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Cuando la unidad es solo palabra: el dilema entre retroceso y avance en los trabajadores de la cultura

Por Cuicani Rojo

Hablar de “unidad” en abstracto siempre trae un problema: suena bien, pero no dice nada. La palabra se convierte en un eslogan vacío, porque no aclara con quién es la unidad, para qué sirve ni qué condiciones la hacen posible. Es como hablar de “justicia” o “bien común” sin definirlos: se usan para convencer, pero no para explicar ni para actuar.

En filosofía, esto se ha visto muchas veces: una unidad sin contenido es solo una forma vacía. Aristóteles afirmaba que no existe unidad sin diferencia; Georg Wilhelm Friedrich Hegel señalaba que lo abstracto, si no se concreta, termina siendo nada; y Ludwig Wittgenstein, en sus Investigaciones filosóficas, subraya que el sentido surge solo en el uso concreto. Hablar de unidad sin reconocer tensiones y particularidades de la realidad es un autoengaño.

El problema no es solo teórico, también es práctico. Cuando se invoca la unidad de manera abstracta, se corre el riesgo de ocultar los conflictos reales. Se presenta una imagen de consenso que en realidad no existe. Así, la “unidad” deja de ser un esfuerzo por resolver diferencias y se convierte en una consigna usada para silenciar la crítica.

Este problema se hace evidente en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Secretaría de Cultura (SNDTSC), que actualmente atraviesa su proceso de elección rumbo a la Coordinación Nacional Colegiada (Máximo órgano de representación del sindicato). La planilla Roja, que se presenta como defensora de la “unidad”, en realidad ofrece poco más que un vacío. Su discurso se sostiene en abstracciones que, lejos de dar rumbo, ocultan la ausencia de propuestas y compromisos concretos. Hablan de unidad, pero nunca especifican con quién, para qué, ni en qué condiciones. De este modo, reducen la unidad a un eslogan vacío que buscan imponer como principio supremo, como si pronunciar la palabra bastara para resolver los problemas que aquejan al sindicato.

En una sociedad capitalista, es evidente que existen clases y sectores con intereses diferenciados; es decir, hay lucha de clases. La planilla Roja cuenta con el respaldo de una familia propietaria de empresas que utiliza el sindicato como plataforma para su propio ascenso político. Detrás de esta planilla se encuentra un individuo que ha buscado ser diputado, primero por el PRD y luego por MORENA, colocando a su hermana al frente del grupo. La “unidad” que promueve este grupo minoritario, financiado con recursos familiares, no tiene como objetivo fortalecer a los trabajadores, sino enfrentar al bloque democrático mayoritario y mantener el control político del sindicato. Su propósito real es dar continuidad a la Coordinación Nacional Colegiada anterior, con la que mantienen una clara alianza política y electoral.

Cuando hablan de “unidad”, como todo cacicazgo, en realidad buscan que los trabajadores se alineen a su política y que el sindicato se convierta en un trampolín político personal.

¿Qué representa la actual planilla Roja, conformada por Silvia Hernández Melchor, Uriel Sánchez Amado, Consuelo Arguello Zamudio y Eduardo Pérez Rendón? Representa un retroceso hacia viejas prácticas sindicales y un anhelo por el corporativismo del SNTE, que históricamente se ha limitado a controlar a los docentes (quienes han resistido y luchado desde la CNTE) y cuya influencia se manifestó en el INAH a través de la extinta D-III-24.

Es importante recordar que su aliado en la FEDESSP, Enrique Roura, busca perpetuar su poder dejando a sus sucesores en manos de personas afines. Roura, junto con su séquito y la familia Hernández Melchor, pretende mantener el control del SNDTSC, saboteando y condicionando, como si fuera un favor, la convocatoria al Congreso Nacional del sindicato. Actualmente, buscan que la cabeza de la planilla Roja, mediante su hermano Juan Hernández, asuma el control de la Coordinación Nacional Colegiada.

Han intentado arrebatar las cuotas históricas que legítimamente pertenecen a los trabajadores y que el bloque democrático recuperó tras años de lucha. Por ello, bloquean sistemáticamente la convocatoria al Congreso Nacional, único órgano con facultades legítimas para decidir sobre los asuntos colectivos.

Hablan de “unidad”, pero en realidad esconden ambiciones personales y autoritarias. Temen a la democracia y se colocan siempre en contra de la mayoría. Esta supuesta “unidad” no es otra cosa que la convergencia de intereses del Estado y la burguesía para controlar y debilitar la fuerza de los trabajadores de la cultura, subordinando los derechos colectivos a agendas privadas.

