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Indicaciones para el estudio

Foto. Internet. Escultura en bronce de
Hermann Duncker por Walter Howard,
artista alemán. 1974. Distrito municipal
de Lichtenberg, Berlín.

 

Hermann Duncker (1874-1960). Destacado marxista-leninista de origen alemán que desde joven ligó su vida a los intereses del proletariado revolucionario. Formó filas en el Partido Socialdemócrata de Alemania, para luego unir su destino al de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Mehring y Clara Zetkin, entre otros. Primero en el Grupo Internacional, posteriormente en Grupo Espartaco y finalmente en el Partido Comunista de Alemania. Combatiente, con miles de comunistas, contra el fascismo, contribuyó también a la construcción socialista en la República Democrática de Alemania hasta su muerte, cuyo aniversario acumula seis décadas en 2020. Su obra, y gran parte de su actuación política, está determinada por su labor formativa en cada  uno de los grupos y Partidos en que se desempeño. Al servicio de la instrucción política de obreros y comunistas durante más de medio siglo. Su obra es un importante acervo en este sentido. Y uno de los motivos, en su sexagésimo aniversario luctuoso, para publicar el texto a continuación.

Por otro lado, en las dificultades de la novísima edición de la epidemia de sobreproducción y sobreacumulación de capital, lubricada por la irrupción de otra pandemia asociada a la propiedad privada, la del  coronavirus, los Partidos Comunistas se esfuerzan por honrar la cualidad comunista -aquella que distinguió a miles y miles de comunistas alemanes y europeos en general, entre ellos a Duncker, durante la terrible amenaza capitalista del fascismo- de no cejar de desplegar su labor en cualquier circunstancia, frente a cualquier dificultad y no obstante los riesgos. Así, entre otras acciones, la labor formativa continúa. Y a esa labor importante la experiencia, esfuerzos y conclusiones de Duncker en esencia sin duda pueden contribuir favorablemente.

El Machete.

 

 

Indicaciones para el estudio

 

 

Por Hermann Duncker*

 

¿Cómo hay que leer?

Naturalmente se trata aquí de la literatura seria, verdaderamente instructiva. Y esta se compone de escritos y libros que se deben leer más de una sola vez. Y aún más: podríamos decir que si la lectura repetida de estos escritos no trae ventaja alguna, entonces no merecería la pena de leerlos ni siquiera una sola vez. Cuando se trata de una literatura amena y superficial, escuchamos de vez en cuando la opinión de que un libro puede ser “devorado” rápidamente y luego – ¡se acabó! Naturalmente este es un principio absurdo para toda aquella literatura que realmente tiene algo que decir. Si aún un erudito burgués tan presumido y consciente de su propio valor como el profesor Sombart, no se avergüenza de reconocer en un artículo que él ya ha leído por lo menos unas cien veces el Manifiesto Comunista, y que siempre encuentra en su lectura nuevas sugerencias, un proletario ávido de instrucción no podría considerar, con mayor razón, como algo “indigno” el estudio repetido de obras como el Manifiesto y tantas otras de Marx, Engels, Lenin, etc.

Llegamos así a la condición fundamental: que el lector sea propietario del libro correspondiente. La meta principal de cada trabajador intelectual o manual debe ser la de ir formando paulatinamente una pequeña biblioteca manual con las obras más importantes para él, de acuerdo a su actividad. No se debe depender de las bibliotecas circulantes. Las obras principales siempre deben estar al alcance de la mano, de modo que uno pueda consultarlas cuando sea necesario y hacer en ellas las observaciones y acotaciones que se consideren convenientes. Por eso no queda otro remedio que comprarlas. A través de la selección personal va creciendo, poco a poco, la biblioteca casera. Ella tan solo debe abarcar aquellas obras que se requieran continuamente y que puedan ser prestadas para fines de propaganda.

