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El oportunismo y la ideología de la Revolución Mexicana

Jorge Méndez
Miembro del CC del PCM

Artículo publicado en El Machete no.5 pp. 42-52.

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“Todos los marxistas, tanto de Alemania como de Francia, etc.,
han dicho y demostrado siempre que el oportunismo es una
manifestación de la influencia de la burguesía en el proletariado,
es una política obrera burguesa, es la alianza de una parte insignificante
de los elementos aburguesados del proletariado con la burguesía.”
V.I. Lenin. El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional.

 

 

El argumento general de este trabajo gira en torno a una cuestión esencial relacionada con la táctica y la estrategia del Partido marxista-leninista en general, y del Partido Comunista de México (PCM) en particular: la lucha en contra del oportunismo.

En absoluto resulta una novedad afirmar que una de las tareas fundamentales del PCM, como de los marxistas-leninistas en general, es sin lugar a dudas, precisamente, la lucha en contra del oportunismo. Sin embargo, es evidente que la actitud correspondiente de la crítica marxista-leninista no puede limitarse a la simple afirmación, al simple reconocimiento de dicha tarea, sino que, dado su carácter primordialmente científico, y, por ende, revolucionario, se encuentra obligada a abordar la cuestión, valga la redundancia, bajo los lineamientos de su propia concepción científica, es decir, bajo los lineamientos del materialismo dialéctico-histórico.[1] La crítica marxista-leninista, por su propia composición, no tiene como propósito la obtención de conocimiento por sí, cual compendio anecdótico, por lo contrario, su principal objetivo consiste en la aplicación del conocimiento científicamente obtenido en la transformación de la realidad concreta, es decir, en la práctica, cuya correspondencia no es otra cosa que la condición de su verdadera legitimidad.[2]

Es claro, por tanto, partiendo de la anterior premisa, que la crítica marxista-leninista del oportunismo, trascendiendo categóricamente el simplismo, debe estructurarse necesariamente bajo los lineamientos del materialismo dialéctico-histórico, lo que implica, en lo general, el desenvolvimiento crítico de las contradicciones internas del oportunismo con la finalidad de llevar a la práctica el conocimiento obtenido, cuyo ejercicio, y, al mismo tiempo, condición de legitimidad, en la política del Partido marxista-leninista, es indudablemente la lucha en contra del oportunismo propio.

Tomando como base lo anterior, el presente análisis referente a la cuestión tiene como objetivo principal evidenciar, en lo fundamental, el efecto retrógrado de la ideología de la Revolución Mexicana en el movimiento revolucionario del proletariado en México. La ideología de la Revolución Mexicana se ha constituido históricamente como una doctrina económico-política de la burguesía nacionalista estructurada en contraposición del liberalismo económico imperialista, que se ha convertido, al mismo tiempo, en uno de los principios esenciales de la gran mayoría de las corrientes oportunistas en México. Para cumplir a cabalidad con dicho propósito ha resultado conveniente remontarse desde la más amplia generalidad del oportunismo, es decir, de aquello que lo define como tal, hasta la forma particular que adquiere con la ideología de la Revolución Mexicana, pues un análisis de tal proceder evidencia, sin lugar a dudas, sin máscaras ideológicas, su verdadero linaje, su verdadera herencia.

 

  1. La lucha histórica del marxismo-leninismo en contra del oportunismo.[3]

 

Los comunistas no debemos olvidar que los lineamientos fundamentales del marxismo-leninismo se han conformado no sólo a partir de la crítica positiva, es decir, a partir del análisis concreto de la situación concreta, del estudio científico del objeto mismo; sino que, en gran medida, se han constituido también desde la crítica polémica, esto es, desde la crítica sistemática de posiciones ideologizadas que, por definición, no parten de criterios científicos, y que, en consecuencia, tergiversan constantemente la realidad: los jóvenes hegelianos, Proudhon, Bakunin, Lassalle, Dühring, Bernstein, Kautsky, los mencheviques, Trotsky, etc.[4] No debemos olvidar, tampoco, que la lucha en contra de las posiciones ideologizadas se debe, esencialmente, a que éstas han constituido históricamente la base discursiva (teórico–filosófica) de posiciones políticas oportunistas, y, en última instancia, reaccionarias.[5] ¿En qué consisten, concretamente, estas posiciones políticas oportunistas?

