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Tren Maya, proyecto marcado por prisas, omisiones y accidentes mortales.

 

Imagen tomada de internet

Célula: Jesús Santrich

 

Recientemente fue noticia nacional el descarrilamiento de un tren del Tren Maya en Tixkokob, Yucatán. Por fortuna, el tren iba a baja velocidad para realizar un cambio de vía, y no hubo lesionados ni heridos. Fue una alegre coincidencia que el corto tramo donde ocurrió está falla fuera uno que requiere la disminución obligatoria de la velocidad.

Desde antes que ocurriera el accidente se reportaba – por parte de opositores de la administración de Morena – problemas como balasto de mala calidad, infraestructura incompleta, y omisiones en la regulación, realizadas con el muy obvio fin de forzar la marcha de un proyecto que a pesar de haber sido inaugurado ya varias veces, no parece concluir nunca.

Ya es bastante preocupante que la infraestructura del proyecto insignia de la administración del presidente López Obrador se encuentre dejando tanto que desear, y pareciera que entre más se busque, más turbio se vuelve el asunto.

El 11 de marzo de 2024, a alrededor de las 2 de la mañana, uno de los trenes del Tren Maya arrolló a dos inmigrantes que se encontraban en la vía, cerca del ejido San Agustín, en el municipio de Palenque, Chiapas. Uno de ellos murió en el instante, y el otro perdió un brazo y fue hospitalizado de gravedad. Esto debería levantar varias alarmas, considerando que los trenes del Tren Maya sólo circulan durante las horas del día – a menos que haya algún retraso extraordinario. Es obvio que las víctimas tomaron por esa misma razón la decisión de caminar en la vía del tren a esa hora: tenían la creencia de que ningún vehículo pasaría por la vía, y nadie los molestaría.

Desde el descarrilamiento, los supuestos opositores de Tren Maya han hablado casi exclusivamente sobre el descarrilamiento – un accidente que, aunque aparatoso, fue minúsculo comparado con la trágica y prevenible muerte de un migrante centroamericano, un obrero itinerante desplazado por la misma precariedad y violencia causada por los monopolios y la intervención capitalista que asedian a Centroamérica y al Sureste de México, y de la que los supuestos opositores de Tren Maya se benefician directamente.

Y la razón por la que no tocaron un blanco tan fácil, un golpe tan bajo, como es colgarse de la muerte de un inocente por fines políticos, no es por integridad y buena voluntad (que reporteros del calibre de Carlos Loret de Mola han demostrado no tener en repetidas ocasiones), y mucho menos porque no tengan conocimiento del accidente en sí, pues esas noticias corren como pólvora. La verdadera razón tiene dos caras: por una parte, la clase política mexicana no tiene el más mínimo interés por lo que le ocurra al proletariado; y por otra parte, los supuestos opositores de Tren Maya, por más que se rasguen las vestiduras, están entre los primeros beneficiados del proyecto, más que nada por la descontrolada especulación financiera que lo rodea, y por su relación directa con varios de los monopolios que están insertados en el proyecto.

Este es el primer accidente ferroviario fatal en Tren Maya, pero hay que recordar que no es el primer accidente relativo al proyecto en el que hay víctimas mortales: ya ha habido numerosos accidentes con víctimas mortales durante la construcción de edificios e infraestructura del proyecto. Esto no es una coincidencia, pues el Tren Maya es un proyecto que con total descaro ignora y contraviene regulaciones y estándares de seguridad.

Hay que recordar que el Tren Maya no es un proyecto hecho para el pueblo. Se presenta como tal, adoptando de forma enfermiza la estética de los pueblos indígenas de la zona, pero sus costos, (hoy mayores a los de un boleto en autobús), la ubicación de sus estaciones (que en casi todos los casos se encuentran muy apartadas de las zonas urbanas y requieren transporte independiente con costos usualmente elevados), y el proyecto a largo plazo (que busca extraer ganancias principalmente del transporte de mercancías paralelo al de pasajeros, y del turismo de forma secundaria), no están diseñados para beneficiar a la población que ya habita la Península.

El Tren Maya es un proyecto ideado, concebido y ejecutado para beneficiar a los monopolios presentes en la Península, y en el país. Desde el Consorcio de Material Rodante encabezado por Alstom de México y Bombardier (compañías que ya tienen el control sobre el material rodante para pasajeros en varias regiones del país, en particular en sistemas metropolitanos y periurbanos), hasta el Consorcio Constructor encabezado por constructoras monopólicas como Mota Engil, SENERMEX y Lamat, pasando por los diversos acuerdos de logística, infraestructura y comerciales que rodean al proyecto, y con la involucración de monopolios ferroviarios en el país como Ferromex y Grupo México, los monopolios son los más beneficiados de este proyecto.

La razón por la que esto es relevante es que, en resumidas cuentas, ante la prisa y la falta de escrutinio, estas corporaciones pueden actuar con completo desdén de las regulaciones y las leyes, y pueden enriquecerse a sus anchas en el proceso. Tren Maya podría anunciar en cualquier momento que todo el sistema ferroviario se encuentra auditado y completamente sometido a regulación, y eso no importaría, pues no sería más que una mentira: basta con doblegar a los reguladores (quienes pertenecen al mismo gobierno que quiere sacar el proyecto, y que ya se doblegan ante los deseos de los entes monopólicos involucrados) para que el proyecto siga sobre ruedas.

La realidad es que el Tren Maya no tiene lo necesario para prevenir adecuadamente accidentes ferroviarios como el que ocurrió en Palenque, ni los accidentes que han matado obreros a lo largo de todo su proceso de construcción.

La vía del tren se encuentra rodeada en casi todos los tramos con malla ciclónica, colocada para impedir el paso a personal no autorizado, dado que el derecho de vía es propiedad federal. Sin embargo, la falta de vigilancia y de infraestructura para la supervisión implica que constantemente hay personas que invaden la vía por distintas razones. Hay pueblos donde la vía cortó el acceso entre una comunidad y otra, en los que sólo hay pasos peatonales o puentes vehiculares incompletos, donde la solución que se encontró ante esta problemática fue abrir tramos de la vía al paso en lugares estratégicos, y colocar a elementos de la Guardia Nacional para que vigilen que no entre nadie a la vía indebidamente. Considerando que la única disuasión que pueden ofrecer dichos elementos armados es la violencia, queda poco claro qué tan bien pensada está dicha solución. Además, hay tramos donde se han registrado vandalismo y robos de malla ciclónica, y no es inusual que tanto personas como animales invadan la vía.

Otro problema es la falta de infraestructura. Sistemas ferroviarios como el que Tren Maya presume requieren de una significativa automatización de las vías. En otros países, por regulación, los cambios de vía son automáticos, y supervisados remotamente por personal colocado a lo largo de la vía; hay sensores encargados de detectar la presencia de objetos extraños (o personas) en la vía, así como señalización, semáforos, alerta sonoras, plumas para controlar el paso de vehículos automotores en caso de que no haya más opción que interceptar la vía con una calle. Y el Tren Maya no tiene nada de eso. El Tren Maya únicamente tiene la vía, el claxon del tren, y los ojos del maquinista.

Parece que no le alcanzaba al gobierno, ni a los multimillonarios, para colocar esa infraestructura. Ya para todo responden “austeridad”, mientras la gente paga con su labor y su sangre, mientras ocurren accidentes totalmente prevenibles porque a todo el mundo le pareció razonable sacar un tren a una vía incompleta, con infraestructura casi nula; y los pobrecitos burgueses se enriquecen cada vez más de la especulación y la explotación de obreros mexicanos.

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