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La socialdemocracia en México: El Partido Comunista Mexicano

Federico Piña Arce.
Artículo publicado en El Machete no.5. pp 53-62.

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Introducción.

A lo largo de sus 62 años de historia, es decir desde su fundación en 1919 hasta su desaparición en 1981, el Partido Comunista de México (cambió su denominación en el XIII Congreso, en 1960 por Partido Comunista Mexicano), desarrolló posiciones más cercanas a la socialdemocracia y en más de una ocasiones del oportunismo, que a posiciones de la izquierda comunista mundial. Ésta que parecería ser una declaración muy provocadora de entrada, tiene sus fundamentos en las cuatro épocas en que podemos dividir su historia. Estas cuatro épocas se agrupan de la siguiente manera: desde su fundación en 1919, hasta el cardenismo; el PCM durante el cardenismo; el PCM y el reflujo hasta el 68; y por último de la excarcelación de sus miembros post 68, hasta su desaparición en 1981.

Realizaremos una muy breve reseña, un muy breve y quizá hasta esquemático, recuento desde la fundación del PCM hasta el cardenismo, en donde nos detendremos un poco para analizar la actuación de los miembros del partido en este período, que fue el de mayor desarrollo político y de militancia, sólo comparado con la época de su registro en 1979 hasta se desaparición. También repasaremos algunos aspectos del partido durante el movimiento estudiantil de 1968 y por último centraremos nuestro análisis en el período que va del XVII Congreso en 1973 hasta el XXI en 1981 cuando desaparece.

En toda su historia, los comunistas mexicanos no ocultaron su ADN oportunista, sus posiciones cercanas a la socialdemocracia han permeado y dibujado la historia de la izquierda mexicana, que se reflejan en la proclividad a entrar en componendas con el poder, a colocar a los movimientos que dirige o en los que participa como moneda de cambio para que sus dirigentes accedan a privilegios, prebendas y ciertas áreas, muy restringidas por cierto, de poder.

De su fundación al cardenismo.

A partir de su fundación (1919) y en los años 1921-1922, el trabajo del PCM fue marcado por la represión, que sobre las organizaciones obreras independientes del régimen que se estaba formando, ejercieron los militares en el poder. Sus primeras acciones estuvieron dirigidas a los intentos por construir una alianza con los grupos anarcosindicalistas que dominaban la oposición, para enfrentarse a la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), primera organización obrera de masas, pero que se había puesto al servicio del grupo de sonorenses que dominaba al país.

Durante los ocho años  siguientes, el PCM instruyó a sus cuadros para que trabajaran dentro de las organizaciones existentes, especialmente las anarcosindicalistas. Podemos decir entonces que la primera década de vida de los Comunistas en México, se caracterizó por intentar dominar y luego por diferenciarse del radicalismo que representaba el anarquismo y de la influencia del anarco sindicalismo del  que había surgido. Pero existe una característica que marca el período, en verdad una característica determinada por la ausencia de la lectura marxista-leninista del proceso de lucha de clases que vivía la sociedad mexicana, después del triunfo del grupo militar encabezado por los sonorenses.

Es decir, pasaron de una aceptación acrítica del supuesto potencial anticapitalista de la Revolución Mexicana y de los gobiernos asociados a ella (“empujar la revolución hacia la izquierda”) pero denunciaron y condenaron a los gobiernos posteriores a ella calificándolos como “despóticos”, “burgueses”, “claudicantes frente al imperialismo”, pero nunca planteándose un camino de ruptura anticapitalista contra ellos. El peso de la herencia libertaría (anarquismo y anarco sindicalismo) contribuyó muy poco a subrayar, entre los comunistas mexicanos, la necesidad de mantener la independencia de la clase obrera y de las organizaciones populares frente al Estado represivo y los partidos políticos oportunistas.

El PCM durante el cardenismo.