Bien, el oportunismo es un fenómeno inherente a la lucha de clases, que, como fenómeno mismo, existe de acuerdo con las leyes del desarrollo histórico, es decir, que por una parte se presenta en formas correspondientes con las condiciones materiales existentes, siendo de hecho un producto de las mismas; y, por otra, como un movimiento dialéctico, esto es, como un desarrollo contradictorio de superación cualitativa constante, en el cual, cada una de sus formas históricas particulares se constituye, necesariamente, como una expresión cualitativamente superior de su antecesora. No obstante sus particularidades históricas, en la generalidad del proceso de desarrollo del oportunismo es posible determinar las características elementales que lo definen como tal: a) el oportunismo, por definición, se desenvuelve en el seno mismo del movimiento revolucionario de una clase social; b) en lo teórico, consiste en la crítica reaccionaria de los elementos fundamentales del pensamiento revolucionario; y c) en lo práctico, radica en el sometimiento del movimiento revolucionario a los lineamientos establecidos por la reacción. En resumen, el oportunismo es un fenómeno histórico congénito de la lucha de clases que consiste, esencialmente, en el desenvolvimiento de la teoría y la práctica reaccionarias al interior mismo del movimiento revolucionario.[6]

De lo anterior, podemos derivar que la forma histórica particular del oportunismo contra la que ha luchado históricamente el marxismo-leninismo, respondiendo concretamente a la anterior demanda, es aquella que se desenvuelve en lo interno del movimiento de la revolucionario del proletariado en contra del sistema capitalista sostenido por la burguesía, que, en lo teórico, consiste en la crítica burguesa de la teoría revolucionaria más avanzada del proletariado: el marxismo-leninismo, fundamentándose, como se había mencionado, en posiciones ideologizadas, cuyo proceder, particularmente, se han concentrado en la negación arbitraria de su consistencia unitaria y de su carácter revolucionario; y, en lo práctico, no es otra cosa que la sumisión del movimiento revolucionario del proletariado, promovida de una u otra manera desde su interior, ante la voluntad de la burguesía. Como puede apreciarse, el oportunismo se desenvuelve cual parásito al interior del movimiento revolucionario del proletariado, desplegándose, paulatinamente, hasta el momento definitivo en que aniquila a su portador. Por lo tanto, resulta evidente que la política marxista-leninista, en tanto política revolucionaria, tiene la obligación de combatir implacablemente el parasitismo oportunista.

La caracterización anterior del oportunismo, en general, y del oportunismo contra el que ha luchado históricamente el marxismo leninismo, en particular, no sería más que un cúmulo de señalamientos abstractos, sin mayor alcance, si en consecuencia no se demostrara su correspondencia con la realidad concreta, histórica, lo cual, no es otra cosa que la exposición de su certeza, de su exactitud. Sin embargo, dado que el propósito esencial de este escrito es más bien el señalamiento de una cuestión general, es menester cumplir sólo de manera parcial (insatisfactoria) dicha tarea. Para tal propósito es útil retomar un ejemplo bastante conocido, acaso característico, de la consistencia real del oportunismo en las filas del movimiento revolucionario del proletariado, me refiero al así llamado socialchovinismo de Karl Kautsky, Georgi Plejánov y de la mayoría de los dirigentes de la II Internacional.

