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Discurso pronunciado en conmemoración del XXX Aniversario del triunfo de la Revolución Cubana*

Por Fidel Castro

Compatriotas de Santiago y de toda Cuba —creo que fue así más o menos, como me dirigí la primera vez a ustedes cuando el triunfo de la Revolución—:

Se había decidido celebrar la conmemoración oficial del XXX aniversario en la Ciudad de La Habana. Hacía tiempo que en la capital no se efectuaba un evento de esta naturaleza; no queríamos tampoco afrontar las dificultades de la conmemoración en la ciudad de Santiago de Cuba, donde habría sido necesario un gran esfuerzo en el transporte y el alojamiento de los numerosos invitados que participarán en esa conmemoración, pero yo les propuse a los compañeros que estaban organizando el programa del aniversario, la idea de visitar a Santiago este día y a esta hora como un deseo realmente muy especial. Me parecía que no estaríamos conmemorando bien el XXX aniversario si, por lo menos, no nos encontrábamos aquí con los santiagueros, para trasmitirles un fraternal saludo (APLAUSOS).

No vengo a hacer un recuento de la grandiosa tarea llevada a cabo por el pueblo de la provincia de Santiago de Cuba en estos 30 años, eso se hizo ya, hace pocos meses, el 26 de julio; no he venido tampoco a hacer un recuento de la obra de la Revoluci0n en 30 años, recuerdo que eso se hizo al cumplirse el XXV aniversario y en el instante en que se proclamaba Ciudad Héroe y se condecoraba a Santiago de Cuba. Vine a compartir con ustedes este día glorioso y a recordar con ustedes aquella fecha, desde este mismo balcón, y en esta misma plaza, donde hace 30 años celebrábamos la victoria (APLAUSOS), en un acto quizás no tan solemne, quizás no tan bien organizado como este —comprenderán ustedes cómo eran aquellos momentos—, pero realmente emocionante e histórico; pienso que muchos lo recuerden y que también muchos lo habrán escuchado alguna vez de sus padres o de sus maestros. Realmente, aquel fue un día histórico y pienso que será también un día inolvidable, no solo para nosotros —se explica—, sino también para las futuras generaciones.

El primero de enero no solo era la culminación de un largo esfuerzo de lucha de nuestro pueblo a lo largo de muchos años, a lo largo de casi 100 años en aquel momento; no solo percibíamos la victoria ese día, no solo fue el día de la victoria, fue también un día de grandes decisiones, decisiones fundamentales, y un día de grandes definiciones, un día de grandes enseñanzas, un día de gran aprendizaje, porque el día primero de enero no solo se alcanza la victoria, sino que fue necesario también defender la victoria.

En horas de la madrugada de aquel día de 1959, encontrándonos nosotros en el pueblo de Contramaestre —más bien en el central allí ubicado—, recibimos lo que pudiéramos llamar los primeros rumores de que se había producido el colapso del régimen, o más bien que se había producido la fuga de Batista. No transcurrieron muchos minutos antes de que aquellas noticias empezaran a confirmarse. De inmediato nos dimos cuenta de lo que estaba ocurriendo, puesto que esto estuvo precedido de una serie de importantes acontecimientos.

La guerra ya estaba ganada. Tres días antes tuvo lugar una entrevista que había sido solicitada, previamente, alrededor del 25 de diciembre, por el jefe de las tropas enemigas en la región oriental del país, el general Eulogio Cantillo. No se había caracterizado este oficial por ser represivo, o por hechos sanguinarios, y, en honor de la verdad histórica, hay que decir que en el tiempo en que estuvo dirigiendo las operaciones, y, sobre todo, durante la última ofensiva contra la Sierra Maestra, no se caracterizó este militar por la represión sangrienta; más bien se le tenía por un militar relativamente decente.

Ya habían ocurrido en otros momentos algunos intercambios de comunicaciones con él, relacionados, fundamentalmente, con la liberación de prisioneros enemigos en manos de nuestras tropas, antes de la ofensiva y después de la ofensiva. Incluso antes de la ofensiva había enviado un mensaje aparentemente caballeroso, expresando su preocupación y su pesar por aquella operación, a su juicio, inaguantable, irresistible, que estaba próxima a lanzar con 10.000 soldados, y el apoyo de la artillería, unidades blindadas y, sobre todo, de la aviación, contra nuestros reductos en la Sierra Maestra. Llegó a expresar que apenaba la idea de que personas a las que consideraba valiosas se perdieran.

Nosotros le dimos las gracias con mucha modestia, y con mucha modestia le dijimos que esperábamos a su ejército en la Sierra Maestra y que, desde luego, si lograban vencer la tenaz resistencia que iban a encontrar y lograban exterminar hasta el último rebelde, que no se doliera por ello, ya que algún día hasta los hijos de los mismos soldados que nos combatían mirarían con admiración a la Sierra Maestra. No le quise decir lo que nosotros estábamos seguros de que iba a ocurrir, que la ofensiva iba a ser derrotada, no obstante el reducidísimo número de hombres con que contábamos en ese momento, que no llegaban siquiera a 300, y por eso dije que con modestia le dimos las gracias y le trasmitimos aquella respuesta.

Después había habido otros contactos, especialmente al final de la ofensiva, convertida en desastre militar para la tiranía; en la devolución de prisioneros enemigos se produjeron de nuevo contactos. De modo que ya había estos antecedentes.

