Buscar por

La Dua: cuando México es más mercancía que cultura

 

Por Fernando Zatarain

Mónica está cansada. Ha hecho dos horas desde el Centro de Xochimilco, un barrio de clase trabajadora, a La Condesa, una zona gentrificada de la CDMX. A eso, hay que sumarle una hora en la fila para comprar tres tacos a 249 pesos en la taquería La Dua la taquería de Dua Lipa que estará sólo unos días abierta durante su visita en la ciudad. “Gano 300 pesos diarios, así que me estoy comiendo todo mi sueldo en una salida” menciona entre risas.

Durante la última semana, la apertura de La Dua, la taquería “inspirada en México” impulsada por Dua Lipa, ocupó titulares y timelines por igual. La premisa era sencilla: una estrella pop internacional rinde homenaje a la gastronomía mexicana. El resultado, menos inocente: tres tacos a 249 pesos, personas viajando horas desde la periferia de la ciudad para poder comerlos, y todo en una zona donde la estética “de barrio” es considerada una mercancía sanitizada, con precio incluido.

En apariencia, La Dua es el gesto amable de una artista que “conecta con México”. En sustancia, es un recordatorio de que la industria cultural global ya no opera siguiendo afinidades artísticas o afinidades emocionales, sino gráficas de audiencia y reportes trimestrales. La CDMX —y en particular, un puñado de colonias— se ha convertido en un escenario recurrente donde artistas internacionales despliegan un simulacro de cercanía cultural que encaja a la perfección en los algoritmos de marketing.

La CDMX como capital mundial del streaming

Los datos son contundentes.

Según cifras públicas de Spotify, la CDMX ha sido la ciudad #1 de oyentes de Bad Bunny a nivel mundial, superando con holgura a ciudades estadounidenses y europeas. Dua Lipa también ha colocado a la CDMX repetidamente como su ciudad con más oyentes, por encima de Londres, Nueva York o Los Ángeles. Otros artistas masivos como The Weeknd, ROSALÍA, Harry Styles y Taylor Swift han tenido temporadas en las que México aparece en su top global de escuchas mensuales.

Es decir, la admiración no fluye en sentido artístico: fluye en sentido financiero. La CDMX no es su musa; es su mercado principal. Y un mercado principal exige presencia, productos, activaciones, experiencias y, por supuesto, extractividad.

Así aparece La Dua, no como una taquería, sino como la versión comestible de una campaña de posicionamiento.

El mapa reducido del “México internacional”
La narrativa dice que los artistas “aman México”.

El mapa contradice esa narrativa.

Eventos promocionales, lanzamientos, colaboraciones, pop-ups gastronómicos: todos se concentran en las mismas cuatro colonias —Roma, Condesa, Juárez y Polanco— como si la ciudad terminara donde terminan los murales fotogénicos y los departamentos remodelados para Airbnb.
Si esta experiencia fuera realmente un gesto de integración cultural, ¿por qué nunca aparece en: Iztapalapa, Gustavo A. Madero, Neza, Tláhuac, Azcapotzalco o Xochimilco? ¿Por qué el amor por lo mexicano siempre cabe en un cuadrante donde un café cuesta lo mismo que un almuerzo entero fuera del circuito gentrificado?

La respuesta incomoda: porque no es amor, es segmentación socioeconómica. El público al que se dirige la artista no es “México”, sino el comprador ideal: bilingüe, bancarizado, habituado al consumo aspiracional y poseedor de la estética adecuada para ser fotografiado dentro de la experiencia.

La barrera invisible entre el fan y la periferia
Mientras tanto, el fanático real —el que sube canciones a primer lugar mundial, el que compra boletos de 4,000 pesos con meses sin intereses, el que llena estadios dos o tres noches seguidas— permanece fuera del diseño de la experiencia.

La periferia es lo suficientemente buena para convertir a un artista en número uno, o para garantizar ganancias récord en giras, sin embargo, no lo es para que la artista inaugure un local, siquiera por estrategia.
El mensaje es claro, aunque nadie lo diga en voz alta:

“Gracias por financiar mi carrera global. Nos vemos en la Roma, si puedes pagar los 249 pesos por tres tacos.”

El público mexicano es imprescindible como consumidor, pero prescindible como comunidad. Y esa es la paradoja central de este fenómeno: el artista internacional se nutre del volumen afectivo latinoamericano, pero sólo interactúa con él a través de filtros socioeconómicos.

No es apropiación cultural: es logística corporativa

Muchos se apuraron a debatir si La Dua constituye apropiación cultural, sin embargo, la discusión es otra.

Esto no es apropiación, sino tropicalización del marketing: tomar un símbolo local, suavizarlo hasta volverlo inofensivo, envolverlo en branding internacional y venderlo al precio que permite la gentrificación.

El taco no es taco. Es empaquetado, una extensión de marca y un gesto que aparenta amor por la cultura, mientras opera sobre las bases del capitalismo global: monetizar donde hay consumo masivo, instalarse donde hay renta alta, hablarle sólo a quienes conviene, en las zonas donde conviene.

En ese modelo, el latinoamericano —y especialmente el mexicano— juega un papel específico: llenar estadios, llenar métricas, llenar reportes de ingresos. Ser base de datos, no destino cultural. Y quizá ahí radica el punto más incómodo de todos: el artista global no viene a nuestro país porque nos entiende. Viene porque nos hemos convertido en un mercado que ninguna disquera puede ignorar. Y mientras las luces de La Condesa se apagan detrás de ella, Mónica vuelve a subirse al transporte rumbo a Xochimilco, recordándonos que para el mercado global somos trending topic, pero nunca destino.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *