Reflexiones sobre el concepto de Dictadura
Registro de la pintura Destacamento Comunista
en 1919, de Sergey Luppov, 1928.
Reflexiones sobre el concepto de Dictadura
Por Guillermo Uc*
Es común que al escuchar la palabra Dictadura lleguen a nuestra mente una serie de imágenes muy específicas, casi siempre relacionadas a una sociedad militarizada, “totalitaria”, sometida a la voluntad de un General autoritario que hace y deshace a su antojo. Si bien, no es incorrecto establecer una relación entre el concepto “dictadura” y esas imágenes, sería bastante limitado quedarnos únicamente en ello, ya que el significado de la palabra “dictadura” es un tanto más complejo.
Toda sociedad que cuente con un mecanismo de represión, al que llamamos Estado, es una dictadura. Sin embargo, toda sociedad que cuente con un Estado también tiene un grado de democracia. Puede sonar contradictorio (y, de hecho, es una contradicción), pero esa relación dialéctica ha estado presente desde que surgió la primera forma de Estado, es decir, el Estado esclavista de la Antigua Grecia y Roma, y esa relación dictadura-democracia ha estado siempre subordinada a la contradicción entre distintas clases sociales; es la representación del conflicto que ha existido siempre entre las clases poseedoras explotadoras y las clases explotadas desposeídas.
En la sociedad esclavista, referida más arriba, la clase poseedora, es decir, los esclavistas, eran quienes disfrutaban de la democracia, eran quienes podían ponerse de acuerdo a su manera y decidir por el resto de la sociedad, que era la que sufría la dictadura y estaba sometida a la voluntad de los esclavistas, siendo los esclavos los que más duro sentían los embates de los esclavistas. En el feudalismo, la democracia la podían disfrutar los señores feudales, la nobleza y los estamentos más altos, mientras que a los siervos y al resto de la sociedad desposeída solo les esperaba la dictadura.
Cuando el feudalismo cedió su lugar en la historia al capitalismo, la relación dictadura-democracia adquirió nuevas formas. La burguesía se convirtió en la nueva clase poseedora, y el proletariado y los sectores populares pasaron a ser los nuevos desposeídos de la sociedad, Sin embargo, la burguesía, con su discurso oficial, establece que en el capitalismo se corona la democracia como valor universal, en donde todos los individuos son iguales ante la ley, y que, por lo tanto, la suya es y será por siempre la sociedad más democrática de la historia. Este discurso oficial no hace sino esconder la realidad detrás de la sociedad capitalista, pues, aunque se eleve a valor universal el concepto de democracia, ésta sigue estando en manos de una sola clase, la burguesa, que ejerce una cruel dictadura sobre la clase trabajadora. El hecho de que “de palabra” se establezca la democracia como algo “efectivo” no elimina la relación dialéctica presente en cada sociedad, la de que mientras exista Estado, habrá democracia para una clase y dictadura para otra. En el capitalismo existe democracia, como en toda sociedad, pero no es más que una democracia burguesa, que solo sirve a los intereses de la burguesía, por lo tanto, es una dictadura que aplasta al resto de la sociedad.
El lector se podrá preguntar “¿cómo es posible que el capitalismo sea una dictadura?”. Pongamos el siguiente ejemplo: imaginémonos una república burguesa sumamente democrática, es más, la república más democrática del mundo en comparación con las demás repúblicas burguesas. Esa república democrática es, desde luego, un país capitalista. En el capitalismo, existe la relación antagónica e irreconciliable entre la burguesía, es decir, los patrones dueños de las fábricas, empresas, etc., y el proletariado, es decir, los trabajadores asalariados que no poseen nada más que su fuerza de trabajo y la cual venden al patrón para subsistir. Como hemos dicho, la relación entre patrón y trabajador es antagónica: lo que represente ganancias para el patrón, significa pérdidas para el trabajador, y viceversa. Como es irreconciliable, dicho conflicto no puede resolverse por medio de un acuerdo que satisfaga por igual a ambas partes, una de ellas inevitablemente terminará perdiendo.
Continuando con nuestro caso “hipotético”, supongamos que, para aumentar sus ganancias, el patrón decide extender la jornada de trabajo de los obreros u obligarlos a trabajar horas extras sin compensarlos con un mayor salario. Ante esta situación, que expresa el carácter antagónico de las dos clases en pugna, los trabajadores deciden organizarse para exigir que sus derechos, en teoría garantizados por las leyes de nuestra república democrática burguesa, no sean violados. Para ello, deciden conformar un sindicato y, para presionar que la exigencia se cumpla con rapidez y poder volver a su trabajo lo antes posible, se declaran en huelga y clausuran la fábrica, ejerciendo otro derecho que las leyes del país, en teoría, les otorga. Sin embargo, el patrón, al negarse a sufrir pérdidas en su producción y aprovechándose de las ambigüedades de las propias leyes, que desde un inicio fueron pensadas no para beneficiar a la clase obrera sino a la burguesía, declara que la huelga es ilegal y que está atentando contra su derecho de propiedad. Solicita la intervención de la fuerza del Estado capitalista para golpear y encarcelar a todos los participantes en la huelga. No conforme con ello, también despide, cuando menos, a los principales organizadores y dirigentes del movimiento y llena sus lugares con nuevos empleados, dóciles desde luego, al haber sido testigos del castigo ejemplar impuesto por nuestra república democrática.