Nosotros, a lo largo de la guerra, en numerosas ocasiones, les dirigíamos mensajes a las tropas y a algunos jefes del ejército batistiano. Alrededor del 25 de diciembre este militar pide reunirse con nosotros, la reunión tiene lugar el día 28. Ya nosotros estábamos preparando el avance sobre Santiago de Cuba y nos dice que han perdido la guerra —lo reconocen francamente— y que están dispuestos a ponerle fin a la contienda. Nosotros le planteamos que la cuestión ahora era ver la forma práctica en que se ponía fin a la guerra, y en realidad fuimos generosos con ellos, porque le dijimos: el ejército se ha hundido, tal vez pueda salvarse un número de militares que no hayan tenido complicidad con los crímenes, y le propuse que para ponerle fin a la contienda de una forma decorosa se produjera un levantamiento de las tropas de la Provincia de Oriente —la antigua Provincia de Oriente—, fundamentalmente las tropas de la guarnición de Santiago de Cuba, y que le diéramos la forma de un movimiento revolucionario‐militar que diera fin a la contienda, añadiendo que tal hecho produciría de inmediato el desplome de la tiranía.

Le advertíamos, como habíamos advertido siempre a lo largo de la lucha, que estábamos resueltamente contra cualquier golpe de Estado. Esa fue una prédica constante a lo largo de nuestra guerra, a partir de la experiencia de América Latina y de la propia experiencia de Cuba, en que tenían lugar grandes luchas frente a gobiernos tiránicos y en un momento dado aparecía siempre un grupo de militares derrocando al gobierno y presentándose como salvadores del país.

Tomando en cuenta esa experiencia, durante toda la guerra mantuvimos una política de rechazo, condena y desaliento a cualquier golpe militar, y habíamos advertido que de producirse un golpe militar proseguiríamos la guerra. Estos planteamientos los hicimos en distintos momentos, los hicimos cuando teníamos 100 hombres, cuando teníamos 150, cuando teníamos 200 y los reiteramos hasta el final de la guerra. Se llega al acuerdo de producir el levantamiento en Santiago de Cuba a las 3:00 de la tarde del 31 de diciembre. Aquel militar insistía en viajar a La Habana, nosotros éramos opuestos a que viajara a La Habana; él alegaba que tenía un número importante de contactos, incluso argumentó que tenía un familiar allegado en un importante cargo militar —estaba al frente de uno de los regimientos occidentales—; nosotros le aconsejamos que no hiciera el viaje; él insistió en la necesidad del viaje, en la conveniencia del viaje, entonces nosotros le advertimos tres cosas: primero, que no queríamos golpe de Estado en la capital; segundo, que no queríamos ninguna colaboración para ayudar a escapar a Batista; tercero, que no queríamos contacto con la embajada americana. Fueron tres cosas que le advertimos y que le dijimos que no admitíamos; se comprometió solemnemente con no hacer ninguna de las tres cosas.

Viaja a la capital —tal vez ese mismo día o al otro— y empiezan a llegar entonces noticias extrañas, mensajes confusos de que había que esperar —que había que esperar por lo menos hasta el 6 de enero. Claro está que nosotros no estábamos dispuestos a aceptar ese cambio en los acuerdos a que habíamos llegado, puesto que nuestras tropas estaban avanzando en todas partes, estaban conquistando ciudad tras ciudad, estaba cortada la retirada de casi todas las tropas en la antigua provincia de oriente, y veíamos que era el momento oportuno de liberar la ciudad de Santiago de Cuba, de dar el golpe, pudiéramos decir, el puntillazo final al régimen en la ciudad de Santiago de Cuba. No íbamos a esperar seis o siete días a que estas condiciones óptimas se desperdiciaran. Fue siempre criterio y fue siempre un principio de las fuerzas rebeldes no perder nunca un día, un minuto, o un segundo, y, sobre todo, no desaprovechar los momentos más psicológicos, y, por tanto, le enviamos un mensaje al que quedó de jefe de la plaza, expresándole que no aceptábamos los cambios unilaterales sobre los acuerdos alcanzados ni las explicaciones confusas que se nos dieran, y que si no se producía el levantamiento de la guarnición la tarde del 31, se iniciarían las operaciones contra la ciudad de Santiago de Cuba.

Esto fue advertido de manera clara y, efectivamente, estaban moviéndose las fuerzas hacia Santiago de Cuba cuando, en horas de la madrugada del día primero, surgen las noticias de que hablábamos anteriormente.

¿Qué quiso hacer el Ejército en el último momento, sin duda, asesorado por Estados Unidos? Llevar a cabo un golpe de Estado, confundir al pueblo diciendo: “Se fue Batista, se acabó la tiranía, empieza una era democrática”, manteniendo el aparato militar, manteniendo el sistema y evitar así el triunfo de la Revolución. Fue un burdo intento de repetir en la historia de nuestro país lo que ya había ocurrido otras veces y lo que había ocurrido tantas veces en muchos países de América Latina. De modo que a nosotros no nos tomó de sorpresa lo que estaba ocurriendo.

Además, tengo entendido que nuestro pueblo, a través de la prédica constante que se hizo durante todo el período de la guerra y a través de las emisiones de Radio Rebelde, estaba también alerta sobre esta situación.

Dieron el golpe, ayudaron a escapar a Batista, se pusieron de acuerdo con la embajada americana. Proclamaron un gobierno para hacerse cargo de la situación. No hay que olvidarse de que el día primero se proclamó un gobierno. Los golpistas designaron a un magistrado del Tribunal Supremo, llamado Piedra, como presidente de la República. Realmente aquel gobierno no llegó ni siquiera a tomar posesión.

Ese mismo día se toma la decisión, sin perder un minuto, sin perder un segundo, de denunciar el golpe y dar instrucciones a todas las fuerzas rebeldes de que continuaran las operaciones; no queríamos que se produjera ni un solo minuto de tregua entre las fuerzas revolucionarias y las fuerzas enemigas.

Aquel primero de enero tiene lugar un acontecimiento que ya habíamos previsto el 26 de julio de 1953; en nuestros planes, a raíz del ataque al Moncada, estaba llamar al pueblo a una huelga general revolucionaria, y esa mañana llegó la hora, precisamente, de llamar a la huelga general revolucionaria. Creo que eso constituyó un acontecimiento excepcional. Todos los sindicatos estaban en manos de dirigentes oficiales comprometidos con la tiranía, no había ninguna organización de dirección oficial de los sindicatos trabajando con la Revolución.

