Presiones ideológicas y deslindes en la consolidación de la identidad comunista del PCM
Pável Blanco Cabrera
Primer Secretario del Comité Central
Artículo publicado en El Machete no. 8, 2016. pp. 25.31
El PCM siguió un camino sinuoso hasta reencontrarse con el marxismo-leninismo, y no fue hasta ese momento en que se hizo posible la unidad ideológica y orgánica plena -en los hechos y no sólo en declaración-, que a su vez permite una intervención mayor entre la clase obrera, más clara, y una ampliación de su influencia política, basada en el crecimiento y desarrollo partidario, forjando cuadros a imagen y semejanza, es decir de la necesidad concreta y de la estrategia revolucionaria.
Los primeros años que siguieron al inicio de la reorganización, un periodo que va de 1994 al año 2001, fueron de gran confusión, de eclecticismo, de búsqueda de identidad y de definiciones que permitieron decantar entre comunistas y revisionistas, así como la recuperación de posiciones clasistas debido al rearme ideológico desde el marxismo-leninismo.
La propia actividad del Partido, su vida interna y acción política, muestran hasta qué punto esas limitaciones impactaban, y hasta cierto punto anulaban, el desarrollo del PCM.
No está de más subrayar el mérito de los camaradas que prohijaron la Convocatoria emitida el 20 de Noviembre de 1994; independientemente de los errores, limitaciones, desviaciones, fijaron un objetivo básico: la reorganización de un partido comunista en nuestro país. Ello permitió que los esfuerzos militantes no se dispersaran, que se concentraran fuerzas en esa dirección, que las discusiones tuvieran el marco del mismo Partido.
El propio nombre inicial, Partido de los Comunistas Mexicanos, como lo explicaría en varias ocasiones Sergio Quiroz[1], su principal dirigente desde 1994 hasta 2002, tenía que ver con un concepto abierto, una casa común para todos los partidarios del socialismo; esta concepción era adoptada de una visión deformada de Gramsci y de la práctica eurocomunista de los comunistas italianos, así como de la mutación del Partido Comunista Francés; esto era explicado como una transición hasta la recuperación del nombre partido comunista, que se lograría vía la unidad de los diversos destacamentos que en esos años reivindicaban la lucha por el socialismo.
A la gran tarea de reorganizar el partido de la clase obrera se le obstaculizaba con las ideas ajenas al marxismo-leninismo que influían en el equipo dirigente del Partido.
Un balance erróneo de la derrota temporal del socialismo
Resultaba imprescindible en 1994, tanto como ahora, una respuesta científica para explicar el retroceso temporal que significaba el triunfo de la contrarrevolución en la Unión Soviética y en prácticamente todo el campo socialista, para la lucha de clases y la propia historia de la humanidad. Los análisis entonces estaban mediados por la propia visión que imponía el imperialismo como ideología dominante, es decir, circunscritos a la cuestión de la democracia, los derechos humanos, la libertad. Las respuestas, en consecuencia, se inscribían en tales derroteros, pues se hacía una renuncia a aspectos fundamentales de la teoría marxista, como la dictadura del proletariado y la vía revolucionaria, al no resistirse a las presiones ideológicas del fin de la historia.
No tener firmeza en estos asuntos tiene que ver con que en el periodo anterior, la identidad comunista fue atacada internacionalmente sin respuesta contundentes. Desde 1956 con la plataforma oportunista del XX Congreso del PCUS, la disolvente teoría de las vías especificas al socialismo, el policentrismo, la coexistencia pacífica, la colaboración de clases, y posteriormente el eurocomunismo, la perestroika, y de manera particular en nuestro país la mixtura entre el “nacionalismo revolucionario” o ideología burguesa de la Revolución Mexicana con las posiciones marxistas[2]. Además, como resultado de esto, bajo las influencias ajenas al marxismo-leninismo para explicarse los nuevos fenómenos y la realidad de la lucha de clases en la situación contrarrevolucionaria, en búsqueda de respuestas se abrevó en la teoría crítica, en el marxismo occidental, en los estudios de otras corrientes adversas al movimiento comunista internacional, como la nueva izquierda, por citar sólo un ejemplo.
