sino una cantidad: más de treinta millones de mujeres trabajando en todas las industrias, en el campo, en las escuelas, en las profesiones, en los laboratorios, en el gobierno.

Además de que el Estado se propuso y logró dotar a la mujer de medios para que llegara a ejercer sus derechos, también la libró de la carga más dura, más bochornosa y más inhumana: la de la prostitución. La prostitución legalizada se había ejercido en Rusia, como en todos los países burgueses; pero en un régimen socialista no tenía lugar. En los primeros tiempos del gobierno soviético, el comisariado de la salubridad, en su sección de venereología, instituyó una comisión para su estudio, que llegó a la conclusión de que la campaña contra la prostitución tenía que ser forzosamente la campaña contra la mujer pública. Decía el dictamen: “La prostitución es ante todo una pesada carga en nuestra sociedad; junto con otros males la hemos heredado del capitalismo y debemos junto con estas plagas, y verdaderamente antes que las otras, ponerle fin para fortalecer nuestra vida económica. Así se crearon los profilactorios. Su trabajo fue fructífero. En ellos las mujeres tuvieron como tarea capital cambiar completamente su psicología, su mentalidad y su comportamiento. Se las curó, se las enseño a trabajar, se las dotó de modo que se convirtiesen en seres benéficos. Se dieron conferencias en todas partes sobre este tema; los periódicos lo trataron ampliamente. Y los resultados obtenidos después de transcurrido un plazo, en las investigaciones sobre las enfermedades veneras, dieron un porcentaje extraordinariamente reducido. Muchos problemas se presentaron entonces: el de la habitación, el de los antecedentes. Para remediarlo, necesitaron construirse casas de departamentos, adaptar casas grandes para pequeños alojamientos; intensificar la campaña moralizadora. El resultado de todo esto fue la reducción de un 93 por ciento de los casos de enfermedades venéreas en las ciudades y de 77 por ciento en las aldeas hasta 1935, cifra que se ha reducido todavía más en nuestros días. El ejercicio de la prostitución era incompatible con las libertades y la personalidad adquiridas, con la dignidad de la mujer, con el respeto que el gobierno soviético tiene por ella.

Si como una consecuencia de los primeros tiempos de la lucha, existió durante un periodo la práctica del amor libre, cuando Lenin y los jefes soviéticos pudieron, la combatieron, y en cambio fomentaron la nueva forma de la familia, basada no en la superioridad del hombre ni en la esclavitud de la mujer, que caracterizaron a los tiempos anteriores a la Revolución de 1917, sino en una familia ayudada por el Estado, libre e independiente; no matrimonios de conveniencia, ni con prejuicios de nacionalidad o de raza, sino matrimonios fortalecidos por el Estado, en los que la mujer tiene libremente derecho de trabajar, estudiar, descansar, en intimo contacto con su marido y educando a  sus hijos, perfectamente bien dotada, en bien de la patria soviética.

Se tiene oportunidades para el trabajo y asegurado el descanso, también su desarrollo literario, musical y artístico ha sido tomado en cuenta. Hay una corriente incontenible para hacer del teatro un medio de educar, no solo presentado y haciendo apreciar las obras clásicas, sino destacando las responsabilidades de la nueva vida social soviética. A lado de las prolongadas temporadas en que una obra se presenta a los públicos de todo el país, se explica en fábricas y centros de trabajo su importancia, alcance y las bellezas que encierra. La mujer artista, en todos los aspectos: pintora, poetisa, bailarina, actriz, cantante, músico, es alentada siempre. Dentro de la vida soviética, goza de una situación privilegiada porque el artista da al pueblo momentos de recreo y solaz. El gobierno, que tan cuidadoso se muestra en los gastos personales, derrocha el dinero en la presentación de las obras que se dan en sus teatros al grado de que, sin discusión, sus ballet y sus óperas alcanzan un esplendor difícilmente igualado en cualquier otro país. Las condiciones en que actúan han hecho decir a la cantante Valeria Barsova, diputada al Soviet Supremo de la URSS: “Yo vivo al unísono con el pueblo; le doy todo lo que tengo mejor: mi arte, y tomo de él lo que tiene: el entusiasmo creador con el que se ha edificado una vida nueva y magnifica. Es a este entusiasmo al que debo todo lo que he podido realizar”.

