El fracaso de la estrategia de colaboración con los gobiernos burgueses después de la Segunda Guerra Mundial
Informe del Partido Comunista (Italia), presentado por el camarada Guido Ricci (Dpto. Internacional), en la Conferencia Internacional de la Iniciativa Comunista Europea, celebrada en Estambul los días 16 y 17 de febrero de 2019, con motivo del centenario de la Internacional Comunista. La Conferencia titulada “Lucha por el comunismo: 100 años de herencia política” ha profundizado el estudio de las lecciones que se extraerán de la historia con un intercambio de experiencias sobre las luchas de los partidos comunistas en cada país mediante el análisis de diferentes puntos críticos en la historia del movimiento comunista internacional. (*)
Prefacio
La cuestión de la colaboración no solo con los gobiernos, sino también con los partidos burgueses, es muy compleja y, en última instancia, se refiere al problema estratégico fundamental si, en qué condiciones, en qué medida y con qué fines, los partidos obreros pueden participar en las instituciones del Estado burgués en el marco de la democracia burguesa.
La consideración general sobre este tema que nuestros partidos deben enfrentar es, por lo tanto, muy amplia y no puede concluirse en este documento. Por esta razón, en nuestra contribución limitaremos nuestro análisis sumario solo a la experiencia histórica de los comunistas en Italia, distinguiendo entre la colaboración con algunos partidos burgueses, la participación en instituciones electivas en el contexto de la democracia burguesa y el apoyo, o peor, la participación en los gobiernos, es decir, los “consejos empresariales” de la burguesía.
1. Premisas históricas y teóricas
En los primeros diez años de su existencia, dentro del PCd’I (pasará a llamarse PCI después de 1943) hubo una dura discusión entre las diversas posiciones sobre estos temas, a veces en contraste con las posiciones de la Internacional Comunista. Bordiga y la mayoría de los líderes centrales hasta 1926 estaban en posiciones intransigentes que querían un partido “puro y prístino”, excluyendo cualquier forma de cooperación con otros partidos, así como la participación en las elecciones y en el parlamento. De esta manera, faltaba la participación organizada de los comunistas en los “Arditi del Popolo” (grupos de asalto populares, grupos armados antifascistas compuestos por socialistas, anarquistas, sindicalistas revolucionarios, republicanos, elementos sin partido y comunistas en desacuerdo con Bordiga), a pesar de las recomendaciones antisectarias de Lenin, del Comintern y de Gramsci, hecho que dividio el movimiento antifascista y comprometio severamente la capacidad de resistir al fascismo. Gramsci y la nueva mayoría después del 3er Congreso en 1926 y la expulsión de Bordiga del Partido en 1930 defendieron las posiciones de la Internacional Comunista, pero se vieron obligados a trabajar ilegalmente, en condiciones de dictadura fascista abierta; Además, muchos líderes fueron encarcelados, incluido el propio Gramsci. El conflicto entre esta nueva mayoría y el ala derecha del partido, liderada por Angelo Tasca, se refería a la línea a tomar con respecto a la socialdemocracia en la lucha contra el fascismo. De hecho, Tasca apoyó la necesidad de llegar a un acuerdo con el liderazgo de los socialdemócratas y la Confederación General del Trabajo, que se fusionó en gran medida en sindicatos fascistas, para desarrollar una acción antifascista común con fines indefinidos. Togliatti, Grieco, Secchia, Longo y la mayoría, aunque con diferentes matices, enfatizaron el papel activo de la socialdemocracia en la represión del movimiento obrero en Alemania y, en general, en Europa, sus responsabilidades en el ascenso del fascismo al poder en Italia y su colusión con el gobierno fascista. En línea con la posición formal de la Internacional Comunista sobre el social-fascismo, excluyeron categóricamente, en la fase actual, cualquier forma de colaboración con la socialdemocracia, que tuvo que ser denunciada y atacada para construir la hegemonía comunista en la clase trabajadora, devolviéndola a posiciones revolucionarias y confrontación abierta con el fascismo. El enfrentamiento con Tasca terminará con su expulsión en 1929.
Sin embargo, las diferencias en la concepción estratégica son muy fuertes incluso en la mayoría que sale del 3er Congreso e influirán profundamente en la línea del Partido en los años venideros, durante la Resistencia y después de la Segunda Guerra Mundial.