Desde Radio Rebelde, inmediatamente después de denunciar el golpe y de impartir las instrucciones a los jefes de las columnas rebeldes, se llama al pueblo a la huelga general. A la vez se trasmite una proclama para Santiago de Cuba, con instrucciones de que la ciudad se paralizara totalmente desde las 3:00 de la tarde, excepto la planta eléctrica para mantener la comunicación con la población, y les advertíamos que se procedería a atacar la ciudad. Todas esas decisiones se fueron tomando sucesivamente a lo largo del día primero de enero.

A Camilo y al Che se les dieron las instrucciones de proseguir hacia la capital sin detenerse, sin dar tregua, mientras los rebeldes se acercaban a Santiago de Cuba. Incluso, un grupo de exploración que se envió por la Carretera Central recibió órdenes de que tan pronto llegaran a la loma de Quintero, donde estaba posesionado un batallón enemigo, le dieran cinco minutos para rendirse o abrir fuego, que no podía haber tregua.

En esa situación veníamos nosotros acercándonos hacia la ciudad de Santiago de Cuba por el norte, desde Palma Soriano, cuando surgen los primeros contactos solicitados por los jefes de la guarnición de Santiago de Cuba. La jefatura de la policía se plegó inmediatamente; los jefes de dos fragatas, bastante poderosas por su armamento, que estaban en el puerto de Santiago de Cuba, se plegaron: el jefe del Distrito Naval se plegó, y los jefes de la guarnición trataron de contactarnos. Esto va ocurriendo en horas de la tarde. Ya se producen los primeros contactos, y yo le planteo al jefe de la guarnición de Santiago de Cuba que quería reunirme con todos los oficiales de la guarnición.

Aquellos pasos eran muy importantes, porque no sabíamos qué iba a ocurrir en la capital: si lograban mantener la adhesión de una gran parte del ejército, si iba a tener que lucharse en la capital de la República, porque los golpistas pudieran contar con una parte importante de la oficialidad y de las tropas.

Poder liberar a la ciudad de Santiago de Cuba tenía una enorme importancia, poder ocupar el armamento que estaba aquí en Santiago de Cuba era decisivo, a nuestro juicio; y sobre todo ahorrar sangre, porque sin duda que los combates habrían sido violentos.

Nosotros calculábamos que los combates alrededor de Santiago de Cuba —esto es antes del golpe— durarían alrededor de una semana. Ya teníamos preparada la sublevación de la ciudad en la fase final de la batalla, más de 100 armas habían sido introducidas en ella, de las últimas ocupadas en Palma Soriano. Ya teníamos todas las ideas de cómo realizar las operaciones con relación a Santiago de Cuba, que habrían culminado exitosamente, sin duda, pero que habrían costado un número de vidas, tal vez un elevado número de vidas.

Por eso yo creo que fue decisivo, fundamental, y algo por lo cual había que esforzarse, ocupar la ciudad sin combates de ser posible; si no quedaba otra alternativa, llevarlo a cabo combatiendo, pero fueron afortunadas las circunstancias que hicieron innecesarios violentos combates en torno y dentro de Santiago de Cuba.

Cualquiera podrá suponer que los revolucionarios teníamos deseos de tomar el cuartel Moncada y de rendirlo por las armas, como rendimos otras muchas posiciones enemigas; pero en esas circunstancias nadie se debe dejar llevar por las emociones y tiene que tratar de resolver los objetivos con el menor costo de vidas posible. Y eso ocurrió aquel día.

Si uno analiza las cosas a distancia, se da cuenta de que el ejército enemigo había perdido toda capacidad de resistencia en ese momento, la desmoralización era ya total. Incluso, se dio el caso de que la patrulla llegó a la loma de Quintero, siguió, nadie le hizo resistencia, llegó y penetró en el cuartel Moncada.

Se da el caso de que el compañero Raúl va allí para organizar la reunión acordada con los oficiales de la guarnición de Santiago de Cuba, penetra en el cuartel, les habla a los oficiales, saca un retrato de Batista, lo rompe a los ojos de todos ellos y le habla también a la tropa (APLAUSOS). Va con los oficiales a la reunión que estos tienen conmigo. Nosotros no les planteamos la rendición —porque, vuelvo a repetir, la situación era muy confusa en ese momento—, no queríamos humillarlos; les planteamos que condenaran el golpe militar. Les denuncié la maniobra de los golpistas; denuncié a quien había sido hasta ese momento su jefe, a Cantillo; les informé de los acuerdos a que habíamos llegado, los incumplimientos que se habían producido; los exhorté a que desacataran las órdenes de Cantillo y se pusieran a nuestro lado, y aceptaron. Yo diría que fue realmente una proposición generosa de nuestra parte y, además, absolutamente correcta, puesto que todavía los acontecimientos en el resto del país no estaban definidos.

A nosotros nos interesaban las fragatas, nos interesaban los tanques y la artillería que había en Santiago de Cuba y nos interesaba, además, quienes supieran manejar esas armas.

Aunque ya aquella fuerza había perdido toda capacidad de resistencia, el enemigo siguió maniobrando. Mandaron un avión a Isla de Pinos —así se llamaba entonces— a buscar a un grupo de oficiales que habían conspirado contra Batista, fundamentalmente a buscar a un coronel que, realmente, no estuvo complicado con Batista, había adquirido cierto prestigio precisamente por haberse opuesto, por haber conspirado, y lo tenían preso allá en la Isla. Como aquel oficial tenía otra aureola y había luchado contra el régimen, lo mandan a buscar en un intento de aglutinar el ejército. El grupo se llamaba de “Los puros”, era como se le conocía nacionalmente.

