Sobre la situación internacional.
Informe presentado en la Conferencia Informativa de Nueve Partidos Comunistas, en Polonia, el 25 setiembre de 1947.
Andréi A. Zhdánov
- La situación mundial después de la Guerra. El fin de la Segunda Guerra Mundial ha traído cambios considerables en la situación internacional en su conjunto. La derrota militar del bloque de países fascistas, el carácter de la guerra como guerra de liberación antifascista y el papel decisivo de la Unión Soviética en la victoria sobre los agresores fascistas, han modificado sustancialmente la correlación de fuerzas entre los dos sistemas –socialista y capitalista– a favor del socialismo. ¿Cuál es la naturaleza de estos cambios? La consecuencia principal de la Segunda Guerra Mundial fue la derrota militar de Alemania y Japón, los dos países más agresivos y militaristas del capitalismo. Los elementos imperialistas y reaccionarios del mundo –particularmente en Gran Bretaña, Estados Unidos y Francia– pusieron grandes esperanzas en Alemania y Japón, y principalmente en la Alemania de Hitler: en primer lugar, como la fuerza más capacitada para asestar un golpe contra la Unión Soviética, con el fin de destruirla o por lo menos debilitarla y socavar su influencia; y en segundo lugar, como la fuerza capaz de aplastar a la clase obrera revolucionaria y al movimiento democrático en Alemania y los países víctimas de la agresión hitleriana, para así fortalecer la posición general del capitalismo. Esta fue la razón principal de la política de “apaciguamiento” e incitación a la agresión fascista –la “política de Múnich”–, seguida de manera persistente por los círculos imperialistas gobernantes de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos, antes de la guerra. Pero las esperanzas depositadas en los hitleristas, por parte de los imperialistas ingleses, franceses y norteamericanos, fueron vanas. Quedó demostrado que los hitleristas eran más débiles, en tanto que la Unión Soviética y los pueblos amantes de la libertad eran más fuertes de lo que pensaban los munichistas. Y como resultado de la Segunda Guerra Mundial, las principales fuerzas belicosas de la reacción fascista internacional han sido aplastadas y puestas fuera de acción por un largo tiempo por venir. Esto fue acompañado por otra pérdida grave del sistema capitalista mundial en su conjunto. La Primera Guerra Mundial tuvo como consecuencia principal la apertura de una brecha en el frente único imperialista y la separación de Rusia del sistema capitalista mundial. Luego, como producto de la victoria del sistema socialista en la URSS, el capitalismo dejó de ser el único sistema en la economía mundial. Por su parte, la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo, el debilitamiento de la posición internacional del capitalismo y el fortalecimiento del movimiento antifascista, permitieron que un grupo de países del centro y el sudeste de Europa se desgajara del sistema imperialista. En estos países se han establecido nuevos regímenes democrático-populares. El admirable ejemplo de la Guerra Patria de la Unión Soviética y el rol liberador del Ejército Rojo fueron acompañados por la lucha de las masas de los países amantes de la libertad, por la liberación nacional de la invasión fascista y sus cómplices.
En el curso de esa lucha, los elementos profascistas y los colaboracionistas –lo más influyente de los capitalistas, terratenientes, altos funcionarios y oficiales monárquicos–, fueron desenmascarados como traidores a los intereses nacionales. La liberación de la esclavitud fascista alemana en los países del Danubio fue acompañada por la remoción del poder de la gran burguesía y los terratenientes involucrados en la colaboración con el fascismo alemán, y por el ascenso al poder de nuevas fuerzas del pueblo que demostraron valor en la lucha contra los invasores nazis. En esos países, los representantes de la clase obrera, el campesinado y la intelectualidad progresista han tomado el poder. La autoridad de la clase obrera y su influencia en el pueblo han crecido de forma considerable, porque demostró, en todo momento y lugar, el mayor heroísmo y la mayor consecuencia y combatividad en la guerra antifascista. El nuevo poder democrático en Yugoslavia, Bulgaria, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría y Albania, respaldado por las masas populares, ha demostrado que tiene la capacidad para llevar a cabo, en el tiempo más corto posible, reformas democráticas y progresistas que la democracia burguesa ya no es capaz de realizar. La reforma agraria ha entregado la tierra a los campesinos y ha dado lugar a la eliminación de la clase de los terratenientes. La nacionalización de la gran industria y los bancos y la confiscación de la propiedad de los traidores que colaboraron con los alemanes, han socavado radicalmente la posición del capital monopolista en esos países y han liberado a las masas del yugo imperialista. Además de eso, se han sentado las bases para la propiedad nacional estatal y se ha creado un nuevo tipo de Estado –la República Popular– donde el poder pertenece al pueblo, donde la gran industria, el transporte y los bancos son propiedad del Estado, y donde el bloque de las clases trabajadoras de la población, encabezado por la clase obrera, constituye la fuerza principal. De esa forma, los pueblos de esos países no sólo se han liberado del dominio imperialista también están preparando el camino para ingresar a la vía del desarrollo socialista. Como consecuencia de la guerra, la importancia internacional y la autoridad de la URSS han crecido de forma inconmensurable. La URSS fue la fuerza principal y el espíritu guía de la victoria militar sobre Alemania y Japón. Las fuerzas democráticas progresistas de todo el mundo se unieron en torno a la Unión Soviética. El Estado socialista resistió exitosamente las pruebas más duras de la guerra y salió victorioso de la lucha a muerte contra su enemigo más poderoso. En lugar de debilitarse, la URSS se ha hecho más fuerte. En el mundo capitalista ha habido cambios sustanciales. De las seis “grandes potencias imperialistas” (Alemania, Japón, Gran Bretaña, EE.UU., Francia e Italia), tres han sido eliminadas como resultado de su derrota militar: Alemania, Japón e Italia. Francia se ha debilitado y ha perdido su condición de gran potencia. Sólo quedan dos potencias imperialistas: Estados Unidos y Gran Bretaña. Pero la posición de una de ellas –Gran Bretaña– ha sido socavada. La guerra puso en evidencia que el imperialismo británico no era tan fuerte –militar y políticamente– como antes. En Europa, Gran Bretaña estuvo indefensa ante la agresión alemana. Y en Asia, Gran Bretaña –el poder imperialista más extenso– fue incapaz de mantener sus posesiones coloniales por sí sola. Al perder temporalmente el contacto con sus colonias que la proveían de alimentos y materia primas y que absorbían una gran parte de sus productos industriales, Gran Bretaña se hizo dependiente militar y económicamente de los suministros de alimentos y bienes industriales norteamericanos. Después de la guerra, empezó a acentuarse su dependencia económica y financiera con respecto de Estados Unidos. Y aunque Gran Bretaña logró recuperar sus colonias, después de la guerra, lo hizo enfrentada con la creciente influencia en ellas del imperialismo norteamericano, que durante la guerra ocupó todas las regiones que antes eran consideradas esferas de influencia del capital británico (el oriente árabe, el sudeste asiático). Estados Unidos ha aumentado también su influencia en los dominios del Imperio británico y en Sudamérica, donde la posición de Gran Bretaña está pasando considerable y aceleradamente a Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial agudizó la crisis del sistema colonial, tal como lo demuestra el auge del poderoso movimiento de liberación nacional en los países coloniales y dependientes. Esto ha puesto en peligro la retaguardia del sistema capitalista. Los pueblos de las colonias se rehúsan a seguir viviendo como antes, mientras que las clases dirigentes de los países colonialistas no pueden seguir gobernando sus colonias a la vieja usanza. Los intentos de aplastar el movimiento de liberación nacional, mediante la fuerza militar, ahora chocan de manera frecuente con la resistencia armada de los pueblos coloniales y dan a lugar a guerras coloniales prolongadas (Holanda en Indonesia, Francia en Vietnam). La guerra –que es producto del desarrollo desigual del capitalismo en los diferentes países– ha intensificado aún más este desarrollo desigual. De todas las potencias capitalistas, sólo una –Estados Unidos– ha salido de la guerra sin debilitarse; y no sólo eso, ha salido considerablemente más fuerte económica