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¿Dialéctica o eclecticismo? (Notas polémicas sobre la “comprensión” y “aplicación” maoísta de la dialéctica)

Fotografía. Registro de la Revolución
Cultural China. Por Li Zhensheng.*

 

 

 

 

 

¿Dialéctica o eclecticismo?
(Notas polémicas sobre la “comprensión” y “aplicación” maoísta de la dialéctica)**

 

 

Por Evald Vasilíevich Iliénkov

Un diagnóstico completo de la enfermedad llamada maoísmo, no es cosa sencilla. Ello no puede consistir solo en poner a este fenómeno bajo uno u otro encabezado; sea este “culto a la personalidad” o “distorsión burocrático militar del comunismo”, “pragmatismo” o “dogmatismo”, “método metafísico de pensar” o “sofistería”, “eclecticismo” o “dualismo”.

Antes de todo, se requiere un minucioso análisis del maoísmo desde el punto de vista de las condiciones y razones de su engendramiento, tanto objetivas como subjetivas, que, por supuesto, tampoco excluye en modo alguno su valoración más rígida por esencia y forma, cosa que se corresponde al daño que el maoísmo imparte al movimiento comunista mundial, desacreditando moral y políticamente los altos ideales humanistas de este movimiento y su teoría. Aquí intentaremos examinar solo uno de los aspectos de este problema grande y complejo, la relación del maoísmo con la dialéctica materialista.

Leer de modo rápido las obras filosóficas de Mao Tsetung, vale la pena para convencernos del hecho de que en estas, aún con la mejor voluntad, no es posible encontrar apoyo alguno en la secular tradición marxista y en el dispositivo de pensamiento social más avanzado. La tradición marxista se presenta aquí en forma de un minúsculo número de citas de los clásicos del marxismo-leninismo y del dispositivo de pensamiento social más avanzado: con algunos dichos, proverbios, parábolas, conocidas por cada habitante de China.

Es conveniente, naturalmente, considerar que los artículos de Mao Tsetung, de los que trata la cuestión, “Acerca de la práctica” y “Acerca de la contradicción”, son en realidad, por esencia, (y, es necesario suponer, en su proyecto inicial) obras de popularización propagandística, pensadas para un lector con muy poca preparación. Si nos aproximamos a ellas con la medida que le corresponde, no se demuestra que tengan muy serias pretensiones.

La cuestión, sin embargo, da un giro completamente diferente, cuando a estos artículos se los declara “la cima más alta” en el desarrollo del pensamiento filosófico mundial y son consideradas como el tope, por encima del que, en adelante, el pensamiento filosófico no tiene derecho a elevarse, cuando comienzan a convertirlos artificialmente en la norma, en el ideal y el límite de desarrollo del “pensamiento marxista-leninista”.

El párrafo que sigue pertenece, sin duda, a los modelos de creación de Mao Tsetung y es precisamente esa novedad que él introduce en la teoría de la dialéctica: “¿Por qué puede un huevo, y no una piedra, transformarse en un pollo? ¿Por qué existe identidad entre la guerra y la paz pero no entre la guerra y una piedra? ¿Por qué los seres humanos son capaces de engendrar sólo seres humanos y no otra cosa?”.

En verdad, ¿Por qué? Este es el problema más agudo y complejo que desconcierta a todos, no solo a Mao Tsetung. Él lo resuelve con dos frases: “La única razón es que la identidad de los contrarios exige determinadas condiciones necesarias”[1].

[1] Mao Tsetung, Sobre la contradicción, en Obras Escogidas, Tomo I, pp. 333-70, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1968.

 

¿Ahora te es claro por qué un huevo puede volverse pollo, pero una piedra no puede volverse pollo? ¿Ahora te es clara la fuerza heurística de la “dialéctica” como método para solucionar los problemas más complejos del presente? Dominar esta “dialéctica”, a lo Mao, no es difícil. Su esquema es muy simple. Aquí lo tenemos: “la identidad de los contrarios exige determinadas condiciones necesarias” (para mayor persuasión esta frase se repite en una forma algo modificada: “En ausencia de éstas, no puede haber ninguna identidad”). En consecuencia, “los seres humanos son capaces de engendrar sólo seres humanos y no otra cosa”, pero “jamás” existirá unidad entre la piedra y el hombre, y no puede haberla, el mono solo puede engendrar al mono, y nada más y, etc., y así. La primera persona nació de quién; esta es una pregunta diferente que no se relaciona con esta “dialéctica”.

