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Los primeros pasos del comunismo en México

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Federico Piña Arce

 

De la utopía a la realidad.

El surgimiento del modo de producción capitalista a partir de la primera revolución industrial, básicamente en Inglaterra, a fines del siglo XVIII y principios del XIX, está intrínsecamente ligado al surgimiento del proletariado, de la clase obrera.  Los campesinos medianos y sobre todo los pobres, son obligados a vender sus tierras a la nueva clase terrateniente que tiene un pie sobre el campo y otro sobre las nuevas industrias textiles asociadas a las máquinas de vapor. Los que se niegan a vender sus tierras, simplemente son despojados de ellas y obligados a ir a las ciudades a buscar empleos en esas industrias, porque ellas necesitan mano de obra, sobre todo mano de obra barata.

Así, una masa humana comienza a poblar las ciudades en donde se asientan los nuevos centros de producción. Ahí, son obligados a recibir sueldos miserables y a sobrevivir en condiciones infrahumanas.  Poco a poco, estos hombres, mujeres e incluso niños forman las filas de un nuevo agente social: el proletariado.

Surgen así los polos que determinarán el desarrollo de las sociedades, surgen también las grandes contradicciones sociales y económicas que marcan el perfil de la explotación. El trabajo es más productivo y las sociedades más ricas, sobre todo y especialmente las dueñas de las fábricas y de grandes extensiones de propiedad rural, es decir la nueva clase de la burguesía, que se apropia con salvajismo y derramando sangre, de todo lo que implique ganancia y productividad. Pero para los nuevos proletarios este nuevo modo de producción sólo significa explotación, miseria, hambre, subsistencia en condiciones infrahumanas, obligados a vivir hacinados en barracas, obligados a vender su fuerza de trabajo bajo las condiciones que  imponen los nuevos amos, y si no aceptan éstas, son perseguidos, encarcelados o, incluso acusados de mendigar y colgados o pasados a cuchillo.

Los nuevos proletarios tardaron mucho tiempo en darse cuenta de su situación. Hubo intentos por rebelarse de la explotación, la miseria y el hambre, pero eran hechos aislados, producto de la desesperación y no del análisis consciente de su situación de desposeídos y explotados. Surgieron los primeros intentos que podríamos ubicar en tres tipos: quienes querían destruir las nuevas máquinas, ya que veían en ellas la raíz de sus males; quienes trataban de convencer a los nuevos amos de que disminuyera el salvajismo con el que operaban; y quienes se organizaban para acabar físicamente con los burgueses, con los nuevos amos, con los patrones, porque matando a cada uno de ellos se acabaría la explotación. Estos dos últimos fueron los que influyeron decisivamente entre los nuevos proletarios.

Los primeros socialistas se dividieron en dos campos, los que trataban de reformar el sistema, pero manteniéndolo, a través de planes, de tácticas, de consignas y sueños, imaginando sistemas en los que la convivencia entre amos y explotados sería posible. Proponiendo condiciones de trabajo más benignas, pero manteniendo la explotación. O bien, imaginando comunidades en donde los obreros vivirían felices después de dejar plusvalía al patrón en las fábricas. Estos hombres proyectaron y propusieron  sociedades de armonía en amplia escala, basadas en la asociación y la cooperación voluntaria, tanto en la producción como en el consumo, en la organización del trabajo y en la convivencia en grandes conjuntos de viviendas.

Para la formación de las comunidades, falanges o falansterios propusieron un modelo determinando el número de habitantes, con reglas para el orden interno y con condiciones de equilibrio entre las comunidades. Sus ideas y propuestas para la armonía social basada en la asociación tuvieron notable presencia, partidarios y difusores en México, como veremos más adelante.

Con la aparición del Manifiesto del Partido Comunista en 1848, elaborado por Carlos Marx y Federico Engels, el movimiento obrero pasa a una nueva etapa. Accede a bases científicas para su organización y lucha futura, se centran los análisis en temas como la explotación, la ganancia, la plusvalía, la enajenación, la apropiación del valor por parte de los dueños de las máquinas. Ahora ya no se trata de fundar comunidades armónicas en las que los explotados curarán sus heridas, ni sueños fantásticos de reformas sociales para hacer que el sistema de explotación fuese más benigno. Ahora se demostraban las verdaderas entrañas de la explotación, el papel que cada clase jugaba en él, en las raíces de la apropiación de la fuerza de trabajo, en el papel teórico, social y político del proletariado como una nueva fuerza que engendraba un nuevo sistema, uno que terminará con la explotación, que permitiera la organización social en libertad, sin amos, ni esclavos, sin dueños, ni vasallos.

