Ciudad de México: la marcha contra la gentrificación que el gobierno no quiso ver
Por Fernando Zatarain
Ciudad de México, 20 de Julio de 2025
Bajo un cielo gris y una vigilancia que recordaba tiempos pasados, unas 600 personas se manifestaron este sábado en la capital mexicana contra lo que describen como una forma de violencia silenciosa pero devastadora: la gentrificación. Jóvenes, grupos anarquistas, vecinos de barrios históricos como Xoco y activistas de diversos frentes convergieron en una marcha diversa, sin micrófono único ni liderazgo centralizado, pero con una claridad de causa compartida: el encarecimiento de la vivienda, la especulación inmobiliaria y la connivencia del gobierno con intereses privados.
La manifestación, que recorrió avenidas del centro capitalino, estuvo acompañada por una presencia inusualmente alta de cuerpos de seguridad. Aunque el gobierno de la Ciudad de México ha sostenido en múltiples ocasiones que los granaderos ya no existen, los asistentes fueron semi-encapsulados durante el recorrido por grupos de policías con escudos, cascos y equipos antimotines.
A diferencia de protestas previas, en esta ocasión no hubo consignas explícitas contra estadounidenses. En su lugar, se escucharon gritos y se alzaron cartulinas que vinculaban la gentrificación con un fenómeno mayor: el imperialismo económico. El rechazo no era contra el extranjero per se, sino contra un modelo económico que, aseguran, reproduce desigualdades y despojo. “La vivienda es guerra de clases”, decía un cartel. “No queremos mundial, queremos revolución”, apuntaba otro, en referencia crítica al Mundial de fútbol que se celebrará en la capital en 2026, al que muchos manifestantes ven como catalizador del encarecimiento inmobiliario.
La protesta estuvo marcada por el expontaneismo. No hubo escenarios ni listas de oradores. Voces diversas tomaban la palabra en distintos momentos y puntos del recorrido, y la multitud escuchaba. Se trató de una movilización sin centro ni jerarquías, pero sí con causas en común: la vivienda, el agua, la defensa de los barrios originarios. El tejido de indignaciones fue amplio. Estuvieron presentes colectivos de la red Anáhuac, defensores del territorio de Xoco, agrupaciones estudiantiles y jóvenes de clase media que no ven futuro en el mercado de la vivienda actual.
En las redes sociales, no faltaron los comentarios hostiles. Algunos cuestionaban el derecho a protestar: “¿Por qué no mejoran sus colonias y dejan a quienes sí podemos pagar una vivienda elegir dónde vivir?”. Otros, abiertamente racistas, vinculaban el tono de piel con el nivel socioeconómico, alimentando un discurso de exclusión que los manifestantes precisamente buscan denunciar.
La protesta fue pacífica, a pesar del cerco policial y de las tensiones que genera un tema que atraviesa la vida cotidiana de millones de trabajadores. La violencia y los destrozos fueron acciones aisladas. La marcha no buscaba una demanda única, sino visibilizar un malestar acumulado por años: el despojo lento, burocrático y legalizado de quienes ya no pueden vivir en la ciudad que habitan desde hace generaciones.
La manifestación concluyó sin enfrentamientos, otra cosa fue lo que ocurrió en el Centro Cultural Universitario. Queda, sin embargo, la sensación de que la batalla por la ciudad —por quién la habita, la transforma y la define— apenas comienza. Y que, como muchas de las batallas del siglo XXI, será protagonizada por multitudes que entienden que la vivienda, también, es una lucha de clases.