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Con Trump, un gobierno fuerte para los grandes capitalistas de EE.UU.

Por: Pedro Ramírez

El proceso electoral en Estados Unidos concluyó con la victoria de Donald Trump y el Partido Republicano. Hasta el último momento, el gobierno vigente y sus principales aliados económicos se esforzaron en presentar la situación como una de paridad entre los contendientes. Todo lo contrario. Los resultados confirman que la burguesía tendrá por fin un gobierno fuerte y unificado, con un mismo mando en el Ejecutivo, Cámaras Baja y Alta.

Diversos sectores de la vieja izquierda, entre ellos una parte de las fuerzas que aún se reivindican como comunistas, por un lado calificaron a Trump como “fascista” y por otro como una opción nacionalista con elementos plausibles. Esta manifestación de su propia crisis identitaria, ideológica, orgánica y estratégica contribuyó a reforzar por vías distintas el viraje en la conducción que cada vez más sectores de monopolistas procuró y respalda.

La situación en EE.UU. se asemeja a la de México durante la antesala y el desarrollo del proceso electoral de 2018. El partido gobernante, allá el Demócrata, aquí el PRI, precedido de la alianza con el PAN y el PRD en el marco del “Pacto por México”, sirviendo fielmente a los grandes monopolios capitalistas habían agotado sus créditos políticos y no garantizaban elementos imprescindibles para el curso de la dictadura capitalista.

El Partido Demócrata, con Obama durante 8 años y con Biden durante frágiles y turbulentos 4 años más, pisoteó las expectativas obreras y populares que contribuyeron a su ascenso a la conducción principal de la junta que administra los intereses comunes a toda la clase capitalista de EE.UU. Las ganancias y fortunas crecieron ampliamente, pero la pobreza se desparramó y lastimó en mayor medida al pueblo trabajador.

La clase obrera y los sectores populares impusieron, guiados por la ideología dominante en boga, una aplastante derrota al Partido Demócrata. Incluso en los estados en que éste obtuvo una victoria, y los puntos para la contabilidad definitiva, sus márgenes fueron menores que cuatro año antes. Donald Trump y el Partido Republicano dieron amplios pasos adelante. Al mismo tiempo, la clase obrera y los sectores populares se impusieron una derrota a sí mismos con su elección por la opción triunfante, ésta todavía más aplastante y decisiva.

Suele ser común sostener que hoy en día la clase obrera no representa una fuerza decisiva en los países capitalistas, mucho menos en aquellos que se encuentran en la cúspide de este sistema mundial. El cambio en el Poder de los monopolios en EE.UU. manifiesta todo lo contrario. La burguesía ya no puede gobernar sin su concurso. Y sin traicionar su programa reaccionario, se ve forzada a un enmascaramiento completo para dividirla, corromperla, confundirla y ponerla a su cola. Para reencauzar al orden sensaciones y tentativas insumisas.

La gran derrota de la clase obrera con la victoria espectacular del programa reaccionario de Donald Trump y el nuevo Partido Republicano, detrás del cual están los grandes capitalistas contemporáneos de EE.UU. y sus fuerzas históricas, tendrá capítulos que la confirmen: disputa por territorios y materias primas; expropiación de la riqueza de los pueblos trabajadores a través de aranceles y otras medidas; mayor carestía como resultado de las decisiones bajo el marco de un mandato unipersonal y la preparación multifacética de una guerra futura contra China capitalista por la conservación de su posición de mando.

Sin embargo, hechos y comprobaciones materiales no convencerán por sí solos a la clase obrera y las capas populares de encontrar y discernir soluciones a los grandes problemas que viven hoy en día, que se agravarán, más allá de las opciones y estafas del sistema político de los capitalistas. Se requiere contribuir a la reorganización de las y los comunistas en Estados Unidos desde una sólida perspectiva marxista-leninista e independencia de clase.

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