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EL SENTIDO TEÓRICO DEL CONCEPTO “ÉPOCA DE REVOLUCIÓN SOCIAL”

Ernesto Schettino Maimone
Profesor de la FFyL de la UNAM

    “Cosas veredes mío Cid que farán fablar las piedras.

 

Nuestro tiempo presenta problemas en todos los ámbitos que parecerían a primera vista el triunfo más radical de las concepciones irracionalistas de la Historia. Se derrumban esquemas y prejuicios en cortísimos períodos, nacen y perecen modas teóricas, se esfuman unas ilusiones y brotan otras nuevas, para perecer más tarde. Especialmente la crisis por la que atraviesan los países que han adoptado gobiernos socialistas y el aparente triunfo de los lineamientos económico-políticos abanderados por Reagan hacen hoy día estragos en las mentes de unos y otros, como hace unos años les parecía inevitable lo contrario aún a los más radicales anticomunistas.

Todo esto y aún muchos más que estamos todavía por ver tiene, no obstante, la más plena racionalidad histórica. A riesgo de ser tildados de ingenuos por quienes en su subjetividad aspiran a la eternidad de este momento, o de algún pecado teórico de especulación ante la imposibilidad de presentar en esta ponencia todas las pruebas y argumentos concretos de carácter histórico, así como de la clara conciencia que tenemos de la debilidad de lógica de razonamiento por analogía, debemos sin embargo señalar que estos fenómenos que están ocurriendo y seguirán haciéndolo, están plasmados teóricamente en el concepto de “época de revolución social”, elaborado por Marx desde el siglo pasado, aunque infortunadamente no desarrollado ni clarificado por él .

En efecto, en el famoso prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política, tan rico y mal trillado, Marx dedica una especial atención de problemas de los cambios estructurales de la historia, porque en ese tema está contenido el núcleo principal del paso a una nueva sociedad. De hecho es una preocupación que ya aparece desde el texto de La Ideología Alemana y que permanece hasta su muerte.

El consabido texto en su parte medular afirma: “Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.” Y continúa algo más adelante “Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia  por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua.”

Si eliminamos la dificultad de la enorme abstracción que contiene el texto – hasta donde esto es posible -, podemos señalar que en él se contienen los elementos determinantes para la comprensión del fenómeno que estamos viviendo. Es decir, nos ha tocado en suerte, nada menos ni nada más, que formar parte de una etapa histórica de transformación estructural: de una época de revolución social.

Antes de que salten las objeciones, que seguramente están en la mente de más de uno de nuestros interlocutores, debemos abordar el problema teórico que está en el fondo de esto.

Primero que nada, debemos hacer una distinción en nuestro concepto de revolución. Genéricamente “revolución” implica un trastorno de algún tipo esencial; en el contexto social denominamos tal, en principio, a todo movimiento que ejerce violencia sobre el orden establecido; luego, como una determinación ideológica, lo colocamos en un sentido progresivo (aunque nada impide que, con su respectiva calificación, lo hagamos también con aquellos de signo negativo). Por ‘violencia’ entendemos aquí su significado más original, aristotélico, y no el sentido restringido de brutalidad extrema, que obviamente también está presente.

Ahora bien, cuando Marx habla de época de revolución social, no está entendiendo movimientos armados para la consecución del poder político, ni siquiera cuando éstos producen ajustes en la estructura de la sociedad o acompañan a las grandes transformaciones. Por su finalidad, este tipo de revoluciones llevan el calificativo de políticas, como sería, por ejemplo, el caso de la Revolución francesa o incluso el de la rusa de 1917. El no desarrollo de la tesis por parte de Marx ha producido grandes confusiones, al identificarse este tipo de grandes revoluciones políticas con las épocas de revolución social. Pero, hablar de revoluciones sociales para referirse a este tipo de movimientos no tiene sentido, ya que toda revolución política es necesariamente, por su origen, una revolución social.

Además del insuficiente desarrollo por parte de Marx, creemos que la fuente de confusión también radica en el hecho de no relacionar las fases relativas al término de época de revolución social al conjunto del texto del prólogo y del libro mismo. Resulta en principio absurdo que se prologue una obra sobre la estructura del sistema capitalista y se hable de revoluciones políticas que para nada aparecen en el texto; y todavía más significativo nos parece que en el famoso prólogo Marx sólo maneje en forma indirecta la problemática de las clases y la lucha de clases, que estaría más íntimamente vinculada a la problemática de las revoluciones políticas.

En cambio, el prólogo y el libro están en función de la estructura de las formaciones histórico-sociales, en general, y de los modos de producción, en particular, haciéndose clara referencia al problema del desarrollo histórico progresivo y a las épocas históricas, lo que implica el tema de la periodización en la Historia.

Respecto a la periodización de la Historia, en el prólogo texto hace la expresa referencia “como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués” y en él no se refiere a las etapas de desarrollo del modo de producción capitalista (mercantil, manufacturero e industrial), que sí toca esencialmente el libro. La consecuencia de esto es evidente: cuando se refiere a épocas de revolución social está significando los fenómenos que permiten el tránsito de un modo de producción determinado a otro.

Ahora bien, en ningún pasaje de su obra (y menos del texto aludido) Marx afirma que una revolución política, por importante y trascendental que ésta sea, produce el cambio estructural. Cuando más es coadyuvante del fenómeno, razón por la cual habla de la revolución sólo como “partera de la historia”. Sea dicho esto sin demérito de los movimientos revolucionarios, pues son expresión necesaria del movimiento histórico; lo destacamos para que no se confunda lo determinante con lo determinado y mediado.

En todo momento, aún en las etapas de entusiasmo de las luchas políticas en donde se exaltó la lucha de clases hasta su reificación, Marx (y aún Engels, que es el más entusiasmado) sitúa la base del movimiento histórico-universal (que él denomina también “historico-natural”) en la práctica humana básica: el trabajo y sus aspectos, esto es, en el desarrollo de las fuerzas productivas, concebidas siempre como algo concreto histórico-social. Más aún, en ellas sitúa el elemento de continuidad y conexión racional de la historia, colocando los factores de discontinuidad o ruptura en las relaciones sociales de producción y sus derivados (grupos sociales, estructuras políticas, jurídicas e ideológicas), siempre concebidas fuera de lo especulativo, es decir, como fenómenos concretos comprobables empíricamente, además de dialécticamente relacionados [hacemos mención de esto para salir contra cualquier objeción al respecto y situar en sus justos límites la posición].

En consecuencia, la falta de comprensión de la tesis viene también y básicamente de una mala abstracción, que podía comenzar a ser subsanada comenzando por la lectura de La Ideología Alemana, que es donde por primera vez plantea el problema de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción (aunque en esa fase hablaba todavía de “intercambio”), pero sobre todo y radicalmente con una cultura histórica, porque el conjunto del libro y de la totalidad de la concepción materialista de la Historia se vuelven entelequias metafísicas sin el contenido histórico concreto.

En efecto, la básica incomprensión del fenómeno histórico de las épocas de revolución social, así como de su trascendencia para la explicación y abordaje de nuestra propia época, se deben a la ausencia de una información y estructuras de información adecuadas sobre el desarrollo histórico universal, Ciertas posibilidades de explicación y más aún de previsión y acción, se fundan en principios de razonamiento que requieren de una información sólida, pero sin excluir los más débiles de la analogía (por lo demás tan útiles).

Sin -primero- una identificación del fenómeno “época de evolución social” con las grandes etapas históricas que permiten el tránsito entre modos de producción determinados y sucesivos y, por consiguiente de una formación económica-social a otra; y -segundo- un estudio serio y sistemático de los fenómenos históricos reales correspondientes (el neolítico, la llamada “época homérica”, el “Colonato” romano, el “Renacimiento” y lo que estamos viviendo), el mencionado término carece de auténtico significado y se vuelve inútil o, al menos, puramente ideológico.

Nos es imposible en estas breves páginas hacer un desarrollo suficiente de la teoría que involucra el concepto de “época de revolución social”, pues no está en absoluto desligado del conjunto teórico del materialismo histórico y de su concreción historiográfica, pero intentaremos señalar algunos de sus características y fenómenos básicos.

Ante todo, es preciso indicar que, como todo fenómeno histórico, cada época de revolución social tiene su propia especificidad, aunque también algunos rasgos comunes. Dentro de éstos están los mencionados por Marx en el prólogo, especialmente el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas con las relaciones sociales de producción existentes (v. gr. producción agrícola con apropiación comunal directa; excedentes suficientes de producción agropecuaria a nivel parcelario con propiedad comunal despótica; etc.).