Surge la teoría del comunismo como una etapa histórica necesaria y alcanzable, en la que los proletarios y las masas trabajadores serían dueñas de su destino, sin contradicciones sociales, sin explotación del hombre por el hombre, surge el socialismo científico, la base teórica para lograr una sociedad comunista, y con la teoría surgen las organizaciones políticas de los obreros, sus partidos, sus ligas.

 

La utopía.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XVIII y durante los primeros años del siglo XIX, la inexistencia de una base de análisis científico de la realidad, del conocimiento preciso del sistema de explotación, permitió que los sueños utópicos de redentores sociales dirigieran los anhelos libertarios de los primeros proletarios. Sus organizaciones originales buscaban, primero, la protección contra los excesos de los patrones, después, los más avanzados, ciertas nociones de cambios, de buscar caminos para que sus condiciones de miseria, hambre y marginación cambiaran.

En los llamados “socialistas utópicos” del siglo XIX, hubo influencias de las ideas de la Ilustración y de la revolución francesa, aunque lo que los caracterizaba es su posición crítica de la industrialización capitalista y sus negativas consecuencias sociales; los utopistas no se limitan a la crítica de la sociedad y a la exposición de sus ideales sino que buscan caminos y proyectos políticos y económicos para hacerlos realidad; ven las posibilidades de progreso social y humano del desarrollo técnico industrial, analizan y proponen mecanismos de organización social para mejorar la vida de los trabajadores con armonía, cooperación, justicia y paz, pero siempre en los marcos del sistema burgués. El camino para llegar que proponen para llegar a una sociedad ideal, humana, cooperativa, solidaria, pero dentro del sistema de explotación capitalista es utópico.

Poco a poco, estas ideas, digamos románticas, pero sin ninguna base científica en que se apoyarán, dan paso a la desesperación. Grupos cada vez más importantes de organizaciones obreras abrazan las ideas de quienes, si bien perseguían una sociedad diferente, su objetivo se centraba en destruir el estado de cosas, junto con las instituciones que la burguesía había creado para protegerlos, entre ellas el aparato de Estado. El anarquismo y los sueños de la utopía, fueron los primeros intentos del movimiento obrero, primero para organizarse y después para luchar contra el orden burgués.

Importantes movimientos revolucionarios, como la revolución europea de 1848, y la Comuna de París, que fue su punto culminante, fueron encabezados por dirigentes obreros que tomaban sus lecturas y lecciones de los utopistas o de los anarquistas. Charles Fourier, Roberto Owen, Saint Simon, Etienne Cabet, entre los primeros fueron los más influyentes, y sobre todo Pierre Joseph Proudhon, entre los segundos. Cuando Carlos Marx y Federico Engels entran en contacto con los dirigentes obreros y conocen las propuestas de socialismo de éstos, prevalecía un heterogéneo  conjunto de ideas, consignas, propuestas, disímbolas y adjudicadas a uno u otro reformador o agente revolucionario, pero no existía una nueva concepción del mundo, integral.

 

El comunismo, una necesidad histórica.

De ahí la importancia del trabajo teórico de Marx y Engels. Demostraron las diferentes etapas del desarrollo histórico a través, no de los deseos, buenos o malos de los gobernantes, Reyes o príncipes, o de reformadores sociales, sino a través de la lucha constante entre aquéllos que nada tienen, contra los amos, los dueños, los explotadores. Demostraron la existencia de la lucha de clases. Explicaron que en esta etapa, sólo dos clases antagónicas se enfrentaban en una lucha a muerte, ambas nacidas del mismo proceso histórico, el capitalismo. Estas clases eran la burguesía, dueña de los medios de producción, sean las nuevas industrias o grandes extensiones de tierra, a través de las cuales explotaban a quienes nada poseían, sólo sus manos, es decir el proletariado, los obreros, las masas trabajadoras.

Sin embargo, esta nueva teoría científica de la clase obrera, no se arraigó entre las masas trabajadoras con rapidez. Habían sido mucho años de repliegue, varias derrotas soportaban los dirigentes obreros como para ser receptivos a una nueva forma de organizarse, de percibir el mundo, de asumir la certeza de que era posible un nuevo mundo, un mundo en el que se terminara la explotación y con ella el hambre, la marginación y la miseria de miles de personas, que sólo tenía en propiedad su fuerza de trabajo. No sólo era una nueva concepción de mundo, sino que también armonizaba una nueva forma de organizarse para alcanzar este objetivo: el partido de la clase obrera, el partido comunista.

Y es precisamente en medio del desarrollo de los sucesos de 1848, cuando surge el primero documento que da forma a la nueva teoría científica del cambio social. Marx y Engels presentan a la dirección de la Liga de los Comunistas un proyecto de programa (elaborado inicialmente por Federico Engels), titulado “Principios del comunismo” o “Catecismo Comunista”, el proyecto es aprobado y la Liga encarga a Marx y Engels prepararlo para su publicación y difusión masiva.