La actitud de los gobiernos militares hacia el movimiento obrero, campesino y popular estuvo determinada por el espíritu que impregnaba el proceso de desarrollo del capitalismo. Es decir, permitían, fomentaban, incluso participaban en la organización popular, obrera y campesina, pero sólo ahí donde no impidieran el desarrollo del capitalismo. Para esto la combinación de represión con apertura fue una constante de estos gobiernos. Por eso se explica que a pesar de la represión contra los comunistas durante los cinco años del llamado “Maximato” (gobierno del General Plutarco Elías Calles: 1930-1934), los comunistas se vieron sometidos a una dura represión, que sin embargo no impidió que el partido tuviera representantes en algunos congresos locales como Veracruz y Oaxaca, incluso que llegarán a tener un senador de la República (Luis G. Monzón) y a Hernán Laborde, Secretario General del partido, como diputado federal.

Con la llegada del General Cárdenas a la presidencia (diciembre de 1934) la situación cambió. Se dieron garantías a la actividad política y sindical de los comunistas, creció su presencia en el movimiento sindical y obrero, sobre todo en la CTM con Valentín Campa, Velazco y otros dirigentes comunistas. Sin embargo el PCM seguía sin tener una política que analizará el proceso de construcción del capitalismo, que junto con esta apertura el gobierno cardenista planificó.

 

El partido mantenía al inicio del gobierno de Cárdenas que el Plan Sexenal era “fascista”, y esta caracterización permitía señalar que El “Plan Sexenal” no es más que una mala imitación de los métodos y formas de gobierno implantados por Mussolini en Italia, por Hitler en Alemania, y hasta cierto punto, por el presidente Roosevelt en los Estados Unidos. Señalaban los comunistas que con el Plan Sexenal “No se trata de orientarse hacia el socialismo, se trata de salvar al régimen capitalista. En México, se trata de apuntalar al régimen burgués-feudal, asegurando mayores ganancias para las clases ricas, a costa del mayor sacrificio de los intereses vitales del pueblo. Se trata de adaptar el país a las exigencias del capital monopolista extranjero, particularmente del capital yanqui. Se trata de fortalecer el aparato represivo del Estado para ahogar las luchas de masas y facilitar los preparativos de guerra, la entrada del país en las guerras imperialistas próximas”.

 

Sin embargo, a pesar de que el análisis de este programa más que de gobierno, de desarrollo capitalista con predominio del capital financiero monopolista, era en muchas partes correcto y posteriormente daría elementos para estructurar una oposición de masas a este intento, para el año siguiente, 1935, su posición se había modificado radicalmente ya que entonces consideraba al mismo programa como el correspondiente al Frente Popular Mexicano y por consiguiente lanza al proletariado mexicano a la conciliación de clases, perdiendo su autonomía.

Atendiendo a esta nueva orientación en 1937 y 1938 la dirigencia del partido lanza una vasta campaña de afiliación entre el proletariado y llama a reforzar al Partido de la Revolución Mexicana (PRM), llegando al extremo de proponer que el PCM se integrara a este partido, encontrando un rechazo total por parte del gobierno para su ingreso.  Como muestras de apoyo al régimen, el PCM hizo pública su adhesión al candidato del PRM Manuel Ávila Camacho y en 1945-1946 hace lo mismo al sumarse a la candidatura de Miguel Alemán Valdez.

Esta línea política mantenida durante un largo período fue el embrión de la socialdemocracia, pero sobre todo del oportunismo en las filas de la izquierda mexicana. Es cierto que los comunistas jugaron un papel decisivo en las magnas movilizaciones populares a mediados y finales de los años treinta. Hay que agregar también que los líderes del Partido Comunista encabezaron exitosos movimientos por la tierra y el mejoramiento de condiciones de trabajo en la región algodonera de La Laguna, al igual que en la zona cafetalera del Soconusco en Chiapas, en Michoacán y en la región azucarera del norte de Sinaloa. Asimismo el partido contribuyó  grandemente en la organización de un movimiento obrero unificado a partir de la creación en 1936, de la Confederación de Trabajadores Mexicanos (CTM). Al PCM  debe reconocérsele también por su movilización contra las amenazas de insurrección de la derecha y por la valerosa participación de muchos de los maestros miembros del partido en las luchas para desarrollar el programa educativo socialista.