También encontramos como rasgo común en las formas preexistentes de épocas de revolución social, la presencia de tres etapas más o menos definidas de las mismas: la primera, que es la más notoria, de una crisis generalizada o global del sistema: la segunda, la más caótica, que es la de experimentación de salidas prácticas, de ensayo y error, en la cual dejan de ser dominantes las relaciones de producción anteriores y su lugar es ocupado por nuevas relaciones confusas, atípicas y múltiples, entre las cuales se pueden identificar las que se tornan determinantes a futuro, así como fenómenos supraestrucutrales correspondientes a dichas relaciones; y, tercera, aquélla en la cual se van totalizando los fenómenos de la nueva formación económico-social a partir de las relaciones de producción nuevas y determinantes, hasta la estabilización del nuevo sistema.

No debe confundirse una época de revolución social con otras modalidades que se presentan en el cambio estructural, aunque una de ellas está íntimamente vinculada: la difusión de un sistema sobre la base de determinadas condiciones objetivas (v. gr. la adaptación de Roma al modo de producción antiguo clásico) o en formas de conquista y colonización, que producen fenómenos derivados y subordinados (por ejemplo, en el caso de América).

Nuestra época [aunque no podemos fijar límites absolutos a los períodos históricos por tratarse de procesos complejos, situamos sus inicios en la segunda década del siglo XX, con manifestaciones tales como la Revolución Mexicana, la Primera guerra mundial y la Revolución Rusa, ya que se trata de fenómenos que presentan rupturas estructurales en el desarrollo capitalista] corresponde ampliamente a la primera fase de una época de revolución social, es decir, a la etapa de crisis generalizada, pese a que la especificidad y dinamismo capitalista le da características destacadas frente a otros fenómenos semejantes del pasado.

Existen dificultades teóricas y prácticas para hacer esta identificación, ya que en las etapas de crisis generalizadas siguen siendo parcialmente dominantes las relaciones de producción decadentes y suelen producirse retrocesos importantes – reales o aparentes -, lo cual propicia la ilusión de que se trata de crisis pasajeras y, por tanto, los sujetos en quienes se personifican las relaciones sociales dominantes se aferran a tendencias subjetivas, ideológicas, mediante las cuales creen eternizar su situación, máxime en momentos de determinados repuntes temporales, lógicos dentro de las crisis. Por lo demás, la falta de una distancia histórica frente al fenómeno, o sea, el estar inmersos en él, el no poder observar claramente las consecuencias de las prácticas transformadoras, impide una comprensión cabal.

Cualquier romano, incluyendo los más profundos y perspicaces de la época de Diocleciano, era incapaz de ver más allá de las reformas concretas que se habían efectuado durante más de un siglo y podía dormir tranquilo pensando que la crisis había sido superada y que todo estaba en orden, sin imaginar siquiera que estaba en la cúspide de una etapa de crisis generalizada de una época de revolución social. Nuestras fuentes indican tan sólo atisbos de conciencia del cambio por parte de algunos sujetos, mas no una claridad de que estaban transitando hacia un nuevo tipo global de sociedad. Ni siquiera en el Renacimiento, donde existen mayores niveles de conciencia histórica y social, los pensadores avanzados son plenamente claros de que están en este tipo de situación, aunque algunos apunten al asunto. Obviamente están conscientes de la existencia de cambios pero no del tipo exacto de los mismos.

Estaban más o menos en nuestra situación actual, aunque el desarrollo de nuestra conciencia histórica nos da relativas ventajas (bloqueadas, sin embargo, por los aparatos de control ideológicos y de comunicación social, también altamente desarrollados).

Y es que en la fase de crisis generalizada se tiene la apariencia de estar inmerso sólo en crisis parciales, que pueden ser resueltas con algunas modificaciones o reformas, debido a que éstas restablecen momentáneamente el sistema modificado, para agravar y agudizar poco más tarde la crisis en otros fenómenos (por ejemplo y simplificando: la escasez de esclavos en el latifundio incrementa los precios de los artículos en el siglo III, para resolver esto se aplican medidas como asimilar arrendadores o mejorar la vida de los esclavos, dándoles tierras: luego se garantiza esto por el Estado, con medidas como el sistema impositivo bajo Diocleciano y el edicto de adscripción con Constantino, lo cual será justamente la garantía de destrucción del sistema esclavista y del Imperio romano, aunque en su momento fuera visto como todo lo contrario). Entonces se presenta el fenómeno como una cadena o serie de crisis parciales, en las cuales pareciera que las decisiones y prácticas adoptadas fueran causa de la siguiente, concebidas en su momento como errores, mala fe o incapacidad de quienes las asumieron, hasta que finalmente se presentan como lo que son: manifestaciones de una crisis global que abarca todos los aspectos de la vida social, insalvable bajo las viejas formas.

