Arte y capitalismo
Por: Luna Grajales
El arte, como forma de expresión humana no puede desligarse de su contexto histórico. Bajo el capitalismo, esta forma de expresión se ve profundamente limitada por las dinámicas del mercado, la explotación y la desigualdad inherentes al sistema. El arte en el capitalismo no es simplemente una actividad creativa; es una mercancía sujeta a las reglas del capital, lo que restringe el desarrollo pleno del talento y la libertad creativa de la clase trabajadora.
En el sistema capitalista, el valor del arte ya no reside únicamente en su capacidad de transmitir emociones, reflexionar sobre la condición humana o transformar la sociedad. En cambio, el arte se convierte en una mercancía, evaluada según su rentabilidad y su capacidad de generar ganancias para la clase dominante que monopoliza los medios de producción cultural. Esta dinámica excluye a quienes no poseen los contactos, el capital inicial o el acceso a las élites que controlan las industrias artísticas en la actualidad.
La transformación del arte en mercancía lleva a una situación paradójica: mientras que la humanidad nunca ha tenido tantos recursos tecnológicos y educativos para desarrollar el talento artístico, el acceso a una carrera en el arte se encuentra restringido solamente a quienes pueden pagarla. Los artistas que logran alcanzar el éxito comercial deben conformarse a las demandas del mercado, adaptando su obra a las modas y los gustos impuestos por las grandes corporaciones culturales. La alienación es un fenómeno central en el capitalismo, y los artistas no están exentos de esta realidad. El artista alienado pierde el control sobre su obra, viéndose obligado a producir no lo que verdaderamente desea expresar, sino lo que puede vender, perdiendo así el arte, su capacidad transformadora y revolucionaria.
Aquellos que no cuentan con los recursos económicos o las conexiones necesarias para comercializar su arte se enfrentan a la precariedad. Muchos artistas de extracción proletaria, con un talento excepcional se ven forzados a relegar su creatividad a un pasatiempo, dado que se ven forzados a ganarse la vida en otras actividades, mismas que por lo agotadoras que resultan las jornadas laborales, no les permiten desarrollarse plenamente como artistas.
Es crucial entender que el arte bajo el capitalismo no solo es explotado económicamente, sino también ideológicamente. Al encontrarse en la superestructura de la sociedad, el arte es utilizado por la burguesía para perpetuar su dominación, moldeando el carácter del arte a su conveniencia para justificar y naturalizar la desigualdad. Los monopolios que controlan la mayor parte de la producción artística y cultural producen un arte que, en su mayoría, fomenta el individualismo, el consumismo y la aceptación pasiva de las estructuras de poder. Los artistas que desafían estas normas se enfrentan a la censura, el aislamiento o la invisibilización, a menos que puedan ser cooptados y sus obras comercializadas bajo una forma desprovista de su contenido crítico.
El comunismo propone una visión diferente del arte, donde éste no se rija por las leyes del mercado, sino por el beneficio colectivo y el desarrollo humano integral. En una sociedad socialista, los medios y herramientas de producción cultural estarían en manos de la clase trabajadora, permitiendo a los artistas crear sin las limitaciones impuestas por el capital.
El arte sería accesible tanto para quienes lo producen como para quienes lo consumen, garantizando que todos los individuos tengan la oportunidad de explorar su creatividad. En lugar de competir por un espacio en el mercado, los artistas colaborarían en proyectos que reflejen las aspiraciones y luchas colectivas de la humanidad, fomentando una cultura verdaderamente emancipadora. La lucha por un arte libre y accesible es, en última instancia, parte de la lucha más amplia por una sociedad socialista-comunista, donde el desarrollo de las capacidades humanas no esté limitado por las cadenas del capital. Solo en un mundo verdaderamente igualitario, los artistas podrán dedicar sus vidas al arte sin miedo a la precariedad, y el arte mismo podrá cumplir su papel como fuerza liberadora y transformadora.