Mandan a buscar a Barquín, que tenía además mucha amistad y relación con los yankis, lo llevan a Columbia y le entregan el mando del ejército —todo eso el propio día primero. Llevan a cabo este movimiento en combinación con la embajada americana. Y, efectivamente, el hombre llega al campamento de Columbia en horas de la noche.

Cuando nosotros estábamos reunidos aquí con el pueblo de Santiago de Cuba, todavía no se había decidido la situación, aunque ya Camilo y el Che iban avanzando hacia la capital en horas de la noche. Habría que precisar históricamente en qué minuto exacto emprendieron la marcha; pero sí recuerdo, aunque no puedo precisar la hora exacta en que este coronel, nuevo jefe del ejército en sustitución de Cantillo —Cantillo se aparta y le entrega el mando a este oficial—, quiere comunicarse telefónicamente conmigo, y yo respondo que en el campamento de Columbia no hablaría más que con Camilo cuando estuviera al mando del mismo (APLAUSOS).

Todos esos hechos iban ocurriendo aquella noche; y nosotros, tan pronto terminamos el acto aquí en la Plaza, nos llevamos los tanques, nos llevamos la artillería y avanzamos hacia Bayamo. Había que ver qué ocurría con las tropas de Bayamo, no estaba la situación totalmente definida y no se sabía lo que podía ocurrir, estábamos acumulando fuerzas. Al llegar a Bayamo me reuní con aquellas tropas, les hablé y se unieron a nosotros; allí tenían tanques de mayor peso y más calibre, tenían artillería. Todo esto va ocurriendo alrededor del 3 de enero en horas de la mañana. Yo venía hacia La Habana con una columna de 1.000 rebeldes y 2.000 soldados de Batista, la artillería y los tanques.

Aunque los periodistas y los historiadores han hecho muchas investigaciones, han hecho muy buenos trabajos recogiendo acontecimientos históricos de aquellos días, pienso que hay que precisar más cosas y más detalles: a qué hora parte Camilo hacia la capital, a qué hora parte el Che, qué día y hora exacta arriba al campamento de Columbia y la Cabaña respectivamente, en qué momento controlan allí la situación.

De modo que el día 2, mientras nuestras fuerzas se encaminaban hacia la capital lo más rápidamente posible, en vista de lo que pudiera suceder allí, las tropas de Camilo y del Che avanzaban por la carretera e iban rindiendo guarniciones sin combatir. De nada les valió a los golpistas el intento de sacar un líder, una figura de la cárcel que fuese capaz de aglutinar el ejército y levantar la moral del ejército.

No recuerdo la fecha exacta, pero ya el día 3 empezaron a definirse las cosas y se hizo evidente que no habría más resistencia. Desde luego, atendiendo al llamado del Ejército Rebelde, a través de Radio Rebelde, se produce la huelga general y se paraliza el país de un extremo a otro de una forma impresionante.

Aquella huelga jugó un papel importantísimo, fue un golpe tremendo, acabó de desmoralizar las fuerzas enemigas, ahorró sangre, salvó vidas. Los trabajadores de las cadenas de radio y televisión se pusieron en sintonía con Radio Rebelde, y en un momento dado Radio Rebelde trasmitía para todo el país por radio y televisión, a través de todas las emisoras. El pueblo se movilizó en todas partes y en la propia capital.

Todos estos fueron acontecimientos importantes, porque ayudaron a la liquidación de la maniobra enemiga y permitieron la victoria de la Revolución, la victoria plena y total.

Se puede decir que a las 72 horas todas las guarniciones del país estaban controladas y las armas estaban en manos del pueblo; en breves días decenas de miles de compañeros se armaron. Pudiera decirse que el ejército quedó desarmado, si no de modo total porque algunas unidades permanecieron con armas —sobre todo, aquellas unidades que habían aceptado apoyarnos—, aquellas que se comprometieron con nosotros y que durante un tiempo mantuvieron sus armas, hasta que en un ulterior período de la Revolución fue imposible mantenerlas armadas, cuando comenzaron las conspiraciones imperialistas y los planes contrarrevolucionarios en nuestro país.

Camilo y el Che cumplieron sus misiones y en un momento determinado tenían el control ya de las fuerzas militares de la capital. Entonces el viaje nuestro hacia La Habana se transformó más bien en un recorrido de carácter político, más que en un recorrido de carácter militar.

Todas esas cosas, o la gran mayoría de estas cosas que he mencionado, ocurrieron el primero de enero; no solo fue el día de la victoria, sino el día del contraataque, del contragolpe, de la huelga general, del avance, para defender la victoria; por eso fue un día de decisiones fundamentales y de importantes definiciones.

Al recordar todo esto lo hago con la intención de señalar el importantísimo papel que desempeñó ese día la ciudad de Santiago de Cuba (APLAUSOS); el hecho de saber —como lo sabía el enemigo— que tenían enfrente una población combativa, rebelde, heroica, fue un factor muy importante en el reblandecimiento de la moral de las tropas batistianas posesionadas en Santiago de Cuba.

Eran alrededor de 5.000 hombres; las fuerzas con que nosotros nos preparábamos para tomar la ciudad eran 1.200. A nadie le parezca realmente que eran pocas, iba a ser la vez que con más tropas íbamos a contar nosotros, iba a ser la vez en que con mejor proporción entre las tropas enemigas y las tropas nuestras íbamos a combatir: teníamos algo más de uno por cada cinco soldados enemigos. Siempre empleábamos la táctica, desde luego, no de enfrentar el uno contra los cinco, íbamos golpeando por partes y creando situaciones en el terreno que fueran favorables a nuestras fuerzas.

Pero es que contábamos dos ejércitos: el Ejército Rebelde y el ejército del pueblo (APLAUSOS), los hombres, las mujeres, los trabajadores, los estudiantes, los jóvenes de Santiago de Cuba, y aquella presión no la pudo soportar el enemigo.