Esa es la incongruencia central de la planilla: predican una unidad que ellos mismos sabotean con sus hechos. Lo que llaman unidad no es más que una máscara para encubrir prácticas burocráticas y decisiones cupulares. No buscan unir a los trabajadores, buscan someterlos. Su “unidad” no es construcción desde abajo, sino disciplina impuesta desde arriba; no es diálogo democrático, sino obediencia ciega. En nombre de la unidad, lo que intentan es silenciar la crítica y eliminar toda forma de disenso.

Sin embargo, el sindicalismo no puede sostenerse en esas bases frágiles. La verdadera unidad no puede ser un recurso ideológico vacío, ni una palabra lanzada para tapar los conflictos reales. La unidad auténtica debe nacer de la participación de la base, de la deliberación colectiva, del reconocimiento de los agravios que hemos sufrido y de la construcción común de soluciones. Solo una unidad con contenido político real puede resistir los intentos de injerencia, el burocratismo y las imposiciones.

La planilla que hoy se escuda en la “unidad” demuestra, en los hechos, que no le interesa la democracia sindical. Al negarse a convocar al Congreso Nacional, niega el espacio en el que todos los trabajadores podríamos decidir nuestro rumbo. Al imponer carteras, mutila el principio de representación. Al buscar apropiarse de las cuotas, rompe con la pertenencia y la confianza básica de los trabajadores en su organización. ¿Qué clase de unidad puede construirse sobre esas bases de imposición y manipulación? La respuesta es clara: ninguna.

La conclusión no admite rodeos: la unidad abstracta de esta planilla es un simulacro. No es unidad, es centralismo. No es cohesión, es sometimiento. No es un proyecto colectivo, es la máscara con la que una minoría intenta perpetuarse. Y un sindicato que se deja arrastrar por esas consignas huecas está condenado a perder fuerza, legitimidad y rumbo.

Por eso, la crítica a esta planilla no es solo necesaria, es urgente. No podemos dejarnos engañar por su uso hueco de la palabra “unidad” para justificar la exclusión, el autoritarismo y la falta de propuestas. La verdadera unidad debe construirse desde abajo, con democracia, con la voz de los trabajadores, con respeto a nuestras instancias de decisión y con un programa claro de defensa de derechos y conquistas. La planilla de la “unidad” en abstracto no nos representa, porque no construye ni defiende nada.

Hoy más que nunca, debemos recordar que la unidad no se decreta: se construye. No se impone desde arriba: se conquista desde la base. No se reduce a un eslogan vacío: se llena de contenido en la lucha concreta. Esa es la unidad que necesitamos, y esa es la unidad que esta planilla nos niega.

Hoy la disyuntiva es clara y la lucha de clases se hace evidente: retroceder hacia viejas prácticas sindicales, subordinándonos a intereses empresariales y a estructuras de poder que buscan controlar a los trabajadores, o avanzar decididamente en la agenda de los trabajadores, fortaleciendo su participación y autonomía. Se trata de decidir entre construir una democracia sindical sólida, donde cada trabajador tenga voz y voto efectivo, o regresar al corporativismo, un modelo jerárquico y vertical que privilegia los intereses de unos pocos sobre los derechos colectivos. La verdadera unidad no es la que imponen los caciques ni la que se limita a un discurso vacío, sino la unidad objetiva de los trabajadores frente a la burguesía, frente a los intereses externos que buscan desarticular la organización desde dentro.

El bloque democrático ha demostrado con hechos su compromiso con los trabajadores, y es precisamente por ello que genera temor en quienes representan el corporativismo y la subordinación. Temen a la planilla azul porque saben que su fuerza no depende de favores, clientelismo o caprichos personales, sino de la participación activa, de la conciencia colectiva y de la defensa genuina de los derechos laborales. La planilla azul encarna la transparencia, la integridad y la responsabilidad sindical; su legitimidad surge de la base misma, no de acuerdos oscuros ni de mecanismos de control verticales.

La opción para los trabajadores es clara y no admite ambigüedades: la planilla azul. Porque ha probado, en la práctica cotidiana, que defiende los derechos de la clase trabajadora, que respeta los principios de democracia interna y que no se somete a intereses ajenos a los objetivos colectivos. Elegirla es apostar por la unidad real de los trabajadores, por la participación consciente y por un sindicato que sea verdaderamente un instrumento de defensa, autonomía y progreso de quienes lo integran. En contraste, renunciar a esta oportunidad significaría volver a un modelo donde los privilegios de unos pocos se anteponen a la justicia, a la equidad y a la fuerza organizada de la clase trabajadora.

Es tiempo de avanzar y de conquistar lo que por derecho corresponde al sindicato mayoritario de cultura: la titularidad, cuya demanda fue desechada por culpa de quienes hoy buscan perpetuarse, pero que, sin embargo, por ley nos pertenece. Es momento de que todo trabajador de la cultura tenga el derecho a ser defendido y a agruparse con sus semejantes en el sindicato mayoritario. Fortalecer la unidad de los trabajadores es el principio que encarna la planilla azul.

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