La reorganización del partido de la clase obrera enfrentó así desde su origen la disyuntiva del eclecticismo ideológico, y con él su seguro fracaso, o de retomar el marxismo-leninismo y reencontrarse con la identidad comunista, despojándola de las desviaciones y deformaciones del deshielo “antistalinista” y del oportunismo que minó al movimiento comunista internacional después de 1956. Sin embargo tal elección no era posible en 1994, y tendría que pasar casi una década para que las definiciones fueran posibles, en el marco de tres Congresos, con el desarrollo de nuevos cuadros y de la mano de las polémicas, con aportes de varios partidos comunistas y obreros.
Retomando el asunto del balance de la construcción socialista, en esos años iniciales se levantaron críticas contra el burocratismo, el estatismo[3], el unipartidismo. ¿Se efectuó un balance científico, con base en el método marxista? ¿Se estudiaron los documentos del PCUS, el funcionamiento del Estado, de los Soviets? ¿Se intercambió con los científicos marxistas-leninistas, con los partidos hermanos? ¿Se estudiaron las tendencias, las estadísticas, se habló con los obreros? No, simplemente se realizó la adhesión a posiciones superfluas de algunos intelectuales de izquierda y de partidos hermanos que presurosamente daban opiniones cuya inconsistencia quedó demostrada.
Toda la responsabilidad se atribuyó a Stalin, de quien el PCUS se había deslindado 35 años antes, para luego ser atacado con virulencia por la Glasnost y la Perestroika. De la misma manera superficial, algunos camaradas responsabilizaban únicamente al traidor Gorbachov. Ambos, enfoques erróneos, pues no tomaban en cuenta lo que el marxismo-leninismo enseña de la política como reflejo de la economía, la dialéctica revolución/contrarrevolución, y la agudización de la lucha de clases. Craso error sobreestimar el papel de las personalidades en la historia.
Sin coherencia argumentativa, y saltando de una posición a otra, basándose en un artículo de Gramsci[4], Sergio Quiroz recuperaba la posición de Kautsky de que la Revolución de Octubre era un error histórico, que desde el principio estaba condenada al fracaso por no estar maduras en la Rusia zarista las condiciones de desarrollo capitalista; y que el atraso de las relaciones de producción engendraba las “deformaciones”. Sin reparo se usaban las acientíficas expresiones de “fracaso del experimento”, “derrumbe”, “modelo soviético”.
Como consecuencia de ello el Programa de nuestro Partido era en este aspecto inexacto, pues fijar como objetivo histórico el “humanismo socialista y la nueva democracia socialista” -concepto derivado del deslinde de la construcción socialista en el siglo XX-, llevaba al desuso la concepción del marxismo-leninismo sobre la revolución y sus leyes, así como a la refutación de la dictadura del proletariado. El Partido se reorganizaba entonces portando esa grave falla que lo separaba temporalmente de la plenitud de la identidad comunista. Fue hasta Abril-Mayo del 2001 en el II Congreso, después de 7 años de debate, que se recuperó la dictadura del proletariado como elemento fundamental en la ideología y programa de los comunistas de nuestro país. Y habrían de transcurrir 20 años más para que el Partido contara con un Programa coherente con nuestros principios y objetivos en esta época de Revolución social, proceso asumido en el periodo que va del IV Congreso en Noviembre del 2010 y Febrero del 2011, hasta el V Congreso en Septiembre del 2014. Esas indefiniciones, insistimos, retrasaron nuestro desarrollo como mal menor, al tiempo que enfrentábamos el riesgo de la liquidación partidaria.