Sin embargo, estos logros, permitieron que el partido de la burguesía ascendente, el PRM reconvertido años después en el PRI, se apoderara de un poderoso movimiento obrero, campesino y popular, creado, organizado y desarrollado por la izquierda mexicana, pero sobre todo por el PCM, para direccionarlo en el sentido del desarrollo de la siguiente etapa del sistema capitalista en México, es decir la etapa del capitalismo financiero y monopolista.

Es decir, en el momento histórico en que las pugnas interburguesas abrieron un espacio para la organización independiente del proletariado y su aliado más importante el campesinado, sectores que además se mostraban dispuestos a luchar contra la burguesía para arrancarle más concesiones, incluso había sectores importantes dentro del movimiento obrero que discutían la posibilidad de la revolución proletaria, pero confiando ingenuamente en el discurso mediatizador de Cárdenas.

En esta etapa, en la que se pudo organizar un movimiento obrero y campesino independiente, los comunistas siguieron la línea oportunista de la colaboración de clases, restando y anulando la independencia clasista del proletariado y entregando a éste al control hegemónico del partido de la burguesía monopólica que surgía vencedora del proceso de lucha de clases abierto con la pugna por el poder entre Calles y Cárdenas y los grupos de la burguesía que los impulsaban.

Desde la expulsión de Laborde y Campa al 68.

Tras las expulsiones de Hernán Laborde y Valentín Campa en el Congreso Extraordinario de 1940, la dirección encabezada por Dionisio Encina desde 1940 a 1960, postularía una estrategia dirigida a desarrollar o impulsar la Revolución mexicana. De ahí que la táctica del partido ante el gobierno fuera de apoyo de los actos positivos y de crítica de los negativos, sin destacar su carácter clasista y sin reconocer puntualmente el viraje de “ciento ochenta grados” (según el propio Cárdenas) hacia la derecha que dio el gobierno con Manuel Ávila Camacho, quien alentó la exclusión de los comunistas que accedieron a puestos de elección a nivel local y que tenían una fuerte presencia en el ámbito educativo nacional. Es decir, el oportunismo en el PCM estaba tan impregnado que el propio Cárdenas se colocaba “más a la izquierda” que los comunistas con respecto al gobierno pro imperialista de Ávila Camacho.

Con Encina se instala en el partido un período conocido como “browderismo”, por la influencia del Secretario General del Partido Comunista de los EUA y miembro de la dirección del Comintern, Earl Browder. Durante el periodo 1944-45 se desarrolla en América Latina un fenómeno designado con el término de “browderismo”. En la euforia de los acuerdos de Teherán, Earl Browder, secretario del PC norteamericano, declara el inicio de una era de amistad y colaboración total entre el campo socialista y los Estados Unidos, destinada a durar aún después de la guerra. Browder saca conclusiones “excesivas” de esta perspectiva histórica diluyendo al PC norteamericano en una vaga “Asociación Política”. Esta práctica fue condenada como liquidacionista por el movimiento comunista internacional. Pero la condena llegó tarde, los partidos comunistas latinoamericanos y, especialmente, el Partido Comunista Mexicano, habían sido arrasados por el “browderismo”.

Hasta mediados de la década de los cincuentas el PCM entró en un proceso de autocrítica aunque bastante limitado. La reorganización inició con la movilización de trabajadores en la que trabajaron de manera conjunta el Partido Comunista Mexicano y el Partido Obrero y Campesino de México, y, con ello, se abrieron las puertas hacia un cuestionamiento profundo dentro del partido. En el Pleno de 1956 del Partido Comunista Mexicano se reconocieron errores tales como la fragmentación del movimiento, la ausencia de autocrítica, y la subordinación del movimiento obrero al gobierno en la que el partido había participado. Se modificó también la concepción de México como país semicolonial y se le caracterizaría como dependiente; en cuanto a la Revolución Mexicana se planteó la necesidad de ampliar las discusiones para su redefinición. Además, se reconoció la necesidad de un nuevo programa, si bien este reconocimiento no tomaría forma sino hasta los congresos de la década de 1960.

