¡Contra la guerra imperialista! ¡Por el poder obrero y el socialismo!
Editorial de El Machete no. 23, julio 2025
Vivimos en la época del imperialismo y las revoluciones proletarias, y cada vez resulta más evidente que el imperialismo —con su inherente afán guerrerista— pone a la humanidad en riesgo de una generalización de la guerra.
Durante el mes pasado se mantuvo la continuidad de la guerra imperialista en Ucrania y del genocidio en Palestina. Fuimos testigos, además, de la agresión de Israel contra Irán, respaldada por Estados Unidos, que también atacó a Irán exigiendo su rendición total para luego decretar una “paz” que no es más que una tregua momentánea. A esto se suman los recientes ataques de Israel contra Líbano, Siria y Yemen.
Por si fuera poco, en la cumbre de la OTAN celebrada los días 24 y 25 de junio, se estableció que los países miembros deben incrementar su presupuesto militar hasta alcanzar el 5 % del PIB. Apenas unos días después, también se reunieron en Qingdao, China, los miembros de otro bloque imperialista —la Organización de Cooperación de Shanghái—, con la participación de los ministros de Defensa de Irán y Rusia.
A esto se añade que, además de los conflictos armados en Ucrania, Palestina, Sudán y Etiopía, existen actualmente 56 conflictos armados en todo el mundo. La tendencia hacia la guerra avanza con mayor rapidez de la que muestran los medios de comunicación burgueses. La guerra ya es una realidad que oprime y aplasta a decenas de pueblos, y un elemento común en todos estos conflictos es que la clase obrera mundial padece sus consecuencias, mientras los intereses de sus explotadores los provocan.
Vivimos en la era del imperialismo, en la que la guerra es el medio que emplean los monopolios para redistribuir territorios, mercados y materias primas. También es el recurso que utiliza Estados Unidos para defender su posición en la cúspide de la pirámide imperialista, mientras otras potencias intentan ascender. En este contexto, las ideas de la “multipolaridad” no constituyen una alternativa real de paz, sino una expresión ideológica que justifica los intereses —igualmente imperialistas— de otros centros de poder que aspiran a disputar la cima del sistema.
Ante este panorama, la clase obrera y los pueblos del mundo solo tienen dos caminos: ser carne de cañón de las guerras imperialistas o romper con el capitalismo y emprender la vía de la revolución proletaria. Que se concrete esta segunda opción dependerá de la firme y oportuna participación de los Partidos Comunistas. Sin su acción organizada, no habrá salida revolucionaria ni frente a la guerra ni frente a la explotación.
La economía mexicana, dominada por grandes monopolios que explotan a la clase obrera tanto dentro como fuera del país, está plenamente inserta en la dinámica imperialista. Pese a los discursos de defensa de la soberanía nacional pronunciados por la presidenta y otros referentes del partido socialdemócrata Morena, la realidad es que el gobierno mexicano ya ha formalizado su rol como cómplice de Estados Unidos en el contexto de una eventual guerra generalizada. Así, entrega a los trabajadores, los pueblos y la riqueza nacional a los intereses de los monopolios beneficiarios del tratado de libre comercio T-MEC.
México, país con un capitalismo plenamente desarrollado, cuenta con las condiciones objetivas para el derrocamiento del sistema capitalista. En los próximos años, o incluso con el estallido de una guerra generalizada, podría darse una situación revolucionaria en la que los de arriba ya no puedan gobernar como antes, y los de abajo ya no quieran vivir como hasta ahora. Esta posibilidad no es lejana. Basta con observar el creciente empobrecimiento de la clase trabajadora: cada vez más personas reciben el salario mínimo, la inflación supera los aumentos salariales, la violencia se mantiene, y la represión contra defensores del medio ambiente y el territorio no cesa.
Nada cambió con la llegada de Morena al gobierno, salvo el fortalecimiento momentáneo del dominio de los monopolios, producto de la expectativa que este partido generó en una parte de la clase obrera al presentarse como una “Transformación” favorable a los trabajadores. Esa expectativa permitió, temporalmente, disminuir la agudeza de la lucha de clases. Sin embargo, la realidad fue la aprobación de reformas orientadas a la militarización del país y al perfeccionamiento de los mecanismos de represión.
Hoy, la precariedad, el empleo informal, la continuidad del autoritarismo y la represión, hacen que los trabajadores reconozcan que con Morena no hubo ningún cambio de fondo. De hecho, el dominio de la socialdemocracia comienza a resquebrajarse, como lo evidenció la reciente huelga de la CNTE que exigía la abrogación de la Ley del ISSSTE de 2007. La negativa del gobierno a eliminar el sistema privado de AFORES desnudó su carácter de clase: un gobierno al servicio de los monopolios, dispuesto a condenar a los trabajadores a una vejez miserable con pensiones irrisorias, a fin de conservar los fondos de ahorro en manos de la banca privada.
Ni la férrea represión ni la demagogia más exultante pueden sofocar la necesidad de transformación que anida en la clase obrera mexicana, en los más de 55 millones de personas que viven en pobreza, y en los millones más que sobreviven en condiciones de precariedad. El anhelo de una vida con acceso a salud, vivienda, empleo digno y condiciones de vida humanas es una fuerza latente que, al chocar con la pauperización impuesta por el dominio de los monopolios, puede dar origen a un proceso revolucionario.
Sostener que, ante la creciente amenaza de guerra, el camino correcto es el derrocamiento del capitalismo, implica asumir desde ahora la tarea de prepararse para ese horizonte. Por ello, el deber inmediato de los comunistas no se reduce únicamente a intensificar la lucha contra el imperialismo —mediante la solidaridad activa con los trabajadores y pueblos que hoy padecen la guerra—, sino también a fortalecer al Partido Comunista de México desde abajo: participando en reuniones con simpatizantes, difundiendo el periódico, estableciendo nuevos contactos, escribiendo artículos, o convirtiéndose en catalizadores de la lucha de masas en los sindicatos, las colonias populares y las escuelas.
La respuesta ante la tendencia creciente a la guerra imperialista no puede ser la resignación ni la espera. Debe ser el redoble en la labor política de los comunistas con un objetivo claro: derrocar a la burguesía, instaurar el poder obrero y construir el socialismo. Así podrá la clase obrera de México brindar una mayor solidaridad internacionalista a los pueblos que luchan por liberarse de la explotación imperialista.