La corrosión ideológica afectaba al conjunto de las posiciones teóricas del socialismo científico. Si se revisa la publicación teórica con que entonces contaba el PCM, Los Cuadernos del Marxismo, los fallos son evidentes. Nuestros dirigentes se colocaban en las posiciones del “marxismo occidental”, atacando al materialismo dialéctico, por determinista, dogmático; insistían una y otra vez en el marxismo como un nuevo humanismo, y en las teorías del “joven Marx”. Las antologías de las escuelas de cuadros de los años 1994-1998 se centraban en la versión eurocomunista de Gramsci, en Luckacs, Korsch, Fromm, Schaff, los escritos juveniles de Marx y de Lenin los escritos relativos a la NEP. Fue toda una batalla interna recuperar el estudio de Marx, Engels, Lenin, y con los clásicos una educación política y de formación de cuadros basada en el materialismo histórico, materialismo dialéctico, economía política, socialismo científico.
Es necesario entender este contexto para apreciar por qué el PCM estuvo sujeto esos años a los vendavales de las modas teóricas de las corrientes oportunistas y el eclecticismo de la intelectualidad pequeñobuguesa que desde la academia se inscribe en la izquierda. Recordemos el impacto en ese momento de la categoría “Sociedad civil” para enmascarar la lucha de clases, levantada desde el mismo campo del marxismo. Cuanto tiempo perdido.
Adopción temporal de concepciones ajenas a la teoría leninista del Partido
Fuertemente impresionado por las modificaciones organizativas del PC Francés en su XXVIII Congreso, Sergio Quiroz impulsó ese modelo en nuestras filas: renuncia al centralismo y sustitución por consensos como forma democrática de la vida interna; sustitución del Comité Central por un Consejo Nacional; sustitución del Secretario General por un Coordinador Nacional que se renovaba cada seis meses, generando inestabilidades en el equipo dirigente; un cuestionamiento a contar con cuadros profesionales del Partido, lo que daba lugar a que sólo los camaradas provenientes de la academia, con mejores posibilidades salariales, atendieran las tareas directivas permanentes. Esa horizontalidad impedía contar con una prensa regular, una oficina central, organizar el trabajo por sectores, orientar la intervención y las prioridades. Como la política estratégica del Partido consistía en trabajar para la unidad de la izquierda, todo se destinaba al trabajo de relaciones, a la diplomacia contra organizaciones, y se descuidaba el desarrollo partidario, su crecimiento, el reclutamiento, el trabajo organizativo, los frentes obrero-sindical, ideológico, financiero, editorial, etc. Eran formas organizativas disolventes que necesitábamos confrontar, y confrontamos.
Subrayemos que la base teórica de esa posición organizativa radicaba en cuestionar el papel del proletariado, de la clase obrera, porque en la dirección partidaria entonces el tema en boga era el libro de Rifkin El fin del trabajo.
En sintonía con el pensamiento de Robert Hue y la mutación oportunista de los franceses, la dirección del PCM impulsó el concepto del Partido como casa común, lo que significaba el eclecticismo ideológico, la renuncia a la unidad ideológica. En el Partido podían militar marxistas-leninistas, maoístas, gramscianos, creyentes, trotskistas, lombardistas, seguidores de la Nueva Izquierda. Contra ello hubo que luchar, y de forma irreconciliable, lo que significaba la expulsión del Partido de esas concepciones y de los cuadros que las sustentaban.
El Partido sin unidad ideológica, con formas organizativas más cercanas a un movimiento, tenía que superar esa crisis, secuela de la contrarrevolución, más también del revisionismo y oportunismo de los años anteriores, y el renacimiento sólo era posible con apego irrestricto al marxismo-leninismo.
Se agudizan las contradicciones, se hacen necesarias las definiciones
Nos unía la idea de la necesidad del partido comunista, del partido de la clase obrera, de la crítica al capitalismo, y sin embargo estaba evidenciada la incompatibilidad entre el marxismo-leninismo y estos renovadores, que tenían méritos innegables[5], pero que en la práctica estaban colocando una camisa de fuerza que impedía al Partido avanzar.
De 1994 hasta 2001 es innegable la hegemonía de tal equipo dirigente, en lo ideológico y lo político[6]; la inconformidad crecía y se expresó en el II Congreso. Había dos caminos: enfrentar individualmente, como hicieron varios camaradas que consideraban que el Partido no tenía remedio y que así se retiraban a la vida particular o a otras expresiones políticas, o dar el debate en los marcos partidarios, buscando convencer a la mayoría.
