Comunismo libertario y revolución social a la mexicana
Comentario a la película Ora sí ¡Tenemos que ganar!, Dir. Raúl Kamffer, Dirección General de Actividades Cinematográficas de la UNAM, 1978, [duración: 91 min].
Por: Edgar Martínez Zanabria
Durante la primera década del siglo XX, en una población minera del centro de México, tras el derrumbe en una de las galerías, los trabajadores y sus familias se organizan en las labores de rescate y, al mismo tiempo, comienzan una insurrección para terminar con los malos tratos que reciben de parte del dueño de la compañía, todo al calor de la Revolución en curso.
Esta básicamente es la reseña del filme Ora sí ¡Tenemos que ganar!, realizado a finales de la década de los setentas del siglo pasado, el cual se caracteriza por mostrarnos una serie de simbolismos visuales que denotan tanto el idealismo de Ricardo Flores Magón, como del movimiento político influenciado por su pensamiento, así como la impronta que durante casi dos décadas tuvo el periódico Regeneración.
La escritura del guion y la dirección de la película corrieron a cargo de Raúl Kamffer Cardoso (1929-1987), personaje siempre ligado al cine independiente y a corrientes que lo acercaron siempre a la autoría cinematográfica. Este personaje, militante de izquierda durante toda su vida, comenzó a sentirse atraído por el ideario de Ricardo Flores Magón pues, a mediados de la década de 1970, su nombre y sus doctrinas apenas comenzaban a ser retomadas.
Es así como a partir de una recopilación de cuentos llamada Sembrando Ideas. Historietas relacionadas con las condiciones sociales de México, editado por el Grupo Cultural “Ricardo Flores Magón” en 1923, Kamffer junto con su esposa (y coguionista) Leonor Álvarez, se decidieron a darle forma al argumento de la cinta generándolo gracias a relatos como El apóstol, Una catástrofe, El sueño de Pedro o El triunfo de la revolución social, escritos pertenecientes a la etapa más radical del líder del Partido Liberal Mexicano (PLM).
Por tanto, resulta casi imposible pasar por alto que hay un claro hermanamiento entre esta película y lo que reflejan por sí mismos los cuentos y las obras de teatro escritos por el prolífico pensador ácrata de origen oaxaqueño, en el sentido de querer expresar algo más que contar una buena historia, entendida como argumento, y de la manera más asequible posible, convirtiéndolos en herramientas de concientización y movilización política.
Lo anterior, se logra gracias a un claro sentido pedagógico acorde al anarquismo de finales del siglo XIX y principios del XX, que, sin embargo, pudo ser modificado y adaptado de cierta manera para el público de finales de la década de 1970, pues se trataba de facilitar la comprensión de una teoría político-social a la mayor cantidad de personas posibles, pudiendo llegar incluso a cuestionarla.
Es así como se debe hacer mención de por lo menos tres aspectos que la hacen un producto histórico-cultural invaluable de consideración. El primero radica en que el personaje histórico de Ricardo Flores Magón adquiere corporeidad en la pantalla grande, siendo interpretado por el actor Ángel Calderón, a diferencia de otras cintas que retoman la importancia política precursora del magonismo pero sin mostrar nunca a este personaje, tan solo a alguno de sus más importantes correligionarios como en El principio (1972, Gonzalo Martínez Ortega) o Cananea (1976, Marcela Fernández Violante).
Por otro lado, uno de los motivos más distintivos del filme en cuestión es el concerniente al papel de las mujeres dentro de la lucha revolucionaria. Basado en los planteamientos de Ricardo Flores Magón y de la ideología anarquista, de comprender la importancia estratégica y cualitativa de la mujer en la lucha insurrecta, Kamffer generó una representación de la mujer empoderada, combativa y rebelde, dueña de una gran convicción revolucionaria y desafiante ante los hombres que llegan a mostrar actitudes miedosas o dubitativas durante varios momentos de la película.
No obstante, las féminas representadas en Ora sí ¡Tenemos que ganar! son personas comunes que también demuestran sus miedos, anhelos y preocupaciones de manera normal y directa, sin demasiados aspavientos, brindándoles cierta naturalidad en sus acciones, que, sin embargo, siempre terminan teniendo un poder de decisión determinante para todos; lo cual no resulta un dato menor si tomamos en cuenta que estamos hablando de una realización de hace 45 años.
El tercer y último elemento a resaltar, radica en el sentido del humor de la cinta que logra darle un giro burlesco a las situaciones que se tratan, para de tal forma, no caer ni en una solemnidad abrumadora ni en el aburrimiento de los espectadores, el cual curiosamente se corresponde con la visión que manejaba el propio Ricardo Flores Magón y los anarquistas de su época, y que muchas veces se reflejaba en las caricaturas que aparecían en Regeneración o en otros diarios militantes contemporáneos. De hecho, se puede ir más lejos y asegurar que el manejo de un sentido del humor que a veces roza lo jocoso, les permitió a Kamffer y a su esposa poder plasmar una crítica mordaz al propio idealismo extremo de Flores Magón y sus correligionarios, encarnado en la forma del personaje del Apóstol.
En la película, la Revolución no es una promesa a cumplir por algún caudillo mesiánico, sino una realidad concreta que viven y llevan a cabo las personas comunes, no como héroes individuales de acuerdo al proceder hollywoodense, sino de manera colectiva emparentándose con lo que presentaban en pantalla las cintas revolucionarias del soviético Sergei Eisenstein, en donde los personajes principales de sus cintas La huelga (1924), El acorazado Potemkin (1925) y Octubre (1928), son las masas anónimas hambrientas de justicia.
Finalmente, este trabajo cinematográfico no solamente logra diferenciarse del resto de representaciones visuales, anteriores y posteriores, dentro del amplio panorama del cine en nuestro país, sobre todo el centrado en la temática de la Revolución mexicana, sino que de paso, procuró brindar esperanza en una actitud optimista por conseguir la victoria final por parte de las mayorías explotadas que blanden la bandera roja libertaria, sino también se convirtió en una especie de contraanálisis de la historia oficial o hegemónica impuesta desde la educación básica y desde finales de la contienda insurrecta, por la organización partidista que nos gobernó durante casi todo el siglo XX.