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Dos visiones de la ciencia

 

Dos visiones de la ciencia

 

Por Ángel Chávez Mancilla
Director de El Comunista

 

Ya hemos dicho que la ciencia como cualquier otro producto del desarrollo de las fuerzas productivas surge bajo condiciones materiales específicas. Dice Engels que la auténtica ciencia de la naturaleza sólo data de la segunda mitad del siglo XV y a partir de entonces “no ha hecho más que progresar con ritmo constantemente” [1]. Dicho progreso ha estado vinculado al desarrollo material de la sociedad capitalista, no es casual que de la mano de la revolución industrial se desarrollaron las ciencias como la física y la química.

En la actualidad la ciencia se ha convertido en una de las fuerzas productivas más importantes, este aspecto fue ampliamente reflexionado por los científicos soviéticos en las ultimas décadas de existencia de la URSS; esto dado el desarrollo de la revolución técnico científica que se dio en esos años. Junto con la revolución técnico científica uno de los temas de interés para los soviéticos fue la relación entre la ciencia y la sociedad, abordaron por tanto la percepción de los miembros de la sociedad frente al avance técnico científico. Pero dado que la sociedad nunca es en abstracto, sino que se debe especificar de qué tipo de sociedad se habla, los científicos soviéticos encontraron que la percepción de la ciencia era una para la sociedad capitalista y otra para la sociedad socialista.

La ciencia dentro del capitalismo lleva a expresiones como la divinización de la ciencia o su contrario, un repudio y fobia. Para muestra basta pensar en que hoy que algunos sectores de la sociedad muestran su rechazo al saber científico, desde los movimientos anti-vacunas y hasta las expresiones de violencia contra personal médico en medio de la pandemia del Covid-19. Pero una indagación marxista sobre los fundamentos de las actitudes contra aspectos de la ciencia no puede basarse únicamente en aspectos ideológicos, de manera similar a como Lenin busca explicar el fenómeno religioso. Por tanto, aunque aspectos como los bajos porcentajes de acceso a la educación y la deficiente política de difusión y divulgación de la ciencia influyen; no son los elementos determinantes para que sectores de la población trabajadora tengan concepciones  disidentes de la ciencia.

La relación entre la ciencia y los trabajadores se da en múltiples formas, pues todo cuando se produce requiere de las fuerzas productivas y ya dijimos que la ciencia es parte de éstas. Pero la principal forma, la forma más directa en que se relacionan los trabajadores con la ciencia aunque no sea perciba a primera vista, es en el proceso de trabajo. Ahí es donde los trabajadores ven divorciada la ciencia de sus intereses, ahí es donde la ven ajena o hasta como enemiga de sus intereses. Tal fenómeno se expresó en la temprana revolución industrial en Inglaterra y tuvo su expresión en el ludismo, con la destrucción de las máquinas. Las ideas de esta etapa del movimiento obrero, que en parte veía al progreso técnico-científico como enemigo de los trabajadores, en esencia continúan subsistiendo en la franja más atrasada políticamente de la clase obrera.

En el proceso de producción es donde el hombre tiene contacto con la ciencia y la tecnología como instrumentos de trabajo que le permiten transformar la naturaleza. Y también es en el proceso de trabajo donde se hace evidente que los trabajadores no se benefician de la ciencia y la tecnología, pues, siendo éstas parte de las fuerzas productivas, su propiedad se encuentra en manos privadas. Por este motivo en el capitalismo la ciencia y la tecnología no implican una mejora directa y necesaria de las condiciones de vida de los trabajadores y son usadas para el enriquecimiento de los monopolios que ven en la ciencia las posibilidades de aumentar la plusvalía relativa y seguir alterando la composición orgánica del capital a favor de los medios de producción.

La aplicación de la ciencia y la tecnología implican una reducción del tiempo de trabajo socialmente necesario para los procesos productivos, pero en el capitalismo esto no se expresa en la ampliación del tiempo de trabajo libre para los trabajadores, sino en el despido de trabajadores y nuevas alteraciones dentro de la anarquía del capital. Por tanto se da un divorcio entre los productores y la ciencia, y un desprecio por el desarrollo científico. Al respecto dice G. Vólkov: “Hoy en día podríamos componer volúmenes enteros con semejantes declaraciones en las cuales al progreso científico-técnico se le asignan rasgos mefistofélicos que tientan al hombre, para desolar su alma.” [2]

Sumado a esto se tiene que en el capitalismo el acceso al conocimiento científico está restringido para una porción reducida de la población que accede a los estudios; otra parte de los avances científicos queda fuera del alcance de los trabajadores cuando, por ejemplo, acceder a determinados medicamentos implica costo elevados que no puede pagar la mayor parte de la población.

Además de la crítica marxista al empleo de la ciencia en el capitalismo, hay también críticas desde el romanticismo económico u otras posiciones idealistas. Hay críticos del capitalismo que, por no comprender la dialéctica de la sociedad, ven que la salida al capitalismo no está en superar dicho sistema social con uno más desarrollado que retome los desarrollos humanos surgidos bajo el capitalismo, de tal forma que llegan a pensar que la racionalización del trabajo implica deshumanizar al hombre y exaltan la labor artesanal, ideología del pequeñoburgués.

En resumen, si bien en el capitalismo la ciencia no está al servicio de los trabajadores y se presenta como ajena a ellos, debemos preguntarnos: ¿Esto implica que el progreso científico y técnico es malo en sí mismo? Claro que no, “El verdadero culpable del conflicto existente entre el hombre y la técnica, es el capitalismo” [3]. Es el capitalismo el que hace que la ciencia que podría emplearse para resolver los problemas que aquejan a la humanidad se reduzca a un instrumento de enriquecimiento de los monopolios.

Además del temor a la ciencia, también puede ocurrir otro fenómeno: deificar la ciencia. Este último fenómeno se puede vincular a la categoría de la enajenación. Debemos aclarar hay múltiples formas en las que se presenta la enajenación, una de éstas es cuando el productor no se reconoce en el producto, no aprecia el trabajo como lo propiamente humano o puede verse a sí mismo como apéndice de la máquina. Así pues, al igual que en la religión, el humano también puede adorar su propia creación: en el capitalismo la ciencia y el tecnicismo deifica los productos de la actividad humana a tal punto que “el humano pierde la noción de que la ciencia y la técnica son producto de su propia actividad, y les asigna vida independiente y poder místico sobre la gente, llegando a ser la encarnación de las relaciones que dominan al hombre y que lo estropean física y moralmente” [4].

Para aquellos que influidos por tendencias seudomarxistas y revisionistas están preocupados del fenómeno de la enajenación como el principal mal del capitalismo, les recordamos que la enajenación se combate en esencia no por medio de aspectos culturales o de carácter ideológico, sino por la revolución socialista: “Para aniquilar la enajenación de los frutos del trabajo hay que erradicar, ante todo, la propiedad privada sobre los medios de producción, reconstruir todo el sistema de relaciones sociales de manera que cada individuo sea, en realidad, su dueño” [5].

La ciencia en el socialismo, como una fuerza productiva, permite el incremento de la producción y disminuir el tiempo de trabajo socialmente necesario, lo que puede expresarse en la reducción de la jornada laboral. De esta forma: “En la sociedad socialista, el crecimiento de la ciencia y la técnica, cualquiera que sea su envergadura, es el crecimiento de las fuerzas propias del hombre. Por eso en el socialismo no existen fenómenos como el culto a la máquina, la divinización de la ciencia y la técnica, la maquinofobia, mitos ideológicos tan difundidos hoy en los países capitalistas” [6].

En el socialismo la relación entre los trabajadores y la ciencia se expresó de forma armónica debido a la planificación económica y también implicó mayor acceso de los trabajadores a los estudios (al respecto de esto hablamos en el artículo anterior) [7]. Pero también se dio por medio de movimientos surgidos entre los trabajadores, tal es el caso del Stajanovismo, movimiento obrero iniciado por el minero Alexei Stajanov en 1935; que implica la trasformación de la relación máquina-hombre por medio de la racionalización socialista del trabajo, lo que permite un aumento extraordinario de la producción [8].

El cambio de la relación hombre-máquina es parte de la transformación de la ciencia en el socialismo, esto implicó que el desarrollo de las técnicas productivas y la automatización no solo no implicaban despidos, sino que eran aspectos a través de los cuales los trabajadores podían expresar su creatividad y aplicación del conocimiento y podían proponer innovaciones técnicas para aumentar el nivel de automatización y por tanto el incremento de la producción. Esto hacía a los trabajadores y trabajadoras parte fundamental de la producción, y no apéndices de la máquina [9].

Al mismo tiempo de esta forma se avanza en cumplir la aspiración marxista de la desaparición de la contradicción entre trabajo manual y trabajo intelectual: “La automatización –fase suprema de la maquinación del trabajo– origina muy serias modificaciones en la estructura del personal, crea un nuevo tipo de obrero: el obrero intelectual. Con ello se borran las fronteras entre el trabajo intelectual y el físico, y el nuevo tipo de operario se asemeja más a un técnico que a un obrero”[10].

En resumen la ciencia en el socialismo guarda con el hombre una relación armónica, pues como  fuerza productiva abandona la anarquía a la que está sometida bajo el capitalismo. De igual forma la ciencia se integra en el conjunto de las actividades productivas por lo que deja de ser accesible solo para algunos, y también deja de presentarse como ajena al trabajo y se expresa como producto del humano cuyos beneficios repercuten directamente sobre el conjunto de la colectividad humana.

Comentarios y sugerencias: [email protected]

 

 

[1] Federico Engels. Anti-Dühring o La subversión de la filosofía por el señor Dühring. Trad. de Wenceslao Roces México, Ediciones de Cultura Popular, 1975. p. 23

[2] G. Vólkov. “El hombre en peligro”, en El hombre y la revolución científico-técnica. Moscú, Progreso, 1975. p. 12.

[3] Ibíd. p. 16.

[4] Ibíd. p 14.

[5] Ibíd. p. 23.

[6] G. Vólkov. “Al lector”, en El hombre y la revolución científico-técnica. Moscú, Progreso, 1975. p.8

[7] vid. https://elmachete.mx/index.php/2020/05/08/ciencia-y-socialismo/

[8] Vid. B. Székely. De Taylor a Stajanov. La máquina devora al hombre, el hombre amo de la máquina. La Plata, Editorial Calomino, 1946.  pp. 167-199.

[9] Nikolai Zagorodni. “La racionalización del trabajo”, en Cultura Soviética, no, 32. Junio de 1937.

[10] Vid. A. Jramoi. “Automatismo y técnica”, Cultura Soviética, no. 30, abril 1947. pp. 8-9.

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