No quiero dejar de mencionar la visita que mi esposo a nombre del gobierno de México hizo a Madam Kollontai, con motivo de la imposición de la condecoración del Águila Azteca, y a la que lo acompañé. En su austero apartamiento, la exministro soviético en nuestro país nos recibió conmovida. La mujer que ayudó a la consolidación del régimen soviético, que tan dignamente representó a su país en el extranjero, pasa sus últimos días rodeada del cariño de sus conciudadanos. El recuerdo de México no se borra de ella, notándose en mil detalles de su pequeña casa. Tuve especial satisfacción de que mi gobierno haya aquilatado los méritos de tan insigne mujer, condecorándola.

Las mujeres han constituido la “Federación Democrática Internacional” en la que tienen delegados de 19 países; luchan por defender la paz en contra de la reacción y del fascismo. Tienen secciones nacionales en cuarenta y tres países. En los Estados Unidos de N.A. existe una agrupación dependiente de ella a la que pertenecen 500,000 mujeres.

Pero ni aún el aspecto físico de la mujer ha sido olvidado. Desde las casas-cuna hasta las universidades, el Estado ha emprendido la tarea de hacer de las mujeres soviéticas, unidades fuertes y saludables. La mujer juega al parejo del hombre, todos los deportes y rivaliza con él en los premios. Equipos de mujeres juegan contra equipos de hombres y en los desfiles se admira el porte marcial de la mujer soviética. En medio del trabajo que despliegan, de la atención que requiere este, de la vida activa que lleva, no descuidan su indumentaria. Sus vestidos son sencillos. Pero ellas los llevan conformes, contentas y sanas. No conocen el complejo de inferioridad; sí desean engalanarse para sí mismas y para el hombre soviético, pero comprenden que su patria está en un periodo de reconstrucción; que la guerra ultima con los alemanes fue difícil y costosa; y esperan tiempos mejores en los que su gobierno, al que ellas apoyan con todas sus fuerzas, les dé, cuando se desarrollen en mayor intensidad las industrias, materiales que las hagan verse más vistosas.

 

 

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Todo esto vi en la URSS. Así vi a las mujeres. Y esto es lo que tenía que decir a las mujeres mexicanas.

Mujeres de México: nuestro camino por recorrer es largo todavía; mucho tenemos que sufrir y mucho que trabajar, pero como aquellas mujeres, en algún momento lograremos obtener íntegramente reconocida nuestra capacidad. Si hemos avanzado poco en el terreno económico; si apenas nos iniciamos y en forma precaria en la vida política, no por ello nos desanimemos: ¡Adelante, siempre adelante!

Unidas todas las mujeres mexicanas, pidamos, exijamos que se nos reconozca nuestro derecho a ser ciudadanos de nuestro país, y cuando lo hayamos obtenido, trabajemos sin descanso para hacer de nuestra patria un México nuevo, en el que laboren, mano a mano, las mujeres y los hombres.

 

 

 

* Las imágenes presentadas en el cuerpo del presente artículo han sido retomadas de internet con el fin de complementar, diversificar y desdoblar las posibilidades comunicativas de los contenidos presentados en El Machete, sin ningún fin de lucro y como parte de una plataforma gratuita y libre.

**El presente texto fue publicado por primera vez, bajo el título Un testimonio de la situación de la mujer en la URSS, en Historias, Revista de la Dirección de Estudios Históricos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. No. 101. Septiembre-Diciembre de 2018. Y el cual compartimos en colaboración con el autor.

 

[1] El primer número fue publicado tres meses después de la inauguración del Instituto, en noviembre de 1944.

[2] La VOKS funcionaba cuando menos en 77 países, incluidos algunos que no mantenían relaciones diplomáticas con la URSS, países donde no se había logrado concretar embajadas. Vid. Kowalsk D. La Unión soviética y la guerra civil española. Barcelona, Crítica, 2004. p.135; y Cultura Soviética, “VOKS La sociedad para el fomento de las relaciones culturales de la URSS en el extranjero” No. 11, septiembre 1945, vol. II, año 2. p. 3.

[3] vid. Natura Olivé. Mujeres comunistas en México. Años treinta. México, Ediciones Quinto Sol, 2014. pp. 54-56.

Un comentario en “Un testimonio de la situación de la mujer en la URSS”

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