En el pensamiento de Mao y sus seguidores ortodoxos fácilmente es posible poner de manifiesto gran cantidad de este tipo de “grandes saltos hacia adelante”, desde la consideración más general al caso particular. El arte de realizar “grandes saltos hacia adelante” similares, no se incómoda ni con la investigación de los casos particulares, ni se inquieta sobre los saltos subsiguientes desde la frase general al problema especial del engendramiento del pollo a partir del huevo, esto es característico para la escuela admitida en cuestión. Aquí incluso ni siquiera se requiere esa lógica elemental a la que se ve forzado el viejo esquema de deducción según el modo de “Bárbara”.

¿Será posible que tomemos lo casual, en verdad risible desde el punto de vista de la dialéctica y la lógica formal al recapitular el pensamiento de Mao? Lamentablemente, no.

¿Acaso no es esta misma “lógica” la que actúa en el curso de la “fundamentación teórica” de toda acción política del maoísmo? Ese mismo esquema necesario, por ejemplo, para demostrar la tesis sobre la necesidad de la división del movimiento comunista internacional. El esquema de la demostración es este: todo proceso en la naturaleza, sociedad y el pensamiento se desarrolla mediante la “división del uno en dos”. Sin la división del uno en dos no se realiza ningún proceso. Consecuentemente, es necesario “dividir” también la unidad del movimiento comunista internacional, viendo en ello el triunfo de la dialéctica.

Sería una blasfemia refutar la “dialéctica” arriba descrita por medio de la exposición de modelos de la auténtica dialéctica. Esto sería, por lo menos, una manifestación de irrespeto para con esta última.

Sin embargo, es necesario, a nuestro pesar, recurrir a algunas comparaciones. Al hablar sobre las ventajas de la “dialéctica” en comparación con el pensamiento filosófico del “período premarxista”, el propio Mao Tsetung y sus pupilos no escatiman tinta para retratar los “métodos metafísicos de pensamiento” de los materialistas del siglo XVII y XVIII. En sus representaciones, los materialistas de estos siglos parecen ser tan estúpidos que cualquier zaofan, al leer de ellos en las obras de Mao, de inmediato empezará a sentirse un pensador superior a Spinoza, Plejánov y otros “confusionistas importados desde Europa”.

Así, en el libro de texto “Materialismo Dialéctico”, publicado en Pekíng para los cuadros “más altamente cualificados” (como se explica en la primera página), leemos: “Los materialistas premarxistas de los siglos XVII-XVIII le atribuían a la materia la animación universal, cayendo en el hilozoísmo. Ese error lo cometió Plejánov, quien afirmó que la piedra también poseía pensamiento”.

El humo, como se sabe, no ocurre si no hay fuego. Olimos el humo. Y el fuego consiste en que Plejánov en realidad valoró en todo lo alto, en particular, la posición del materialista Dennis Diderot quien defendió el materialismo en su debate con el matemático de talantes idealistas D´Alembert.

“D´Alembert:… ciertamente si esa sensibilidad, la cual usted asigna a la materia, es su propiedad general e intrínseca, ¿entonces es necesario suponer también que una piedra siente?

“Diderot: ¿Por qué no?

“Tú asimilas productos, tú haces de ellos tu cuerpo, los animas, los haces sensible, y eso que tú haces con los productos, yo lo haré, cuando sea conveniente, con el mármol”[2].

Con esa misma “piedra”, que, según la dialéctica de Mao Tsetung, no puede convertirse ni siquiera en una gallina. He aquí, lo que el spinozista Diderot quiso decir con su “¿por qué no?”.

Este mismo “¿por qué no?”, es el que dio, como es evidente, ocasión a los autores del libro de texto de Pekíng de acusar tanto a Spinoza como a Diderot y a Plejánov del infantil pecado de hilozoísmo. Ellos ni lo leyeron, es más, ni siquiera empezaron a investigar la esencia del debate.

[2] Diderot, Conversación entre D’ Alembert y Diderot, en Obras Filosóficas, TOR, Buenos Aires.

 

Dejemos que el lector juzgue donde está más presente la dialéctica: en la posición de Spinoza y Diderot o en los razonamientos de Mao y sus pupilos, quienes tras doscientos años repiten nuevamente el mismo argumento de D´Alembert, es decir, en el debate entre el materialista y el idealista… ellos toman partido por el idealista.