De manera muy esquemática, podemos decir que Togliatti en esos años ya estaba influenciado por el gradualismo; él propuso como objetivo de la lucha contra el fascismo y la guerra, considerada inevitable, el establecimiento de una Asamblea republicana, apoyada por los consejos de trabajadores, que, una vez que el fascismo fuese derrotado por la insurrección, podría promover reformas democráticas. Más tarde, para encontrar un compromiso, Togliatti dirá que la Asamblea Republicana es solo una forma de eslogan de agitación, una especie de objetivo intermedio, pero el objetivo final sigue siendo el Estado de los trabajadores. Secchia, Longo y la juventud comunista buscaban transformar la inevitable guerra imperialista en un levantamiento antifascista y una guerra civil para el establecimiento del gobierno de los trabajadores y campesinos. Como la guerra imperialista no se transforma por sí misma en una guerra civil revolucionaria, fue necesario fortalecer el partido creando un “centro interno” capaz de operar simultáneamente tanto en “legalidad” como en contacto directo con las masas, infiltrándose en las organizaciones de masas fascistas y en la conspiración subterránea más rigurosa. El enfoque de Togliatti es más “parlamentario” que el de Secchia y Longo, más orientado hacia un contacto directo con las masas trabajadoras. Esta diferencia se mantendrá e influirá fuertemente en el debate posterior dentro del Partido. Sin embargo, estas son dos líneas políticas que, más allá de su validez histórica, son igualmente sinceras y nobles, incluso si están inspiradas en conceptos diferentes. Sería un error ver deshonestidad o fines deshonestos en ellas, a diferencia de las malas y bajas diatribas de los herederos de los protagonistas de aquellos años. La prevalencia posterior en el PCI después de 1943 de la línea de Togliatti, obviamente adaptada a los nuevos desarrollos, explica en parte la actitud política del PCI después de la guerra, hasta su disolución en 1991, hacia los gobiernos burgueses y los partidos burgueses.
2. Los gobiernos de la unidad antifascista (1944-1947)
El debate entre estas dos posiciones se mantuvo vivo durante todo el período de clandestinidad, la participación en la Guerra Civil española y la resistencia armada antifascista, con diferentes matices, de acuerdo con las líneas sucesivas de la Internacional Comunista, desde el frente unido hasta el social, con fascismo, con frentes populares.
Togliatti regresó de Moscú a Italia a fines de 1943, después del arresto de Mussolini, el desembarco angloamericano en Sicilia, el armisticio y la huida del rey y la corte real. Italia está dividida y bajo dos ocupaciones: el norte de Italia está ocupado por nazis y fascistas, el sur de Italia por tropas angloamericanas. Mientras la resistencia armada comenzó en el norte de Italia, bajo el liderazgo del Partido Comunista, los mecanismos del antiguo Estado monárquico-liberal fueron restaurados en el sur de Italia, bajo el gobierno del mariscal Badoglio y los comunistas tienen sus representantes en una especie de parlamento burgués. En el norte de Italia, los comunistas son el principal partido tanto en la lucha armada como en los nuevos cuerpos políticos, nacidos en ella, los comités de liberación nacional. Aquí vemos una diferencia en las posiciones entre los comunistas del norte involucrados en la lucha armada y los comunistas del sur, involucrados de buena fe en el atolladero del parlamentarismo burgués. Los primeros ven en la resistencia armada antifascista no solo un camino para la liberación nacional, sino también un camino para la emancipación social y la transformación revolucionaria anti-capitalista; los segundos conciben la Resistencia exclusivamente en el aspecto de la acción militar para liberar al país y derrotar al nazi-fascismo, preocupados por no dañar el esfuerzo de guerra de la Unión Soviética al romper la unidad antifascista debido a problemas con la forma del estado (¿monarquía o república?) o sistema social (¿capitalismo o socialismo?). A su regreso a Italia, Togliatti propuso esta segunda línea al Partido, que pospuso la lucha por objetivos institucionales y económico-sociales a un tiempo posterior al final de la guerra y la derrota del nazi-fascismo, creando una dicotomía entre la lucha por liberación y lucha revolucionaria por el socialismo, entre el ejército y el momento político. Después de un amargo debate dentro del Partido prevaleció la línea Togliatti, a pesar de la fuerte resistencia de los cuadros de la lucha armada, que la aceptaron por disciplina, ciertamente no por convicción, dada la autoridad indiscutible de Togliatti en el Partido. El 22 de abril de 1944, en Salerno, sobre la base de la renuncia temporal por parte del Partido Comunista de cualquier precondición antimonárquica y anticapitalista hasta la liberación completa del país, se formó el segundo gobierno de Badoglio, con la participación del PCI y Togliatti como Viceprimer Ministro hasta 1945, luego como Ministro de Justicia hasta 1946. Nadie puede decir si esta línea fue realmente sugerida por Stalin, pero es un hecho que dentro del partido y fuera de él, Togliatti fue considerado como el portavoz de Stalin, lo que no se corresponde totalmente con la verdad. Por otro lado, considerando la situación de ocupación militar del país y la necesidad de concentrar todos los esfuerzos en la defensa del único estado socialista del mundo, esta decisión de colaborar con otros partidos burgueses e incluso con la monarquía estaba justificada, incluso si estos partidos burgueses estaban más representados en los cuerpos políticos que en las unidades armadas de los partisanos. La participación del Partido Comunista Italiano en los llamados “gobiernos de unidad antifascistas” duró hasta el 1 de junio de 1947, cuando, por orden de los Estados Unidos, los comunistas fueron excluidos del gobierno. Debido a los temores excesivos de Togliatti de provocar una situación de conflicto, ni siquiera se convocó una hora de huelga; solo hubo unas pocas protestas tímidas en las páginas de L’Unità, el periódico del Partido.
Después del final de la guerra y el referéndum sobre la forma de Estado, monarquía o república, se creó una Asamblea Constituyente con una participación significativa de los líderes del Partido Comunista Italiano que dejaron su huella en el texto de la Constitución italiana, haciéndolo diferente y más progresista socialmente con respecto a las constituciones de otros estados burgueses y al Estado liberal anterior. Sin embargo, la nueva Constitución italiana fue el resultado de laboriosos compromisos parlamentarios, logrados sin recurrir a la presión de las masas populares y siguió siendo la constitución de un Estado burgués, aunque avanzado. Los organismos institucionales alternativos, nacidos directamente de la lucha armada antifascista y de la expresión de un autoirónico norte de Italia, han sido excluidos en nombre del parlamentarismo burgués. Además, era una constitución programática y, como tal, se habría congelado en el futuro por un comportamiento legalmente lícito, pero políticamente opuesto a su implementación.
¿Qué repaso (resumen) se puede sacar de estos eventos? Consideramos seriamente incorrecto tratar de justificar cualquier cosa que toque la línea de Togliatti y la mayoría del grupo de liderazgo de PCI en ese momento y eximirnos de la autocrítica necesaria recurriendo a la categoría conveniente de “traición”. La necesidad de ayudar a la Unión Soviética por cualquier medio posible en su esfuerzo por derrotar militarmente al nazi-fascismo justificó objetivamente el aplazamiento temporal de los objetivos revolucionarios y el compromiso con la monarquía y los partidos burgueses. Creemos que los desarrollos posteriores, desfavorables para la clase obrera y para los comunistas, son el resultado de una evaluación incorrecta por parte de Togliatti de las otras condiciones que ocurrieron y de su interpretación errónea de las enseñanzas de Gramsci sobre la revolución socialista en las condiciones italianas.
Un primer error es la aceptación a priori de los mecanismos y formas de la democracia burguesa. Sin perjuicio por la postergación de la forma de Estado después de la liberación, sin duda habría sido más coherente con el marxismo-leninismo no abrazar tout court la solución de la Asamblea Constituyente elegida por sufragio universal (¡en un país no acostumbrado al ejercicio de los derechos democráticos, en gran parte analfabeto y manipulado por los curas!), sino referirse a esas formas de organización del poder de Estado que se originaron concretamente en la Resistencia.
Un segundo error es la perpetuación de un compromiso que debería haber sido temporal y limitado al período de beligerancia, hasta la aceptación final, después del XX Congreso del PCUS, de la “vía parlamentaria” al socialismo a través de la participación en instituciones burguesas como el único terreno posible de lucha. Creemos que estas desviaciones derivan, en primer lugar, de una interpretación errónea de las enseñanzas de Gramsci y de una concepción gradualista, evolutiva y no dialéctica del proceso revolucionario, que condujo a la incapacidad de comprender que el “Estado democrático nacido de la Resistencia” seguía siendo un Estado burgués. En segundo lugar, la subestimación de la fuerza de un partido que tenía 2.500.000 miembros al final de la guerra, incluidos 500.000 en armas, generó en Togliatti el temor de que los comunistas no pudieran resistir a un enfrentamiento con las fuerzas de ocupación aliadas y con la burguesía. Este temor impidió la lucha por introducir en la Constitución más contenido social favorable a la clase trabajadora y reaccionar al golpe parlamentario que excluyó a los comunistas del gobierno en 1947. En tercer lugar, Togliatti sobreestimó la firmeza y la duración de la unidad antifascista, por un lado, y las oportunidades reales que la democracia burguesa formal deja abierta a la lucha del proletariado, por otro lado. Debido a esos errores, las evaluaciones equivocadas y los temores que se derivan de ellos, no debido a una traición, el Partido Comunista no pudo resolver el dualismo de poder a su favor, creado al final de la Resistencia en la Italia posfascista, a pesar de su gran humanidad y fuerza material.
El período de participación del Partido Comunista italiano en la coalición y en el gobierno de la unidad antifascista terminó con una inesperada derrota que llevaría al Partido a un largo período de oposición, a veces muy duro, con formas insurreccionistas.
3. El período de oposición, de 1947 a 1972
La exclusión de los comunistas del gobierno en 1947 marca el final de la unidad antifascista. Gradualmente, los partisanos fueron excluidos del aparato estatal, la policía y el ejército, mientras que los fascistas fueron reincorporados, amnistiados por una disposición firmada por el mismo Togliatti, nuevamente sobre la base de sus errores de evaluación sobre la naturaleza real del Estado y la duración de la unidad antifascista. A nivel económico y social, el Partido Comunista, a través del sindicato, ha abierto una larga temporada de luchas ofensivas efectivas, que conducirán en seguida, en los años 70, a una mejora significativa en las condiciones de vida de los trabajadores y al reconocimiento legislativo de sus derechos. Sin embargo, a nivel político, el PCI se ha estancado en posiciones de defensa, puramente defensivas de un “Estado nacido de la resistencia” que ya no existía desde 1947. Después del XX Congreso del PCUS y el VIII Congreso del PCI, esta línea de la defensa del Estado burgués, identificado de forma acrítica con el “Estado nacido de la Resistencia” y la afirmación del camino parlamentario al socialismo a través de los mecanismos de la democracia burguesa finalmente se convirtieron en parte del programa político del Partido Comunista Italiano. Una vez más la lucha en una forma defensiva fue determinada por el temor de Togliatti y de la mayoría de los líderes del PCI de que cualquier ofensiva, en esas condiciones, en retrospectiva podemos decir erróneamente, podría haber llevado a una reacción con la cual el Partido no habría sido capaz de lidiar, resultando en su ilegalización.
No se puede decir que esta línea de aplazamiento de la cuestión del poder, de la pasividad hacia la reintegración de los fascistas en el aparato estatal después de la amnistía, fue compartida por todo el cuerpo del partido, especialmente por aquellos que participaron en la lucha armada contra el fascismo. Pensemos en el caso del “Volante Rossa” (grupo de partisanos armados comunistas, nota del traductor), unidades armadas con trabajadores y partisanos que hasta la década de 1950 eliminaron a fascistas y a colaboradores que fueron perdonados o liberados por los tribunales burgueses. Pensemos en los numerosos episodios semi-espontáneos de levantamientos armados, nuevamente para repeler el renacimiento fascista, en Milán en 1947, en Génova y en muchas otras ciudades italianas en 1948 después del intento de asesinar a Togliatti, también en Génova, en Reggio Emilia, en Roma en 1960. En todos estos casos, la dirección central del PCI pidió para renunciar a cualquier desarrollo revolucionario adicional por temor a que el Partido fuera ilegalizado y se produjera una intervención militar directa de los Estados Unidos. Las represiones aún fueron duras y el Partido Comunista, que no admitió públicamente la existencia de su propia estructura militar, se vio obligado a salvar a muchos de los camaradas que formaban parte de ella, lo que los hizo huir a los países socialistas, especialmente a Checoslovaquia, a la Alemania democrática y a la Unión Soviética. Sin embargo, esto no ha cambiado la posición oficial del partido, mintiendo sobre la ilusión de un camino gradual y parlamentario hacia el socialismo y la aceptación de la democracia burguesa formal como el único terreno de lucha.
Para comprender el comienzo de la degeneración del Partido, no podemos dejar de mencionar los cambios en los cuadros, decididos en la 4ª Conferencia de Organización en preparación para el 8º Congreso. Hasta el 30% de los cuadros fueron reemplazados por elementos que se unieron al Partido después del final de la guerra y no experimentaron lucha armada. El proceso de cambiar la composición de clase del Partido se completará en el 13er Congreso, en 1972. En esa ocasión, el voto de las organizaciones territoriales fue ratificado como el único válido para la elección de delegados al Congreso, excluyendo el voto de las organizaciones partidarias de las fábricas. Con los criterios vigentes hasta entonces, los delegados fueron votados tanto en la fábrica como en las organizaciones territoriales, para garantizar la prevalencia de los delegados de los trabajadores, presentes tanto en la fábrica como en el territorio. A partir de ese momento, el componente de los trabajadores se habría diluido en territorios, donde el componente no proletario habría sido la mayoría y esto habría llevado a una prevalencia en el partido de elementos ajenos a la clase trabajadora. Dicho esto debemos enfatizar que, hasta ese momento, el socialismo sigue siendo el objetivo de la acción del Partido y su sustancia conceptual no se pone en duda. Hasta el 13er Congreso no se cuestionaron los conceptos ideológicos fundamentales del marxismo-leninismo; ciertamente fueron mal entendidos y deformados, pero no formalmente negados. Sin embargo, debemos reconocer y criticar:
– Una contradicción en la línea del partido entre el objetivo final (socialismo) y la forma de lograrlo (democracia burguesa, forma parlamentaria), debido a un análisis erróneo de la naturaleza de clase del Estado y un concepto de democracia sin clases;
– Un concepto erróneo de la relación entre el consentimiento y la coerción en la defensa del Estado socialista (véase el apoyo al intento de contrarrevolución de Dubcek en 1968);
– Una fuerte discrepancia entre la intensidad de la lucha por los derechos económicos, sociales y civiles y la de la lucha política por la toma del poder, prácticamente inexistente;
– Una política equivocada de cuadros y de salvaguardar la naturaleza de clase del Partido.
4. Eurocomunismo y apoyo externo a los gobiernos burgueses.
A la muerte de Togliatti en 1964, Luigi Longo, legendario comandante de las Brigadas Internacionales en España y de los grupos comunistas armados durante la Resistencia, fue elegido secretario general del partido. En 1972, en el 13er Congreso, debido a la mala salud de Longo, Enrico Berlinguer fue elegido Secretario General del Partido. Bajo su Secretaría comienza el proceso de abandono progresivo del marxismo-leninismo también desde un punto de vista ideológico. Padre fundador de una de las aberraciones revisionistas más destructivas, el eurocomunismo, Berlinguer sentó las bases para la auto-disolución del Partido Comunista italiano.
Aquí no podemos analizar completamente las desviaciones ideológicas y políticas de las que son responsables Berlinguer y el liderazgo eurocomunista del Partido, desde el rechazo de la teoría de Estado marxista-leninista, desde la deformación del pensamiento de Gramsci, desde la teoría del compromiso histórico, desde la cancelación del Estatuto del Partido de todas las referencias al marxismo-leninismo, la aceptación de la OTAN, la ruptura con los partidos comunistas de la URSS y de la Europa del Este, etc. Solo diremos que Berlinguer y el eurocomunismo desarmaron ideológicamente a la clase obrera y distorsionaron su partido de clase. Para efecto de esta contribución nos gustaría enfatizar la actitud del PCI dirigido por Berlinguer hacia el gobierno y el Estado burgués.
En la década de 1970, Italia sufrió una profunda crisis económica, que reflejó la crisis en el sistema de pagos internacionales debido al cierre unilateral de los acuerdos de Bretton Woods en los EE. UU. y al aumento del [precio del] petróleo y de las materias primas, acentuado en Italia por el uso sin prejuicios (sin escrúpulos, nota del traductor) de la devaluación competitiva (“svalutazione competitiva”) que favoreció a los sectores exportadores. La inflación alcanzó el 22% e incluso la indexación salarial no pudo proteger completamente a los trabajadores del aumento de los precios. En esos años, bajo la secretaría de Berlinguer, el Partido Comunista Italiano adoptó una estrategia claramente reformista, proponiendo un programa de reformas de los diversos sectores de la sociedad y de la economía que, de hecho, no cuestionaba la naturaleza de las relaciones de producción capitalistas. En el nivel teórico, Berlinguer y el equipo de liderazgo del PCI sostuvieron que las reformas “estructurales” introducirían “elementos del socialismo”, permitiendo la superación gradual y “democrática” del capitalismo. Además del carácter no científico de esta teoría de la transición al socialismo, los eurocomunistas han distorsionado el concepto mismo del socialismo como objetivo final. La dictadura proletaria, como una forma del Estado socialista, fue rechazada, mientras que la democracia y las libertades formales de la sociedad burguesa se universalizaron de una manera antihistórica y sin clases. También se negó la socialización de los medios de producción, asegurando que la propiedad aún se salvaguardaría, en una sociedad en la que el Estado se habría limitado a nacionalizar empresas en crisis o, a lo máximo, grandes empresas estratégicas. Era un partido que ya había abandonado el marxismo-leninismo para convertirse en “secular” e ideológicamente ecléctico. Un partido con enormes recursos económicos, compuesto por edificios y empresas que operaban en una lógica de mercado pura. Un partido que, después del éxito de las elecciones locales de 1975 y de las elecciones parlamentarias de 1976, estaba en el gobierno de muchas regiones, provincias y municipios, con una fuerte representación en ambas cámaras del parlamento. Un partido, por lo tanto, bien insertado en las instituciones y en el Estado burgués, con la voluntad de permanecer allí, haciendo más mejoras en algunos aspectos del sistema, pero no cambios radicales. El electorado del partido, tradicionalmente compuesto por trabajadores y estratos populares, comenzó a estar compuesto también por elementos de la burguesía de “izquierda” que, dentro del grupo dirigente del partido, ya tenían un mayor peso que los elementos proletarios. Sin embargo, a pesar de ser el segundo partido en Italia por su fuerza electoral y a pesar de tener una base sólida en las masas trabajadoras, el Partido Comunista estaba formalmente en la oposición, debido a la persistencia de un prejuicio anticomunista, apoyado internacionalmente por los Estados Unidos. Para demostrar su confiabilidad a la burguesía, el PCI continuó bajando por el sumidero de la renuncia a los principios y de la garantía de la “gobernabilidad”, que es una oposición cada vez más débil, caracterizada, entre otras cosas, por una moderación de las demandas sindicales. En 1977, la llamada “línea EUR” fue aprobada por el Congreso de la Confederación General del Trabajo (CGIL, nota del traductor), transformando a esta última de un sindicato conflictivo en un sindicato de concertación: desde ese momento ya no habría más lucha, sino negociación y diálogo con los empleadores.
Esta línea de concesiones y de demostración de lealtad a la burguesía y a su Estado convenció a una parte de la burguesía, representada políticamente por el secretario del Partido Demócrata Cristiano, Aldo Moro, para hipotetizar la participación de los comunistas en el gobierno del país, asegurando así la aquiescencia de las masas populares y de los sindicatos frente a las medidas de austeridad adoptadas para enfrentar la crisis. No es necesario decir que el PCI de Berlinguer se convirtió en un partidario de la política de austeridad, pidiendo a los trabajadores nuevos sacrificios para hacer frente a la crisis. Los sacrificios para el pueblo, enmascarados por una elaboración que afirma “la austeridad, como un nuevo modelo de desarrollo y consumo”, se ha convertido en una de las piedras angulares de la línea política del PCI y una de las principales herramientas para aumentar la explotación y hacer que los trabajadores paguen la crisis capitalista.
Una galaxia de grupos de izquierda extraparlamentarios, que ya no se reconocían en la deriva reformista del PCI, comenzó a formarse a su izquierda desde 1963. En 1970 se fundaron las “Brigadas Rojas”, un grupo que se inspiró abiertamente en la lucha armada en condiciones históricas que la excluyeron objetivamente. Compuestas por elementos de desertores de PCI e intelectuales de formación social católica, las Brigadas Rojas, aunque habían recibido simpatías limitadas en la clase trabajadora al principio, nunca tuvieron un amplio apoyo de los trabajadores. La preferencia dada al aspecto militar de la lucha, descuidando el trabajo político de masas, hizo que perdieran todos los lazos con la clase trabajadora, aislándolas y asegurándose de que fueran fácilmente infiltradas por provocadores y agentes de inteligencia, no solo italianos. Por ejemplo, los contactos del segundo comité directivo estratégico (“secondo comitato direttivo estrategico”) de las Brigadas Rojas con la Mossad israelí están probados. La escalada de las acciones terroristas de las Brigadas Rojas alcanzó su apogeo con el secuestro y asesinato de Aldo Moro, el Secretario Político de los demócratas cristianos, un partidario de la participación de PCI en el gobierno del país. Frente a una crisis que afecta severamente a la clase trabajadora, en lugar de involucrarse en una batalla revolucionaria, aprovechando el cambio en la relación de las fuerzas internacionales después de la “Revolución de los Claveles” en Portugal, las victorias de los movimientos de liberación en Vietnam, Laos, Camboya, Angola y Mozambique, y en la relación interna de las fuerzas, después del éxito electoral en 1975 y 1976, el Partido Comunista Italiano cayó en la trampa del uso instrumental del terrorismo por parte de la burguesía y concentró toda su fuerza y su influencia en la defensa acrítica del Estado burgués, resumidas por el lema “con el Estado, contra las Brigadas Rojas”, mientras que el Estado burgués utilizó el terrorismo para exacerbar la represión del conflicto de clases. La condena del terrorismo como un método ajeno a la clase trabajadora y contrario a las enseñanzas de Lenin fue sin duda un deber, pero el apoyo a un Estado que era la expresión y garantía de la opresión de clase fue sin duda un grave error, del cual el PCI no se recuperaría más. En 1976, el PCI se abstuvo de votar en contra del gobierno, asegurando su supervivencia hasta 1978, cuando, tras el asesinato de Aldo Moro por las Brigadas Rojas, otorgó su voto de confianza al llamado gobierno de solidaridad nacional, dotándolo de apoyo hasta 1979. El posterior replanteamiento del PCI, con la adopción de la táctica de “alternativa de izquierda”, no detendrá el lento declive electoral del partido y la disminución de sus miembros hasta la muerte de Berlinguer en 1984, justo antes de que las elecciones europeas. En esta ocasión, con la ola emocional provocada por la muerte de Berlinguer, el Partido Comunista italiano, sin alcanzar el pico histórico de 1976, venció a los demócratas cristianos por primera vez, convirtiéndose en el primer partido italiano. Este éxito, debido a causas emocionales y no a razones políticas, fue de corta duración y no restableció la confianza política de las masas trabajadoras en el partido. Así comenzó el proceso de disolución de lo que había sido el partido comunista más fuerte del mundo capitalista y que, a estas alturas, se estaba alejando tanto de la perspectiva misma del socialismo que ni siquiera podía definirse como un partido socialdemócrata. Cerrando sin gloria una página gloriosa en la historia italiana, el PCI se disolvió en 1991 y algunos de sus miembros fundaron el Partido Demócratas de Izquierda, mientras que una minoría fundó el Partido de la Refundación Comunista.
5. Colaboración con partidos y gobiernos burgueses después de la disolución del PCI (1991 – 2008)
El noble intento de mantener vivo el proyecto comunista en Italia después de la auto-disolución del PCI surge y se desarrolla con un defecto subyacente: la intención de revivir la experiencia del PCI sin la autocrítica necesaria de su historia, en una línea de continuidad que, en efecto, tenía como referencia un partido que había dejado de ser un partido comunista. Sin ningún análisis crítico de la experiencia del PCI, el Partido de la Refundación Comunista se fundó de una manera ideológicamente ecléctica, simplemente reuniendo a aquellos que de alguna manera se refirieron a esa denominación, incluidos elementos trotskistas totalmente ajenos al movimiento obrero. Sin la necesaria autocrítica de las experiencias pasadas, sin una base ideológica marxista-leninista sólida y un programa político serio, era obvio que el nuevo partido habría caído en la trampa del parlamentarismo y la colaboración con los gobiernos burgueses, a pesar de su fraseología radical.