El socialchovinismo[7] es, por una parte, un producto de las condiciones materiales específicas generadas por la guerra imperialista mundial, especialmente de la extrema explotación de la clase obrera y las masas trabajadoras de los imperios contendientes. ¿En qué se evidencia esta situación? Bien, pues el peligro real de una revolución proletaria en lo inmediato, en consecuencia de las ínfimas condiciones impuestas al trabajo por las necesidades de la guerra, constituye el móvil principal de la burguesía imperialista para impulsar enérgicamente la corrupción de la socialdemocracia internacional, en aquel momento, la única fuerza política con posibilidades reales de encauzar con éxito la revolución proletaria. Así, por ejemplo, Karl Kautsky y Georgi Plejánov, otrora destacados dirigentes de la socialdemocracia revolucionaria, se convirtieron en férreos defensores del nacionalismo imperialista; por otra parte, el socialchovinismo constituye una continuación directa, una forma cualitativamente superior, del oportunismo de Eduard Bernstein, Alexandre Millerand, los “economistas rusos”, entre otros, conocido comúnmente como reformismo.

¿En qué se evidencia esta situación? Bien, pues, en lo esencial, mientras que el reformismo parasitaba en un momento en el cual la tarea principal del proletariado consistía en la acumulación de fuerzas a través de la organización de un Partido revolucionario de nuevo tipo, mientras el reformismo se desenvolvía en una etapa de preparación del proletariado para la Revolución Socialista, el socialchovinismo lo hacía en un momento en que ésta se encontraba al alcance inmediato de la clase obrera. ¿Qué significa tal situación? Significa que el socialchovinismo evidenció radicalmente, de una forma más descarada, mucho menos velada que el reformismo, la consistencia real del oportunismo en el movimiento revolucionario del proletariado, su verdadero carácter reaccionario, su auténtica esencia contrarrevolucionaria.[8]

¿En qué consiste formalmente el socialchovinismo? Bien, en lo teórico, el socialchovinismo consiste en la negación, a través de escandalosas tergiversaciones del marxismo, de los principios internacionalista de la socialdemocracia revolucionaria, de la teoría de la lucha de clases, de la posibilidad efectiva de la revolución proletaria y la instauración de la dictadura del proletariado en lo inmediato. Así, el socialchovinismo adopta, de facto, los principios ultranacionalistas de la burguesía imperialista, trasladándose, en definitiva, al bando de los explotadores; y, en la práctica radica en combate enérgico, desde el interior mismo del movimiento socialista, en contra de las insurrecciones obreras, en contra de la propia revolución proletaria, como, por ejemplo, en contra del movimiento espartaquista en Alemania, y, especialmente, en contra de la Revolución Socialista de Octubre (bolchevique). El socialchovinismo, de acuerdo con las leyes del desarrollo histórico, ha dado lugar a nuevas formas, cualitativamente superiores, del oportunismo al interior del movimiento revolucionario del proletariado, pero ello es materia de otro análisis.

Finalmente, tomando como base los argumentos anteriores, que no son más que una escueta pero necesaria síntesis, resulta innegable que, entonces, el enemigo desde hace mucho tiempo, en lo general, ha sido plenamente identificado. ¿En qué consiste, entonces, la tarea principal del PCM, y de los comunistas en general, respecto al problema del oportunismo en la actualidad?

Bien, nuestra tarea principal consiste, en lo teórico, en la caracterización de las particularidades nacionales del oportunismo, es decir, en la identificación plena de las formas históricas con las que éste se ha presentado en cada uno de los movimientos revolucionarios nacionales del proletariado; y, en lo práctico, reside en el combate sistemático, particular, en contra de cada una de ellas, cuyo método específico debe corresponder, necesariamente, a las propias condiciones nacionales del oportunismo, develadas previamente por la crítica. El presente escrito pretende ser una pequeña contribución al cumplimiento de dicha tarea.

 

  1. Un principio esencial del oportunismo en México: la ideología de la Revolución Mexicana.

 

Un pensamiento que indudablemente ha constituido un principio básico, esencial, de la gran mayoría de las corrientes oportunistas existentes al interior del movimiento revolucionario del proletariado en México, es la denominada ideología de la Revolución Mexicana.