Aquel hecho y lo que ocurrió en Santiago de Cuba la tarde del primero de enero, el desbordamiento popular de la ciudad, el impresionante acto de aquélla noche, la denuncia que hicimos de todo lo que había ocurrido, de la deslealtad de aquel jefe militar, de la maniobra, desempeñaron un papel muy grande en aquellos acontecimientos y tienen que haber influido considerablemente en la desmoralización total de las fuerzas enemigas también en la capital de la República, que estaba a 900 kilómetros de distancia. Pero nuestro pequeño ejército, rápido, enérgico, también había avanzado esos 900 kilómetros.

He tratado muchas veces de calcular —no es fácil hacerlo con exactitud— cuántos hombres con armas de guerra teníamos aquel primero de enero, eran alrededor de 3.000; las fuerzas del ejército batistiano, incluidas la Marina y la Policía, eran en ese momento alrededor de 80.000. De modo que quiero resaltar el papel no solo de los combatientes, sino el papel del pueblo y de los trabajadores aquel día (APLAUSOS).

No es que la ciudad hubiese sido liberada pasivamente y se dedicara solo a aplaudir o a expresar el júbilo; la ciudad había tenido una participación prolongada, de muchos años, para hacer posible ese día de liberación. Aunque nuestro pueblo también tuvo mucha participación a lo largo de los años, activa y heroica en todas partes y, por supuesto, también en la capital de la República, por una serie de circunstancias históricas, Santiago se convirtió en un protagonista de gran importancia en esa lucha.

Otras ciudades como la de Bayamo, como la de Manzanillo, como la de Guantánamo, jugaron también importantes roles a lo largo de nuestra guerra de liberación (APLAUSOS); pero por Santiago habíamos comenzado nuestra lucha el 26 de julio de 1953, y desde entonces comenzó a expresarse la solidaridad santiaguera con la Revolución.

Santiago había influido en nosotros desde antes del 26 de julio, porque cuando se produce el golpe de Estado del 10 de marzo, la única ciudad de Cuba donde hay importantes movimientos populares y donde más tardó en consolidarse el golpe del 10 de marzo fue en Santiago de Cuba (APLAUSOS).

Santiago había influido en nosotros, podemos decir, a lo largo de todas nuestras vidas, como influyeron las provincias orientales, por su papel destacado en la historia de nuestra patria. Esa historia comienza aun cuando no existía una nación, cuando invasores extranjeros ocupan la isla. Fue aquí en estas regiones orientales donde los indígenas, extraordinariamente pacíficos y bondadosos como eran, ofrecen el primer ejemplo de valentía y de heroísmo frente a la invasión extranjera. Aquí se fundaron las primeras ciudades, y cuando ya existían los gérmenes, cuando empezaron a formarse los sentimientos de nacionalidad, las luchas por la independencia comenzaron en estas provincias. La primera y la segunda guerras de independencia —la tercera, si se quiere, en el caso de que incluyamos la guerra chiquita—, todos esos acontecimientos tienen lugar en las provincias orientales. Las ciudades de estas provincias jugaron un papel singular en nuestras contiendas libertadoras y, entre ellas, de modo destacado, Santiago de Cuba (APLAUSOS).

En esta región oriental, antigua provincia de Oriente, tuvo lugar uno de los hechos más admirable, más asombroso, más aleccionador de nuestra historia, la Protesta de Baraguá (APLAUSOS); fue protagonizada por un hijo de esta ciudad de Santiago de Cuba: Antonio Maceo (APLAUSOS PROLONGADOS). De esta ciudad salió aquel grupo de leones, los hijos de Mariana Grajales y otros muchos ilustres combatientes y patriotas.

Esas tradiciones orientales jugaron un gran papel en la historia de nuestro país. Creo que uno de los aciertos de nuestra generación y de nuestro grupo revolucionario fue haber estado convencido de que esas tradiciones de lucha, de dignidad, de rebeldía, de amor a la libertad y a la independencia se mantenían vivas en esta región del país. Pensábamos que tales sentimientos existían en todo el país, desde luego; pero que aquí, en estas regiones orientales, se mantenían con más fuerza. Fue un acierto porque nos ayudó a encaminar nuestra lucha, a seleccionar el escenario y la geografía de nuestras luchas, el escenario topográfico ideal y el escenario humano de nuestras luchas, que aquí se unían estrechamente.

No son palabras para venir a pronunciar en Santiago de Cuba un primero de enero; hace muchos años, más de 30 años, fueron evidenciadas por los hechos, porque cuando nosotros organizamos con jóvenes occidentales, jóvenes magníficos, abnegados, disciplinados, valientes, heroicos, el ataque al Moncada, solo reclutamos a un santiaguero. Esto estaba relacionado, desde luego, con la idea de desinformar, con la idea de apartar toda sospecha con relación a nuestros planes; pero nosotros habíamos escogido precisamente Santiago de Cuba y la guarnición de Santiago de Cuba para atacar, sencillamente por una razón: ¿Si no reclutábamos santiagueros a qué se debía? Sencillamente porque con la ciudad de Santiago de Cuba, con todos los santiagueros, contábamos de antemano (APLAUSOS PROLONGADOS).

Sabíamos que tendríamos el apoyo de Santiago de Cuba, si no qué sentido habría tenido atacar el Moncada y tratar de ocupar miles de armas. ¿Para quiénes eran esas armas?, para los santiagueros. Tal era nuestra confianza en las tradiciones heroicas, en la valentía, en el espíritu de rebeldía de esta ciudad, que influyó en nosotros incluso desde mucho antes del Moncada, porque era la parte de la patria que más conocimos, era la parte de la patria donde se desarrolló una buena parte de nuestra infancia, la parte de la patria con la que se vinculó una gran parte de nuestros mejores sentimientos y nuestro cariño. Pero influyeron Santiago de Cuba y la región oriental mucho antes de que hubiéramos nacido nosotros; influyeron en la vida del país, influyeron en la historia del país.