La gota que derrama el vaso es la propuesta de Sergio Quiroz de adoptar la tesis de Negri-Hardt en Imperio. Ello dio lugar a un debate sobre la vigencia o no del leninismo, no sólo de la teoría del imperialismo, sino de la Revolución, el Partido, etc. Teníamos que remontar los debates postergados, refutar los conceptos que se fueron filtrando, como globalización, altermundismo, movimientismo, neoliberalismo, la democracia como valor absoluto; pero ello implicaba también confrontar las tesis oportunistas anteriores, como la vía nacional o específica al socialismo, la política de alianzas con la burguesía nacional, el debate dependencia/interdependencia.
Esta lucha ideológica tenía que abordarse de conjunto, pues los asuntos en cuestión estaban vinculados. Es preciso reconocer que basándonos únicamente en nuestra experiencia habríamos encontrado limitantes, y que –tal y como corresponde a un movimiento de naturaleza internacional “por su contenido”– fue necesario aprender de la experiencia de otros partidos comunistas y obreros, así como de las polémicas contemporáneas. Nuestra experiencia era también un problema general de otros partidos, en mayor o menor grado. Nosotros aprendimos mucho del Partido Comunista de Grecia y de la Revista Comunista Internacional.
Llegar a las conclusiones que hoy suscribimos no fue sencillo, ni en automático con el proceso de reorganización partidaria; fue un camino complejo y con incertidumbres, pero es una conquista para el presente y futuro del Partido, que debe ver el frente ideológico como vital para la existencia y desarrollo del PCM, y también debe aprenderse que cuando se afrontan dificultades no puede darse la actitud “químicamente pura” de darle la espalda al Partido, sino que hay que defender el marxismo-leninismo en los marcos partidarios, en los escalones correspondientes, con franqueza.
Es a partir de superar esas influencias ajenas, de rearmarnos del marxismo-leninismo, que superamos esas presiones ideológicas exteriores, y que pensamos existe una experiencia para afrontar las que en el futuro se presenten. Además, si existe hoy un crecimiento de las filas partidarias y una intervención clara entre la clase obrera, se debe precisamente a esta premisa.
[1] Sergio Quiroz Miranda había sido miembro del Comité Central y de la Dirección Nacional del PPS, donde entre otras responsabilidades fue Secretario de Relaciones Internacionales y por ello organizador del Encuentro de Partidos Comunistas y Obreros de América Latina y el Caribe, efectuado en México en el año 1994; fue varias veces Diputado Federal del PPS y entre el año 1993-1994 lideró una corriente que criticaba el viraje oportunista del PPS y luchaba por transformarlo en un partido comunista. En 1994 asistió al XXVIII Congreso del Partido Comunista Francés, donde fue electo Robert Hue, del que regresó muy impresionado y siempre propuso que la mutación fuera nuestro modelo político y reoganizativo.
[2] Esta mixtura tiene su origen en la justificación teórica que el PCM expresó en los años 30 para llamar a la alianza de la clase obrera con el cardenismo (en el marco del viraje al Frente Popular indicado por el VII Congreso de la Comintern), llevado a un plano superior por las influencias del browderismo en nuestro país en la posguerra y elevado a posición ideológica-programática definitiva después de 1956 con la llamada Vía mexicana al socialismo.
[3] En muchos casos se empleaba el concepto estatalismo.
[4] Gramsci, Antonio; La Revolución contra el Capital.
[5] Entre estos méritos, uno de los más importantes, el no haberse sumado al transfuguismo ideológico y contrariando las ideas liquidadoras haber planteado en medio de la oscura noche contrarrevolucionaria la necesidad de reorganizar al Partido, aunque algunos años después intentaran frenarlo e inconscientemente condenarlo a una nueva liquidación.
[6] Tanto en 1997 con el apoyo electoral a Cárdenas y al PRD para el Gobierno de la Ciudad de México, como en el 2000 con los convenios de apoyo al PRD, tanto a Cárdenas para la presidencia de la República, como a López Obrador para el Gobierno de la Ciudad de México.
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