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Del progreso a la frustración: la farsa del Ko’ox

 

Por: Luna Grajales

El 29 de octubre de 2025 quedará marcado como el día en que Campeche fue sometido a un experimento fallido llamado Ko’ox. Ese primer día fue un caos absoluto, un desastre monumental que dejó a miles de personas varadas, confundidas y furiosas. Lo que se presentó como una “transformación histórica del transporte público” se convirtió, en cuestión de horas, en un infierno cotidiano. Calles saturadas, rutas mal planeadas, usuarios desorientados y un servicio que no funcionaba. Esa fue la realidad. No hubo avance, no hubo modernización: hubo desorden, hubo burla.

¿De qué sirve cambiar los camiones si destruyeron las rutas que por años habían funcionado? No era necesario reestructurarlo todo. Hubieran dejado las mismas rutas, pero no, decidieron jugar con el tiempo, el dinero y la paciencia de la gente trabajadora. Ahora hay personas que deben hacer hasta tres transbordos para llegar a su trabajo, y eso sin contar que pronto comenzarán a cobrar el nuevo pasaje. ¿Qué pasará entonces? ¿Quién podrá pagar tantos camiones cuando el salario sigue siendo el mismo de siempre?

La supuesta modernización del Ko’ox es una farsa. Un disfraz elegante para ocultar un sistema podrido desde sus cimientos. Nos dijeron que habría más unidades, pero la realidad es que ni siquiera en la ruta troncal hay suficientes camiones. ¿De qué sirve ponerle otro nombre al transporte si el problema sigue siendo el mismo o incluso peor? No hay organización, no hay planeación, no hay respeto a la necesidad de la clase trabajadora por desplazarse. Y mientras tanto, los representantes políticos de la burguesía se llenan la boca hablando de progreso y eficiencia, como si ellos fueran los que pasan horas esperando bajo el sol o viajando apretados como sardinas.

Este desastre no es solo un fallo técnico: es la aplicación consciente de la mercantilización del sistema del transporte en favor de la burguesía. El Ko’ox no fue diseñado para los campechanos; fue diseñado para el negocio. Porque detrás de cada ruta mal hecha y de cada aumento de tarifa, hay alguien que se llena los bolsillos. El transporte dejó de ser un servicio público y se convirtió en una máquina de lucro. No se trata de ayudar al pueblo, se trata de exprimirlo.

Y lo más indignante es que nos quieren hacer creer que esto es “por nuestro bien”. Que los aumentos, las rutas mal hechas y los camiones insuficientes son “parte del proceso”. ¡Mentira! Lo que realmente hicieron fue complicar la vida de la gente que madruga para trabajar, estudiar o regresar a casa. Nos quitaron tiempo, energía y dinero, y todo para alimentar un sistema que solo beneficia a unos cuantos.

Campeche no necesitaba un nuevo nombre ni camiones de colores; necesitaba un transporte digno, eficiente y accesible. Pero una vez más, los de arriba decidieron sin escuchar a los de abajo. Decidieron por nosotros, sin nosotros. Y ahora somos los que pagamos las consecuencias de su “gran idea”.

El 29 de octubre no fue el inicio de un cambio: fue el reflejo del abandono. El Ko’ox no modernizó nada; solo evidenció lo desconectado que está el Estado burgués de la realidad del pueblo. Porque el transporte no puede ser un lujo, ni una excusa para enriquecerse. El transporte debe ser un derecho, no un castigo.

Por eso, ante tanto cinismo, solo queda levantar la voz y organizarse. El pueblo ya está cansado de soportar decisiones que se toman a puerta cerrada, de pagar por los errores de otros, de sufrir cada día un servicio que debería servirnos y no hundirnos. Ya basta. No queremos discursos ni promesas vacías. Queremos dignidad, respeto y justicia. Queremos que el transporte público vuelva a ser lo que siempre debió ser: un derecho del pueblo, no un negocio de unos pocos.

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