La ideología de la Revolución Mexicana es una concepción político-económica que se constituye, ante todo, a partir del proceso revolucionario democrático burgués iniciado en 1910, conformándose, en principio, como una respuesta de la burguesía nacionalista mexicana en contra del liberalismo económico imperialista. La ideología de la Revolución Mexicana consiste fundamentalmente en los siguientes postulados: 1) para acelerar el crecimiento económico nacional, prácticamente paralizado en el período de la lucha armada, resulta indispensable superar el viejo régimen económico del porfiriato (oligárquico y latifundista), que depende fuertemente de la exportación de materias primas y de la especulación de los monopolios extranjeros, principalmente norteamericanos. Dicha superación, por consiguiente, sólo puede darse a través de una industrialización reglamentada, que responda a las necesidades concretas de la economía nacional, acompañada de un amplio fomento de la pequeña producción (propiedad); 2) para establecer un verdadero control sobre el proceso de industrialización, que presupone el sometimiento de la dinámica económica de los monopolios a una autoridad superior, y, además, para promover ampliamente y de manera efectiva la pequeña producción (propiedad), se vuelve indispensable la realización concreta de la soberanía territorial, política y económica de la nación (nacionalismo revolucionario); 3) para asegurar el crecimiento sostenido de la economía nacional es preciso mitigar las contradicciones sociales, causa principal del estallido revolucionario, a través de políticas colaboracionistas, entre las cuales se encuentran, por ejemplo, la reglamentación del trabajo, el reparto agrario y la organización política de las masas; y 4) debe ser el Estado emanado de la Revolución Mexicana, legitimado por ella, el único facultado para regular la dinámica económica de la nación, de hacer efectiva la soberanía nacional y de amortiguar las contradicciones sociales. Además de la evidente interdependencia de los anteriores postulados, cada uno, en su marco de referencia, pretende ser una reafirmación categórica de la independencia nacional frente al imperialismo, principalmente norteamericano. La ideología de la Revolución Mexicana, de manera justa, puede ser considerada como la versión mexicana de la doctrina de la liberación nacional.

Resulta claro, hasta aquí, que la ideología de la Revolución no es una concepción político-económica que pugne por el socialismo-comunismo, es decir, por la socialización de los medios de producción, por la instauración de la dictadura del proletariado y la construcción de una sociedad sin clases, por lo contrario, es una ideología propia de la burguesía nacionalista, desarrollada arduamente por la pequeña burguesía revolucionaria, cuyo propósito esencial es el establecimiento de una gestión capitalista basada en el equilibrio económico de las clases sociales, garantizado por un Estado hipotéticamente exento de su condición de clase, en el cual, pueden evadirse los devastadores perjuicios del liberalismo económico, lo que implica, entre otras cosas, tanto el colaboracionismo de clase como cierto nivel de justicia social. Es claro también que la ideología de la Revolución Mexicana, al plantear la sustitución del liberalismo económico como régimen de gestión capitalista, pugnando por un Estado interventor, se adhiere como enemigos, de manera natural, tanto al imperialismo como a la oligarquía nacional.

La ideología de la Revolución Mexicana alcanzó su máxima expresión durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas (1934 – 1940), precisamente en un momento en el que la anterior crisis económica del sistema capitalista (1929 – 1933) evidenció los resultados catastróficos del liberalismo económico, volviendo necesaria, incluso a juicio de la propia burguesía, la adopción de una alternativa distinta de gestión económica del capitalismo.

