Buscar por

Neo-Otomanismo: la economía política de la Turquía contemporánea*

Fotografía:  Murat Cetinmuhurdar/Reuters

Kemal Okuyan,
Secretario General del Partido Comunista de Turquía (TKP)

Tras la derrota en Siria, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan está ocupado desarrollando una segunda versión de su proyecto neo-otomano, el cual trajo por primera vez a su agenda política durante la segunda mitad de la primera década del nuevo siglo.

No cabe duda que la política neo-otomana de expansionismo económico y territorial es producto de las políticas y la ideología de Erdogan y su partido.

La República de Turquía, fundada tras la revolución burguesa bajo el liderazgo de Mustafa Kemal hace 100 años, jamás fue verdaderamente aceptada por las fuerzas islamistas asociadas con Erdogan.

Sin embargo, la política exterior expansionista de Turquía sobre una amplía región no puede ser explicada sólo por las reacciones islamistas.

Si no coincidiera con las necesidades de la clase capitalista en Turquía, el neo-otomanismo de Erdogan estaría condenado a permanecer como una tendencia marginal.

Si queremos encontrarle sentido a la política exterior de Turquía, un país que hasta hace muy poco era visto como un leal aliado de los EE. UU. y que sólo tomaba iniciativa en los problemas que correspondían a los centros imperialistas occidentales, primero tenemos que ver los desarrollos del sistema imperialista.

Los EE. UU. por mucho tiempo han tenido dificultades para sostener su rol hegemónico dentro de la jerarquía imperialista.

Un resultado importante de esto es el debilitamiento del sistema de alianzas del cual EE. UU. constituye el centro, y el cual es cada vez más inmanejable.

Los retos que  hoy enfrentan los EE. UU. no son simplemente la acrecentada influencia económica de la  República Popular China o la amplia influencia político-militar de Rusia.

Los países vistos hasta hace poco como aliados cercanos de los EE. UU. han empezado a utilizar un margen de acción más amplio. Diferentes enfoque políticos y militares dentro de la OTAN se han hecho públicos.

Todos estos desarrollos son consistentes con la lógica del imperialismo. Que el desarrollo desigual y una profunda competencia deriven en un conflicto no resulta sorprendente en un mundo dominado por los monopolios.

Mientras el sistema imperialista es sacudido de abajo hacia arriba todos los actores toman un rol en la lucha por asegurar mayores cuotas en proporción a su poder.

Sería absurdo esperar que el capitalismo turco, que ha alcanzado un nivel significativo de desarrollo a pesar de sus frágiles características, evitara esta pelea.

Además, la burguesía turca se ha dado cuenta de que ni los EE. UU. ni la Unión Europea son capaces de ofrecerle una alternativa de crecimiento estable.

“Estabilidad” es la última palabra que podría describir lo que ocurre estos días en Washington, Londres, París y Berlín.

En este contexto no tiene sentido afirmar que Turquía se aleja de la OTAN, estableciéndose en el eje Rusia-China. La clase dominante de Turquía se ha vuelto más abierta a negociar y adoptar una posición relativamente asertiva y sin restricciones cuando las condiciones le son favorables.

Sin embargo hasta hoy está fuera de cuestión que este proceso esté llevando a Turquía a separarse de la OTAN.

Al contrario, la burguesía turca quiere “volver a casarse” tanto con EE. UU. como con Alemania, pero bajo diferentes condiciones, y mantener la amplia libertad de acción que tiene hoy. Este enfoque es compatible con la realidad del imperialismo ya mismo.

Por esta razón debemos preguntarnos hasta qué punto el proyecto neo-otomano puede satisfacer las ambiciones del capitalismo turco.

La economía turca bajo el partido AKP de Erdogan ha crecido a consecuencia del ilegal saqueo de las compañías estatales, las ciudades, la naturaleza, los ríos, las minas, la liberación del espacio para monopolios internacionales por la provisión de todo tipo de incentivos, junto con la destrucción del poder de negociación de la clase obrera y una irracional tasa de endeudamiento.

La industria automotriz y la construcción se han vuelto los principales sectores económicos. Muchas otras industrias colapsaron. En agricultura Turquía ya no es un país autosuficiente. Los monopolios de los alimentos crean grandes ganancias mientras que los pequeños productores son trágicamente arruinados. La economía, sacudida por el desempleo, la deuda extranjera y doméstica con altas tasas de inflación, tiene una estructura frágil especialmente en el sector financiero.