Resumiendo las características determinantes más destacadas y comunes de las fases de crisis generalizadas (salvando los elementos de especificidad y concreción), son los siguientes: constituyen la etapa inicial de una época de revolución social: existe una contradicción insalvable entre el desarrollo de fuerzas productivas y relaciones de producción, que se intenta salvar agudizando cada vez más las contradicciones con el intento: destrucción real y aparente de fuerzas productivas; desarrollo degenerativo de las formas existentes de distribución, intercambio y consumo; modificación constante de relaciones de trabajo y de apropiación (relaciones de producción); conflictos sociales derivados de los fenómenos anteriores; incremento de fenómenos de violencia social; inestabilidad política casi permanente; decadencias de sistemas de valores sociales; incremento de tendencias contradictorias en la ideología (pesimismo-optimismo: ensimismamiento-trascendencia: etc.): formas ideológicas de “salvación”, especialmente de tipo trascendente (religiones, supersticiones, etc.); y muchas otras manifestaciones más.

Este tipo de fenómenos sólo tienen semejanzas (pero también diferencias específicas) con etapas de ajuste parcial en un modo de producción determinando, aunque una primera distinción evidente es su duración y otra es la presencia de cambios estructurales que afectan al sistema. No así su violencia, puesto que algunas crisis parciales dan lugar también a fenómenos de gran crueldad.

Ahora, basta hacer un recuento histórico objetivo de la historia del presente siglo para confrontar fenómenos, para cobrar conciencia de la magnitud del cambio: dos grandes guerras de ajuste de mercados, con consecuencias profundas en las relaciones económicas; una serie de revoluciones políticas con pretensión socialista, en las cuales se han implantado formas experimentales de propiedad social de los medios de producción e intercambio; así como nuevas modalidades de relaciones de trabajo; una serie de graves crisis económicas con repercusiones en modificaciones a la propiedad capitalista y a las relaciones de producción; crisis casi permanente, con sus ajustes correspondientes en los mercados de valores; desarrollo incontenible de nuevas fuerzas productivas (v. gr. energía atómica; industria cibernética); constitución de grandes compañías transnacionales; innovaciones constantes al mercado mundial y a los mercados internos; procesos en serie de inflación-devaluación-; formas de endeudamiento cada vez más complejas; sustitución en la determinación del proceso de reproducción del capital de los distintos tipos de mercado (materias primas, valores, industrial, etc.); substitución paulatina del trabajo general y abstracto por el altamente calificado; tendencia a la nivelación del trabajo profesional asalariado con el obrero altamente calificado; problemas ecológicos generados por la sobreproducción; reajustes en los sistemas de obtención de plusvalía absoluta y relativa; etc. Todo esto sin mencionar fenómenos de carácter esencial y determinantemente supraestructurales, del tipo de las luchas políticas,  de las fracturas morales, de las nuevas manifestaciones ideológicas y culturales, cuya simple enumeración nos llevaría gran cantidad de tiempo.

A lo anterior habría que agregar lo ocurrido al interior de los países socialistas, algunos de cuyos fenómenos insuficientemente comprendidos dan origen a nuevas aventuras de la ideología en su frustración o ilusión optimista, según el caso. Los ajustes internos del tipo de la perestroica y gladnost no son más que aspectos justamente de una época de revolución social, se les puede presentar subjetiva, ideológicamente como un desastre o una “prueba irrefutable” del “fracaso” socialista los fenómenos que ocurren en la Unión Soviética o Polonia, sin ver que tan socialistas son dichos fenómenos, como las transformaciones mencionadas que aún están determinadas bajo formas capitalistas, pero que constituyen desarrollos avanzados hacia modalidades de la apropiación social de los medios de producción, hacia formas superiores de condiciones y relaciones de trabajo, hacia nuevas configuraciones de relaciones político-sociales.

Por todo lo anterior, creemos que en buena medida la solución teórica a los problemas de nuestro tiempo está intrínseca en el texto del prólogo a la Contribución de la crítica de la economía política, y que sus consecuencias prácticas ameritan a la vez un análisis histórico y prospectivo de las épocas de revolución social.

 

“Eppur si muove”

 

[Ponencia presentada en el V Congreso Nacional de Filosofía, Jalapa 1989]

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