Buscar por

Práctica, lenguaje y conocimiento 


Ernesto Schettino Maimone
Profesor de la FFyL de la UNAM
Texto incluido en El machete, no. 12, pp. 68-75.

Nota introductoria: En un momento donde los ideólogos de los monopolios hacen malabares para encubrir la decadencia de sistema capitalista, el artículo del maestro Ernesto Schettino, “Práctica, lenguaje y conocimiento”, sirve para esclarecer el origen materialista del conocimiento humano y, con base en esto, comprender el surgimiento de dos profundas deformaciones que se basan en posiciones religiosas e idealistas. En general, el artículo, explica las bases histórico-sociales del conocimiento humano y su desenvolvimiento a través del trabajo, categoría central del conocimiento y de la concepción materialista de la historia. El texto fue presentado en el “Primer Encuentro de profesores de italiano en provincia” efectuado en 1992.

Comité editorial de El Machete.

 

 

 

Ante todo quisiera agradecer a la embajada de Italia y al Instituto italiano de cultura su amable invitación para participar en este importante Primer Encuentro de profesores de italiano en provincia, así como la hospitalidad de la Universidad Autónoma de Querétaro y las atenciones de la Asociación de Profesores de Italiano en México.

Cuando traducimos algo de una lengua a otra estamos realizando un esfuerzo intelectual particularmente valioso para el proceso de conocimiento, ya que traducir no es, en el fondo, sino transferir conocimiento de un sistema de fonemas a otro a partir de estructuras significativas análogas, con lo cual éstas se enriquecen y se aclaran mutuamente.

Las leguas, los lenguajes humanos, son sistemas originados por un proceso de materialización de conocimientos significativos, es decir, intelectuales. Nacen –a partir de una base desarrollada en forma natural- de procesos de comunicación y expresión de sensaciones de los animales superiores, los cuales representan una forma compleja y necesaria de los sistemas específicos de supervivencia biológica, como son: el hambre, la sed, el dolor, el apetito sexual, el celo, la territorialidad, el miedo, el peligro, y otros vinculados a la necesidad de ayuda conectados con los sentidos básicos.

Sin embargo, los lenguajes animales, aún los más desarrollados, como el de los delfines o el de los chimpancés, no alcanzan a superar las limitaciones del conocimiento sensible, como es, el tener que manejarse a base de imágenes sensibles, esto es, físicas, concretas, inmediatas, singulares, por lo que su alcance es fundamentalmente indicativo y requiere, para su eficacia, de la relación entre representaciones sensibles conservadas en sistemas de memoria, a la par que presencias físicas definidas (objetos determinados o de sus manifestaciones sensibles, como son la sensaciones táctiles, olores, sabores, visiones, sonidos o de las mismas representaciones sensibles de éstas, conservadas en los cerebros de los animales). Se han detectado decenas de estos fonemas y de otras señales corpóreas en diferentes animales, pero en ninguno se puede hablar estrictamente de significación.

Lo anterior quiere decir que sus lenguajes son indicativos, es decir, que son capaces de reconocer señales sensibles, mas no significativas; esto es, no son capaces de tener abstracciones, signos o referencias mentales separados de las imágenes concretas ni, mucho menos, generalizaciones ni relaciones de aquéllas. Los animales superiores tienen, ciertamente, una especie de modelos de determinadas sensaciones, lo cual les permite procesos de adaptación complejos (lo que Aristóteles llamó “aprehensión”), pero sin pasar de ahí.

En cambio, el lenguaje humano es fundamentalmente significativo, aunque sea incapaz de llegar a serlo en pureza, pues requiere siempre, por una parte, de la materialización en sonidos de las significaciones o de la representación gráfica de los mismos; y, por otra parte, del refuerzo constante de series de imágenes sensibles que permiten la captación y comprensión del los contenidos y modalidades de signo, aunque sea (como sucede las más de las veces) a partir de analogías, tanto fenoménicas como significativas (ejemplos, metáforas, descripciones en base a semejanzas).

Cuando definimos la palabra como un fonema significativo y el lenguaje como un conjunto articulado de este tipo de fonemas, lo que estamos expresando es la forma específica, significativa, de la comunicación humana, basada en abstracciones, las cuales son fundamento de las demás operaciones mentales o intelectuales, especialmente de eso que en forma vaga y confusa denominamos “conciencia” y “razón”, las cuales tendemos a cosificar como entidades metafísicas o espirituales, pero que no son otra cosa más que sistemas de complejas funciones cerebrales derivadas de la capacidad de abstracción, constituídas en redes y estructuras de relaciones significativas.

La conciencia, como forma reflexiva del conocimiento, consiste en la capacidad de representarnos mental, abstractamente, fenómenos y conductas mediante significaciones y redes de significaciones, gracias a lo cual podemos relacionarlos con otros de tipo similar o con determinaciones y relaciones comunes, así como proyectar nuestra actividad o confrontarla con otras. Lo cual es, a la vez, la fuente de la importantísima función de generalización y, por ello, también generadora de normatividad y de criterios de regularidad en todos sus sentidos, y de las pautas de su aplicación o realización, en el terreno de las conductas humanas frente a sí y frente a la naturaleza.

Cuando se presentan estas características, el conocimiento se vuelve específicamente humano y se va estructurando en especies de modelos generales que, con base en las distintas modalidades de organización del conocimiento significativo, podemos denominar “formas del saber” (cotidianas, técnicas, mágicas, míticas, religiosas, artísticas, filosóficas, científicas, tecnológicas), y podemos también encontrar en ellas grados, modalidades y conexiones, que debemos distinguir cuando transferimos información y significaciones de un sistema o lenguaje a otro.

Ahora bien, las abstracciones básicas son referencias o signos mentales de objetos, características de ellos o relaciones entre los mismos, es decir, son conceptos o ideas. Desde la Antigüedad, ante la dificultad para comprender cabalmente el fenómeno de la conceptuación, se han dado, entre otras, dos profundas deformaciones fundamentales del mismo: La primera consiste en tratar de reificarlo (sustantivarlo, hipostasiarlo, cosificarlo o como lo queramos denominar), si bien contradictoramente, pues resultaba no solo claro, sino necesario aún para sus postulantes que el concepto ola idea no era un ente sensible, lo que condujo a la paradoja de sustancializar o idealizar al mismo tiempo, gestándose así la idea metafísica de la sustancia espiritual o intelectual (los noúmenos platónicos), lo que conduce a infinidad de problemas insolubles y contradicciones, empujando cada vez más a la especulación metafísica. La segunda, que es en parte secuela de la anterior, pues, aunque se niegue como en Aristóteles su carácter substantivo (al menos en forma primaria), ante la incomprensión del fenómeno se conserva algo de aquella en la tendencia de las lógicas tradicionales a fijar, a esclerosar, a eternizar el concepto o idea, a concebirlo con un carácter estático, sobre todo por el temor a perder la estabilidad misma del conocimiento, a que se desvanezca la de por si débil seguridad y confianza del saber, generándose también a partir de ello una serie de especulaciones y contradicciones, que, entre otras cosas se ven obligados a introducir en el problema a la palabra, al término, como una especie de “chivo expiatorio”, con el objeto de culparlo de la diversidad de la significación, negando o tratando de ocultar el hecho de que la significación misma, o sea, el concepto, la idea, es la que principalmente cambia, se transforma o incluso desaparece.

Resolver la dificultad en relación a este punto, es vital para poder manejar adecuadamente el conjunto de problemas que existen en torno al lenguaje humano, al conocimiento intelectual y al pensamiento, que constituyen en realidad un tríada indisoluble. En efecto no puede haber fonemas significativos ni, por consiguiente, lenguaje articulado, sin las significaciones; es decir, sin conceptos, relaciones y redes de conceptos. Sin las estructuras de pensamiento, sin abstracciones y representaciones significativas no puede existir conocimiento intelectual, ni aquellos sobrevivir y desarrollarse sin fonemas que los soporten, ya que la palabra y el lenguaje articulado constituyen su vía fundamental y más adecuada de materialización, de sustento sensible, sin la cual no pueden conservarse ni comunicarse ni, por consiguiente, relacionarse y enriquecerse. Tampoco el lenguaje y el pensamiento existirían sin los actos concretos de la captación de información o conocimiento, lo cuales son el substrato necesario para la abstracción y el contenido de aquéllos.

En pocas palabras, el conocimiento específicamente humano, las estructuras lógicas o de pensamiento y el lenguaje articulado no pueden existir independientemente entre sí, sino que se condicionan y determinan mutuamente.

Ahora bien, no obstante lo anterior, estos fenómenos no se subsumen unos a los otros; es decir, nos son partes o aspectos de los mismos, sino que cada uno tiene su propia especificidad y consistencia aunque, como vimos, se determinan mutuamente.

Ya Aristóteles distinguió con claridad entre la palabra y el concepto, probándolo al destacar, por ejemplo, la existencia de los términos equívocos, donde un fonema trasporta más de un concepto; o la de los términos sinónimos, donde varias palabras transportan un mismo significado; a lo cual habría que agregar las equivalencias significativas de fonemas diferentes entra las lenguas extranjeras. Lo que no alcanzó a establecer Aristóteles o, más bien, se cerró a entender por el peligro que representaba debido a las tesis de la sofística, es el hecho fácilmente constatable de que los conceptos, las significaciones no son estáticos, ni fijos ni unidireccionales, sino que se transforman, se enriquecen, se dispersan, se refuerzan y también desaparecen, constituyéndose así en un fenómeno histórico por excelencia, en el doble sentido de ser, por un lado, un producto humano, dependiente de él como ser social; y, por otro, el de ser un producto cambiante a partir de la actividad humana y el desarrollo de la misma.

Si los conceptos, ideas o significaciones fueran estáticos, resultaría muy fácil lograr la comunicación y mantener la comprensión, y existiría (o al menos se presentaría la tendencia a) la univocidad plena de la palabras; además, la existencia de lenguajes diversos y los distintos usos de los mismos serian fenómenos difíciles de entender. Pero la génesis de este intento de “eternización”, de “idealización”, radica en la incomprensión real del por qué individuos diferentes pueden tener la misma significación, comunicarse entre sí, entenderse, aún teniendo lenguajes diferentes, creyéndose o imaginándose que esto se deba a una especie de propiedad metafísica de los conceptos, para poner a salvo la cual se tiene que inventar o especula todo un inmenso aparato de soporte igualmente metafísico.

La base de solución a este aparente enigma, que con gran frecuencia es soslayado tanto por lógicos, lingüistas y filósofos al tratar estos temas, radica en que la fuente de la comunicación y la comprensión no es directamente algo físico, como podría ser la percepción, ni tampoco el cerebro o sus componentes (como pretenden ciertos filósofos materialistas, empiristas o fisiologistas; aunque aquéllos, sin embargo, son una condición de posibilidad sine qua non de su existencia y realización). Ni mucho menos tiene (como pretenden en una forma u otra las corrientes idealistas) una existencia ideal eterna, fuera de tiempo y lugar; ni constituye tampoco una estructura preestablecida que se descubra (como pretendían los pitagóricos o sus modernos representantes). Igualmente, tampoco es una “substancia secundaria”, que quién sabe dónde surja en su idealidad e incorporeidad (como inteligentemente pretendía Aristóteles); sino que es, más simple, un producto directo de la actividad humana consciente, de su trabajo, de su práctica.

El concepto o idea es ciertamente una referencia mental a objetos, características de los mismos, etc. y es una abstracción, pero lo que le da existencia y permanencia es la misma actividad práctica, de la cual forma parte inseparable y necesaria, por lo que fuera y al margen de ella es inexistente. Podemos decir que es una referencia práctica a los fenómenos, relaciones o características de los mismos, pero en tanto dan en la relación practica que emerge del propio proceso de trabajo. No es, pues, que exista una “idealidad” o, menos aún, “noúmenos” como entidades substanciales, sino tan sólo referencias obtenidas y mantenidas a través de prácticas cotidianas, que para su permanencia requieren, por lo regular, el ser constantes y semejantes, o dejar huellas profundas (en ocasiones traumáticas), so pena de olvidarse parcialmente o desaparecer por completo.

Lo anterior es lo que permite, entre otros fenómenos gnoseológicos, la comunicación y la comprensión, así como la posible objetividad (aunque, paradójicamente, también la autentica subjetividad) en las referencias. No se necesita, pues, que se cosifique la significación para generar esos fenómenos del conocimiento, aunque si se requiere la mediación materializadora del lenguaje; lo que ocurre es que a prácticas semejantes y comunes, se obtienen significados, referencias semejantes y comunes.

El fetichismo del concepto equivale al de la mercancía o al del dinero. Y, de la misma manera que el valor, la mercancía y el dinero no son cosas, los objetos materiales (aunque requieran de su materialización en cosas), sino relaciones sociales basadas en el intercambio de productos, el concepto tampoco es una cosa, si bien requiere de entes físicos, como son las conexiones nerviosas, los soportes neuronales en el cerebro y los fonemas o sus equivalentes para producirse, conservarse y transmitirse.