Al interpretar, de ese modo, la historia real del pensamiento dialéctico, los maotsetunistas no actúan en modo alguno carentes de interés, su deseo original es el de retratar el estilo de pensamiento de Mao Tsetung en calidad de cumbre del desarrollo de la cultura universal del pensamiento marxista. El propósito de esta táctica, por supuesto, no enunciado de forma directa, sigue siendo uno: crear para las afirmaciones de Mao un trasfondo tal en el que cualquier banalidad formulada por el “gran timonel” pareciere ser la más profunda revelación. Seguramente, y el propio Mao bajo el influjo del opio de las alabanzas se siente el sabio más grande, al escribir recomendaciones filosóficas como la siguiente: “Lo particular y lo universal están unidos, y no solamente la particularidad sino también la universalidad de la contradicción son inherentes a toda cosa: la universalidad reside en la particularidad; por eso, al estudiar una cosa determinada, debemos tratar de descubrir estos dos lados y su interconexión, lo particular y lo universal dentro de la cosa misma y su interconexión, y de descubrir las interconexiones entre dicha cosa y las numerosas cosas exteriores a ella…”[3], etc., etc.

[3] Mao Tsetung, Sobre la contradicción, en Obras Escogidas, Tomo I, pp. 333-370, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1968.

 

Ciertamente, solo el lector muy poco exigente puede aceptar estos razonamientos, cuya pobreza de léxico nos abruma debido a la infortunada repetición de una y la misma palabra, y por el tono jactanciosamente edificante, como si fuese “la mejor y más brillante exposición” de la dialéctica.

La lógica, de acuerdo a la cual ningún fenómeno puede entenderse fuera de su ligamen, pues todo fenómeno puede comprenderse solo en el ligamen, Mao la domina sólidamente. Tiene la ventaja de ser absolutamente irrefutable, ya que incluye en sí solo esa “verdad absoluta”; la verdad que es posible memorizar al citar y declamar piadosamente, sea en solitario o en coro. De semejantes “verdades absolutas” se conforma todo el equipaje teórico de la “dialéctica” de Mao, convertida en norma y tope de la sabiduría por sus diligentes adeptos. La “aplicación” de la dialéctica así entendida a la vida consiste de cabo a rabo en el hecho de que las “fórmulas dialécticas” son citadas y recitadas con motivo y sin motivo, durante las salidas a nadar en una piscina, y en la venta de sandías, y para fundamentar las travesuras gamberras de los zaofanes, etc.

En semejante usanza, la dialéctica es transformada simplemente en el método de la demagogia política: en el “lenguaje” de esta demagogia, calculado para el pueblo que tiene respeto por el lenguaje de la ciencia marxista-leninista. En esto consiste el rasgo principal de la desfiguración maoísta de la dialéctica, a saber, que las acciones políticas arbitrarias y carentes de fundamento de Mao son selladas con tesis de los clásicos de la filosofía materialista citadas de modo preciso y pedante: la política divisionista en el movimiento comunista internacional con la tesis sobre la “división del uno en dos”; la arbitrariedad junbeibiana con la tesis sobre “realizar la idea”, sobre la “transformación de lo ideal en lo real”, y demás cosas así.

Estos giros con la dialéctica, que a veces se asemejan a una anécdota poco ingeniosa, son capaces de darle momentos muy alegres a los enemigos de la filosofía marxista-leninista, que pueden extraer de este espectáculo lo suficiente para su beneficio. Esto en realidad sería ridículo, si no hubiese infringido un daño enorme a la reputación de la filosofía materialista, como no sería capaz de hacerlo el más malicioso y venenoso malintencionado.

Es justamente esta circunstancia la que obliga a todo marxista serio a pensar sobre la esencia de la cuestión para señalar clara y precisamente la frontera entre la dialéctica materialista genuina y ese método de pensamiento que practican los maoístas.

Señalar esta frontera mediante la comprobación de las formulas de la dialéctica materialista con sus traducciones al chino, es decir, atisbar en las obras de Mao Tsetung y sus escuderos teóricos las “alteraciones” y “deformaciones” de tales o cuales tesis universalmente admitidas entre los marxistas, sería totalmente estéril o, peor aún, sería como pasar de la meta haciendo acrobacias. En este sentido – en el plano de la fraseología – los maoístas se esfuerzan por ser ortodoxos infalibles. Por supuesto, aquí ellos se permiten inexactitudes de todo tipo, algunas bastante burdas. Pero centrar la atención sobre esas inexactitudes particulares y luego entablar un altercado escolástico a propósito de estas inexactitudes sería solamente hacerles un favor a los maoístas, distrayendo la atención de la principal deformación en su pensamiento.

Y la principal deformación consiste precisamente en que ellos convierten justamente a esas tesis de la dialéctica, que de por sí son totalmente justas y que no suscitan dudas, en un cadáver, en dogmas rituales y religiosos. Mientras más ruido se hace por la letra, por el trazo jeroglífico de las tesis generales y en extremo abstractas de la filosofía, más absurdas y arbitrarias son las acciones políticas concretas que se “fundamentan filosóficamente” con ayuda de estas tesis generales.

En este sentido puede servir de ejemplo, lo suficientemente palpable e instructivo, el ruidoso y dilatado debate alrededor del “núcleo de la dialéctica”: alrededor de la comprensión del problema de la contradicción, alrededor del problema de la unidad y lucha de contrarios que estalló (mejor dicho, fue provocado de forma artificial por indicación de Mao) justo allí, cuando se requería “fundamentar filosóficamente” la política divisionista en las filas del movimiento obrero internacional, su línea abiertamente antisoviética.

Por su contenido teórico, ésta discusión nos recuerda de modo tan vívido la famosa disputa entre los “cabezas puntiagudas” y los “cabezas redondas” que basta simplemente con exponer su curso, sin añadir ni quitar nada, para que esta triste semejanza se haga evidente para la persona más o menos cuerda. Tan obvio vendrá a ser el sentido político directo, o más precisamente, el sentido de tales discusiones en su realización.

¿Cómo empezó y discurrió este debate? Así. Dos filósofos ordinarios escribieron un artículo bastante adaptado a la norma de popularización sobre “la unidad y lucha de contrarios” y fue publicado en el periódico Guangmin Ribao.

En el artículo de modo evidente y popular, en el estilo de las obras de Mao Tsetung y con multitud de citas de “lo mismo – lo mismo – lo mismo”, se explica que todas las cosas y fenómenos entre el cielo y la tierra incluyen en su seno “contradicciones”, “los contrarios en unidad”, y que, por lo tanto, es necesario que estos contrarios, ligados en uno, se revelen con el método de “uno se divide en dos” para comprender tanto a cada uno de ellos por separado como su conexión entre sí; los autores dicen para qué y por qué es necesario “estudiar concretamente sus lados contrarios (cosas y fenómenos), su contradicción interna”, aprendiendo este arte en Mao TseTung, al leer y releer sus obras. Solo en los “ejemplos” que confirman la justeza “de las ideas Mao TseTung”, pueden los autores del artículo permitirse el placer de la creación. ¿Cómo piensan ustedes puede iniciar una discusión con semejante artículo leal?

Pese a todo, el debate empezó. Empezó, como siempre, con lo pequeño. En el mismo periódico, un tiempo después, publicó su artículo otro ordinario filósofo popularizador, de nombre Xian Tsin. Su contraartículo se titulaba de un modo ásperamente polémico: “¡Unir dos en uno no es dialéctica!”.

En este, en un tono y estilo popular, naturalmente, igual al del artículo “Acerca de la contradicción”, se explica que “dividir el uno en dos es una ley universal del mundo objetivo, y no solo una ley del conocimiento” y que, por lo tanto, “el concepto de la unidad de dos principios, que Ai Hengwu y Lin Xingshan predican”, contradice de raíz “la dialéctica marxista-leninista”, es una “prédica de la metafísica” que distorsiona la línea política del PCCh y lleva agua al molino del imperialismo americano y el revisionismo soviético…

Aquí se organizaron una serie de respuestas sobre la discusión que surgía. Pero los comentarios resultaron indolentes, no sé sabe porque: los filósofos chinos, al parecer, no entendieron de inicio lo que se quería de ellos, y no pudieron darse cuenta de la profundidad e importancia fundamental de estas discrepancias surgidas de pronto. El fuego de la discusión tuvo claramente tendencia a apagarse, pues en el aspecto puramente teórico no existía ninguna divergencia seria. Y entonces echaron kerosene en la punta del palo seco.

El sedicioso artículo sedicioso de Ai Hengwu y Lin Xingshan fue publicado en las páginas de Guangmin Ribao (seguramente, no se hubieran merecido este honor en el caso contrario). Al día siguiente la redacción de la revista Hongqi convocó una conferencia urgente de filósofos con la participación de cuadros del PCCh, con el propósito de dar al asunto la agudeza e incandescencias necesarias. De inmediato, se encendieron las pasiones y el fuego de la discusión se volvió amenazante.