El período cardenista se caracteriza, precisamente, por llevar a la práctica, de manera consecuente, cada uno de los postulados de la ideología de la Revolución Mexicana: 1) el comienzo del proceso de sustitución de importaciones, así como la intensificación del reparto agrario, principalmente en el norte del país, dieron al traste en buena medida con el viejo sistema económico basado en la exportación de materias primas y el latifundio, estableciendo los cimientos, así, de una economía nacional semi-dependiente promotora del ejido como propiedad agraria; 2) la nacionalización de la industria petrolera, de los ferrocarriles, el apoyo material a los republicanos durante la Guerra Civil Española, el asilo político otorgado a León Trotsky, entre otras cosas, pueden ser consideradas como un ejercicio efectivo de la soberanía nacional; 3) el impulso a la organización sindical del proletariado (Confederación de Trabajadores de México), de los pequeños productores agrícolas (Confederación Nacional Campesina), así como la inclusión efectiva de las masas populares organizadas en la gestión gubernamental (transformación del Partido Nacional Revolucionario en Partido de la Revolución Mexicana), fueron medidas bastante eficaces que mitigaron relativamente, de manera temporal, las contradicciones sociales, convirtiendo en una política básica del régimen el colaboracionismo de clase, lo cual, en no pocas ocasiones, le acarreo graves conflictos con la oligarquía nacional, entre ellos, por ejemplo, la confrontación con  el grupo empresarial de Monterrey; 4) El Estado emanado de la Revolución Mexicana, bajo la dirección única del Partido oficial, se convirtió, realmente, en el regulador exclusivo de la dinámica económica nacional, en garante de la soberanía nacional y en gestor paliativo de las contradicciones sociales. Por todo lo anterior, no es difícil entender por qué el cardenismo, entendido como período histórico tanto como ideología, es decir, como ideología de la Revolución Mexicana, se ha convertido en el principal referente de la socialdemocracia reformista en México.

En absoluto es necesario problematizar en este momento en torno a la influencia ejercida por la ideología de la Revolución Mexicana y su referente histórico, el cardenismo, en la socialdemocracia reformista de este país, lo importante, en este punto, consiste en destacar la intrusión de esta ideología, propia de la burguesía nacionalista, en el movimiento revolucionario del proletariado.

En lo general, es claro que la ideología de la Revolución Mexicana, retomando la argumentación de la primera parte de este escrito, constituye un pensamiento burgués que, al ser introducido al movimiento revolucionario del proletariado, se convierte en germen de una forma particular del oportunismo. Bien, la experiencia histórica de la ideología Revolución Mexicana, como se había mencionado anteriormente, cuenta en su haber con importantes enfrentamientos con el imperialismo y la oligarquía nacional, desatados no por la negación práctica de la propiedad privada, sino por el recurso a una gestión distinta del régimen capitalista, los cuales, a cuenta principalmente de los ideólogos progresistas de la pequeña burguesía, se han convertido en verdaderos hitos del nacionalismo revolucionario, en verdaderos referentes del imaginario popular. Resulta, pues, que ha sido históricamente la subordinación de la teoría revolucionaria más avanzada del proletariado, el marxismo-leninismo, al conjunto de suposiciones superficiales, y, en ocasiones, románticas, estructuradas en torno a la experiencia histórica de la ideología de la Revolución Mexicana, especialmente aquellas relacionadas con la justicia social y el enfrentamiento con el liberalismo económico, lo que ha constituido la esencia real de la mayoría de las corrientes oportunistas al interior del movimiento revolucionario del proletariado en México. Por lo demás, cabe mencionarlo, es claro que la subordinación de una teoría científica de vanguardia a suposiciones ideológicas, como sucede con cualquier otra ciencia, no es otra cosa que su propia negación.

El caso más destacado al respecto es el del lombardismo, corriente que se caracterizó, a través de la ardua labor de Vicente Lombardo Toledano, destacado teórico, político y dirigente sindical, cosmopolita como ninguno, por someter sistemáticamente los principios marxistas-leninistas a la ideología de la Revolución Mexicana, bajo el argumento, en demasía demagógico, de que el desarrollo completo de la revolución democrático-burguesa iniciada en 1910 constituía un requisito indispensable para una hipotética transición pacífica de la sociedad mexicana hacia el socialismo.