Siempre he pensado que una de las historias más hermosa, más gloriosa, es la historia que ha escrito nuestro pueblo a lo largo de más de 100 años. Y creo que si hubo una guerra heroica, una guerra mucho más heroica que cualquier otra guerra, esa fue nuestra Guerra de los Diez Años (APLAUSOS); guerra igualmente extraordinaria fue la última de nuestras guerras por la independencia en el siglo pasado. Y creo que ese manantial rico, maravilloso, de historia, tenemos que hacer que se conozca, que lo conozcan los niños, los adolescentes, los estudiantes, los jóvenes, el pueblo; que no se olvide nunca, porque de esa historia surgió la Cuba de hoy.

Muchas veces he explicado a visitantes extranjeros cómo Cuba fue la última en liberarse de España, cómo en el momento en que Bolívar, San Martín, O’Higgins, Sucre, Hidalgo, Morelos y tantos otros patriotas escriben la historia de la independencia de América —que era un mundo enorme que luchó unido contra el coloniaje en momentos azarosos de la historia de España, en momentos en que se había producido la invasión napoleónica y que, incluso, en España habían impuesto un rey francés—, en aquella coyuntura excepcional se inicia el movimiento por la independencia de América Latina y todos aquellos países luchando, más o menos

simultáneamente, alcanzan la independencia. Y en aquella época Cuba era una sociedad esclavista, ¡Cuba era una sociedad esclavista!, había cientos de miles de esclavos, principalmente en la región occidental del país; los españoles eran dueños de la administración y el comercio, tenían el control absoluto de las fuerzas armadas y las fuerzas de orden interno; y los llamados criollos eran los dueños de las plantaciones de caña y de café, no querían ni oír hablar de la independencia, les aterrorizaba la idea de la independencia, sobre todo a partir de la sublevación de los esclavos de Haití, que fue, dicho sea de paso, el primer país de América

Latina que se libera antes de Bolívar, mucho antes de Bolívar; se subleva contra el poderosísimo imperio francés, nada menos que contra las tropas de Napoleón Bonaparte. Y aquí los criollos vivían aterrorizados por la idea de que se produjera una sublevación similar, y les parecía que todo lo que fuera soñar con la independencia ponía en peligro sus privilegios de clase social privilegiada.

Ese es el origen del anexionismo, fue en aquella época que empezó a mirar hacia el Norte todo un sector social. Fueron aquellas circunstancias lo que originó también un sentimiento anexionista por parte de Estados Unidos; eran los estados del sur en contradicción con los estados industriales del nordeste; los estados del sur, que se oponían al cese de la esclavitud y querían tener un estado esclavista más asociado a Estados Unidos.

En el pasado, cuando nos engañaban de todas las formas posibles, nos decían, por ejemplo, que Narciso López había sido precursor de la independencia; y, realmente, después la verdad histórica comprobaba que Narciso López llegó a Cuba estimulado, apadrinado y suministrado por los estados esclavistas del sur de Estados Unidos, y que no había tales ideales o propósitos independentistas, sino propósitos anexionistas. Quiso en ese caso el destino que la derrota de aquellas expediciones ayudara al futuro independiente de la patria.

Esa bandera que con tanto respeto saludamos, con tan merecido y profundo respeto, fue enarbolada la primera vez por los anexionistas. Y hoy es nuestra bandera soberana porque la hicieron soberana, la hicieron heroica, la hicieron inmortal nuestros independentistas a partir de 1868 (APLAUSOS).

Vean qué lecciones ofrece la historia, cuando reina la confusión qué cosas pueden ocurrir; sin embargo, nuestro pueblo fue capaz de salir de toda esa confusión. Duró tiempo el movimiento anexionista y el sentimiento anexionista siguió, incluso, de cierta forma a lo largo de la República. Qué son todos aquellos que abandonaron la patria, todos aquellos burgueses, terratenientes, sectores ricos o sectores confundidos, o gente confundida, sino la reminiscencia de aquella época del esclavismo, cuando los ricos no querían siquiera patria.

Surgieron no obstante en nuestra historia hombres preclaros, hombres que a pesar de tener riqueza querían patria, y estaban dispuestos a sacrificar la riqueza por la patria, como fueron: Carlos Manuel de Céspedes, Vicente Aguilera, Ignacio Agramonte y otros muchos (APLAUSOS). Empezaron sus luchas libertadoras por aquí, por estas provincias, que era donde había menos esclavismo; la inmensa mayoría de los esclavos estaba en la región occidental del país, que era donde más se habían desarrollado las plantaciones de caña y de café en la primera mitad del siglo pasado.

Las luchas de independencia comienzan por aquí, donde había más campesinos libres, menos esclavistas, donde los ricos son menos reaccionarios, donde aquellos hacendados fueron capaces de ir desarrollando un sentimiento nacional, una idea de la identidad nacional y una idea de la patria; aunque cuando se inicia la Guerra de Independencia hay todavía determinada confusión en el pensamiento político cubano, se manifiesta en los primeros meses de la guerra de 1868 —de este tema ya hemos hablado en otra ocasión, con motivo del centenario del Grito de Yara. Pero vean ustedes la importancia de las ideas, de los conceptos,

de la claridad de pensamiento en cada uno de los momentos decisivos de la historia; porque quedan todavía, incluso, reminiscencias de aquellos tiempos, aunque en grado infinitamente menor. Sobre todo, se produce una vez más la identificación entre los intereses de clases explotadoras y los sentimientos antipatrióticos, los sentimientos proimperialistas. De ahí la importancia de la historia y la importancia de las ideas.

Creo que un día como hoy es justo recordar cómo las ideas nobles y patrióticas, enraizadas en la población de las regiones orientales del país, jugaron un papel fundamental, un papel decisivo en la última guerra de liberación.

Me había olvidado mencionar, entre los grandes acontecimientos históricos que se originaron en esta provincia, la inmortal hazaña de la invasión protagonizada por las tropas de Maceo y de Máximo Gómez (APLAUSOS).

Todos estos hechos y todos estos factores produjeron una influencia tremenda en nuestra historia y una influencia tremenda en nuestra última lucha por la liberación. Pienso que en aquel primero de enero de 1959, se juntan y se sintetizan todas estas ideas y todos estos sentimientos.

Hay que decir que este espíritu se prolongó a lo largo de estos 30 años. ¿Qué hizo posible la proeza histórica de las misiones internacionalistas de nuestro pueblo revolucionario? ¿Qué hizo posible la conducta de nuestros hombres en Cuito Cuanavale (APLAUSOS PROLONGADOS), el avance impetuoso de nuestras fuerzas en el frente sudoccidental de Angola, las victoriosas acciones de Techipa, de Calueque y otras, que dieron lugar a los acuerdos de paz recientemente suscritos? ¿Qué hizo posible este maravilloso espíritu internacionalista, este desinterés, esta ejemplar solidaridad de nuestro pueblo, de los cubanos, su conducta frente a cada tarea difícil, frente a cada desafío? Fueron esos sentimientos que empezaron a sembrarse en Yara, esos sentimientos patrióticos y además de patrióticos, internacionalistas; esos sentimientos que se sembraron en Baraguá, esos sentimientos que prosiguieron en Baire, esos sentimientos que se continuaron en el Moncada y el “Granma”, y que emergieron luminosos aquel primero de enero de 1959 (APLAUSOS).

La historia de un país no se escribe en un día, los sentimientos de un país no se forjan en un día. No se forjaron en un día nuestros sentimientos y nuestra historia; pero sí tengo la convicción de que esos sentimientos han sido capaces de alcanzar un grado muy alto, ¡un grado muy alto! (APLAUSOS), de lo cual hoy podemos enorgullecernos, y estoy seguro de que se enorgullecerían de ello también nuestros antepasados, los que lucharon en nuestras guerras de independencia, nuestros mambises sembradores de esa fecunda semilla, los que lucharon y cayeron a lo largo de nuestra historia, los que lucharon y cayeron en el Moncada, en el “Granma” y en la Sierra Maestra, y los que han dado su generosa contribución de sangre en las nobles e insuperables misiones internacionalistas llevadas a cabo por nuestro pueblo (APLAUSOS).

No fue en vano la heroica y gloriosa Protesta de Baraguá, cuando nos enseñó la intransigencia revolucionaria, cuando nos enseñó la lealtad a los principios; no fue en vano la sangre derramada por Martí, cuando nos enseñó también la intransigencia revolucionaria y la lealtad a los principios (APLAUSOS). Estoy seguro de que ellos soñaron un pueblo como este (APLAUSOS).

Ese es el significado que tiene un primero de enero, que no por mucho que se mencione o se repita se llega a captar en toda su dimensión moral e histórica. A la luz de ello, con tanta más razón nos produce satisfacción esa bandera, ese título de Ciudad Héroe concedido a esta ciudad y con ella a las provincias orientales del país (APLAUSOS PROLONGADOS).

Hoy recordamos aquel XXX aniversario, más sosegadamente, quizás, que aquel día, pero más conscientes que nunca de nuestra fuerza, más creyentes que nunca en las infinitas cualidades morales de nuestro pueblo, más convencidos que nunca de que estas provincias serán baluartes invencibles de la Revolución (APLAUSOS), como lo es hoy toda Cuba, donde creció fecunda la semilla del ejemplo de ustedes (APLAUSOS); más unidos que nunca nuestros pueblos con estos lazos históricos, que no en balde la ciudad de La Habana nos envió a Martí, caído en Dos Ríos, cuyos restos se guardan con tanto amor en esta ciudad, y no en balde Santiago envió a La Habana a Antonio Maceo (APLAUSOS), cuyos restos son hoy como un templo para nuestros compatriotas occidentales.

Por eso, compañeras y compañeros de Santiago, veteranos de nuestras luchas, hombres y mujeres adolescentes, jóvenes o maduros, estudiantes, trabajadores, combatientes orientales, nos complace mucho, muchísimo, que aquí, en la ciudad de Santiago de Cuba, iniciemos el cuarto decenio de la Revolución victoriosa (APLAUSOS PROLONGADOS).

Aquellos que sueñan con que la Revolución podrá ser alguna vez batida, se engañan; aquellos que sueñan tales desvaríos ignoran que esta Revolución, que es la continuación de la historia de nuestra patria, su etapa más alta —pudiéramos decir—, cumplirá los 40, cumplirá los 50, cumplirá los 60 y cumplirá los 100 años, y muchos más años, de eso no tenemos duda (APLAUSOS).

Habrá tal vez que remozar más de una vez este edificio, habrá tal vez que fortalecer estos balcones, pero no tengo ninguna duda de que en cada una de esas fechas históricas a los 40, a los 50, a los 60, a los 100 años de Revolución, alguien vendrá aquí a hablarles del primero de enero de 1959 (APLAUSOS Y EXCLAMACIONES DE: “¡Fidel, Fidel, Fidel!”) ¿Qué éramos aquel primero de enero, aparte de la bravura, de la valentía de nuestro pueblo y de nuestros combatientes; aparte de las ansias de libertad, aparte del afán de construir una patria nueva?

¿Cuántos ingenieros teníamos, cuántos proyectistas, cuántos agrónomos, cuántos veterinarios, cuántos maestros, cuántos profesores, cuántos médicos, cuántos especialistas, cuántos oficiales, cuántos cuadros, cuántos militantes del Partido y de nuestra Juventud, cuántos sindicatos, cuántas organizaciones de masa? Nada de esto teníamos cuando nos enfrentamos a una de las páginas más gloriosas de nuestra historia, que han sido estos 30 años, en lo que comenzó siendo una lucha contra los privilegiados en nuestro país, contra los títeres, contra el ejército mercenario, contra latifundistas, terratenientes y explotadores de toda laya, y terminó siendo después la lucha contra la agresión, las amenazas, los bloqueos y los poderes del imperio más poderoso en la historia de la humanidad. Aquí estamos, porque hemos sabido resistir estos 30 años, lo que tal vez muy pocos creyeron, lo que tal vez nadie en el mundo pudiera imaginarse; aquí estamos tras 30 años de lucha dura, valiente, inteligente de nuestro pueblo frente a todas las amenazas y contra todos los riesgos, esa fue nuestra mayor hazaña. Y con lo que contamos hoy, ni soñar entonces; son cientos de miles de maestros, de profesores, de técnicos; decenas de miles de ingenieros, proyectistas, agrónomos, especialistas de todo tipo; decenas de miles de médicos tenemos hoy para velar por la salud de nuestro pueblo, diez veces más que los médicos que nos dejaron aquí al triunfo de la Revolución. Poseemos una enorme fuerza intelectual y técnica, una juventud sana, vigorosa, magnífica que ha sido capaz de escribir las proezas de estas décadas; una juventud que yo estoy seguro de que es cada vez mejor y de que es cada vez más capaz de la firmeza y del heroísmo (APLAUSOS).

Con eso y con la experiencia extraordinaria acumulada por nuestro pueblo en estos 30 años, contamos para enfrentarnos al porvenir, y sí mucho se ha hecho —errores aparte, deficiencias aparte—, es más lo que podremos hacer en el futuro, porque estoy seguro de que con lo que hoy contamos, podemos convertir cada año en dos años, en tres años, en cuatro años. Eso es lo que estamos tratando de hacer en estos instantes.

Aquel primero de enero fue un día de definiciones, en que se dijo algo que había que decir todavía, porque había sido muy larga la historia de engaños, había sido muy larga la historia de politiqueros a lo largo de la República mediatizada; había que decir que esta vez era en serio, que no se podía confundir un golpe de Estado con una revolución, una de las grandes cosas que aprendió nuestro pueblo aquel primero de enero, al salirle al paso a la maniobra y desbaratarla; porque nuestro pueblo quería cambios, nuestro pueblo quería una revolución, y los cambios tenían que ser profundos, los cambios tenían que ser fundamentales, la sociedad de la explotación tenía que desaparecer, y al pueblo le dijimos: ¡Esta vez ha triunfado la Revolución, esta vez los postulados de la Revolución se cumplirán!

No olvidaré nunca que aquella fue la esencia de lo que planteamos el primero de enero, cómo a raíz de los acontecimientos del ataque al Moncada fueron proclamados los principios esenciales y los objetivos primordiales de nuestra Revolución, dos veces aquí en Santiago de Cuba: allá, en la sala de un hospital cuando nos juzgaban por los hechos del Moncada, y aquí el primero de enero. Hoy, con la más profunda convicción, digo que nuestra Revolución seguirá adelante, nuestra Revolución verdadera porque es una revolución socialista y porque es una revolución marxista‐leninista (APLAUSOS).

Socialismo, algo de lo que no podía ni hablarse todavía el primero de enero, en medio del espíritu maccarthista que había prevalecido en este hemisferio y el frenético anticomunismo de los órganos de difusión y orientación del pueblo y de todas las instituciones burguesas, en medio de la confusión existente. Pero no tardó mucho la Revolución en hablar de socialismo, porque si se decía: habrá una verdadera revolución, no podía existir ninguna revolución verdadera en nuestro país que no fuera socialista. Por eso aquel 16 de abril, apenas dos años y medio después del primero de enero y cuando nuestros combatientes se preparaban para enfrentarse a la invasión mercenaria, y tal vez a la agresión imperialista, fue proclamado el

carácter socialista de nuestra Revolución (APLAUSOS). Y no mucho tiempo después se habló no solo de socialismo, sino que se proclamó el carácter marxista‐leninista de nuestra Revolución socialista (APLAUSOS).

¡Hoy, 30 años después de aquel primero de enero, podemos asegurar que nuestro pueblo será siempre fiel a los principios del socialismo! (APLAUSOS), ¡que nuestro pueblo será siempre leal a los principios del marxismo‐leninismo! (APLAUSOS), ¡que nuestro pueblo será siempre leal a los principios del internacionalismo! (APLAUSOS) Que inconmoviblemente fieles a esos principios lucharemos y trabajaremos por hacer cada día mejor a nuestra Revolución, por hacerla cada día más eficiente, por hacerla cada día más perfecta (APLAUSOS).

Y en estos tiempos de confusión en que nuestra Revolución, que tanto asusta a los reaccionarios en el mundo y que tanto asusta al imperio, se yergue como un faro de luz ante los ojos del mundo; en estos instantes y en este primero de enero, podemos afirmar que estamos conscientes de la enorme responsabilidad que ante los pueblos del mundo, ante los trabajadores del mundo y fundamentalmente ante los pueblos del Tercer Mundo tiene hoy nuestro proceso revolucionario, y que sabremos estar siempre a la altura de esa responsabilidad (APLAUSOS).

Por eso, con más fuerza que nunca, digamos hoy: ¡Socialismo o muerte!, ¡marxismo‐leninismo o muerte! (APLAUSOS), que eso es lo que significa hoy lo que tantas veces hemos repetido a lo largo de estos años:

¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACIÓN)

Nota: el título completo del presente documento es:

DISCURSO PRONUNCIADO POR FIDEL CASTRO RUZ, PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE CUBA, EN EL ACTO SOLEMNE EN CONMEMORACIÓN DEL XXX ANIVERSARIO DEL TRIUNFO DE LA REVOLUCIÓN, EN SANTIAGO DE CUBA, EL 1º DE ENERO DE 1989, “AÑO XXXI DE LA REVOLUCIÓN”.

(VERSIONES TAQUIGRÁFICAS ― CONSEJO DE ESTADO)

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