Consuelo Uranga. La Roja: pasión, política y revolución
Por Cristina Espitia
Consuelo Uranga es una de las figuras más importantes de la izquierda mexicana y de la política del siglo XX; sin embargo, su nombre no figura entre los personajes renombrados de la militancia comunista, lo que hace indispensable rescatar su memoria de las tinieblas del olvido.
Desde temprana edad mostró una actitud combativa-aguerrida y un esplendor natural para cautivar y persuadir a las multitudes. El eco de su voz firme y vibrante, retumbo en los escenarios populares; no era una joven cualquiera, sino una figura en formación que ya anunciaba la fuerza que más tarde desplegaría en la vida pública del país.
Consuelo Uranga nació el 9 de noviembre de 1903 en Rosales, Chihuahua, y murió en la Ciudad de México a los 74 años, en 1977. Su vida estuvo marcada por la lucha y la militancia: del activismo marxista a su trabajo como fundadora del Partido Comunista Mexicano, mostrando que el compromiso político genuino transforma ideas en acción y convicción en transformación social.
Diversos escenarios como el Teatro de los Héroes y la primera estación de radio de Chihuahua , fueron testigos de la fiereza y tenacidad de su palabra al declamar los versos de Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Manuel Aguilar Saenz durante la época posrevolucionaria.
Esa habilidad notable para conmover y persuadir, combinada con un carácter rebelde y profundamente ligado a la causa popular, la impulsó a dar el salto hacia la política activa. Así, convirtió el arte de la oratoria en acción y compromiso social, llegando a ser una de las fundadoras del Partido Comunista Mexicano.
Es aquí donde el discurso se vuelve un arma de combate colectivo, capaz de convertir la sensibilidad en compromiso y la palabra en acción. Su oratoria, lejos de quedarse en los escenarios, se volvió crisol de cambio.
Su primer paso en el terreno político ocurrió en 1929, cuando participó activamente en la campaña vasconcelista junto a su hermano Rodolfo. Muy pronto su activismo viró hacia otras trincheras: se adentró en círculos marxistas y terminó por afiliarse al Partido Comunista Mexicano.
Su inteligencia y coraje hicieron que de inmediato destacara. No era una militante más: sabía hablar con los trabajadores, escuchar sus preocupaciones y transmitir convicciones con claridad y pasión. Para Consuelo, la justicia no era un ideal abstracto, sino una causa que exigía entrega total.
Entre 1931 y 1934 representó con carácter firme y convicciones inquebrantables a las mujeres comunistas en los congresos donde se discutía el voto femenino, haciendo de su voz un estandarte de lucha.
Impulsó la organización de los sindicatos mineros en Chihuahua, dando respaldo absoluto a quienes sostenían con su esfuerzo el trabajo más arduo, el de los obreros del norte del país, se mantuvo firme junto a los trabajadores petroleros de Veracruz y Tabasco, apoyando sus demandas y defendiendo sus derechos.
Años más tarde se unió y apoyó activamente durante el exilio español en México en las comisiones de republicanos españoles, dejando claro que su que su compromiso siempre estuvo ligado a las luchas internacionales.
Su vida recuerda que la defensa de los derechos de las mujeres no podía desligarse de la causa obrera. Demostró que las luchas por la igualdad no eran asuntos aislados, sino parte de una misma encrucijada social donde la dignidad femenina y la justicia se reclamaban al unísono. En su voz, las trabajadoras encontraron eco, y en su acción, los obreros hallaron respaldo.
Consuelo Uranga, “la roja”, mote con el que se le nombró debido a su profunda entrega con la causa obrera y feminista, fue mucho más que una figura política: fue una mujer adelantada a su tiempo, una oradora que incomodaba, una militante que nunca renunció a sus convicciones y una luchadora social aguerrida. Su historia ilumina el siglo XX mexicano desde el compromiso, la valentía y la constancia. Recordarla es reconocer que hay vidas que, aun siendo invisibilizadas de la historia oficial, regresan con fuerza para recordarnos que la lucha no se extingue, que continúa más fuerte que nunca.
Nombrarla hoy es un acto de justicia. Nos invita a preguntarnos: ¿qué huellas queremos dejar y qué causas vale la pena sostener con tanta firmeza como lo hizo “la roja”?