Y entonces se hizo claro, para quienes encendieron el fuego, a quien se quería asar en el fuego. Era a Yang Xianzhen, un hombre que no tenía absolutamente nada que ver con la discusión surgida. Viejo miembro del partido, miembro del CC del PCCh y prorector del PCCh, él, juzgando por lo que de él se dijo y escribió, era culpable de pertenecer a la “banda negra”, “los poderosos” e “ir por la senda capitalista”.

Se descubrió en sus viejas obras filosóficas que él también, como Ai Hengwu y Lin Xingshan (y, como todos ellos –seguían a Mao Tsetung–, cosa que, en el caso en cuestión, naturalmente, no se recordaba), usaba la formula sacramental sobre “combinar los dos en uno”, pero la tesis sobre “dividir el uno en dos” la interpretó primordialmente como una ley del conocimiento, aunque, claro está, jamás niega que esta ley del conocimiento es reflejo de una ley análoga del desarrollo de la naturaleza y sociedad. Y entonces se volvió del todo claro que la formula “combinar los dos en uno” no es simplemente una tesis filosófica, sino el signo distintivo del partido falso, metafísico, idealista, revisionista y contrarrevolucionario en filosofía y en política, acaudillado por Yang Xianzhen. Y el hecho de que el propio Yang Xianzhen a la par de la aseveración de la tesis sobre “combinar los dos en uno” también habló y escribió sobre “dividir el uno en dos”, al parecer solo es una diestra mascarada…

Y además no es difícil figurarse que carácter anidó esta discusión “filosófica”, por donde y por cuales rieles se deslizaba…

Y con mucho empeño se metió en la cabeza del lector que todo este alboroto lo provocó el propio Yang Xianzhen, “el mismo lo inspiró secretamente”, y aunque él nunca se inmiscuyó en la discusión (en lo que nuevamente se manifiesta su perfidia), cuyo genuino instigador era justamente él. Él debía cargar con toda la responsabilidad por ello. “¡Dígnense responder!”.

“El término “dividir el uno en dos” expresa de modo extraordinariamente exacto, vívido y asequible el núcleo de la dialéctica, mientras que el “unir los dos en uno” de Yang Xianzhen es de principio a fin la sistematización de la metafísica”[4].

[4] Hongqi, no. 16, 1964.

 

¿Qué hay con el hecho de que Yang Xianzhen copió esta frase de una obra de “lo mismo-lo mismo-lo mismo”?

“Los chinos acostumbramos a decir: “Cosas que se oponen, se sostienen entre sí”. En otras palabras, existe identidad entre cosas que se oponen una a otra. Este dicho es dialéctico y contrario a la metafísica. “Se oponen” significa que los dos aspectos contradictorios se excluyen mutuamente o luchan entre sí. “Se sostienen entre sí” significa que, bajo determinadas condiciones, los dos aspectos contradictorios se interconectan y adquieren identidad.”[5]

[5] Mao Tsetung, Sobre la contradicción, en Obras Escogidas, Tomo I, pp. 333-370, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1968.

 

Mao Tsetung puede y Yang Xianzhen no puede. Una y la misma frase denota en Mao Tsetung a la dialéctica, y en Yang Xianzhen a la metafísica. Resulta que lo importante no es lo que se dice. Lo importante es quién y por qué lo dice.

La lógica de la “intensificación” de la discusión es muy sencilla. Cierto filósofo A interviene con un artículo que populariza los ya superpopulares artículos de Mao. En la medida en que él no solo copia el artículo de Mao palabra por palabra, sino que se esfuerza por relatarlo en parte con “sus palabras”, es que encontramos de inmediato al filósofo B, que señala con minuciosidad las “diferencias” surgidas en virtud de esto. Pero en la medida en que “toda diferencia entraña ya una contradicción” (Mao Tsetung), es que no hay nada más fácil que desenmascarar al imprudente filósofo A como propaganda de tesis “que contradicen” las geniales ideas de Mao Tsetung. Aquí encontramos al filósofo C que constata que la crítica de B a A “no fue lo suficientemente profunda” y debe sufrir por este pecado la crítica más severa y debe ser sancionado del modo más riguroso. Pero, al mismo tiempo, el filósofo D estudia detalladamente las obras de C y descubre con gozo que estas, a su vez, son impuras y culpables también de intentar hablar con “sus palabras”, e incapaz, por lo tanto, de “desnudar hasta el final los errores de B”, en razón de lo cual su artículo crítico en contra de A solo contribuye a la preservación de la “esencia más dañina y profunda de su concepción”…

De ese modo, la frontera entre la verdad absoluta y la herejía más absoluta se traslada paulatinamente más y más hacia abajo en el alfabeto, hasta que en un lado de la línea no quede sino una única Z; Z con “lo mismo-lo mismo-lo mismo”, y todas las demás letras que no se encuentran de “ese lado” de la línea están en la categoría de los revisionistas, cuyos puntos de vista “se diferencian” de la escritura de referencia de Z y, por lo tanto, lo “contradicen”.

Toda esta labor “investigativa” tiene como objetivo demostrar que nadie en el mundo comprende y puede comprender la dialéctica, salvo Mao Tsetung, y por ello todos los filósofos –si no quieren caer en el pecado de revisionismo– deben simplemente, sin alambicar demasiado, declamar de memoria las palabras del “gran timonel”, sin cambiar en estas ni comas ni acentos. Ni que decir tiene que el filósofo que responde a semejantes criterios se parece mucho más a un gramófono que a una persona viva, dotada de razón propia.

El propósito propagandístico de la discusión por nosotros descrita es inequívocamente transparente. Su objetivo no es, por supuesto, la elucidación de la ley de la unidad y lucha de contrarios. El propósito es uno: organizar la estrepitosa logomaquia para que los cerebros de todos y cada uno se poblen e imprima con precisión que “dividir el uno en dos” es la verdad absoluta, que ésta todo lo explica una y otra vez, que no está sujeta a deliberación y comprensión algunas, todo lo demás es griterío innecesario, verborrea, bajo la cual el malhechor revisionista desea enterrar lo principal de lo mismo-lo mismo-lo mismo en la dialéctica: su “núcleo”.

Es natural que en tal concepción la “dialéctica” se convierte en algo parecido a un hacha, que solo es útil para de un golpe escindir (“dividir en dos”) todo lo que cae a su alcance. ¿Movimiento internacional de los trabajadores? ¡Escindir! ¿Frente de lucha contra la agresión imperialista en Vietnam? Escindirlo. Dividir en dos y desunir todo lo que incluya su composición aunque sea la más minúscula “diferencia”, llevando ésta “diferencia” hasta la “contradicción”, y la “contradicción” hasta el “antagonismo”. Por la mitad, de la mitad, y cada mitad una vez más por la mitad: toda mitad conocida hasta que no quede un leño en el universo; ¡entonces arderá la hoguera para la revolución mundial!

He aquí toda la sabiduría dialéctica a lo maoísta. Nada se requiere aparte “del inoxidable tornillo de Mao Tsetung”. Todo lo demás es óxido, el pérfido embuste de los revisionistas… Estas son justamente las conclusiones teóricas de la discusión por nosotros descrita.

A la luz de los eventos políticos que se desencadenaron en China, poco después de la golpiza “teórica”, salió a escena la versión maotsetunista de la “dialéctica” en todo su burdo primitivismo. Esta es la “filosofía” degradada al nivel de la consciencia del gamberro zaofan, es decir, expuesta e interpretada con arreglo a este nivel extremadamente bajo de cultura mental.

La frase-fórmula sobre “dividir el uno en dos” les gusta tanto a los maotsetunistas, que la tesis de “combinar el dos en uno” ya les parece a ellos revisionismo desenfrenado, y los filósofos, que tuvieron previamente la imprudencia de hablar y escribir sobre “la identidad”, sobre la “unión de los contrarios”, ahora escupen y se les forza a escupirse a sí mismos (este procedimiento, por alguna razón, aún se denomina de “crítica” y “autocrítica”).

Las declamaciones estrepitosas sobre las bendiciones de “dividir en dos” son provechosas para los maoístas, cuando la cosa trata sobre el movimiento comunista internacional, sobre las discrepancias y contradicciones en sus filas. Naturalmente, no es necesario discutir contra esto. Son en realidad muy ventajosas. La pregunta solo es: ¿para quién?

Las fórmulas generales de la dialéctica, que son eso, fórmulas generales, callan respecto a este cálculo. Y es solo el arbitrio de Mao el que resuelve justamente cuales de estas fórmulas generales abstractas se ha de recordar y “aplicar” en el caso en cuestión, es decir, simple y llanamente, colgarla como etiqueta sobre el hecho, sobre el evento, sobre la empresa política de turno. Le parece a “lo mismo-lo mismo-lo mismo” que en el caso en cuestión es oportuno y ventajoso declamar sobre “dividir en dos”, y eso declaman. Le parece que esto es desventajoso en otro caso, y recitan la fórmula directamente opuesta. ¡Buena dialéctica! Más bien este método de pensamiento debe denominarse por su nombre apropiado: pensamiento dual.

Y en el interés del marxismo-leninismo genuino y del internacionalismo proletario genuino, el método maoísta de pensamiento debe ser designado en lo sucesivo con este nombre para no empuercar el buen término “dialéctica”.

La terminología dialéctica viene a ser aquí nada más que la jerga que se utiliza para expresar los egoísmos nacionalistas estrechos y de camarilla, que son absolutamente acríticos en relación a sí mismos, y es por eso que obstaculizan la consideración objetiva de la realidad. ¿De qué dialéctica se puede hablar en general en este caso? Ciertamente, el “lenguaje de la dialéctica”, de la dialéctica genuina que se apoya en las tradiciones milenarias del pensamiento filosófico de Zenón y Aristóteles, Descartes y Spinoza, Kant y Hegel, Marx y Lenin, se adapta de mala manera a esta utilización, por eso surgen de hecho todas las descoordinaciones e incongruencias que causan muchos problemas espantosos a los guardianes de la “pureza” (me refiero a la esterilidad) del pensamiento teórico.

Esto explica esa ridícula pedantería con la que los eclécticos profesionales chinos se ven constreñidos a relacionarse con la letra, con el aspecto formalmente verbal del pensamiento, es decir, a la arista puramente jeroglífica de la cuestión.

Así, durante largos años en las páginas de decenas de revistas y periódicos los filósofos chinos se vieron forzados a conducir un debate interminable y, por esencia, completamente carente de objeto sobre la llamada identidad del pensamiento y el ser. El debate se redujo a lo siguiente: ¿le es o no le es permitido al marxista usar esta expresión en ese sentido, en el que la uso Friedrich Engels, es decir, en calidad de fórmula que expresa la solución positiva al “segundo aspecto de la cuestión básica de la filosofía”?

Por la esencia del asunto, aquí, naturalmente, no había ni podía haber discusión alguna. Ambos lados partían de que la materia es lo primario y el pensamiento es lo secundario, que la consciencia es la forma superior de reflejo del ser, que el mundo exterior es cognoscible, etc., etc. La discusión discurrió únicamente sobre la admisibilidad o inadmisibilidad de dibujar el jeroglifo, equivalente a la palabra rusa tozhdetvo y al latín identitatem, allí donde se trata sobre la concordancia, sobre la correspondencia, sobre la convergencia del conocimiento con las cosas. Los filósofos se batieron con tal furia, como si en el mundo ya no quedarán otros problemas más serios y vitales.

No se sabe cuánto se habría dilatado esta seductora discusión si un bello día no se hubiese elevado sobre el campo de batalla el “lucero rojo” del genio de Mao Tsetung. Se publicó su regular artículo popular sobre la transformación de lo “material” en lo “ideal” y viceversa, donde al discutir sobre la transformación dialéctica de estos “contrarios” Mao Tsetung escribió con su propia mano el jeroglifo de “identidad”.

Y la discusión se interrumpió de pronto. Se volvió evidente que, en lo sucesivo, hablar sobre la “identidad dialéctica” de lo ideal y lo real, me refiero al pensamiento y al ser, no solo era permisible, sino obligatorio. Desde ese día, todos empezaron a hablar y escribir acerca de la “identidad” del pensamiento y el ser, y no solo en las obras sobre el tema de la cognoscibilidad del mundo, sino en toda ocasión y, en primer lugar, a propósito de la campaña recién iniciada para la realización de “las ideas de Mao Tsetung”, para probar la sabiduría del pensamiento de Mao Tsetung, que siempre es infalible y plenamente “idéntico” al ser.

Y más que todo se empezó a alborotar por la “identidad”, me refiero a “la transformación de las ideas en realidad”, cuando inició la demencial “revolución cultural”.

Todo este alboroto tenía aquí el mismo objetivo que el alboroto alrededor de la tesis sobre “dividir el uno en dos”. Este creó la impresión de que Mao y sus compañeros de lucha en la región de la filosofía hornearon de modo conmovedor la “pureza” de la concepción teórico general, la exactitud absoluta y uniformidad de la comprensión de las fórmulas de la “dialéctica”, la adhesión estricta a estas fórmulas y la supresión de la más mínima desviación de la letra.

¿De modo que la dialéctica subjetiva-ecléctica del maoísmo es así?

En realidad, esta recopilación bastante limitada de frases reproducen tesis que se corresponden a la dialéctica real. Es la filosofía destruida, utilizada en realidad solo como fraseología, solo como “lenguaje” para la expresión de un pensamiento en lo absoluto dialéctico, para la formulación verbal de acciones políticas arbitrarias, realizadas bajo la presión de circunstancias inmediatas. Aún con la mejor voluntad no se puede descubrir otra cosa en el cuerpo del pensamiento maoísta.

Las tesis generales de la dialéctica se citan y declaman de modo completamente fidedigno y en cada ocasión fuera de lugar. Ellas son aplicadas simplemente como sencillos giros del lenguaje, a aquellas empresas de Mao que son inventadas de forma totalmente ajena a la dialéctica, a la teoría marxista-leninista, a cualquier análisis teórico concreto de la realidad contemporánea y sus contradicciones reales.

La dialéctica materialista genuina es, en primer lugar, el método de investigación objetivo-científico revolucionario-crítico tanto de la realidad como de aquellos conceptos con cuya ayuda se refleja la realidad en la consciencia.

En la consciencia de los maoístas “labora” otra lógica completamente diferente. A sus “conceptos”, esos con los que opera su pensamiento, los teóricos del maotsetunismo no le manifiestan la más mínima crítica. La “crítica” (o más precisamente, el escupir) sólo la tienen que sufrir quienes piensan diferente. Pero el pensamiento, acrítico con respecto a sí mismo, es orgánicamente incapaz de ser dialéctico con respecto al mundo que le rodea, pues la egolatría lleva inevitablemente a que la persona afectada por ésta solo se vea a sí mismo en el mundo circundante. Todo lo mide según su medida limitada. Para él, el mundo entero se transforma en un espejo que refleja su propio rostro, que él admira devotamente, como Narciso. Pero todo lo que es poco parecido a su propia fisonomía, a su propio pensamiento limitado, él lo valora de inmediato como una tergiversación deliberada de este “bello prototipo”, como “revisionismo”.

Mirar a todo el mundo que nos rodea “solo como objeto de su propia actividad”, no reconocerle derecho alguno a su propia dialéctica, derecho alguno al autodesarrollo, y valorarse a sí mismo como el único “sujeto de la actividad revolucionaria” idóneo, es encontrarse bajo el poder de una ilusión muy peligrosa y pérfida. Esta ilusión es propia, como hace mucho demostró Karl Marx, de los burócratas profesionales. El pensamiento burocrático es en realidad incompatible con la dialéctica, como el genio con la maldad, como el culto religioso en todas sus variantes –incluyendo la secular– con la genuina revolución proletaria.

La filosofía materialista es, por su parte, absolutamente incompatible con dios, con el culto y, por lo tanto, con el pensamiento de los sacerdotes del culto, cualquiera sea el nombre que lleve su deidad suprema. Ella o destruye este culto o se arruina, degenerando en método de apología de todas aquellas bobadas y calaveradas con las que todo culto está vinculado orgánica e inseparablemente, en virtud de la propia naturaleza de este fenómeno.

Los afanes de la camarilla Mao Tsetung transforman a la dialéctica justamente en la caricatura, en la sofistería del pensamiento doble. Y luego ésta ya empieza a ser limpia y llanamente una farsa cuando las tesis dialécticas son citadas a tontas y a locas, cuando empiezan a “aplicarlas” tanto al problema del comercio de sandías, como a los asuntos de peluquería, como al tratamiento de los sordos, como al uso de anticonceptivos y a todo lo demás.

Aquí la tragedia se transforma en una comedía no muy divertida.

Sobre el contenido teórico de la “dialéctica” del maoísmo es dudoso que podamos extendernos más.

Las discusiones “filosóficas”, por nosotros desembrolladas, hace mucho pasaron a segundo plano. Cumplieron su cometido. Tras ellas inició la “realización de las ideas”, que tomó la forma en la tragedia del pueblo chino que recibió el nombre de “gran revolución cultural proletaria”.

 

 

 

 

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**Texto publicado en Voprosy Filosofii, Nº 7, 1968, URSS, p. 40-49. Traducido del ruso por Víctor Antonio Carrión Arias.

Un comentario en “¿Dialéctica o eclecticismo? (Notas polémicas sobre la “comprensión” y “aplicación” maoísta de la dialéctica)”

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