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El pueblo de los monos*

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Por Antonio Gramsci

El fascismo ha sido la última “representación” ofrecida por la pequeña burguesía urbana en el teatro de la vida política nacional. El miserable fin de la aventura fiumiana (1) es la última escena de la representación. Puede considerarse como el episodio más importante del proceso de disolución interna de esta clase de la población italiana.

El proceso de descomposición de la pequeña burguesía se inicia en la última década del siglo pasado. La pequeña burguesía pierde toda importancia y decaen todas sus funciones vitales en el campo de la producción, con el desarrollo de la gran industria y del capital financiero; se convierte en pura clase política y se especializa en el “cretinismo parlamentario”. Este fenómeno, que ocupa gran parte de la historia contemporánea italiana, toma diversos nombres en sus distintas facetas: se llama originalmente “advenimiento de la izquierda al poder”, se vuelve giolittismo, lucha contra los intentos kaiserísticos de Umberto I, se extiende en el reformismo socialista. La pequeña  burguesía se incrusta en la institución parlamentaria: de organismo de control de la burguesía capitalista sobre la Corona y sobre la administración pública, el Parlamento se convierte en nido de charlatanería y de escándalos, se vuelve en un medio para el parasitismo. Corrompido hasta la médula, sometido completamente al poder gubernamental, el Parlamento pierde todo prestigio ante las masas  populares. Las masas populares se convencen de que el único instrumento de control y de oposición a los arbitrios del poder administrativo es la acción directa, es la presión desde el exterior. La semana roja (2) de junio de 1914, contra la destrucción, es la primera y grandiosa intervención de las masas populares en la escena política, para oponerse directamente a los arbitrios del poder, para ejercer realmente la soberanía popular, que ya no encuentra ninguna expresión en la cámara representativa; puede decirse que en junio de 1914 el parlamentarismo entró, en Italia, en la vía de su disolución orgánica y, con el parlamentarismo, la función política de la pequeña burguesía.

La pequeña burguesía, que definitivamente ha perdido toda esperanza de recobrar una función productiva (sólo hoy vuelve a vislumbrarse una esperanza de este tipo, con los intentos del partido popular por volver a dar importancia a la pequeña propiedad agrícola y con los intentos de los funcionarios de la Confederación General del Trabajo por galvanizar el mortecino control sindical), trata en todas las formas de conservar una posición de iniciativa histórica: imita a la clase obrera, sale a las calles. Esta nueva táctica se lleva a cabo de los modos y formas permitidos a una clase de charlatanes, de escépticos, de corruptos; el desarrollo de los hechos que han tomado el nombre de “radiantes jornadas de mayo”, con todos sus reflejos periodísticos, oradores, teatrales, callejeros durante la guerra, es como la proyección en la realidad de un relato de la jungla de Kipling: el relato de Bandar-Log, del pueblo de los monos, el cual cree ser superior a todos los demás pueblos de la jungla, poseer toda la inteligencia, toda la intuición histórica, todo el espíritu revolucionario, toda la sabiduría de gobierno, etcétera, etcétera. Esto fue lo que sucedió: la pequeña burguesía, que se sometió al poder gubernamental a través de la corrupción parlamentaria, cambia la forma de su prestación de servicios, se vuelve antiparlamentaria y trata de corromper la calle.

En el periodo de la guerra el Parlamento decae completamente: la pequeña burguesía intenta consolidar su nueva posición y piensa equivocadamente que ya ha alcanzado este objetivo, cree erróneamente que ha acabado con la lucha de clases, que ha tomado la dirección de la clase obrera y campesina, que ha sustituido la idea socialista, inmanente en las masas, con una extraña y fantástica mezcolanza ideológica de imperialismo nacionalista, de “verdadero revolucionarismo”, de “sindicalismo nacional”. La acción directa de las masas en los días 2 y 3 de diciembre, después de las violencias ejercidas en Roma por parte de los oficiales contra los diputados socialistas, pone un freno a la actividad política de la pequeña burguesía, que desde aquel momento trata de organizarse y agruparse en torno a patronos más ricos y seguros que el poder estatal oficial, debilitado y exhausto por la guerra.

La aventura fiumiana es el motivo sentimental y el mecanismo práctico de esta organización sistemática, pero resulta inmediatamente evidente que la base sólida de la organización es la defensa directa de la propiedad industrial y agrícola de los asaltos de la clase revolucionaria de los obreros y los campesinos pobres. Esta actividad de la pequeña burguesía, convertida oficialmente en “el fascismo”, no deja de tener consecuencias para la estabilidad del Estado. Después de corromper y arruinar la institución parlamentaria, la pequeña burguesía corrompe y arruina también las otras instituciones, los sostenes fundamentales del Estado: el ejército, la policía, la magistratura. Corrupción y ruina que tienen como resultado pura pérdida, que no tienen ningún fin preciso (el único fin preciso habría debido ser la creación de un nuevo Estado: pero el “pueblo de los monos” se caracteriza precisamente por la incapacidad orgánica para darse una ley y fundar un Estado); el propietario, para defenderse, financia y sostiene una organización privada, la cual, para enmascarar su naturaleza real, debe asumir actitudes políticas “revolucionarias” y disgregar la defensa más poderosa de la propiedad, el Estado. La clase propietaria repite, con respecto al poder ejecutivo, el mismo error que cometió con respecto al Parlamento: cree poderse defender mejor de los asaltos de la clase revolucionaria, abandonando las instituciones de su Estado a los caprichos histéricos del “pueblo de los monos”, de la pequeña burguesía.

Desarrollándose, el fascismo se endurece en torno a su núcleo primordial, no logra ya disimular su verdadera naturaleza. Conduce una campaña feroz contra el presidente del consejo Nitti, campaña que llega hasta (a) una invitación abierta a asesinar al primer ministro; deja en paz a Giolitti y le permite llevar “felizmente” a término la liquidación de la aventura fiumiana; la posición del fascismo con respecto a Giolitti marcó el destino de D’Annunzio y puso de relieve el verdadero fin histórico de la organización de la pequeña burguesía italiana. Cuando más fuertes se han vuelto los “fasci”, cuanto mejor encuadrados están sus efectivos, cuanto más audaces y agresivos se muestran contra las cámaras del trabajo y los ayuntamientos socialistas, tanto más característicamente expresiva resulta su actitud con respecto a D’Annunzio, el cual invoca la insurrección y las barricadas. ¡Las pomposas declaraciones de “verdadero revolucionarismo” se han concretado en un petardo inofensivo hecho explotar bajo un pasillo de la Stampa!

La pequeña burguesía, incluso en ésta su última encarnación política del “fascismo”, se ha mostrado definitivamente en su verdadera naturaleza de esclava del capitalismo y de la propiedad latifundista, de agente de la contrarrevolución. Pero también ha demostrado ser fundamentalmente incapaz de desempeñar una misión histórica cualquiera: el pueblo de los monos ocupa las páginas de sucesos, no crea historia, deja rastros en los periódicos, no ofrece material para escribir libros. La pequeña burguesía, después de arruinar el Parlamento, está arruinando al Estado burgués: sustituye, cada vez en mayor escala, la “autoridad” de la ley con la violencia privada, ejerce (¡y no puede hacer otra cosa!) esta violencia caóticamente, brutalmente, y subleva contra el Estado, contra el capitalismo, estratos cada vez mayores de la población.

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* L’Odine Nuovo, 2 de enero de 1921. No firmado. El título fue tomado de un relato del primer Libro de la jungla de Kipling.

1 Después del tratado de Rapallo de noviembre de 1920, que hizo de Fiume un Estado independiente, el bloqueo naval obligó a D’Annunzio a capitular. A principios de enero comenzó el éxodo de los “legionarios” de la ciudad.

2 En junio de 1914 estalló la última huelga general de protesta, antes de la guerra, contra los asesinatos de trabajadores, conocida con el nombre de “semana roja” por la violencia y duración de la lucha.

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