y militarmente. La guerra ha enriquecido enormemente a los capitalistas norteamericanos. Por su parte, el pueblo norteamericano no experimentó las privaciones que acompañan a la guerra, la dureza de la ocupación extranjera o el bombardeo aéreo. Las pérdidas humanas de Estados Unidos –que, prácticamente, ingresó a la guerra en la fase final, cuando su resultado estaba ya decidido– fueron relativamente pequeñas. Para EE.UU., la guerra fue ante todo y principalmente un impulso para el desarrollo extensivo de su producción industrial y el incremento sustancial de sus exportaciones (principalmente a Europa). Pero la finalización de la guerra enfrentó a Estados Unidos con una serie de nuevos problemas. Los monopolios capitalistas estaban ansiosos de preservar sus altos niveles de ganancia y, con ese propósito, presionaron fuertemente para impedir la reducción del volumen de contratos que tenían durante la guerra. Pero esto exigía que Estados Unidos conservara los mercados extranjeros que absorbieron sus productos durante la guerra, y que además conquistara nuevos mercados, dado que la guerra redujo la capacidad de compra de la mayoría de países. La dependencia económica y financiera de estos países, con respecto a EE.UU., también se ha incrementado. Estados Unidos ha colocado créditos en el extranjero por un valor de 19,000 millones de dólares, sin contar las inversiones en el Banco Internacional y el Fondo Monetario Internacional. Los principales competidores de Estados Unidos –Alemania y Japón– han desaparecido del mercado mundial y esto ha creado nuevas y grandes oportunidades para Estados Unidos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, los más influyentes círculos reaccionarios del imperialismo norteamericano siguieron una política de aislamiento y se abstuvieron de intervenir activamente en los asuntos de Europa y Asia. Sin embargo, bajo las nuevas condiciones de posguerra, los mandamases de Wall Street han adoptado una nueva política. Han puesto en marcha un programa para la utilización de todo el poderío económico y militar norteamericano, no sólo para preservar y consolidar las posiciones ganadas en el exterior durante la guerra, sino también para ampliarlas al máximo y lograr que Estados Unidos ocupe el lugar de Alemania, Japón e Italia en los mercados mundiales. El notable declive del poder económico de los otros países capitalistas ha creado la oportunidad para que se especule con sus dificultades económicas de posguerra, y en particular con las dificultades económicas de posguerra de Gran Bretaña, haciendo más fácil ponerlos bajo el control norteamericano. Estados Unidos ha proclamado una nueva orientación abiertamente depredadora y expansionista. El objetivo de esta nueva orientación, abiertamente expansionista, es establecer la supremacía mundial del imperialismo norteamericano. A fin de consolidar la posición monopólica de Estados Unidos en los mercados mundiales, ganada como consecuencia de la desaparición de sus dos más grandes competidores –Alemania y Japón– y el debilitamiento de sus socios capitalistas –Gran Bretaña y Francia–, la nueva orientación de la política de Estados Unidos contempla un amplio programa de medidas políticas, económicas y militares, diseñado para establecer el dominio económico y político en todos los países que son objeto de la expansión norteamericana, reduciéndolos a la condición de satélites de Estados Unidos. Este programa también incluye el establecimiento, en esos países, de regímenes que puedan acabar con toda resistencia de la clase obrera y los movimientos democráticos a la explotación del capital norteamericano. Estados Unidos intenta aplicar esta nueva orientación política no sólo a sus enemigos de guerra y a los países neutrales, sino también en grado creciente a sus aliados de guerra. Está poniendo especial atención a la explotación de las dificultades económicas de Gran Bretaña, que no sólo es aliado de Estados Unidos sino también su antiguo rival y competidor capitalista. La política expansionista norteamericana está diseñada no sólo para evitar que Gran Bretaña escape de la dependencia económica de Estados Unidos, establecida durante la guerra, sino también para aumentar la presión sobre Gran Bretaña, con el fin de privarla gradualmente del control sobre sus colonias, desplazarla de sus esferas de influencia y reducirla a la condición de potencia vasalla. De este modo, la nueva política de Estados Unidos está dirigida a consolidar su posición monopólica y a reducir a sus socios capitalistas a un estado de subordinación y dependencia de Estados Unidos. Sin embargo, las aspiraciones de Estados Unidos a la supremacía mundial tienen un obstáculo en la URSS –baluarte de la política antiimperialista y antifascista– y su creciente influencia internacional, en los países de nueva democracia que han escapado del control del imperialismo anglo-americano, y en los trabajadores de todos los países –incluyendo los de Estados Unidos– que no quieren nuevas guerras por la supremacía de sus opresores. Por eso, la nueva política expansionista y reaccionaria de Estados Unidos prevé la lucha contra la URSS, contra los países de nueva democracia, contra el movimiento de la clase obrera de todos los países, contra el movimiento de la clase obrera norteamericana, y contra las fuerzas antiimperialistas emancipadoras de todos los países del mundo. Los reaccionarios norteamericanos –alarmados por los éxitos del socialismo en la URSS, los éxitos de los países de nueva democracia y el crecimiento de posguerra de la clase obrera y el movimiento democrático en todos los países del mundo– han decidido asumir el papel de “salvadores” del sistema capitalista del comunismo. Por esa razón, el programa francamente expansionista de Estados Unidos es bastante reminiscente del programa aventurerista de los agresores fascistas, programa que tuvo un deshonroso fracaso. Los agresores fascistas, como todo el mundo sabe, también reclamaban la supremacía mundial. Mientras los hitleristas se preparaban para su agresión depredadora, adoptaron el ropaje del anticomunismo para poder lograr la opresión y esclavización de todos los pueblos, y ante todo y principalmente de su propio pueblo. Del mismo modo, en la actualidad, los círculos dirigentes de Estados Unidos disfrazan su política expansionista, e incluso su ofensiva contra los intereses vitales de su débil rival –Gran Bretaña–, alegando ficticias consideraciones de defensa contra el comunismo. La frenética carrera armamentista, la construcción de nuevas bases militares y la creación de cabezas de puente para las fuerzas armadas norteamericanas en todas partes del mundo, son justificadas falsa e hipócritamente por motivos de “defensa” contra una imaginaria amenaza militar de parte de la URSS. Con la ayuda de la intimidación, el soborno y el chantaje, a la diplomacia norteamericana le es fácil arrancar a los otros países capitalistas, y, en primer lugar, a Gran Bretaña, el consentimiento para la consolidación legal de la posición superior de Estados Unidos en Europa y Asia –en las zonas occidentales de Alemania y Austria, en Italia, Grecia, Turquía, Egipto, Irán, Afganistán, China, Japón, etc. Los imperialistas norteamericanos se consideran la principal fuerza opositora a la URSS, a los países de nueva democracia y a la clase obrera y movimientos democráticos de todos los países del mundo, y el baluarte de las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas de todo el globo. En virtud de ello, literalmente, al día siguiente de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, empezaron a trabajar por la formación de un frente hostil a la URSS y a la democracia mundial, y a fomentar las fuerzas reaccionarias y antipopulares – colaboracionistas y antiguos cómplices capitalistas– en los países europeos recién liberados del yugo nazi, que empezaban a reorganizar su vida de acuerdo a sus propias decisiones. Los más malévolos y desequilibrados políticos imperialistas, siguiendo el ejemplo de Churchill, abogaron por planes para la pronta realización de una guerra preventiva contra la URSS y llamaron abiertamente a que el monopolio temporal norteamericano de la bomba atómica sea usado contra el pueblo soviético. Los instigadores de una nueva guerra intentan atemorizar y chantajear no sólo a la URSS sino también a otros países –en particular a China e India–, presentando falsamente a la URSS como el posible agresor, mientras se presentan a sí mismos como “amigos” de China e India y “salvadores” del peligro comunista, llamados a “ayudar” a los países débiles. De este modo, buscan mantener a China e India bajo la dominación imperialista y continuar con su esclavización económica y política.