 

Miembros del PCM y del POCM dirigieron dos movimientos proletarios significantes del período: la huelga ferrocarrilera y la lucha magisterial. Sin embargo la debilidad de ambas organizaciones, así como la dureza de la represión de los regímenes de la burguesía provocó la derrota de ambos, colocando a sus líderes en la cárcel y manteniendo el reflujo del movimiento proletario independiente.

 

Al finalizar la década de los cincuenta el PCM entró en un período de lucha interna, debido a que muchos militantes criticaban el estancamiento del Partido en su tarea de lograr una presencia fuerte en el movimiento obrero mexicano. Uno de los comunistas más críticos fue sin duda José Revueltas (miembro del Partido Comunista Mexicano de 1928 hasta 1943 cuando fue expulsado, logrando reingresar hasta mediados de los cincuentas). Ante tal situación se reconoció la necesidad de unificación del movimiento comunista nacional y, para plantear la estrategia que llevaría a tal objetivo, se convocó al XIII Congreso del Partido Comunista Mexicano en 1960.  Sin embargo el PCM continuaba con la tendencia del oportunismo y planteándose posiciones socialdemócratas, al colocar como consigna central del congreso la “¡Encauzar a la nación por el camino democrático e independiente!”. Es importante destacar que los análisis sobre los congresos del PCM y sus líneas y virajes políticos son escasísimos y prácticamente se acepta todo lo que dicen sus propios miembros, dejando de lado casi siempre las críticas y los cuestionamientos.

 

Los comunistas y el movimiento estudiantil de 1968.

En los años sesenta el Partido Comunista Mexicano entró en otra de las etapas de mayor represión en su historia por parte del gobierno. Los gobiernos de la burguesía siguieron con el PCM una política de represión, pero al mismo tiempo permitían ciertas libertades (tener un local, un periódico, dejar que algunos de sus miembros se expresaran en los medios de comunicación, etc.), sobre todo si se le compara con la situación de los partidos comunistas de América del Sur, la represión gubernamental a través de los medios y de forma directa, como amenazas y encarcelamientos, no fueron algo lejos de lo cotidiano.

 

Conforme la década avanzaba, se iba obscureciendo el panorama político. La presidencia de Díaz Ordaz hizo más evidente el drástico giro a la derecha. La política oscilante y en cierto grado contradictoria del lopezmateísmo fue sustituida por una constante represión a cualquier reclamo y a toda expresión oposicionista. El PCM fue acosado continuamente. Esto tenía como objetivo estratégico mantenerlo lejos del movimiento obrero y campesino y no permitirle una reorganización profunda para acercarse a los nuevos movimientos que surgían en esta época.

 

Con la realización, en 1960, del XIII Congreso Nacional del PCM, el Partido definiría como objetivo impulsar una “nueva revolución”, a la que aún caracterizó como “Democrática de liberación nacional”, se iniciaría el proceso de superación en sus filas de la llamada “ideología de la Revolución Mexicana” de la que todos los gobiernos mexicanos, supuestamente, provenían. Pero mantenía la  ilusión de una “vasta alianza” con los sectores “progresistas” de la pequeña burguesía o, incluso, con los de la burguesía que calificaban como “nacionalista”.

 

La revolución cubana cimbró las estructuras de los partidos comunistas de Latinoamérica. Antes, en 1967 durante la celebración del XV congreso, el PCM seguía manteniendo la ilusión de una revolución de tipo “democrático-popular y antiimperialista”, es decir, apostaba a la estrategia de la conciliación de clases, dejando en los sectores de la burguesía nacionalista, supuestamente descontentos conb el rumbo del país, la iniciativa de esta transformación.