Para aquél lector que, de manera honrada, continúe teniendo esperanzas en la naturaleza “democrática” de nuestra república, pudiera parecerle que una solución adecuada a estas terribles injusticias sea reformar las leyes laborales del país en cuestión. Sin embargo, si bien una lucha que agrupa, templa y educa a la clase obrera para ir ganando terreno en la lucha meramente económica, es la de exigir mejores leyes y condiciones favorables para el trabajo, la enorme experiencia de la clase obrera a nivel internacional nos indica que, aunque se logren pequeñas o grandes conquistas en cuanto a las condiciones en que la clase obrera vende su fuerza de trabajo, la situación de explotación de nuestra clase no desaparece. Incluso en épocas de crisis como la que vivimos actualmente, bajo la pandemia de COVID-19, empeora, ya que la clase burguesa coloca sobre los hombros de la clase obrera todo el peso de sus pérdidas para que los patrones no pierdan nada o pierdan lo mínimo. Además, la elección exclusiva del camino de las reformas legales, contrapuesta o separada del objetivo socialista-comunista, favorece en última instancia al capitalismo, pues coloca a la clase obrera, digamos, en un callejón sin salida, en un terreno favorable a la clase dominante y en una situación que embotará su conciencia de clase y hará creer a la población involucrada en dicha alternativa que el asunto de fondo se limita a reformar la sociedad.
Otra posible “solución” que, bajo una primera lectura, nuestro lector pudiera encontrar es que se reforme el Estado, pero sin perder sus características “democráticas”, que haya una mayor pluralidad de partidos, que partidos obreros puedan llegar al gobierno mediante elecciones, etc. La historia de la participación de los partidos comunistas y obreros también nos deja experiencias aleccionadoras. En el sistema electoral burgués es imposible que un partido comunista o un partido obrero pueda llegar al Poder por medio de elecciones. Lo máximo a lo que un partido obrero podría aspirar bajo la democracia parlamentaria burguesa es al gobierno (que no es lo mismo que el Poder), pero desde el día 1 de su gestión se vería amenazado por los intereses de la burguesía que teme ser echada del Poder y que trazaría todo un elaborado plan por derrocar a ese gobierno, usando para ello toda una serie de acciones “antidemocráticas” acompañadas por baños de sangre. Otro escenario, de lo más común, es la corrupción política de tal Partido, al éste aceptar “el juego democrático” y encontrarse en una situación en la que sus acciones tendrán como fin principal el administrar la sociedad desde los intereses y el puesto de mando histórico de la burguesía, el mismo Estado. Por otro lado, en algunos países, incluso, la mera participación electoral está prohibida de facto para los partidos comunistas, al imponerles un sinfín de trabas legales que impiden tener una participación en el parlamento u otros cargos de elección.
¿Acaso todo lo que ya hemos retratado hasta ahora, desde la preferencia del Estado por los intereses económicos de una clase hasta los complots políticos para que la clase obrera no llegue al Poder por vías “pacíficas”, no hace otra cosa que demostrar que también en las repúblicas más “democráticas” existe la dictadura de una clase? ¿Puede negarse el hecho de que la burguesía ejerce una dictadura sobre otras clases, sobre todo contra la clase obrera, aunque en su discurso predique la democracia?
Resumiendo: ¿el capitalismo es una democracia? Sí, para una clase, la burguesa. ¿Es una dictadura? Sí, también, contra una clase, el proletariado. Siguiendo este orden de ideas, México, al ser un país capitalista, es una dictadura también. Y no porque sea una dictadura vemos a diario los exaltados discursos de un General uniformado que gobierne el país mientras desfila frente a él una columna de tropas preparadas para el combate. En realidad, los representantes modernos de la dictadura burguesa mexicana, desde Lázaro Cárdenas hasta López Obrador en la actualidad, visten de traje y corbata y su personalidad no es tan temible. De hecho, son bastante dóciles ante los poderes que los encaramaron donde hoy se encuentran, así como ocurre en cualquier otro país que se proyecte en el mundo entero como sumamente “democrático”, sea Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, etc.
Por lo tanto, toda nuestra vida hemos vivido bajo la dictadura de una clase. En ese sentido, si hemos de definir correctamente la palabra “dictadura”, acorde a un análisis marxista-leninista, no habría que definirla como lo hace la burguesía, que la resume en un régimen en donde se deposita el Poder en un solo individuo, con poderes ilimitados y donde se prohíbe la “pluralidad” política, sino que, para los comunistas, la dictadura es la expresión del Poder de una clase sobre otra.
Entonces, ¿qué es lo que debemos pensar cuando escuchamos el término “dictadura del proletariado”? ¿Hay razones para que la clase trabajadora le tema a este concepto o, por el contrario, debe luchar por conseguir que se vuelva una realidad? Si actualmente en el capitalismo la dictadura burguesa somete y aplasta a la clase trabajadora y a los sectores populares, la dictadura del proletariado sería lo opuesto. En ella, la clase obrera en el Poder se encargaría de dirigir la represión contra sus antiguos verdugos, de acabar por todos los medios necesarios cualquier intento de la burguesía por retomar su antiguo puesto de explotador.
Sería una dictadura revolucionaria y un progreso enorme para la humanidad ya que, al ser la clase obrera y los sectores populares la inmensa mayoría de la población en cualquier país del mundo, la dictadura del proletariado sería inconmensurablemente más democrática que la dictadura que actualmente ejerce la burguesía. Si hoy, una minoría de la sociedad es la que sojuzga y oprime a la mayoría, sin que esto pueda solucionarse favorablemente para el pueblo en el capitalismo; en el socialismo, es decir, bajo la dictadura del proletariado, sería al revés: la inmensa mayoría de la población se encargaría de acabar con una minoría insignificante, que en el modo de producción anterior era quien los explotaba. Y al tiempo, ejercer libremente su opinión, decisión y acción en todos los temas de la sociedad, a partir de órganos de poder afincados en el centro de trabajo.
La dictadura del proletariado también significa el primer paso para terminar, de una vez por todas, con la explotación. No debe entenderse como la transición de una clase explotadora para cederle el puesto a otra clase igual de explotadora, como ocurrió del feudalismo al capitalismo. El enorme desarrollo de las fuerzas productivas permite que pueda mantenerse la producción y, con ella, la satisfacción de todas y cada una de las necesidades de la sociedad sin necesidad de que haya una clase que explote a otra. Puede parecer un simple sueño, pero las y los trabajadores pueden darse cuenta de ello haciéndose una sencilla pregunta: si un día, su patrón falleciera y no se presenta a su centro de trabajo ¿la producción se detendría o los mismos trabajadores continuarían produciendo? Actualmente, la clase burguesa es una clase parasitaria, totalmente innecesaria y sobrante. La misma clase obrera puede hacerse cargo de la producción sin la necesidad de que exista alguien que los explote. Eso sólo es posible mientras haya un Estado que permita a los obreros hacerse cargo de la producción, administración y distribución de todo y que, al mismo tiempo, elimine por la fuerza la posibilidad de que haya una clase que se apropie de las ganancias sin trabajar. Ese Estado es el socialismo, la dictadura del proletariado.
Habrá quienes digan que hay que oponerse a cualquier forma de dictadura, incluso a la dictadura del proletariado, hablan del “no Poder” y de que hay que abolir toda forma de Estado. El fin último que perseguimos los comunistas es ese: desaparecer al Estado. Sin embargo, eso no puede realizarse de la noche a la mañana, ya que si la clase proletaria no cuenta con un aparato de represión que impida el retorno de la antigua clase explotadora ésta estará de vuelta en el Poder en un santiamén. Además, Lenin ha dejado en claro que la dictadura del proletariado requerirá hacer menos uso de la represión que cualquier otra forma de Estado previa. ¿No es incluso más fácil que la inmensa mayoría de la población, es decir el proletariado, vaya conjurando los intentos de una minoría que quiere regresar al Poder? ¿No se derramaría menos sangre que la que el capitalismo ha derramado asesinando y reprimiendo a la clase trabajadora que actualmente lucha por conquistar una vida mejor?
De acuerdo con todo lo dicho hasta aquí ¿la clase trabajadora debe temerle a la dictadura del proletariado? Para nada, todo lo contrario. En la dictadura del proletariado sería esa misma clase la que tendría el control y las riendas de la sociedad, la que decidiría de forma democrática, más democrática aun que en el capitalismo (pero cuya democracia no compartiría con las antiguas clases explotadoras), cómo producir y cómo administrar las riquezas de la producción en beneficio de todo el resto de la sociedad. Además, sería una dictadura encaminada a acabar con todas las dictaduras, con toda forma de represión, con toda forma de Estado. Una vez que la sociedad haya logrado adaptarse a regirse por el interés colectivo, antes que por el individual, y que las clases sociales hayan desaparecido por completo, esa dictadura no tendría razón de ser, desaparecería junto con el Estado, no habría necesidad de reprimir a nadie. Eso es a lo que aspiramos los comunistas.
*Artículo inédito para El Machete.