- El nuevo alineamiento de las fuerzas políticas en el periodo de posguerra y la formación de dos campos – el campo imperialista y antidemocrático, de un lado, y el campo antiimperialista y democrático, del otro Los cambios radicales en la situación internacional y en la situación individual de varios países, como consecuencia de la guerra, han transformado completamente el panorama político del mundo. Se ha producido un nuevo alineamiento de fuerzas políticas. Y cuanto más nos alejamos del fin de la guerra, más claras se hacen las dos tendencias principales de la política internacional, que corresponden a la división de las fuerzas políticas de la escena mundial en dos grandes campos: el campo imperialista y antidemocrático, de un lado, y el campo antiimperialista y democrático, del otro. La fuerza principal y dirigente del campo imperialista es Estados Unidos; Gran Bretaña y Francia son sus aliados. La presencia del gobierno laborista de Attlee-Bevin en Gran Bretaña y del gobierno socialista de Ramadier en Francia, no impide que Gran Bretaña y Francia desempeñen el papel de satélites de Estados Unidos y sigan su política imperialista en todas las cuestiones básicas. El campo imperialista cuenta también con el apoyo de potencias colonialistas como Bélgica y Holanda, de países con regímenes antidemocráticos y reaccionarios como Turquía y Grecia, y de países dependientes política y económicamente de Estados Unidos como los del Cercano Oriente, Sudamérica y China. El objetivo principal del campo imperialista es el fortalecimiento del imperialismo, la preparación de una nueva guerra imperialista, la lucha contra el socialismo y la democracia, y el apoyo a los regímenes y movimientos reaccionarios profascistas del mundo. Para la realización de sus objetivos, el campo imperialista está dispuesto a apoyarse en las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas del mundo y a respaldar a sus antiguos enemigos de guerra contra sus propios aliados. Las fuerzas antiimperialistas y antifascistas constituyen el otro campo. La URSS y los países de nueva democracia son los pilares de este campo. También están incluidos los países que han roto con el imperialismo y han adoptado la vía del desarrollo democrático, como Rumania, Hungría y Finlandia. Indonesia y Vietnam están asociados al campo antiimperialista; India, Egipto y Siria simpatizan con él. El campo antiimperialista es respaldado por el movimiento obrero y democrático y por los Partidos Comunistas hermanos de todos los países, por los luchadores de los movimientos de liberación nacional de los países coloniales y dependientes, y por todas las fuerzas democráticas y progresistas en cada país. El objetivo de este campo es luchar contra la expansión imperialista y la amenaza de nuevas guerras, por la consolidación de la democracia y la eliminación de los remanentes del fascismo. El fin de la Segunda Guerra Mundial planteó, a todos los pueblos amantes de la libertad, la tarea fundamental de garantizar una paz democrática duradera que consolide la victoria sobre el fascismo. En la realización de esta tarea fundamental de posguerra, la Unión Soviética y su política exterior juegan un papel principal. Esto se deriva de la propia naturaleza del Estado socialista soviético, que es totalmente ajeno a todo propósito agresivo y explotador y está interesado en el establecimiento de las condiciones más favorables para la construcción de la sociedad comunista. Una de esas condiciones es la paz mundial. Como representante de un nuevo y superior sistema social, la Unión Soviética refleja en su política exterior las aspiraciones de la humanidad progresista que desea una paz duradera y no tiene nada que ganar de una nueva guerra urdida por el capitalismo. La Unión Soviética es el campeón de la libertad y la independencia de todos los pueblos, el enemigo de la opresión nacional y racial y de la explotación colonial de cualquier tipo. El cambio en el alineamiento general de las fuerzas entre el mundo del capitalismo y el mundo del socialismo, como resultado de la Segunda Guerra Mundial, ha aumentado aún más la importancia de la política exterior soviética y ha ampliado el alcance de su actividad en la escena internacional. Todas las fuerzas del campo antiimperialista y antifascista se han unido en torno a la tarea de garantizar una paz justa y democrática. En este esfuerzo común, ha crecido y se ha reforzado la colaboración amistosa entre la URSS y los países democráticos en todas las cuestiones de política exterior. Estos países –y en primer lugar, los países de nueva democracia, como Yugoslavia, Polonia, Checoslovaquia y Albania, que desempeñaron un papel importante en la guerra de liberación contra el fascismo; así como Bulgaria, Rumania, Hungría y parcialmente Finlandia, que se unieron al frente antifascista–, todos ellos, se han convertido, en el periodo de posguerra, en firmes luchadores por la paz, la democracia y su propia libertad e independencia, contra todos los intentos de Estados Unidos y Gran Bretaña de revertir su desarrollo y ponerlos nuevamente bajo el yugo imperialista. Los éxitos y el crecimiento del prestigio internacional del campo democrático no son del gusto de los imperialistas.
Las fuerzas reaccionarias de Gran Bretaña y Estados Unidos estuvieron bastante activas, incluso durante la guerra, tratando de impedir la acción concertada de las potencias aliadas, esforzándose por prolongar la guerra, luchando por desangrar a la URSS y buscando salvar a los agresores fascistas de una completa derrota. El sabotaje al establecimiento del Segundo Frente por los imperialistas anglosajones, encabezados por Churchill, fue una clara expresión de esta tendencia, que en el fondo era la continuación de la política de Múnich bajo nuevas y diferentes condiciones. Sin embargo, mientras la guerra estaba en desarrollo, los círculos reaccionarios de Gran Bretaña y Estados Unidos no se atrevieron a actuar abiertamente contra la Unión Soviética y los países democráticos, porque sabían muy bien que las simpatías de las masas populares de todo del mundo estaban incondicionalmente del lado de éstos. Pero en los meses previos al término de la guerra, la situación empezó a cambiar. Durante las negociaciones en la Conferencia de los Tres Potencias en Postdam, en julio de 1945, los imperialistas anglo-americanos demostraron su resistencia a tomar en cuenta los legítimos intereses de la Unión Soviética y los países democráticos. En estos dos últimos años, la política exterior de la Unión Soviética y los países democráticos ha sido una política de lucha firme por la implementación de los principios democráticos establecidos en los acuerdos tomados para la posguerra. Los países del campo antiimperialista son los campeones leales y consecuentes de la aplicación de esos principios, sin desviarse ni un milímetro de su posición. Es por eso que la tarea principal de la política exterior de los países democráticos desde el fin de la guerra ha sido la lucha por la paz democrática, por la liquidación de los remanentes del fascismo y la prevención del resurgimiento de la agresión imperialista fascista, por el reconocimiento del principio de la igualdad de las naciones y el respeto de su soberanía, por la reducción general de armamentos y la prohibición de las armas más destructivas diseñadas para el exterminio masivo de la población civil. En el cumplimiento de estas tareas, la diplomacia soviética y la diplomacia de los países democráticos se enfrentan con la resistencia de la diplomacia anglo-americana que, desde la guerra, ha seguido persistente y constantemente la política de rechazar los principios generales de los acuerdos para la posguerra proclamados por los aliados durante la guerra, y busca reemplazar esta política de paz y consolidación de la democracia por una nueva política tendiente a quebrantar la paz universal, a proteger a los elementos fascistas y a perseguir a la democracia en todos los países. La acción conjunta de la diplomacia de la URSS y la de los países democráticos es de gran importancia para garantizar la reducción de armamentos y la prohibición del más destructivo de todos: la bomba atómica. Por iniciativa de la Unión Soviética, se ha presentado una propuesta en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la reducción general de armamentos y el reconocimiento –como tarea prioritaria– de la necesidad de prohibir la producción y el uso de la energía atómica con propósitos militares. Esta propuesta del gobierno soviético se encontró con la tenaz resistencia de Estados Unidos y Gran Bretaña. Todos los esfuerzos de los círculos imperialistas fueron dirigidos a sabotear esta sugerencia, poniendo todo tipo de interminables y estériles obstáculos y barreras, con el fin de impedir que se adopte cualquier medida práctica efectiva. La actividad de los delegados de la URSS y los países democráticos en los diferentes organismos de la ONU se ha caracterizado por la lucha sistemática y persistente por los principios democráticos de cooperación internacional, y por el desenmascaramiento de las intrigas de los conspiradores imperialistas contra la paz y la seguridad de los pueblos.
Esto ha quedado especialmente claro, por ejemplo, durante la discusión sobre la situación de la frontera norte de Grecia. La Unión Soviética y Polonia se pronunciaron resueltamente en contra de la utilización del Consejo de Seguridad para desacreditar a Yugoslavia, Bulgaria y Albania, acusados falsamente por los imperialistas de actos agresivos contra Grecia. La política exterior soviética parte del hecho de la coexistencia, durante un periodo largo, entre los dos sistemas: el capitalismo y el socialismo. De esto se desprende que la cooperación entre la URSS y los países de otros sistemas es posible, a condición del respeto del principio de reciprocidad y el cumplimiento de las obligaciones una vez asumidas. Todos saben que la URSS siempre ha sido y es leal a los compromisos que ha contraído. La Unión Soviética ha demostrado su voluntad y su deseo de cooperación. Estados Unidos y Gran Bretaña siguen una política absolutamente opuesta en la ONU. Hacen todo lo posible por liberarse de los compromisos que contrajeron previamente, quieren tener las manos libres para seguir una nueva política que no se basa en la cooperación de las naciones sino en el enfrentamiento de unos contra otros, una política que prevé la violación de los derechos e intereses de los países democráticos y el aislamiento de la URSS. La política soviética sigue la línea de mantener relaciones leales y de buena vecindad con todos los Estados que muestren voluntad de cooperación. Con los países que son amigos genuinos y aliados, la Unión Soviética siempre se ha comportado –y lo seguirá haciendo– como verdadero amigo y aliado. Y la política exterior soviética prevé la ampliación de la asistencia amistosa a esos países. Defendiendo la causa de la paz, la política exterior soviética rechaza la política de venganza contra los países vencidos. Como es conocido, la URSS está a favor de la creación de una Alemania democrática, desmilitarizada, unida y amante de la paz. Al formular la política soviética en relación con Alemania, el camarada Stalin ha dicho: “En pocas palabras, la política de la Unión Soviética sobre la cuestión alemana se reduce a la desmilitarización y democratización de Alemania. La desmilitarización y la democratización de Alemania es una de las condiciones más importantes para el establecimiento de una paz estable y duradera”. Sin embargo, esta política del Estado soviético en relación con Alemania choca con la oposición febril de los círculos imperialistas de Estados Unidos y Gran Bretaña. La sesión del Consejo de Ministros de Relaciones Exteriores realizada en Moscú, en marzo-abril de 1947, demostró que Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia están preparados no sólo para impedir la reconstrucción democrática y la desmilitarización de Alemania, sino incluso para liquidarla como Estado unificado, desmembrarla y resolver de forma separada la cuestión de la paz. Hoy en día, esta política se lleva a cabo bajo nuevas condiciones, en momentos en que Estados Unidos ha abandonado el viejo curso de Roosevelt y está adoptando una nueva política: la política de prepararse para nuevas aventuras militares.
- El plan norteamericano para la subyugación de Europa. El curso agresivo y abiertamente expansionista en el que se ha comprometido el imperialismo norteamericano desde el final de la Segunda Guerra Mundial, se manifiesta en la política exterior y la política interna de los Estados Unidos. El apoyo activo a las fuerzas reaccionarias y antidemocráticas de todo el mundo, el sabotaje a los acuerdos de Potsdam que llaman a la reconstrucción democrática de Alemania, la protección que se brinda a los reaccionarios japoneses, los amplios preparativos de guerra y la acumulación de bombas atómicas: todo esto va de la mano de la ofensiva contra los derechos democráticos elementales de los trabajadores en el propio Estados Unidos. Aunque EE.UU. sufrió relativamente poco en la guerra, la gran mayoría de los norteamericanos no quiere otra guerra, con los sacrificios y las limitaciones que la acompañan. Esto ha conducido a que el capital monopolista y sus servidores en los círculos gobernantes de los Estados Unidos recurran a medios extraordinarios con el fin de aplastar la oposición interna a la orientación expansionista agresiva y así tener las manos libres para la aplicación de esa peligrosa política. Pero la cruzada contra el comunismo, proclamada por los círculos gobernantes de Estados Unidos con el respaldo de los monopolios capitalistas, conduce como consecuencia lógica a ataques contra los derechos e intereses fundamentales de los trabajadores norteamericanos, a la fascistización de la vida política de Estados Unidos y a la difusión de las “teorías” y puntos de vista más salvajes y misántropos. Soñando con la preparación de una nueva guerra, una tercera guerra mundial, los círculos expansionistas norteamericanos tienen un interés vital en sofocar toda resistencia interna posible a sus aventuras en el extranjero, en envenenar las mentes de las masas norteamericanas políticamente atrasadas con el virus del chauvinismo y el militarismo, y en embrutecer al norteamericano promedio con la ayuda de los diversos medios de propaganda antisoviética y anticomunista –en el cine, la radio, la iglesia y la prensa.