Como puede apreciarse, el problema fundamental de tal planteamiento no es, en contraposición de las objeciones trotskistas, la necesidad o no de la revolución democrático-burguesa como un paso previo a la revolución proletaria, sino los límites propios establecidos para la misma, más allá de los cuales comienza la revolución proletaria. El lombardismo considera que la revolución-democrático burguesa en México alcanzará su punto máximo de desarrollo una vez que cumpla, dentro de sus propios límites, con la sustitución completa del liberalismo económico como forma de gestión capitalista, con sus correspondientes consecuencias en el ámbito social. Plantea, además, que en dicho proceso el proletariado saldrá lo suficientemente fortalecido, cuantitativa y cualitativamente, como para promover una transición pacífica hacia el socialismo. Por lo tanto, la tarea fundamental del proletariado, en tales circunstancias, no es la acumulación de fuerza a través de la constitución de un Partido marxista-leninista sólido, capaz de tomar por asalto la fortaleza del capitalismo, sino la promoción de reformas sociales encaminadas a sustituir el liberalismo económico, para lo cual, no es necesario sino un Partido Popular que aglutine a los sectores afines a las aspiraciones de la Revolución Mexicana. Bajo tal planteamiento, el lombardismo se ha distinguido por declinar importantes combates clasistas en favor de la burguesía nacionalista, en favor de la ideología de la Revolución Mexicana.[9] La inusitada tergiversación de la teoría marxista-leninista, apoyada en un etapismo superficial, no es más que su negación misma, lo que conlleva, en la práctica, como efectivamente sucedió, la subordinación del movimiento revolucionario del proletariado mexicano a los lineamientos establecidos por la burguesía nacional.

Otro caso destacado, ante el cual los militantes del PCM no podemos virar la mirada, dada la historia que asumimos, es el del Partido Comunista Mexicano. La subordinación del PCM histórico a la ideología de la Revolución Mexicana, que devino paulatinamente desde finales de los años treinta, especialmente bajo la influencia de Earl Browder, fue el motivo esencial del predominio del oportunismo en sus filas, y, en consecuencia, de su completa liquidación en favor de la socialdemocracia reformista, encabezada precisamente por los cardenistas.[10] No ahondaré más sobre este caso particular, dado que uno de los escritos del presente número de El Machete versará especialmente sobre él.

No es casualidad, para finalizar, que durante las elecciones de 1988, tanto el lombardista Partido Popular Socialista (PPS), como el Partido Mexicano Socialista (PMS), heredero del PCM histórico, hayan cerrado filas en torno a la socialdemocracia reformista liderada por los cardenistas, con la finalidad de poner fin al nuevo liberalismo económico establecido en México de la mano del Partido Revolucionario Institucional (PRI).

La ideología de la Revolución Mexicana, como ha resultado evidente, es indudablemente una concepción de la burguesía nacionalista, ajena a los intereses superiores del proletariado, que ha constituido un principio esencial de buena parte de las corrientes oportunistas al interior del movimiento revolucionario del proletariado en nuestro país.

Siguiendo el desarrollo dialéctico de la historia, hoy día, este oportunismo es representado por diversas organizaciones, adeptas algunas del lombardismo, que detienen continuamente la organización revolucionaria de la clase obrera, entre ellas, el Partido de los Comunistas Mexicanos, la Juventud Comunista de México y las variadas escisiones del Partido Popular Socialista, entre otras, que han evidenciado su verdadera esencia al colocarse detrás burguesía nacionalista, representada actualmente por el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) liderado por Andrés Manuel López Obrador. El PCM, como partido revolucionario, como Partido marxista-leninista, tiene el deber no sólo de desenmascarar el oportunismo, sino de combatirlo enérgicamente, de manera constante, hasta su completa liquidación.

[1] Esto es importante mencionarlo, a pesar de su obviedad, en tanto que existe en nuestras filas una actitud bastante perjudicial para el desarrollo exitoso del Partido marxista-leninista en general, me refiero a la negación implícita de la lucha teórica. La costumbre de anteponer consignas revolucionarias frente a consignas reformistas u oportunistas no es, ni mucho menos, la consistencia de la lucha teórica, por lo contrario, implica realmente su negación.

