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La rebelión de las máquinas

 

 

Por: Carlos Suárez

 

La rebelión de la creación frente a su creador ha sido un tema recurrente en la ciencia ficción. Ya desde una de las obras pioneras del género, tal y como lo es Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de la brillante Mary Shelley, encontramos este tema. De manera particular, conforme la ciencia ficción se desarrollaba como género, este tema se fue presentando más bajo la forma de una rebelión de la máquina (o las máquinas) frente al hombre, por lo menos en aquella literatura producida en países capitalistas como Inglaterra o Estados Unidos.

Si bien ya desde inicios del siglo XX existían producciones cinematográficas de ciencia ficción tales como Metropolis (1927), sería hasta la década de 1980 que en los países capitalistas se produciría un boom de películas encuadradas en el género y que, además, abordaban la cuestión de la rebelión de las máquinas. La referencia hacia la saga de Terminator (iniciada en 1984) es obvia, pero también encontramos otras como Blade Runner (1982). A finales de la década de 1990 y principios de los 2000, encontramos la saga Matrix (iniciada en 1999) y algunas adaptaciones cinematográficas de libros como Yo, robot (2004).

De cualquier manera, sobresale tanto en la literatura como en la cinematografía de inspiración burguesa la idea de un riesgo latente de que las máquinas cobren conciencia y decidan atentar contra sus creadores humanos. Si bien tal escenario no es del todo improbable, es necesario encuadrarlo en el ámbito de un modo de producción determinado que es el capitalismo. No sería la primera vez que la burguesía pierde el control de las consecuencias de sus invenciones, atentando incluso contra sus propios intereses en determinado momento. Engels explica bien esto en su introducción a la Dialéctica de la naturaleza: el capitalista sólo se preocupa de las causas inmediatas de sus acciones guiado por la búsqueda de su ganancia. Con ello, el capitalista deja de lado todo análisis a largo plazo de las consecuencias. El desastre ambiental en el que la burguesía tiene sumida al conjunto de la humanidad es quizá el mejor ejemplo de ello.

Podemos servirnos de la trama de las primeras tres películas de Terminator para ahondar en lo anterior. La segunda entrega nos presenta al ingeniero militar que para la época en que se desarrolla la película se encuentra desarrollando un chip con un potencial tecnológico revolucionario. Este chip, en una versión mucho más avanzada, sería literalmente el cerebro de los futuros exterminadores. Es por ello que los protagonistas consideran indispensable destruir esa invención en el presente para evitar las nefastas consecuencias futuras. También vemos que la empresa para la cual trabaja se encuentra también desarrollando extremidades biónicas. Queda claro cómo a futuro ambas invenciones por parte de la empresa se terminan conjuntando para dar origen a los antagonistas de la saga: las máquinas humanoides asesinas de humanos. Sin embargo, a pesar de que en Terminator 2 se destruye el edificio con todas estas invenciones, en Terminator 3 somos testigos de que, en esencia, esas acciones no cambiaron el futuro, sino que solamente modificaron sus particularidades.

Algunos podrían criticar lo vano de los esfuerzos de los protagonistas en la segunda película. Sin embargo, la trama de la tercera podría ser leída en términos de una crítica a la sobreestimación del papel de los individuos en el curso de la historia. Y es que el hecho de que se haya impedido que un ingeniero en específico haya continuado el desarrollo tecnológico que llevaría a la creación de los exterminadores, de ninguna manera tendría por qué impedir que otra persona en otro momento llevara a cabo la misma invención. A final de cuentas, la invención de ese chip y otras tecnologías no habría respondido solamente al genio de determinados individuos sino a necesidades mucho más amplias; en este caso, se trataba de una empresa de tecnología militar (Cyberdyne) que constantemente se encontraba desarrollando investigación en la rama armamentística con las más nuevas tecnologías para satisfacer una necesidad de la burguesía.

Las tres películas posteriores a la trilogía original demuestran de distinta manera lo anterior. Tanto en Salvation, como en Genysis y en Dark Fate el curso histórico es esencialmente el mismo: de una u otra forma los avances en los desarrollos tecnológicos militares conducen a la pérdida de control humano sobre sistemas de armamento que terminan por completo en manos de una inteligencia artificial que se propone exterminar a la humanidad. Bajo el capitalismo es relativamente factible que ello ocurra. Los burgueses y sus Estados invierten cantidades de dinero inimaginables en el desarrollo de tecnología militar cada vez más destructora y cada vez más automatizada, pues todo ello vuelve posible la aniquilación del enemigo, ya sea hablando de otros Estados burgueses como también del pueblo trabajador cuando este se vuelve una amenaza para los intereses de la burguesía. Sistemas de reconocimiento facial, drones de vigilancia, drones armados, robots de uso militar cada vez más sofisticados… Todo ello refleja, no el desarrollo inexorable de la tecnología en abstracto, sino el desarrollo inexorable de la tecnología bajo el régimen capitalista.

Por otra parte, cabe mencionar que una máquina no desarrolla un conjunto de patrones de interpretación de la realidad desde cero. Al contrario: precisamente como máquina es resultado de un proceso de creación que incluye el diseño y programación de sus esquemas de procesamiento, incluyendo aquellos relacionados con la interpretación de la realidad y con la formulación e implementación de respuestas prácticas. El cómo evalúe una máquina la realidad será un reflejo de cómo sus creadores evalúan la misma realidad. Una máquina no podría tener una conciencia egoísta, destructora y misantrópica a menos que se le haya programado con elementos que le permitan llegar a una conciencia con esas características. Si una máquina o un conjunto de máquinas decide esclavizar y/o exterminar a la humanidad, eso será como reflejo de la ideología de la sociedad que lo creó. Nuevamente, esta preocupación sólo tiene sentido dentro de los márgenes del régimen capitalista.

La tecnofobia es un miedo burgués que responde a las condiciones suscitadas por la propia sociedad burguesa. En la sociedad burguesa, la tecnología en su conjunto es utilizada cotidianamente por la burguesía para explotar a la clase trabajadora, someterla y reprimirla. En el capitalismo, la tecnología es, aunque no de manera exclusiva, una herramienta para la esclavitud.  Corrientes intelectuales y artísticas de la burguesía y de la pequeña burguesía han reflejado un rechazo a esta situación, no fomentando el rechazo a la utilización de la tecnología para fines de explotación, sino fomentando el rechazo a la tecnología en general.

En una sociedad socialista, este conjunto de preocupaciones carece de fundamento. En una sociedad socialista, la tecnología en su conjunto es utilizada cotidianamente para facilitar las tareas de la clase trabajadora y contribuir a su emancipación. Como bien señalan nuestros camaradas del PCTE en su Manifiesto-Programa emanado de su II Congreso en 2021:

El empleo de la robótica y de los avances en el terreno de la informática permitirá liberar a los trabajadores de los trabajos más penosos e insalubres y realizar muchos otros de manera eficaz; reducir progresivamente la jornada laboral, reforzar la seguridad en el trabajo y facilitar a la sociedad un acceso rápido, seguro y universal a medios tecnológicos que permitan el acceso a la comunicación, la información y la cultura.

El desarrollo científico-técnico en los campos de la automatización, la informática y las comunicaciones, sobre la base de la priorización de la construcción y perfeccionamiento de las infraestructuras, mejorará el proceso de la producción y aportará un valioso mecanismo para el perfeccionamiento constante de la planificación central y del control obrero en la industria. En todo caso, se ha de tener en cuenta que las materias primas son escasas y que se deberá favorecer la investigación sobre nuevos materiales.”

No obstante, esto no quiere decir que no existirá también un uso militar de la tecnología. Sin embargo, este uso respondería a las necesidades de la defensa de las conquistas de la clase trabajadora y no a las necesidades de la acumulación capitalista que llevan a la invasión, saqueo y genocidio de territorios, ni tampoco a la necesidad de erigir una lucrativa industria construida sobre el sufrimiento y exterminio de los pueblos, tal y como la emplean los ejércitos y gobiernos burgueses.

Por último, tendríamos que reconocer el miedo burgués a la insumisión en general. Bajo el miedo a la rebelión de las máquinas también se esconde el miedo a la rebelión de los oprimidos por el capital. El miedo a los obreros de hierro refleja el miedo a los obreros de carne y hueso y a su potencial revolucionario. No hay peor temor para el amo que su esclavo se rebele contra él.

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