Al respecto de la usurpación del carácter de clase del 8 de marzo
Nina Velarde
Comienza el mes de marzo y con ello la parafernalia por el día de la mujer, las redes sociales se saturan de infografías color morado, por la pañoleta verde e invitan a marchar. En las universidades se invita a las compañeras a faltar a clases y a realizar una serie de actividades de “visibilización” del papel de las mujeres en sociedad.
Pareciera que, con el avance paulatino de estas consignas las mujeres estamos cada vez más cerca de la emancipación, pues cada año la marcha es más numerosa y progresivamente se vuelven más comunes los discursos de empoderamiento femenino. Más aún, ahora que en México gobierna la primera presidenta de América del norte y junto con ella, una serie de mujeres adquieren cargos públicos, mientras que se fomenta la participación empresarial de las más poderosas en los negocios y se promueve esta visibilidad.
La agenda pública se enfoca en comentar la importancia del impulso y la necesidad de defender los derechos de las mujeres, y en esa línea es que los partidos burgueses se aplauden a sí mismos por la promoción de sus reformas vacías, mientras que posponen la implementación de leyes que verdaderamente atiendan los problemas que aquejan a la mujer trabajadora.
En la vida cotidiana, los datos arrojan una realidad distinta a la que se pinta en este falaz discurso, la desigualdad en México cada año se exacerba y la socialdemocracia no ha logrado reducir la pobreza, pues acorde con el CONEVAL 47 millones de personas viven en condición de pobreza, es decir, el 36% de la población en México.
La clase burguesa en el poder se legitima con el hecho de que la cuarta transformación ha eliminado el outsourcing, aumentó el salario mínimo, los días vacacionales, amplió programas sociales y otra serie de reformas vacuas. No obstante, el ingreso no ha sido -ni será- proporcional a la elevada inflación, los programas no han tenido repercusiones estimadas y la condición de la mayoría que habita el país se mantiene en los diferentes niveles de pobreza y desigualdad.
Las brechas de la desigualdad son titánicas entre los empresarios y los trabajadores, y a ello, debe agregarse que las mujeres trabajadoras se encuentran en una posición de vulnerabilidad aún mayor, pues las mujeres reciben ingresos inferiores por los de los hombres, pues el sistema no fomenta las condiciones para poder acceder a un empleo digno y con seguridad social, aunado a que, una vez terminada la jornada laboral, las mujeres deben dedicar su día a las tareas domésticas de limpieza, cocina, cuidado y demás tareas que por cierto, en pocas ocasiones son remuneradas. En este contexto, las mujeres no cuentan con tiempo libre, se enfrentan al estancamiento profesional y a la precarización de la vida en general.
En los marcos del 8 M, millones de mujeres han emprendido la tarea de abrir el camino para reivindicar la fundamental participación de la mujer en sociedad, y estos, son pasos indudablemente valiosos, más no suficientes. No basta con salir a marchar con el permiso del Estado burgués, ni organizar mítines que legitimen el uso de la fuerza feminizada, ni mucho menos convertir a un día como el 8 de marzo en una fecha agradable al sistema de explotación que oprime a la mujer proletaria, estudiante y popular.
El 8 de marzo de 1908, 129 mujeres trabajadoras textiles en la fábrica Cotton Textile Factory perdieron la vida por un incendio provocado debido a las terribles condiciones laborales en que se desenvolvían. Es en el año de 1910 que durante la segunda conferencia internacional de mujeres socialistas en Copenhague fue propuesta la creación del día internacional de la mujer trabajadora y fue entonces que el 8 de marzo adquirió este carácter de clase, por tanto, no se alardea al afirmar que, el origen de este día se encuentra en las luchas obreras y en la denuncia por mejores condiciones de vida para las trabajadoras.
Si el objetivo es la conquista por la igualdad sustantiva, todo dependerá de las luchas del presente, mientras la producción social de la riqueza y su apropiación en pocas manos sea la ley, las reformas de color rosa estarán lejos de ser logros en beneficio de la mujer trabajadora. Es necesario señalar que, la lucha no es solo por la eliminación de la desigualdad, sino que es nuestra tarea elevarla por la abolición de la propiedad privada que se sirve del patriarcado para la exclusión y subordinación de las mujeres.
La historia demuestra que, la situación de explotación de la mujer proletaria no puede ser suprimida mientras no se elimine la contradicción entre capital-trabajo, por más mujeres que adquieran puestos de gobierno o se difunda al 8 de marzo como una fecha de concientización vacía y carente del elemento de clase. Para que la mujer obtenga la plena equiparación social con el hombre y no solo en la hipócrita legalidad burguesa es necesaria la abolición de la propiedad privada y su sustitución por la propiedad social para que a la mujer se le permita desenvolverse en igualdad de condiciones de manera armoniosa rumbo a su emancipación.
El 8 de marzo tiene un carácter de clase y esta fecha ha de servirnos a las y los trabajadores del mundo como un llamado a organizarnos en nuestro entorno inmediato, con acciones concretas que nos permitan superar las contradicciones del sistema que oprime y sangra a la mujer proletaria, a no conformarnos con las migajas que la patronal ofrece como soluciones revolucionarias que no hacen más que precarizar nuestra vida, y organizarnos por erigir un verdadero sistema libre de violencia y discriminación, a derrocar al capitalismo y con ello construir el socialismo.