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Esther Chapa: cuando la ciencia se vuelve militancia

 

Por: Cristina Espitia

A pesar de su enorme aporte al país en la ciencia, la organización política y la lucha por los derechos de las mujeres, su nombre no ocupa aún el lugar que merece en la memoria pública.

La vida de Esther Chapa Tijerina es la historia de una mujer que se abrió paso a contracorriente en un país que intentaba mantener a las mujeres lejos de los espacios donde se tomaban decisiones. Desde su nacimiento en Tampico en 1904, hasta su muerte en 1970, Esther desafió cada límite que el sistema le puso enfrente.

Se impuso en un campo dominado por hombres, se graduó como médica cirujana en 1928 y pronto logró convertirse en la primera mujer mexicana en ganar por oposición una cátedra en Microbiología en la Facultad de Medicina de la UNAM, donde compartió su experiencia y formó generaciones de estudiantes a través de la docencia durante cuatro décadas.

Se unió al Partido Comunista Mexicano en un momento en el que militar siendo mujer significaba desafiar no solo a la derecha conservadora, sino también los prejuicios dentro de la propia izquierda. Su llegada coincidió con los años 30´s, una etapa marcada por la movilización popular.

Durante el gobierno de Lázaro Cárdenas, Esther volcó su energía en el trabajo social y la organización comunitaria. En ese mismo tiempo se integró al Frente Único Pro Derechos de la Mujer, donde la discusión sobre el voto femenino se volvió fundamental. Esa convicción la plasmó en El derecho de voto para la mujer (1936), donde afirmó con claridad que la participación política de las mujeres no debía verse como un privilegio, sino como un derecho.

La labor diplomática de Esther también destacó en el ámbito de la solidaridad internacional, cuando la Guerra Civil Española dejó a cientos de niños sin país, México abrió sus puertas mientras otras naciones les daban la espalda. En ese contexto, Cárdenas la nombró directora del Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español. Su labor no fue sólo administrativa: organizó su llegada, les buscó refugio y los protegió frente a las voces conservadoras que rechazaban cualquier apoyo a la República.

Más adelante siguió ese mismo camino: participó en actos de apoyo a la Unión Soviética, a Cuba y a distintas causas de izquierda. Su internacionalismo fue constante, firme y, aunque pocas veces reconocido, fue una parte esencial de su militancia.

Durante el sexenio de Ruiz Cortines, su trabajo en la dirección de Prevención Social marcó un giro importante en la forma de entender la cárcel para mujeres. En 1954 impulsó la creación de Santa Martha Acatitla, pensando en algo más que encierro y castigo. Su idea era sencilla pero profunda: que las mujeres que llegaban ahí tuvieran acceso a educación, atención médica y oportunidades de trabajo. Buscaba mejorar las condiciones de vida y abrir una ruta más humana dentro del sistema penitenciario femenil.

Durante los años cincuenta, sintió una profunda admiración por la Revolución China, volviéndose su causa y pasión. Impulsó la creación de la Sociedad Mexicana de Amistad con China Popular, donde organizó intercambios, repartió libros y revistas, armó viajes y presionó al gobierno mexicano para reconocer a la República Popular China. Lamentablemente esta organización se vino abajo por pleitos al interior del gobierno.

Fundó otra: la Sociedad Mexicana de Amigos de China Popular. Desde ahí difundió el pensamiento de Mao, donde respaldó a grupos maoístas y acompañó a activistas que buscaban sacudir la tibieza política de su tiempo.

Su compromiso llegó tan lejos que terminó rompiendo su relación con el PCM. No fue un arrebato: fue una crítica frontal a la burocracia del partido. Por eso siguió por su cuenta: dio conferencias, repartió materiales, sostuvo redes internacionalistas y mantuvo viva la causa china hasta que el cáncer la obligó a parar. Murió en 1970 sin ver el reconocimiento oficial de China, pero su trabajo no quedó tirado; su hermana Virginia tomó la estafeta y siguió empujando.

En sus últimos años, Esther enfrentó el cáncer sin apartarse de la lucha, aunque la enfermedad terminó por vencerla en 1970, antes de que México reconociera oficialmente a China. Ocupó espacios que no estaban pensados para mujeres, convirtió la ciencia en un frente político, apostó por un feminismo que transforma estructuras y asumió como propias las batallas de otros pueblos. Esther Chapa Tijerina pertenece a esa tradición de mujeres de izquierda que no se quedaron al margen; pelearon por un país más justo.

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