Como base en la práctica, especialmente de la primaria y fundamental que es el trabajo, y mediante un proceso histórico-social complejo, es que se van desarrollando las significaciones, sus redes y estructuras, junto con el lenguaje y el conocimiento humano, al ir interactuando, completándose y determinándose ente sí.

Por el trabajo y, a partir de él, por prácticas análogas al mismo, se van desarrollando tanto la capacidad de abstracción en los sentidos y formas ante mencionados, así como la captación intelectual de los fenómenos de la realidad y se van materializando en palabras para conservarse y comunicarse. En la medida en que se desarrolla el trabajo en su carácter de actividad consciente encaminada a fines productivos y, con él, sus condiciones y medios, se desarrollan también, bajo formas correspondientes a aquéllos, los conocimientos, los pensamientos y el lenguaje, así como también las demás formas de la práctica humana, que siguen al modelo de trabajo.

Este fenómeno histórico-social tiene consecuencia muy importantes para los procesos cognoscitivos, particularmente destacados en el caso de los idiomas, debido a la necesaria correspondencia ya señalada entre conocimiento significativo, pensamiento y lenguaje, pues produce afectaciones de todo tipo en el seno de cada una de las lenguas y provoca, además, la necesidad de genera equivalentes práctico-conceptuales para su transmisión. Lo anterior, al grado de resultar más fácil transferir de un lenguaje a otros los conocimientos y significados cuando se tienen niveles semejantes o asimilables de prácticas, que entender en un mismo idioma conocimientos y significados cuando se tienen niveles de práctica diferentes. Por ejemplo, es relativamente mucho más sencillo establecer una comunicación científica entre estudiantes con idiomas distintos pero de una misma disciplina, que hacerle entender a un marginado, v.gr. a un basurero o a un campesino, el mismo contenido; o, a la inversa, tratar de comprender aquéllos a éstos en contenidos específicos de significados relacionados con su actividad. Buena parte de los fenómenos referentes a la comprensión en una misma lengua o en la traducción se basan en este fenómeno.

Transferir palabras y expresiones, implica saber sus significados; conocer éstos, a su vez, requiere tener referencias practicas, directas o análogas (como hacemos normalmente en el caso de la enseñanza escolarizada, es decir, a partir de modelos teóricos, esquemas y ejemplos) del fenómeno de que se trate. Si queremos un ejemplo simple y típico de lo que estamos mencionando, podemos utilizar el de una palabra de uso muy frecuente que representa un fenómeno básico de amplia y común comprensión, y confrontar los significados que se manejan entre sectores como practicas diferentes en relación al mismo, para observar cómo las referencias se van modificando en forma ostensible; así, en relacional termino “agua”, si manejamos su acepción de “H2O”, o de “liquido incoloro, inodoro e insípido”, independientemente de otras dificultades terminológicas que se pudieran presentar, para muchos núcleos de seres humanos, de acuerdo a los distintos sectores sociales, lugares en que habiten y trabajos que desarrollen, resultaría con referentes no equivalentes a su idea de “agua” y pensarían en algún otro fenómeno, porque su relación practica o no alcanza para lo primero o su experiencia no les indica lo segundo.

Es un hecho muy bastante conocido el que resulta relativamente más fácil hacer la traducción de un texto o de una conversación cuando se sabe la materia de que se trata, pese a que se tenga un dominio más limitado de la otra lengua, que cuando la efectúa un experto en la lengua que no domina del asunto de  que se trata.

Las consecuencias metodológicas y utilitarias de lo anterior resultan evidentes, sobre todo cuando se analizan los métodos de enseñanza, en general, y la de los de idiomas, en particular, ya que los más eficaces y productivos son los que vinculan de una manera adecuada las “prácticas” al aparato teórico, y aún más aquellos que utilizan en forma congruente y sistemática las estructuras analógicas de las prácticas comunes que están a la base de las distintas lenguas.

Por todo lo ello, consideramos pertinente y aún necesario, para el reforzamiento de la enseñanza de la lengua y la de sus aplicaciones, el desarrollo de los enfoques interdisciplinarios y totalizadores, así como la búsqueda de modelos que reproduzcan adecuada y eficazmente los derivados significativos de las estructuras analógicas de los diferentes modos de las prácticas, con lo cual se podrán lograr mayores y mejores resultados.

Un comentario en “Práctica, lenguaje y conocimiento ”

  1. Pingback: Red News | Protestation
  2. Trackback: Red News | Protestation

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *