¿Por qué conmemorar la batalla de Stalingrado?
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Por: Jesús Ramírez Gamboa
El pasado 2 de febrero se cumplieron ochenta y dos años de la victoria del Ejército Rojo sobre los ejércitos de la Alemania nazi y de sus aliados fascistas en la ciudad de Stalingrado. Tras siete meses de cruentos combates callejeros que pusieron al límite a los soldados de uno y otro bando, tras más dos millones de bajas entre soldados soviéticos, nazis y civiles, las tropas fascistas se rindieron ante el poderío del Ejército Rojo. La batalla de Stalingrado, considerada la batalla más sangrienta en la historia de la Humanidad, marcó un punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial. Su resultado se hizo sentir en todo el mundo; ni siquiera la máquina propagandística nazi pudo esconder la derrota y se decretaron tres días de luto en Alemania; Pablo Neruda le escribió dos poemas a la ciudad, y la Alemania nazi nunca pudo volver a recuperar la iniciativa que tuvo durante los primeros años de la guerra. La Unión Soviética salió fortalecida de Stalingrado, y comenzaría a acumular una victoria tras otra sobre el enemigo fascista hasta que, dos años después del triunfo en Stalingrado y tras haber liberado a media Europa de las garras del nazismo, la bandera de la hoz y el martillo por fin ondeó sobre el Reichstag en una Berlín arrasada por las bombas.
Hoy, sin embargo, los documentales históricos pintan al Día D, la invasión anfibia de la Francia ocupada por parte de los aliados ingleses y estadounidenses, como el verdadero punto de inflexión de la guerra; se ceban reconstruyendo la batalla de Stalingrado como un mero pulso entre dos dictadores sanguinarios y enfermos de poder. Bajo el paradigma anti-Stalin, incluso el nombre mismo de la ciudad es tomado como evidencia de la supuesta megalomanía de Stalin, y se dice que el otro megalómano de la guerra, Hitler, ansiaba tomar la ciudad nombrada tras el líder soviético sólo porque sí; todo esto en lugar de mostrar que Stalingrado formaba parte del camino que los nazis habrían de tomar para hacerse con el petróleo del Cáucaso y así poder mantener su esfuerzo bélico. La ciudad hoy ya ni siquiera se llama Stalingrado; se rebautizó como Volgogrado en 1961, en el contexto de la desestalinización llevado a cabo por la camarilla revisionista de Nikita Khruschev. La Unión Soviética ya no existe. ¿Por qué tendríamos que conmemorar la batalla de Stalingrado?
La principal respuesta es que la batalla de Stalingrado, y los triunfos de la Unión Soviética y sus aliados partisanos en los países ocupados por el Tercer Reich, nos recuerdan la superioridad del sistema socialista frente al fascismo, esa dictadura descarada de los peores elementos del capital financiero. Baste un ejemplo: al inicio de la invasión nazi, entre julio y noviembre de 1941, la Unión Soviética movió cerca de 1,500 industrias clave al este de los Urales, Asia central y Siberia, lejos del frente donde los nazis arrasaban con todo a su paso. De este épico movimiento (eso sí, no exento de problemas), nada se dice en los documentales y productos de divulgación histórica. Pero la reorganización de la industria pesada fue, en última instancia, lo que le permitió a la Unión Soviética resistir el embate fascista pese a las dolorosas derrotas de 1941 y 1942. Esto hizo que no parasen de llegar provisiones, municiones y armamento desde el otro lado del país; en contraste, la cadena de suministro de la Wehrmacht y sus aliados se reveló pronto como débil y vulnerable.
Sin embargo, hay otra razón por la que conmemorar la batalla de Stalingrado. En estos días en que el fantasma del fascismo se agita de nuevo en Europa y en Estados Unidos; cuando en el horizonte se asoman los indicios de una nueva guerra imperialista entre potencias, espoleadas por los oligarcas del capital financiero; ahora que en cada país parecen cobrar fuerza los movimientos nacionalistas y ultraderechistas; mientras se hace obvio que la socialdemocracia y sus fallos no tardarán en dar paso a una nueva oleada de gobiernos reaccionarios; ahora más que nunca, los trabajadores de todo el mundo hemos de conmemorar la batalla de Stalingrado porque es recordatorio de una cosa muy sencilla.
Ya les ganamos una vez.