La política exterior expansionista, inspirada y dirigida por los reaccionarios norteamericanos, prevé una acción simultánea en todas las líneas: 1) medidas estratégicas militares, 2) expansión económica, y 3) lucha ideológica. La elaboración de planes estratégicos para una futura agresión está relacionada con el deseo de utilizar al máximo las instalaciones de producción bélica de los Estados Unidos, que crecieron en proporciones enormes hacia el final de la Segunda Guerra Mundial. El imperialismo norteamericano se empeña en seguir una política de militarización del país. El gasto en el ejército y la marina supera los 11,000 millones de dólares al año. En 1947-48, el 35 por ciento del presupuesto de Estados Unidos fue apropiado por las fuerzas armadas, esto es, once veces más que en 1937-1938. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, el ejército norteamericano era el décimo séptimo más grande del mundo capitalista. Hoy en día, es el más grande. Los Estados Unidos no sólo están acumulando bombas atómicas, se están preparando para las armas bacteriológicas, según lo proclaman abiertamente sus estrategas. Los planes estratégicos de los Estados Unidos incluyen la creación de numerosas bases y puestos de avanzada situados a gran distancia del continente americano, diseñados para ser utilizados con fines agresivos contra la URSS y los países de nueva democracia. Estados Unidos ha construido o está construyendo bases aéreas y navales en Alaska, Japón, Italia, Corea del Sur, China, Egipto, Irán, Turquía, Grecia, Austria y Alemania Occidental. Hay misiones militares norteamericanas en Afganistán e incluso en Nepal. Y se están haciendo febriles preparativos para utilizar el Ártico con fines de agresión militar. Aunque la guerra terminó hace mucho tiempo, sigue existiendo la alianza militar entre Gran Bretaña y Estados Unidos, e incluso tienen un staff militar mixto, anglo-americano. Bajo la apariencia de un acuerdo para la normalización de las armas, Estados Unidos ha establecido su control sobre las fuerzas armadas y los planes militares de otros países, especialmente de Gran Bretaña y Canadá. Los países de América Latina están siendo incorporados a la órbita de los planes de expansión militar de Estados Unidos, con el pretexto de la defensa conjunta del Hemisferio Occidental. El gobierno norteamericano ha declarado oficialmente que está comprometido en ayudar a la modernización del ejército turco. El ejército del Kuomintang reaccionario está siendo entrenado por instructores norteamericanos y está siendo armado con material norteamericano. Los círculos militares se están convirtiendo en una fuerza política activa en Estados Unidos, aportando un gran número de funcionarios gubernamentales y diplomáticos que están dirigiendo toda la política del país hacia un curso militar agresivo. La expansión económica es un complemento importante para la realización del plan estratégico de Estados Unidos. El imperialismo norteamericano está intentando, como buen usurero, tomar ventaja de las dificultades de posguerra de los países europeos – en particular de la escasez de materias primas, combustibles y alimentos en los países aliados que sufrieron la mayor parte de la guerra–, para imponerles condiciones abusivas en la ayuda que les da. Ante la inminente crisis económica, Estados Unidos tiene prisa por encontrar nuevos ámbitos monopólicos para las inversiones de capital y nuevos mercados para sus productos. La “asistencia” económica norteamericana persigue el objetivo general de incorporar Europa al dominio del capital norteamericano. Mientras más difícil es la situación económica de un país, más duras son las condiciones que los monopolios norteamericanos tratan de imponerle. Pero el control económico conduce lógicamente a la subyugación política al imperialismo norteamericano. De acuerdo con eso, Estados Unidos combina la ampliación de los mercados monopólicos para sus productos con la adquisición de nuevas cabezas de puente para su lucha contra las nuevas fuerzas democráticas de Europa. Al “salvar” a un país de la hambruna y el colapso, los monopolios norteamericanos tratan de robarle, al mismo tiempo, todo vestigio de independencia. La “asistencia” norteamericana involucra automáticamente el cambio en la política del país al que se otorga: los partidos y las personas llegan al poder –que está dispuesto según las directivas de Washington–, para llevar a cabo un programa de política interna y exterior adecuada a los Estados Unidos (los casos de Francia, Italia, etc.). Por último, la aspiración a la supremacía mundial y la política antidemocrática de los Estados Unidos incluyen la lucha ideológica. El objetivo principal de la parte ideológica del plan estratégico norteamericano es engañar a la opinión pública mediante la acusación calumniosa a la Unión Soviética y las nuevas democracias de intenciones agresivas, para presentar al bloque anglo-sajón en un papel defensivo que lo exima de cualquier responsabilidad por preparar una nueva guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, la popularidad de la Unión Soviética en el extranjero creció enormemente. Su dedicada y heroica lucha contra el imperialismo le ganó el cariño y respeto de los trabajadores de todos los países. El mundo pudo apreciar la demostración del poderío militar y económico del Estado socialista y la fuerza invencible de la unidad moral y política de la sociedad soviética. Por esa razón, los círculos reaccionarios de Estados Unidos y Gran Bretaña están ansiosos por borrar la impresión causada por el sistema socialista en los trabajadores del mundo. Los belicistas comprenden perfectamente que es necesaria una larga preparación ideológica antes de lograr que sus soldados combatan contra la Unión Soviética. En su lucha ideológica contra la URSS, los imperialistas norteamericanos, que no tienen una gran comprensión de las cuestiones políticas, demuestran su ignorancia al poner énfasis principal en la alegación de que la Unión Soviética es antidemocrática y totalitaria, mientras que Estados Unidos, Gran Bretaña y todo el mundo capitalista son democráticos. En torno a esta plataforma de lucha ideológica –en esta defensa de la seudodemocracia burguesa y la condena del comunismo como totalitario– se unen todos los enemigos de la clase obrera, sin excepción, desde los magnates del capital hasta los líderes socialistas de derecha, que se aferran con el mayor entusiasmo a cualquier imputación calumniosa contra la URSS, sugerida por sus amos imperialistas. La médula y la sustancia de esta propaganda fraudulenta es la afirmación de que la característica de una verdadera democracia es la existencia de una pluralidad de partidos y una minoría opositora organizada. Por esta razón, los laboristas británicos, que no escatiman esfuerzos en su lucha contra el comunismo, quieren descubrir clases antagónicas y la correspondiente lucha de partidos en la URSS. Ignorantes políticos que son, no pueden entender que los capitalistas y los terratenientes, las clases antagónicas, y por lo tanto la pluralidad de partidos, dejaron de existir desde hace mucho tiempo en la URSS. A ellos les gustaría ver en la URSS a los partidos burgueses que son tan caros a sus corazones –incluyendo los partidos seudosocialistas–, como agencias del imperialismo. Pero para su amargo pesar, estos partidos de la burguesía explotadora han sido condenados por la historia a desaparecer de la escena. Los laboristas y otros defensores de la democracia burguesa llegan a todos los extremos para calumniar al régimen soviético, pero consideran perfectamente normal la sangrienta dictadura de la minoría fascista sobre los pueblos de Grecia y Turquía; cierran los ojos ante las clamorosas violaciones – incluso de la democracia formal– en los países burgueses; y no dicen nada acerca de la opresión nacional y racial, la corrupción y la abrogación brusca de los derechos democráticos en Estados Unidos de América. Una de las líneas seguidas por la “campaña” ideológica, que va de la mano con los planes de avasallamiento de Europa, es el ataque contra el principio de la soberanía nacional, el ataque a todo lo que se opone a la idea de un “gobierno mundial”, apelando a la renuncia a los derechos soberanos de las naciones. El propósito de esta campaña es ocultar la expansión desenfrenada del imperialismo norteamericano, que está violando despiadadamente los derechos soberanos de las naciones, y presentar a Estados Unidos como el campeón de las leyes internacionales, a la vez que se tilda de creyentes en un nacionalismo obsoleto y “egoísta”, a todos los que se resisten a la penetración norteamericana La idea de un “gobierno mundial” fue promovida por maniáticos intelectuales y pacifistas burgueses. Y está siendo explotada no sólo como un medio de presión que busca desarmar ideológicamente a las naciones que defienden su independencia frente al avance del imperialismo norteamericano, sino también como una consigna dirigida especialmente