 

El giro a la izquierda en la Revolución Cubana, al declararse socialista, y el compromiso de Cuba con la revolución continental, a través del “internacionalismo” que debería tener el “hombre nuevo” propuesto por los revolucionarios, estimularon la politización de una nueva generación de estudiantes, principalmente universitarios. La vía armada, opinaban muchos de ellos, era la que debería tomarse, aunque pocos la tomarían, siendo en realidad, la bohemia y la contracultura los elementos principales. Para la ahora llamada “vieja izquierda”, más a favor de los frentes unidos de trabajadores, de la huelgas, de la organización de las masas y de la llegada al socialismo por medio de etapas, el Partido Comunista siguió siendo una opción.

 

El Partido Comunista Mexicano apoyó la fundación de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos en 1963 en Morelia, la cual fue la vía principal de conexión entre los comunistas y los estudiantes. Con la influencia de la CNED, se crearon una serie de federaciones estudiantiles regionales que denunciaban el endurecimiento del sistema político y socioeconómico mexicano, y demandaban mayor libertad política y académica, protestaban contra las federaciones estudiantiles oficialistas del PRI, y vinculaban las acciones de la juventud a las luchas de los obreros y campesinos, siempre con un discurso antimperialista.

 

El movimiento estudiantil de 1968 fue enfrentado por un partido comunista que atravesaba un periodo de reorganización, inmerso en un sistema cuyo gobierno recurría constantemente a la represión para solucionar problemas relacionados con la organización autónoma de la sociedad. El Partido Comunista Mexicano, débil y sin registro electoral, tuvo una participación secundaria en el movimiento estudiantil.

 

Ni el PCM ni la JCM ocuparon el liderazgo del movimiento; de hecho se mantuvieron relativamente marginales la mayor parte del movimiento, aunque no tanto como se suele opinar. Tampoco en el movimiento obrero tuvieron una actuación destacada; de hecho fue menos importante que su participación con los estudiantes, lo cual, en términos de la teoría leninista, resultaba contradictorio, ya según esta teoría el trabajo con los obreros tendría que haber sido su prioridad y no el trabajo con los estudiantes. Además, el apoyo del movimiento obrero al estudiantil fue muy limitado.

 

Aunque este no es un análisis de la historia del movimiento estudiantil y el PCM, habría que hacerlo desde otra perspectiva, es interesante anotar el dato de que en mayo del 68 un grupo de dirigentes del PCM, encabezado por su secretario general, se reunió con Gustavo Díaz Ordaz, el presidente de los monopolios, de la burguesía financiera y que dos meses después desató una histeria anticomunista y terminó masacrando al movimiento.

 

Se tomó al Partido Comunista como la fuerza que estaba detrás de los movimientos que se desarrollaban. La concepción de la conjura era no solamente parte del ambiente internacional que se bosquejaba entonces, sino que era un síntoma de que el gobierno tenía realmente temor de que el Partido Comunista gozara plenamente de todos sus derechos. Desde el aplastamiento de las huelgas ferrocarrileras había ya un fondo anticomunista en la conducción del gobierno. Y aunque en realidad la fuerza del partido, su influencia, era relativamente débil, y a pesar de que el secretario general del Partido Comunista Mexicano siempre manifestó que el PCM no organizó ni dirigió al movimiento estudiantil, por lo que estas acusaciones en contra de ellos no eran más que calumnias. La teoría de la conjura se manifestó en muchos desplegados de la prensa, en la radio y la televisión al día siguiente de la represión del 26.

 

El PCM post-68 hasta su disolución.

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Durante y después del movimiento estudiantil al partido se le acusó de varias cosas. Entre ellas de tratar de llevar una negociación por su cuenta con el gobierno para, a cambio de su registro, retirarse del movimiento e incluso desconocerlo. Después de la represión en Tlatelolco, desde la cárcel muchos de sus ex dirigentes juveniles renunciaron públicamente al partido y a la militancia en la juventud comunista, algunos radicalizando al extremo de fundar grupos guerrilleros, otros simplemente denunciando las supuestas traiciones del partido, su burocratismo y la necesidad de construir otros instrumentos de lucha, básicamente partido “democráticos” o de izquierda.