Surge así El Manifiesto de Partido Comunista. El Manifiesto no contiene sólo la teoría de la revolución proletaria (como lo escribe Fernando Claudín), contiene también la tesis de que la dominación de la burguesía ha llegado al límite de sus posibilidades históricas y la revolución proletaria, por tanto, está ya en el orden del día. El Manifiesto Comunista es una síntesis de los más importantes resultados de las reflexiones teóricas que tanto Marx como Engels habían desarrollado, a través de folletos, artículos, textos sueltos, todos aproximando a la teoría de la revolución social, teniendo como eje central al proletariado.

El Manifiesto Comunista constituye el documento básico para conocer la profundidad de la nueva concepción del mundo y cuáles serían los criterios y caminos para alcanzar esa nueva sociedad que se alumbraba en el horizonte. Es importante notar que en el texto Marx y Engels hablan del nuevo partido de la clase obrera como el partido de los comunistas, para diferenciarse claramente de los llamados “socialistas” tanto los utópicos como los anarquistas. De ahí la importancia de diferenciarnos de los “socialistas”, “izquierdistas”, “demócratas de izquierda” y toda esa raigambre de “luchadores sociales” que, al estilo de los utopistas de siglo XIX sólo tratan de darle una cara “humana” a la explotación salvaje del capitalismo moderno, por eso adquirimos el nombre de comunistas.

El Manifiesto es una aplicación de la metodología que se define como característica de las tesis teóricas de los comunistas, ya que señala que éstas “no se basan, en modo alguno, en ideas o principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo; no son sino la expresión del conjunto de las condiciones reales de la lucha de clases existente, del movimiento histórico que está desarrollándose ente nuestros ojos”.

El comunismo marxista surge para señalar el nuevo camino a los proletarios, a las masas trabajadores, ubicando a su vanguardia histórica, surgido de esta etapa histórica, que es dialécticamente, una más en la evolución de las sociedades, a la clase obrera. Así, las tesis comunistas, con el marxismo como guía teórica, se convertirán en la ideología, en la guía y la práctica del movimiento obrero de fines del siglo XIX y sobre todo del siglo XX. Nace la indisoluble relación entre la clase trabajadora, su vanguardia la clase obrera y su partido, el partido comunista.

 

Los primeros pasos de la organización proletaria en México.

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Mientras que en Europa se desarrollaban fuertes movimientos sociales y las potencias se disputaban territorios, los monopolios y sus empresas se repartían el mundo, buscando abastecimiento más baratos para sus industrias, así como nuevos mercados y sobre todo mano de obra, en México a principios del siglo XIX se iniciaba una etapa de independencia política, pero con dependencia económica de los principales centros industriales europeos. A pesar de que la guerra de independencia dejó al país exhausto, la incipiente industria, las minas y las haciendas continuaron sus ritmos de producción casi sin alteración. La extracción de plusvalía hacia las metrópolis se mantenía a pesar de que al país le era reconocida de independencia. Por ejemplo, la extracción española de capitales fue enorme, los cálculos de estudiosos del tema señalan cantidades que van desde 36 hasta 140 millones de pesos.

La inestabilidad política, la intervención extranjera, la guerra de Reforma y el advenimiento de la dictadura porfirista, sólo alteraron un poco los ritmos de producción que el capitalismo español y criollo había establecido. Sin embargo, Los primeros 50 años del México independiente fueron de crisis económica continua: el producto interno bruto por persona en 1860 era 30% menor que en 1800. En ese tiempo cayó la producción ganadera, y también la minera y las manufacturas aunque estas comenzaron a recuperarse a mitad del siglo.

El comercio interior se estancó, no se construyeron ni mejoraron los caminos, el país estaba económicamente desarticulado, funcionaban los tradicionales mercados regionales pero no un mercado nacional integrado. La principal fuente de ingresos del gobierno eran las aduanas y los préstamos de fuentes privadas internas y externas en condiciones leoninas; no había sistema bancario sino crédito usurero. La mayor parte del gasto se destinaba a sostener al ejército y las guerras interiores.

Ahora, con la construcción de la patria, nuevos capitales se interesaron por los cuantiosos recursos naturales y riquezas que el país tenía y se mantenía ociosas por la ausencia de una capitalización adecuada y de fuentes de financiamiento originarias. Empresas estadounidenses, alemanas, inglesas, sobre todo acudieron con los nuevos gobernantes buscando conseguir permisos, certificaciones, concesiones, para explotar yacimientos, fundar obrajes, explotar tierras, etc.

Si bien fue la hacienda el centro rector del desarrollo económico nacional, poco a poco sus dueños comenzaron a explorar la instalación de talleres textiles, obrajes para trabajar los metales que extraían de las minas, oro, plata, plomo, y otros materiales que sus competidores extranjeros aprovechaban, sin competencia.

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