contra la Unión Soviética, que defiende infatigable y permanentemente el principio de la verdadera igualdad y la protección de los derechos soberanos de todas las naciones, grandes y pequeñas. En las actuales condiciones, los países imperialistas como EE.UU., Gran Bretaña y los países estrechamente relacionados con ellos, son enemigos peligrosos de la independencia nacional y la autodeterminación de las naciones, mientras que la Unión Soviética y las nuevas democracias son baluartes seguros contra las violaciones de la igualdad y la autodeterminación de las naciones. Es un hecho notable que los agentes norteamericanos de la inteligencia político-militar del tipo Bullitt, los dirigentes sindicales amarillos de la clase de Green, los socialistas franceses encabezados por ese inveterado apologista del capitalismo, Blum, el socialdemócrata alemán Schumacher y los líderes laboristas del tipo Bevin, estén unidos en estrecha comunión en la ejecución del plan ideológico del imperialismo norteamericano. En la actual coyuntura, las ambiciones expansionistas de los Estados Unidos tienen su expresión concreta en la “Doctrina Truman” y el “Plan Marshall”. Aunque difieren en la forma de presentación, ambos son la expresión de una política única, son la materialización del plan norteamericano para avasallar Europa. Las principales características de la “Doctrina Truman”, tal como se aplica en Europa, son las siguientes: 1. Creación de bases norteamericanas en el Mediterráneo oriental, con el propósito de establecer la supremacía estadounidense en esa zona. 2. Apoyo demostrativo a los regímenes reaccionarios en Grecia y Turquía, bastiones del imperialismo norteamericano contra las nuevas democracias de los Balcanes (asistencia técnica y militar a Grecia y Turquía, concesión de préstamos). 3. Presión permanente sobre los países de nueva democracia, expresada en las falsas acusaciones de totalitarismo y ambiciones expansionistas, en los ataques contra los cimientos del nuevo régimen democrático, en la interferencia permanente en sus asuntos internos, en el apoyo a los elementos antinacionales y antidemocráticos de estos países, y en la demostrativa ruptura de relaciones económicas con estos países con la idea de crearles dificultades económicas, retrasar su desarrollo económico, impedir su industrialización, etc. La “Doctrina Truman”, que incluye la prestación de la asistencia estadounidense a todos los regímenes reaccionarios que se oponen activamente a los pueblos democráticos, tiene un carácter francamente agresivo. Su anuncio causó cierta consternación, incluso entre los círculos capitalistas norteamericanos que están acostumbrados a todo. Los elementos progresistas de EE.UU. y otros países protestaron enérgicamente contra el carácter provocador y abiertamente imperialista de la proclama de Truman. La desfavorable recepción que tuvo la “Doctrina Truman”, planteó la necesidad de la elaboración del “Plan Marshall”, un intento mejor disimulado para llevar a cabo la misma política expansionista. Las formulaciones vagas y deliberadamente veladas del “Plan Marshall” equivalen en esencia a un plan para crear un bloque de Estados vinculados por obligaciones a Estados Unidos, y conceder créditos norteamericanos a los países europeos como recompensa por su renuncia a la independencia económica y política. Más aún, la piedra angular del “Plan Marshall” es la restauración de las zonas industriales de Alemania Occidental bajo el control de los monopolios norteamericanos. El “Plan Marshall”, como se puede concluir de las conversaciones y las declaraciones de los líderes norteamericanos, está diseñado para prestar ayuda, en primer lugar, no a los empobrecidos países vencedores –aliados de Estados Unidos en la lucha contra Alemania– sino a los capitalistas alemanes, con la idea de poner bajo control norteamericano las principales fuentes de carbón y hierro que Europa y Alemania necesitan, y hacer que los países que tienen necesidad de carbón y hierro dependan del restablecido poderío económico de Alemania. A pesar del hecho de que el “Plan Marshall” contempla la reducción definitiva de Gran Bretaña y Francia a la condición de potencias de segundo orden, el gobierno laborista de Attlee en Gran Bretaña y el gobierno socialista de Ramadier en Francia se aferraron el “Plan Marshall”, como su tabla de salvación. Gran Bretaña, como se sabe, ya ha agotado prácticamente el préstamo estadounidense de 3,750’000,000 de dólares que se le otorgó en 1946. Como también se sabe, las condiciones de ese préstamo fueron tan onerosas que ataron de pies y manos a Gran Bretaña. Incluso ahora cuando ya está atrapado en el lazo de la dependencia financiera de los EE.UU., el gobierno laborista británico no puede concebir otra alternativa que no sea recibir nuevos préstamos. Por eso, elogia al “Plan Marshall” como una forma de salir del estancamiento económico, como una oportunidad de obtener nuevos créditos. Por otro lado, los políticos británicos esperan sacar provecho de la creación del bloque de países europeos occidentales deudores de Estados Unidos, desempeñando el papel de principal agente de Estados Unidos, con el fin de beneficiarse a expensas de los países más débiles. Con el uso del “Plan Marshall”, con la prestación de servicios a los monopolios norteamericanos y su sometimiento al control de éstos, la burguesía británica espera recuperar sus posiciones perdidas en una serie de países, en particular en los países de la zona de los Balcanes-Danubio. Con el fin de darle un brillo engañoso de “imparcialidad” a las propuestas norteamericanas, decidieron incorporar a Francia como uno de los patrocinadores de la ejecución del “Plan Marshall”. Francia también ha sacrificado la mitad de su soberanía ante Estados Unidos, dado que el crédito que recibió de este país en mayo de 1947 fue concedido con la condición de que los comunistas fueran eliminados del Gobierno francés. Siguiendo instrucciones de Washington, los gobiernos británico y francés invitaron a la Unión Soviética a participar en una discusión de las propuestas de Marshall. Esta medida se adoptó con el fin de ocultar la naturaleza hostil de esas propuestas con respecto a la URSS. Como sabían de antemano que la URSS se negaría a la ayuda norteamericana en los términos propuestos por Marshall, calculaban que era factible trasladarle la responsabilidad a la Unión Soviética por “negarse a colaborar con la restauración económica de Europa”, y con ese pretexto incitar contra la URSS, a los países europeos que están en necesidad de ayuda real. Si, por el contrario, la Unión Soviética aceptaba participar en las conversaciones, sería más fácil atraer a los países del este y sudeste de Europa a la trampa de la “restauración económica de Europa con ayuda norteamericana”. Mientras que la Doctrina Truman fue diseñada para aterrorizar e intimidar a estos países, el “Plan Marshall” fue diseñado para poner a prueba su firmeza económica, para atraerlos a una trampa y encadenarlos con los dólares de “ayuda”. En ese sentido, el “Plan Marshall” facilitaría uno de los objetivos más importantes del programa general norteamericano, esto es, restaurar el poder del imperialismo en los países de nueva democracia y obligarlos a renunciar a la estrecha cooperación económica y política con la Unión Soviética. Los representantes de la URSS –después de haber aceptado discutir las propuestas de Marshall en París con los gobiernos de Gran Bretaña y Francia– expusieron en la Conferencia de París, la falta de solidez del intento de desarrollar un programa económico para toda Europa, y demostraron que la pretensión de crear una nueva organización europea bajo la égida de Francia y Gran Bretaña amenazaba con interferir en los asuntos internos de los países europeos y violar su soberanía. Los representantes de la URSS demostraron que el “Plan Marshall” estaba en contradicción con los principios normales de cooperación internacional; que albergaba el peligro de la división de Europa y la amenaza de someter a una serie de países europeos a los intereses capitalistas norteamericanos; que fue diseñado para dar prioridad a la asistencia a los intereses monopólicos de Alemania sobre los intereses de los aliados; y que la restauración de esos intereses alemanes fue incluido en el “Plan Marshall”, obviamente, para desempeñar un papel especial en Europa. Esta clara posición de la Unión Soviética desenmascaró el plan de los imperialistas estadounidenses y sus coadjutores británicos y franceses. La Conferencia Europea fue un rotundo fracaso. Nueve países europeos se negaron a tomar parte en ella. Incluso los países que accedieron a participar en la discusión del “Plan Marshall” y en la elaboración de medidas concretas para su realización, no lo recibieron con especial entusiasmo, sobre todo, cuando quedó claro que la URSS estaba plenamente justificada en su suposición de que el plan estaba lejos de ser una ayuda real. Se supo que, en general, el gobierno de EE.UU. no tenía ninguna prisa para llevar a cabo las promesas de Marshall. Los líderes del Congreso norteamericano admitieron que el Congreso no examinaría la cuestión de la concesión de nuevos créditos a los países europeos antes de 1948. Así, se hizo evidente que, al aceptar el esquema de París para la aplicación del “Plan Marshall”, Gran Bretaña, Francia y otros países europeos fueron engañados por la argucia norteamericana. Sin embargo, continuaron los esfuerzos para construir un bloque occidental bajo la égida de los Estados Unidos. Cabe resaltar que la variante norteamericana del bloque occidental encontrará una seria resistencia, incluso entre los países que ya dependen de Estados Unidos, como Gran Bretaña y Francia. La perspectiva de la restauración del imperialismo alemán, como una fuerza efectiva capaz de oponerse a la democracia y el comunismo en Europa, no puede ser muy atractiva para Gran Bretaña o Francia. Aquí tenemos una de las grandes contradicciones dentro del bloque anglo-francés-estadounidense. Evidentemente, los monopolios norteamericanos y los reaccionarios internacionales en general, no consideran a Francia y los fascistas griegos baluartes confiables de Estados Unidos contra la URSS y las nuevas democracias de Europa. Por esa razón, ponen sus esperanzas principales en la restauración de la Alemania capitalista, que consideran será una mayor garantía de éxito en la lucha contra las fuerzas democráticas de Europa. No confían ni en los laboristas británicos ni en los socialistas franceses, a quienes –a pesar de su manifiesta complacencia– consideran “semicomunistas”, no dignos de suficiente confianza. Es por esta razón que la cuestión de Alemania y, en particular, de la cuenca del Ruhr como una potencial base industrial-bélica de un bloque hostil a la URSS, está jugando un papel tan importante en la política internacional y es una manzana de discordia entre los EE.UU. y Gran Bretaña y Francia. El apetito de los imperialistas norteamericanos provoca serias inquietudes en Gran Bretaña y Francia. Estados Unidos ha dado a entender inequívocamente que quiere tomar la cuenca del Ruhr de las manos de los británicos. Los imperialistas norteamericanos también están exigiendo que las tres zonas de ocupación se fusionen, y que se proceda abiertamente a la separación política de Alemania Occidental bajo control estadounidense. Estados Unidos insiste en que se debe incrementar el nivel de producción de acero en el Ruhr, con las empresas capitalistas bajo la égida norteamericana. La promesa de Marshall, de créditos para la recuperación europea, se interpreta en Washington como una promesa de asistencia prioritaria a los capitalistas alemanes. Vemos, así, que Estados Unidos está tratando de construir un “bloque occidental”, no según el plan de los “Estados Unidos de Europa” de Churchill –que fue concebido como un instrumento de la política británica–, sino como un protectorado norteamericano en el que a los Estados soberanos de Europa, sin excluir la propia Gran Bretaña, se le asigna un papel parecido a la de “Estado número 49 de Estados Unidos”. El imperialismo norteamericano es cada vez más arrogante y sin ceremonias en su trato con Gran Bretaña y Francia. Las conversaciones bilaterales y trilaterales con respecto al nivel de la producción industrial de Alemania occidental (Gran Bretaña-EE.UU., EE.UU.-Francia), además de constituir una violación arbitraria de los acuerdos de Potsdam, son una demostración de la completa indiferencia de Estados Unidos ante los intereses vitales de sus socios en las negociaciones. Gran Bretaña y especialmente Francia se ven obligadas a escuchar los dictados de Estados Unidos y a obedecer sin chistar. El comportamiento de los diplomáticos estadounidenses en Londres y París ha llegado a ser muy reminiscente de su comportamiento en Grecia, donde consideraban absolutamente innecesario observar la decencia elemental al nombrar y destituir a los ministros griegos a voluntad, conduciéndose como conquistadores. Así, el nuevo plan para la Dawesización de Europa atenta fundamentalmente contra los intereses vitales de los pueblos europeos y representa un plan para la subyugación y esclavización de Europa por Estados Unidos. El “Plan Marshall” atenta contra la industrialización de los países democráticos de Europa, y por lo tanto contra las bases de su integridad e independencia. Y si el plan para la Dawesización de Europa estaba condenado al fracaso, pese a que las fuerzas de resistencia al Plan Dawes eran mucho más débiles, hoy, en la Europa de posguerra, hay fuerzas más que suficientes, incluso si hacemos a un lado la Unión Soviética, que si muestran voluntad y determinación pueden vencer este plan de sometimiento. Todo lo que se necesita es la determinación y la voluntad de los pueblos de Europa para resistir. En cuanto a la URSS, ella hará todo lo posible para que este plan esté condenado al fracaso. La evaluación del “Plan Marshall”, efectuada por los países del campo antiimperialista, ha sido totalmente confirmada por el curso de los acontecimientos. En relación con el “Plan Marshall”, el campo de los países democráticos ha demostrado que es una poderosa fuerza por la defensa de la independencia y la soberanía de todas las naciones europeas, que se niega a retroceder ante el maltrato y la intimidación, y se rehúsa a dejarse engañar por las maniobras hipócritas de la diplomacia del dólar. El gobierno soviético nunca se ha opuesto al uso de créditos extranjeros, y en particular los créditos norteamericanos, como un medio capaz de acelerar el proceso de recuperación económica. Sin embargo, la Unión Soviética siempre ha tomado la postura de que las condiciones de los créditos no deben ser abusivas y no deben dar lugar a la subyugación económica y política del país deudor con respecto al acreedor. A partir de esta posición política, la Unión Soviética siempre ha sostenido que los créditos externos no deben ser el principal medio para restaurar la economía de un país. La condición principal y primordial de la recuperación económica de un país debe ser la utilización de sus propias fuerzas y recursos internos y la creación de su propia industria. Sólo de esta forma puede garantizarse la independencia frente a las arremetidas del capital extranjero, que demuestra constantemente una tendencia a utilizar los créditos como instrumentos de subyugación política y económica. Esto es precisamente el “Plan Marshall”, que amenaza la industrialización de los países europeos y está diseñado para socavar su independencia. La Unión Soviética invariablemente defiende la posición de que las relaciones políticas y económicas entre los Estados deben ser construidas exclusivamente sobre la base de la igualdad de las partes y el respeto mutuo de sus derechos soberanos. La política exterior soviética y, en particular, las relaciones económicas de la Unión Soviética con países extranjeros se basan en el principio de igualdad, en el principio de que los acuerdos deben ser ventajosos para ambas partes. Los tratados con la Unión Soviética son acuerdos de beneficio mutuo para ambas partes y no contienen nada que afecte la independencia nacional y la soberanía de las partes contratantes. Esta característica fundamental de los acuerdos de la URSS con otros Estados se destaca nítidamente en este momento, a la luz de los tratados injustos y desiguales que son celebrados o previstos por Estados Unidos. Los acuerdos desiguales son ajenos a la política soviética de comercio exterior. Además, el desarrollo de las relaciones económicas de la Unión Soviética con todos los países interesados en establecer esas relaciones, demuestra sobre qué principios deben construirse las relaciones normales entre los Estados. Basta con recordar los tratados concluidos por la Unión Soviética con Polonia, Yugoslavia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Finlandia. De esta manera, la URSS ha puesto de manifiesto sobre qué líneas Europa puede encontrar la forma de salir de su difícil situación económica actual. Gran Bretaña pudo tener un tratado similar, si el gobierno laborista no hubiera –bajo presión externa– frustrado el acuerdo con la URSS, acuerdo que estaba en camino de concluirse. El desenmascaramiento del plan norteamericano para la subyugación económica de los países europeos es un servicio indiscutible prestado por la política exterior de la URSS y las nuevas democracias. Debe tenerse en cuenta que Estados Unidos mismo está amenazado por una crisis económica. Hay razones de peso para la generosidad oficial de Marshall. Si los países europeos no reciben créditos de Estados Unidos, la demanda de productos estadounidenses disminuirá y esto tenderá a acelerar e intensificar la crisis económica que se avecina en Estados Unidos. Por consiguiente, si los países europeos demuestran el vigor necesario y la voluntad de resistirse a los términos subyugantes del crédito norteamericano, Estados Unidos puede verse obligado a batirse en retirada.
- Las tareas de los Partidos Comunistas en sus esfuerzos por unir a los elementos democráticos, antifascistas y amantes de la paz, en la lucha contra los nuevos planes de guerra y agresión La disolución de la Comintern tuvo un papel positivo y fue realizado de conformidad con las necesidades del desarrollo del movimiento obrero en la nueva situación histórica. La disolución de la Comintern puso fin a las calumnias de los enemigos del comunismo y del movimiento obrero, que alegaban que Moscú interfería en los asuntos internos de otros países y que los Partidos Comunistas actuaban bajo órdenes del exterior en contra de los intereses de sus propios pueblos. La Comintern fue fundada después de la Primera Guerra Mundial, cuando los Partidos Comunistas eran todavía débiles, cuando prácticamente no existían vínculos entre la clase obrera de los diferentes países y cuando los Partidos Comunistas no habían producido aún líderes ampliamente reconocidos del movimiento obrero. La labor de la Comintern fue restablecer y fortalecer los vínculos entre la clase obrera de los diferentes países, elaborar las cuestiones teóricas del movimiento obrero en las nuevas condiciones de posguerra, establecer las políticas generales de difusión de las ideas comunistas, y facilitar la preparación de los líderes del movimiento obrero. Esto creó las condiciones para la transformación de los jóvenes Partidos Comunistas en partidos obreros de masas. Pero una vez convertidos en partidos obreros de masas, la dirección de los Partidos Comunistas desde un centro se hizo imposible e inconveniente. De un factor de promoción del desarrollo de los Partidos Comunistas, la Comintern comenzó a volverse en un factor que entorpecía ese desarrollo. La nueva etapa de desarrollo de los Partidos Comunistas exigía nuevas formas en las relaciones entre los partidos. Fueron esas las razones que hicieron necesario disolver la Comintern y encontrar nuevas formas de vínculo entre los partidos. Durante los cuatros años que siguieron a la disolución de la Comintern, los Partidos Comunistas han incrementado considerablemente su fuerza e influencia en casi todos los países de Europa y Asia. Así, la influencia de los Partidos Comunistas creció en Europa Oriental, en casi todos los países de Europa donde gobernó el fascismo y en aquellos países que estuvieron bajo la ocupación de los fascistas alemanes (Francia, Bélgica, Holanda, Noruega, Dinamarca, Finlandia, etc.). La influencia de los comunistas ha crecido especialmente en los países de nueva democracia, donde los Partidos Comunistas son los partidos más influyentes del Estado. Pero la situación actual de los Partidos Comunistas tiene sus deficiencias. Algunos camaradas entendieron la disolución de la Comintern como la eliminación de todos los vínculos y contactos entre los Partidos Comunistas hermanos. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que el aislamiento entre los Partidos Comunistas es equivocado, nocivo y, de hecho, antinatural. El movimiento comunista se desarrolla dentro de marcos nacionales, pero los partidos de todos los países tienen tareas e intereses comunes. Tenemos ante nosotros un curioso estado de cosas: los socialistas, que no se detuvieron ante nada para demostrar que la Comintern dictaba directivas desde Moscú a los comunistas de todos los países, ha restaurado su Internacional; mientras que los comunistas todavía se abstienen de reunirse unos con otros, y, menos aún, se consultan entre sí sobre cuestiones de interés mutuo, por temor a las calumnias de sus enemigos en relación con la “mano de Moscú”. Los representantes de los más diversos campos de actividad –científicos, cooperativistas, sindicalistas, juventudes, estudiantes– consideran factible mantener contactos internacionales, intercambiar experiencias y celebrar consultas sobre cuestiones relativas a su trabajo, y organizar congresos y conferencias internacionales; mientras que los comunistas, aún los que están unidos como aliados, vacilan en establecer lazos de amistad entre ellos. No hay duda de que si esta situación persiste puede tener graves consecuencias para el desarrollo del trabajo de los partidos hermanos. La necesidad de consulta mutua y coordinación voluntaria de la acción entre los partidos individuales se ha hecho especialmente urgente en la actual coyuntura, en que la persistencia en el aislamiento puede conducir a un debilitamiento del entendimiento mutuo y, a veces, incluso a errores graves. En vista de que la mayoría de los líderes de los partidos socialistas (especialmente los laboristas británicos y los socialistas franceses) actúan como agentes de los círculos imperialistas de Estados Unidos, ha recaído sobre los comunistas el papel histórico especial de liderar la resistencia al plan norteamericano de subyugar Europa, desenmascarando valientemente a los cómplices del imperialismo norteamericano en sus propios países. Al mismo tiempo, los comunistas deben apoyar a todos los elementos verdaderamente patriotas que no quieren ver a sus países sometidos y quieren luchar contra la subyugación de sus países al capital extranjero y por la conservación de su soberanía nacional. Los comunistas deben ser los líderes en el reclutamiento de todos los elementos antifascistas y amantes de la libertad, en la lucha contra los nuevos planes expansionistas norteamericanos para la subyugación de Europa Debe tenerse en cuenta que entre el deseo de los imperialistas por desatar una nueva guerra y las posibilidades de organizar tal guerra existe un enorme abismo. Los pueblos del mundo no quieren la guerra. Las fuerzas que trabajan por la paz son tan grandes e influyentes que, si son tenaces y resueltas en la defensa de la paz, si demuestran resolución y firmeza, los planes de los agresores serán completamente derrotados. No se debe olvidar que todo el alboroto de los elementos imperialistas acerca del peligro de guerra tiene como intención atemorizar a los nerviosos y vacilantes, y obtener concesiones para el agresor mediante el chantaje. El peligro principal que enfrenta la clase obrera en la actual coyuntura es la subestimación de sus propias fuerzas y la sobreestimación de las fuerzas del enemigo. Así como en el pasado la política de Múnich dio manos libres a los agresores nazis, hoy, las concesiones a la nueva política de Estados Unidos y el campo imperialista pueden envalentonar a sus inspiradores hasta hacerlos más insolentes y agresivos. Por eso, los Partidos Comunistas deben encabezar la resistencia a los planes de expansión y agresión imperialista, en todos planos –estatal, económico e ideológico. Deben cerrar sus filas y concentrar todos sus esfuerzos sobre la base de una plataforma común democrática y antiimperialista y reunir en torno suyo a todas las fuerzas populares democráticas y patrióticas. Una tarea especial les corresponde a los Partidos Comunistas hermanos de Francia, Italia, Gran Bretaña y otros países. Ellos deben asumir como norma la defensa de la independencia nacional y la soberanía de sus países. Si los Partidos Comunistas se adhieren con firmeza a su posición, si no se dejan intimidar y chantajear, si actúan como valientes defensores de la paz duradera y la democracia popular, de la soberanía nacional, la libertad y la independencia de sus países, si –en su lucha contra los intentos de someter económica y políticamente a sus países– son capaces de tomar el liderazgo de todas las fuerzas dispuestas a defender el honor nacional y la independencia, ningún plan para la subyugación de Europa puede tener éxito.
Publicado en: ¡Por una paz duradera, por una democracia popular¡ (Órgano del Buró de Información de los Partidos Comunistas, Belgrado), Nº 1, Lunes, 10 de noviembre de 1947.
Partidos Comunistas y representantes que tomaron parte en la primera Conferencia de Cominform (22-28 de setiembre de 1947)
Partido Obrero de Bulgaria: Vulko Chervenkov y Vladimir Poptomov
Partido Comunista de Checoslovaquia: Rudolf Slánsky y Stefan Bashtovansky
Partido Comunista de Francia: Jacques Duclós y Etienne Fajon
Partido Comunista Húngaro: Mikhail Farkas y Jószef Révai
Partido Comunista de Italia: Luigi Longo y Eugenio Reale
Partido Obrero Unificado de Polonia: Wladislaw Gomulka y Hilary Minc
Partido Comunista de Rumania: Gheorge Gheorghiu-Dej y Anna Pauker
Partido Comunista de la URSS (b): Andréi Zhdánov y Georgi Malenkov
Partido Comunista de Yugoslavia: Edvard Kardelj y Milovan Djilas
Fuente: A. A. Zhdánov, “On the International Situation”, Report made at the Conference of the Nine Communist Parties held in Poland, September, 1947.
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