 

Lo cierto es que el PCM carecía de la estructura, la fuerza y el programa para dirigir el movimiento, sus intentos por deslindarse de él, hablan del temor de sus dirigentes de ser superados y desplazados por un potente movimiento de masas. Por otra parte la burguesía y su gobierno habían utilizado una vasta y profunda campaña propagandística en sus medios de comunicación con el propósito de asentar la consigna de que una “conjura comunista internacional” estaba detrás de los estudiantes, así que la teoría de las supuestas traiciones del PCM durante y después del movimiento no se sostienen.

 

Sin embargo, quién primero sufrió y más duramente la represión fueron los comunistas. A pesar de esto, la deserción de un número importante de dirigentes del movimiento y que militaban en la juventud comunista alertó a la dirigencia del partido. Adicionalmente, la radicalización de los jóvenes que participaron activamente en él, no les parecía atractivo un partido pequeño y que además apostaba por una transformación “democrática”, cuando muchos hablaban de la revolución. Durante los primeros años de la década de los setenta, se comienzan a dar las excarcelaciones de los detenidos y con ellos una nueva generación de comunistas que en la cárcel habían atestiguado la radicalización de muchos, plantearon al PCM la disyuntiva del cambio.

 

Sería en este ambiente que se llama a celebrar el XVI Congreso, llevado a cabo en octubre de 1973, a prácticamente un mes del golpe de Estado en Chile contra el presidente socialista Salvador Allende, cuando se aprobó la caracterización de una transformación “democrática y socialista”. Democrática con la intención de atraer a los jóvenes de la clase media que dirigieron los escalones intermedios del movimiento y socialista para atraer a los radicalizados.

 

Durante el régimen de Echeverría, quién estructuró un discurso populista que buscaba  atraer a los sectores menos radicalizados de la juventud y por tanto tuvo que permitir una cierta actividad legal del partido, el PCM se plantea la lucha por la “libertades democráticas”, conculcadas por el gobierno y una vez que consolidó una nueva dirección política y experimentó cierto crecimiento numérico abandonó la lucha por la revolución socialista y sólo dejó en sus textos centrales la lucha por la democracia.

 

Las relaciones con el régimen de la burguesía volvieron a establecerse y la posibilidad de una reforma que permitiera el registro del partido junto con otras agrupaciones de derecha, se puso en perspectiva. Así, la dirección del PCM volvió a virar hacia el oportunismo, al colocar su programa como un programa de reformas democráticas, abandonando el discurso radical que hablaba de que se recurriría a “cualquier tipo de lucha”, por lecturas más cercanas a la participación electoral y la legalidad.

 

Así, el PCM poco a poco entra en el proceso de asimilación capitalista de la opción comunista en México. Se deshace de “lastres” ideológicos que le impedían acceder a posiciones de poder. Asume una política de acercamiento con sectores de la clase media e, incluso con ciertos grupos de la burguesía a quién sigue calificando como “nacional”, a fin de obtener reconocimiento y dar certezas de que no fomentaría, alentaría ningún tipo de asonada comunista y si, en cambio, conduciría los sentimientos de rebeldía de los jóvenes y de los mexicanos en general, por el camino de las reformas democráticas, por el camino de conciliación nacional, es decir el PCM regresaba, por fin, después de una larga travesía a las posiciones del oportunismo político.

 

Sin duda, lo escrito hasta aquí es sólo un pequeño esbozo de la historia del comunismo mexicano. Se requiere hacer una historia crítica de este proceso. Una historia que seguramente requerirá de uno o varios tomos. Esta es una primera visión de las posiciones de la socialdemocracia y del oportunismo. El objetivo es dejar en claro que estas posiciones han permeado a la izquierda mexicana en toda la historia moderna del país y no surgieron en la última etapa del PCM y se consolidaron con el PRD.

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