En relación con el subrayado y el rayado al margen es necesario anotar que cuando se exagera se pierde el fin perseguido de hacer resaltar un pasaje importante. He visto libros en los cuales casi cada palabra está subrayada. ¡Eso es absurdo! Tan sólo debe ser subrayado lo más importante, lo que esté expresado en una forma muy singular, con el fin de poderlo tener rápidamente al alcance cuando se requiera. Claro está que se pueden destacar los errores del autor usando un lápiz de otro color; pero ante todo sería conveniente que, conjuntamente con el rayado al margen y el subrayado, se vaya elaborando un registro de materias en las últimas páginas del libro. Si se encuentra un pasaje que parezca ser valioso para caracterizar un problema determinado, por ejemplo sobre religión, o sindicatos, o dictadura, o parlamentarismo, se escribe la voz guía correspondiente en el registro aludido, y al lado se anota el número de la página respectiva. Por regla general, no resultarán tantas voces guías que impliquen su ordenamiento alfabético.

Si ya la obra trae consigo un índice alfabético, se subraya, bajo cada voz guía, el número de las páginas donde se haya encontrado algo verdaderamente interesante al respecto. Si se abusa de este subrayado, se ahoga uno entre una infinidad de menciones de páginas, que a menudo contienen conceptos insignificantes. No cabe duda que la elaboración personal de un registro de materias, de acuerdo a los intereses particulares del lector, constituye un buen método para profundizar el estudio de la obra. Señalamos en especial la importancia que tiene un registro de materias para conferenciantes y maestros de curso, que frecuentemente tienen que hablar sin mayor preparación sobre un tema determinado, y necesitan recurrir al material de esto o aquella obra, leída ya hace algún tiempo.

El intento de establecer más detalladamente la disposición, es decir, la estructura del pensamiento del autor, es otro medio auxiliar muy conveniente en la lectura de una obra. Todo trabajo escrito requiere, naturalmente, una sucesión de las ideas en sí lógica y eficaz. En la medida en que uno establezca la forma en que un buen escritor estructura su obra, se aprende también en parte la manera de elaborar una disposición apta para cualquier tema. Al lado del orden de los capítulos, que naturalmente nos dan a conocer a través de sus títulos las ideas principales de la exposición, es de suma importancia establecer con claridad la idea dominante en cada uno. Cada capítulo consta de varios párrafos que se destacan por la técnica de impresión. Al finalizar el estudio de cada párrafo se debe reflexionar sobre cuál ha sido el pensamiento principal y, al establecerlo, se debe anotar al margen –y al principio del párrafo– la voz guía característica. Procediendo así nos daremos cuenta de que algunas veces varios párrafos seguidos están dedicados a expresar una misma idea, es decir, que la separación en párrafos para exponerla no era necesaria, de manera que ese grupo de párrafos llevaría tan solo una voz guía. En resumen: a través del análisis concienzudo de los párrafos y de su sucesión, podemos deducir la estructura ideológica del capítulo y hacerla resaltar mediante las voces guía anotadas al margen. Al mismo tiempo, el auto-control y la comprobación al final de cada párrafo nos obligan a realizar el estudio con lentitud y seguridad, lo que nos libera de la precipitada e irreflexiva lectura superficial.

Finalmente, es recomendable hacer una anotación, en la primera o en la última página de libro, que indique la fecha de su primer estudio y, ojalá, con un breve juicio acerca del mismo, en el cual se destaque lo que especialmente nos haya llamado la atención en él. Después, cuando lo estudiemos por segunda vez, es importante e interesante comparar lo que nos parezca digno de ser destacado y esencial con la anotación anterior. Esto nos enseña a “familiarizarnos” con un libro digno de estudio, y nos demuestra que cada lectura nos presenta, generalmente, aspectos nuevos que antes habían pasado desapercibidos.

En el caso de que se trate de un libro prestado, se aconseja copiar los pasajes importantes. Cuando Marx tenía 17 años, él escribió a su padre:

“Me he acostumbrado a hacer extractos de todos los libros que leo y a hacer constar, además, mis reflexiones.”

¡Entre los bienes relictos de Marx se encuentran no menos de unos 250 cuadernos intactos, llenos de tales extractos! No se debe olvidar la mención del origen bibliográfico del pasaje extractado y, eventualmente, la anotación de la fecha del extracto.

Lectura en común. Hasta ahora hemos tenido en cuenta al lector individual. Pero la discusión de los camaradas con un nivel diferente de conocimientos que emprenden la lectura colectiva de una obra, profundiza y afianza el estudio en una medida tal, que difícilmente puede ser alcanzada por aquel que estudia individualmente en un cuarto apacible. Además, en este caso la emulación es un gran estímulo para la iniciativa de cada uno. Si uno se abandona a sí mismo se cae inevitablemente en la pereza, y precisamente la obligación frente al colectivo de estudios nos ayuda a superar los momentos propicios para ello. La ayuda recíproca convierte al círculo de autodidactas en la mejor base para la lectura.

Para ello me parece importante no perder de vista las siguientes normas de conducta:

1.- Cada participante debe poseer, en la medida en que sea posible, la obra en estudio, con el fin de que todos puedan seguir al que esté leyendo en lugar de fijar sus pensamientos en el aire.

2.- Todos deben participar activamente en la lectura. Lo mejor sería hacerla en forma circular, leyendo cada participante un párrafo. Al final de cada uno se debe hacer constar el contenido de lo leído y, si es necesario, discutir sobre él.

3.- Al iniciarse cada sesión de lectura, uno de los participantes debe presentar una breve ponencia acerca del contenido de lo tratado en la sesión anterior.

4.- Un miembro del círculo debe encargarse de la dirección técnica y de preparar en cierta medida la lectura.

Si hay una voluntad sincera para el estudio, se encontrará siempre el material del caso. Si se actúa seria y persistentemente, se podrá superar cualquier sesión mal lograda y toda clase de dificultades técnicas que se presenten. No olvidemos lo que dijo Lenin en su gran discurso a la Juventud Comunista (octubre de 1920):

“Cometeríais un gran error si quisiérais… sacar la conclusión de que se puede llegar a ser comunista sin haberse apropiado de los conocimientos humanos ya acumulados. Sería erróneo creer que basta aprender las consignas comunistas, las conclusiones de la ciencia comunista, sin haberse compenetrado con aquella suma de conocimientos, cuyo resultado es el comunismo en sí”.[1]

 

¿Cómo se prepara una ponencia?

A menudo se plantea esta pregunta entre los compañeros, pero no con la frecuencia necesaria si tenemos en cuenta que las tareas crecen aún más rápidamente que el número ya elevado de funcionarios de nuestro partido. Desgraciadamente no dejamos de tropezar con la temerosa creencia pequeño-burguesa de que tan solo una “gran personalidad” es la indicada para dictar una conferencia, de que fuera de los “ases” nadie tiene el derecho a abrir la boca, o nos encontramos frente a la presunción candorosa, a la petulancia que hace abrir la boca para “charlar” de todo y no decir nada.

Antes de hablar se debe reflexionar. Cuando se vaya a sostener una ponencia, es necesario prepararse para ello. La facultad oratoria no es un don especial de la naturaleza: cualquiera puede llegar a ser un orador, siempre que así lo desee con energía y no ahorre esfuerzos en la preparación necesaria para llegar a esa meta.

Cada uno posee su voz, precisamente para hacerse escuchar en la discusión. Y cada uno debe hacerse escuchar, si no quiere aparecer como un simple holgazán político. Bajo el pretexto “yo no sé hablar” se trata de ocultar, en el noventa y nueve por ciento de los casos, tan solo la ignorancia y la comodidad.

A continuación trataremos de dar unas breves indicaciones, teniendo en cuenta, en primer lugar, la preparación de conferencias políticas y sindicales. Lo fundamental en esto es el ejercicio paciente e infatigable y el no dejarse desanimar por ningún fracaso. Es imposible aprender a nadar sin echarse al agua.

  1. ¿Cuándo debo hablar?

Siempre, cuando en el círculo, ya sea en la célula de empresa o ante los obreros de una fábrica, en la fracción o en el sindicato, en la reunión de partido o en un acto público, etc., no se haya pronunciado aquella palabra que para el momento pudiera ser la más importante y efectiva, cuando yo veo que aquellos que tienen mayores conocimientos y práctica no se sienten movidos a pronunciarla, entonces es necesario intervenir valerosamente para salvar la situación. Esto, naturalmente, bajo la condición de que uno mismo tenga plena claridad sobre lo que va a decir. En una reunión privada se llega a la claridad de un problema a través de la discusión de los participantes. Por el contrario, en el discurso público puedo hacer “claridad” tan solo en la medida en que yo mismo tenga claridad sobre el problema. Un sentimiento difuso del problema conduce necesariamente a pronunciar un discurso vago, pero si se cuenta con “amplios recursos” que hayan permitido el conocimiento exacto del problema, se produce el efecto deseado sobre el oyente. No debemos olvidar que el conocimiento de los hechos sobre los cuales se desea hablar es la premisa más importante –y casi la única necesaria– para el orador. En cuanto más concienzudamente se domine la materia, se puede hablar sobre ella en una forma más sistemática y profunda. El conocimiento no puede ser substituido por cualquier clase de retórica formal. ¡Qué el Diablo se lleve la elocuencia, si el orador tan solo se vale de ella para hacer rodeos en torno a un problema que no domina, perdiéndose en detalles para no decir nada de una verdadera cascada de palabras!

2. La elección del tema

En las conferencias políticas, lo inmediato político está íntimamente ligado a lo retórico. El mejor punto de partida son los últimos acontecimientos que todavía mantengan despierto el interés de las gentes, o una situación determinada, bajo la cual padezcan todos. Además, el tema debe ser lo suficientemente concreto, para evitar locuciones tan repetidas como: “Sobre la Situación Política”. El tema debe tener el efecto de un cartel de propaganda; por sí solo debe ser suficiente para agitar los ánimos y despertar el interés. “Al Pie del Lecho de Muerte de un Pueblo” es sin duda alguna un título más efectivo que el de “La Situación Actual de la Salud del Pueblo”. Además, el conferencista tiene la obligación de no salirse del tema. Debe evitarse que terceras personas designen el tema y que el conferenciante invitado sepa sobre qué va a hablar.

3.- La preparación de la materia

Aquí llegamos al amplísimo trabajo al que debemos someternos continuamente si queremos estar preparados para dictar conferencias. Debemos tener a nuestra disposición una cuidadosa y clasificada colección de importantes hechos políticos, económicos y sociales, acaecidos en un período más o menos largo que llegue hasta el presente. Es decir, debemos preparar un archivo político.

¡Cada periódico se debe leer con la tijera y el lápiz! No hay que olvidar de anotar en el recorte mismo la fuente del cual se obtuvo (nombre del periódico, fecha, etc.) ¡Claro está que los libros no deben ser mutilados! Pero podemos subrayar y hacer resaltar al margen aquello que a nuestro juicio sea esencial y útil para ser empleado más tarde. Si las circunstancias así lo indican, podemos elaborar una ficha que nos indique la situación del pasaje en el libro y, si es posible, que contenga la copia del mismo para incorporarla al archivo. La importancia de lo dicho no consiste en la simple acumulación de material –pues así sólo amontonaríamos noticias!– sino en la clasificación del mismo, es decir, en la distribución y ordenamiento de las noticias bajo determinados rótulos.

Una serie de cajas, carpetas o también un cierto número de sobres, pueden servir como registro de rótulos. En ellos se hace la indicación del caso y se colocan las noticias correspondientes. La selección de una serie de rótulos surge de por sí y puede ser mantenida por largo tiempo. Naturalmente la selección de los rótulos, bajo los cuales se debe recoger y ordenar el material, dependerá de los intereses específicos y de las intenciones especiales de cada conferenciante. Cuando se prepara la conferencia, se eligen las noticias del archivo para ordenarlas en el curso del discurso a pronunciar.

 

 

* En Hermann Duncker. Introducción al marxismo. Universidad Obrera de México, México, 1977, pp. 63-75.

[1] W. I. Lenin, Ausgewahlte Werke (Obras Escogidas), T. II, p. 783.

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