Sólo por estas razones, sólo considerando este criterio económico, uno puede ver que el neo-otomanismo turco tiene serias limitaciones.

Cuando agregamos que casi todos los actores importantes tienen sus ojos en esta región, que Turquía no es el país con mejor reputación entre los países árabes, que existe una seria oposición dentro de Turquía al neo-otomanismo y que una parte de la clase capitalista quiere que el partido de Erdogan, el AKP, tome una política exterior menos riesgosa, se puede ver lo difícil que es para Erdogan continuar con su juego asertivo.

Aun así no debería pasarse por alto que el capitalismo turco tiene algunas ventajas. En comparación con los países europeos Turquía tiene una población más joven.

Entre ellos, aquellos con educación secundaria y universitaria constituyen los estratos más desorganizados. Con la pérdida de los derechos sindicales y colectivos esta reserva de mano de obra educada crea un enorme poder competitivo para los capitalistas.

El fundamentalismo religioso, utilizado para controlar a las masas en la política interna, también es influyente como herramienta de política exterior.

Últimamente Turquía se ha unido a la lucha por la hegemonía en el mundo islámico entre Irán y Arabia Saudita. Esta iniciativa –desarrollada por Erdogan junto con Pakistán y Malasia– no debería ser subestimada.

Este trio de países está influyendo en la población musulmana de Indonesia e India a través de canales económicos, políticos y culturales.

Sumemos la presencia de Turquía en los Balcanes, el Cáucaso y Somalia, y los millones que podría dirigir por medio de mezquitas en Europa y especialmente en Alemania, y podremos apreciar la magnitud de esta red de influencia dentro del mundo islámico.

Además las relaciones complejas y encubiertas de Turquía con países ricos en petróleo, especialmente Qatar, le brindan importantes oportunidades económicas.

Turquía tiene además uno de los ejércitos más grandes de la región, asigna grandes cantidades a su próspera industria de defensa y se ha convertido en uno de los pocos países con capacidad de organizar operaciones militares y de inteligencia en el extranjero. Erdogan no está simplemente hablando disparates.

La política extranjera de Erdogan es flexible, pragmática y oportunista, a menudo cambia de día en día y no tiene principios.

Es a la luz de todos estos factores que debe analizarse la decisión de Turquía de enviar tropas a Libia. Erdogan no puede permitirse una guerra que sacudiría su mandato de manera seria. Él no tiene los recursos militares y políticos necesarios.

Sin embargo, él está consciente de que, en la lucha por una parte de los recursos energéticos en el Mediterráneo oriental, tiene que hacer nuevos movimientos para elevar su poder de negociación.

Por esta razón ha elegido enviar a Libia a parte de los militantes islamistas que son reclutados de Siria, algunos oficiales de inteligencia y un número limitado de fuerzas especiales y consejeros militares.

Sus cálculos en Libia son diferentes a los hechos para Siria. Allí Erdogan busca una presencia permanente utilizando el pretexto de las preocupaciones de seguridad creadas por la presencia kurda.

Es incluso posible que Erdogan suspenda su cooperación con Rusia y busque una mayor cooperación con los EE. UU.

Cuando se trata de Siria, aunque es verdad que los sueños de hace cinco años se han derrumbado, Turquía aún tiene un amplio margen de acción.

En Libia, por otro lado, Turquía está tratando de engancharse a la lucha por una cuota o participación del Mediterráneo oriental. Hasta el momento no tiene una posición fuerte.

Pero ya sea que el capitalismo turco adopte una política exterior más cautelosa o más agresiva, es una amenaza para todos los pueblos de la región, empezando por los trabajadores de Turquía.

Al igual que en cualquier otro país capitalista, no hay ninguna “explotación buena”. Por esta razón el movimiento revolucionario en Turquía tiene la responsabilidad de transformar a Turquía, un país que ahora ejerce una influencia regional muy grande, en un país donde prevalezca la igualdad y la libertad.

 

*El presente artículo fue publicado en el periódico “Morning Star” el 20 de enero del presente, con el título Neo-Otomanismo: la economía política de la Turquía contemporánea, y fue escrito por el Secretario General del Partido Comunista de Turquía (TKP), Kemal Okuyan. La traducción para El Machete corresponde al camarada Óliver Freire.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *