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La peor lucha es la que no se hace

 

Reflexiones de un joven sinaloense anónimo

Crecí pensando que los problemas de la sociedad se podían resolver como según las leyes estaban dictadas, que el sistema era justo entre todas las clases, que poco a poco podríamos todos juntos salir adelante por el bienestar de cada mexicano por igual. Se me inculco la versión de la historia en la que nosotros, como mexicanos, somos unos guerreros por siempre enfrentar la opresión, la adversidad y la corrupción con cabeza alta, los pantalones bien puestos y un grito primal que desenfunda un deseo de buscar la felicidad.

Al avanzar el reloj veía como no ponemos el pie entre nosotros mismos, nos dejamos pisotear cual la ley del más fuerte se describe entre animales sin razonamiento y sin moral, el cómo por un par de migajas tenemos que levantarnos temprano, intentar no perder el transporte, comer con lo que nos alcanza para vivir y aguantar normas inhumanas que intentan regular nuestro comportamiento de sumisión ante los que, según describen los que han tenido mayor suerte o se han visto beneficiados por estos mismos por alguna relación amistosa o de favoritismo dictan: “Por el tragas”.

Soy de una familia de clase baja, creo que al igual que un 85% de todo el país, no tenemos autos de último modelo pagados al contado, no tenemos una casa propia sin usar un crédito y vamos a instituciones públicas debido a los altos costos que intentan reflejar la “Seguridad” y “Mejor desarrollo” de alto nivel. Mis abuelos lograron formar un patrimonio gracias a la herencia de la repartición agraria, entregados gracias a Lázaro Cárdenas del Rio a partir del año 1936, los cuales eran propiedad de Manuel Clouthier Martínez de Castro, cuya familia era propietaria de 30,000 hectáreas en el Valle de Culiacán (partes actualmente conocidas como el municipio de Navolato), descendiente de Jean Auguste Clouthier, médico francocanadiense avecindado en ese lugar desde el año 1850.

Mi abuelo siempre ha sido un hombre muy amable, de palabra, bien pinche berrinchudo, pero nunca dio el brazo a torcer para poder darles de comer a sus 6 hijos. Desde que decidió que debían moverse a Culiacán para que sus hijos pudieran ser profesionistas y no necesariamente heredar el trabajo en el campo que tantos años cuido como su padre lo había hecho. Llego a perder parte de sus terrenos para poder solventar gastos de mudanza, construir una casa en la capital y seguir cuidando de sus hijos, a tal punto de tener que rentar sus parcelas, quitarse el sombrero de ranchero y ponerse un mandil para atender una cantina, donde las riñas, las balas y el alcohol eran a la orden del día.

Vivimos con el pensamiento difundido por la ideología capitalista: “El pobre es pobre porque quiere” que oculta que la pobreza fuera un problema individual y no social ¿Pero por qué tendría yo que trabajar en condiciones deplorables en cuanto a higiene, prestaciones de salud y seguridad ante la violencia, solo para darle lo que pueda a mi familia?

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