[2] “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”, Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach” en Carlos Marx, Federico Engels, Obras escogidas en tres tomos, t. 1, Moscú, Progreso, 1973, p. 10.

 

[3] Aunque la cuestión merece una argumentación particular, para los efectos de este escrito sólo basta consignar que, partiendo de sus propios fundamentos, el marxismo-leninismo es considerado aquí, de manera general, como una ciencia basada formalmente en las teorías de Karl Marx, Friedrich Engels y Vladímir Lenin, y que, por tanto, su desarrollo comienza con la crítica de la filosofía hegeliana del derecho emprendida por Marx en la primera mitad del siglo XIX. Se rechaza aquí, por tanto, la postura sostenida principalmente por un sector de la pequeña burguesía académica, de conocida tendencia trotskista, por un lado, y socialdemócrata reformista, por otro, que identifican al marxismo-leninismo casi exclusivamente con la síntesis realizada por Iosif Stalin.

[4] Un ejemplo de literatura marxista que se fundamenta a través de la crítica positiva es El capital. Crítica de la economía política, de Karl Marx. En esta monumental obra Marx lleva a cabo una crítica directa de su objeto de estudio: el modo de producción capitalista, para develar de manera científica las leyes que rigen su funcionamiento. Por lo contrario, en AntiDühring. La subversión de la ciencia por el señor Eugenio Dühring, de Friedrich Engels, el análisis parte de la crítica sistemática de los planteamientos positivistas de Dühring para desarrollar, en todos sus aspectos, la teoría marxista.

[5] No me refiero aquí a las posiciones abiertamente reaccionarias, que sólo se diferencian del oportunismo por no intentar encubrir con embrollos teóricos y rimbombantes discursos su verdadera condición de clase, su verdadera esencia contrarrevolucionaria.

[6] Es un error, por lo tanto, concebir el oportunismo como un fenómeno derivado exclusivamente de la lucha de clase entre el proletariado y la burguesía. Así, por ejemplo, el conflicto entre girondinos y jacobinos durante la revolución burguesa en Francia (finales del siglo XVIII) deviene precisamente de la existencia del oportunismo en el movimiento revolucionario de la burguesía en contra del sistema feudal.

[7] Socialismo de palabra, chovinismo de hecho.

[8] “El contenido político del socialchovinismo y del oportunismo es el mismo: colaboración de las clases, renuncia a la dictadura del proletariado y a las acciones revolucionarias, postración ante la legalidad burguesa, desconfianza del proletariado y fe en la burguesía. Las ideas políticas son las mismas. El mismo  es el contenido político de su táctica. El socialchovinismo es la continuación directa y la culminación del millerandismo, del bernsteinianismo y de la política obrera liberal inglesa, en suma, en resumen, su resultado.” V. I. Lenin, “El oportunismo y la bancarrota de la II Internacional”, en Obras escogidas en doce tomos, t. 5, Moscú, Progreso, 1976, págs. 337 – 338; véase también “La bancarrota de la II Internacional”, en Contra el revisionismo, Moscú, Progreso, 1967, págs. 274 – 275.

[9] No es casualidad que Vicente Lombardo Toledano sea considera unos de los ideólogos principales, sino el principal, de la Revolución Mexicana. No es casualidad, tampoco, que la “época de oro” del lombardismo se haya desarrollado, en su mayor parte, durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, y que su ocaso haya devenido al finalizar aquél.

[10] A principios de los años ochenta, después de la adopción del revisionismo eurocomunista, la dirigencia liquidacionista del PCM, conformada por conocidos militantes de la socialdemocracia reformista actual, disolvió el Partido para fusionarse con otras fuerzas izquierdistas, dado origen al Partido Socialista Unificado de México (PSUM), que repitió el proceso para conformar el Partido Mexicano Socialista (PMS), antecedente inmediato del hoy día putrefacto Partido de la Revolución Democrática (PRD).

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