El final de la segunda república, que tuvo lugar en los tribunales por corrupción y violación de la ley de financiación pública de los partidos, también significó el final de los partidos tradicionales que habían sido protagonistas de la historia italiana. Los demócratas cristianos, que gobernaron el país durante más de 45 años, fueron destrozados y sus piezas se dispersaron en nuevas formaciones políticas a la derecha y a la izquierda; El Partido Socialista Italiano, abrumado por los escándalos, prácticamente ha desaparecido como partido de la arena política. En esta situación, Silvio Berlusconi, un emprendedor visceralmente anticomunista, vinculado a los exponentes más comprometidos del Partido Socialista, entró en la política. Su elección fue dictada principalmente por la necesidad de protegerse contra las investigaciones judiciales en su contra y favorecer a las empresas de su grupo. Sin embargo, su decisión asustó a los políticos profesionales, no tanto por la posibilidad de un giro a la derecha en el país, sino por razones de competencia y miedo a perder peso parlamentario.
En 1994, el Partido de la Refundación Comunista se convirtió en parte de la coalición electoral de centroizquierda, llamada “Progresistas” (“Progressisti”), abandonando, por la primera de una serie desastrosa de veces, el nombre y los símbolos del partido en nombre de la unidad de la izquierda. El programa electoral de la coalición reflejó su heterogeneidad y el peso de las posiciones del PRC era casi inexistente. El verdadero cemento que mantuvo unida a la coalición fue su propósito anti-Berlusconi. Esta “máquina de guerra alegre”, como la llamó Achille Occhetto, uno de los liquidadores del PCI, obviamente ha perdido las elecciones, aplastada por la coalición de centro-derecha dirigida por Berlusconi.
Para las elecciones generales de 1996, el Partido de la Refundación Comunista se encontró solo, después de haber firmado un acuerdo con la coalición de centro izquierda para la división de los colegios electorales. La coalición de centroizquierda ganó las elecciones y Romano Prodi formó el nuevo gobierno con el apoyo externo del PRC. Una vez más, se utilizó la política de dos etapas: sacrificio inmediato para que los trabajadores cumplan con los requisitos para ingresar a la zona del euro a cambio de promesas que seguirán siendo letra muerta (“lettera morta”). En 1998 el PRC, con gran retraso, retiró su apoyo externo, lo que provocó la caída del gobierno. En desacuerdo con esta decisión, una brigada de miembros del parlamento, dirigida por Armando Cossutta y Oliviero Diliberto, se separó del PRC y fundó el Partido de los Comunistas Italianos (“Partito dei comunisti italiani”). La razón de esta división ciertamente no fue la idea de afirmar finalmente el proyecto comunista, sino el deseo de mantener vivo al gobierno de centro izquierda y, sobre todo, salvaguardar sus posiciones bien pagadas en las instituciones burguesas de todos los niveles. En los años siguientes, el Partido de los Comunistas Italianos (PdCI, nota del traductor) participará en todas las coaliciones y todos los gobiernos de centro izquierda con al menos dos ministros hasta las elecciones de 2008, siendo cómplice de la guerra criminal contra Yugoslavia y la mayoría de las odiosas medidas legislativas contra los trabajadores, como dos contrarreformas de pensiones, el robo del paquete de compensación (“pacchetto di indennità”) otorgado a empleadores y compañías de seguros, la restricción de los derechos de los trabajadores, los crecientes sacrificios económicos impuestos a los trabajadores en el nombre de la Europa y del euro, etc. El Partido de la Refundación Comunista, que permaneció en oposición hasta 2006 y había adoptado una posición contra la guerra en Yugoslavia, aunque desde el punto de vista del pacifismo sin clases, no dudó en participar en el segundo Gobierno de Prodi con las mismas fuerzas políticas que habían llevado a cabo la guerra y la matanza social contra la clase obrera italiana. Para las elecciones de 2008, ambos partidos participaron en una coalición de “izquierda radical”, llamada “Arcoiris”, junto con la Federación Verde que, a pesar de ser una pequeña minoría, logró vetar el uso de símbolos comunistas. La participación en los gobiernos burgueses y la complicidad en la adopción de medidas antipopulares para apoyar el gran capital, la falta de un programa serio a favor de la clase trabajadora y los estratos populares fueron duramente castigados por los votantes: la coalición “Arcoiris” ni siquiera eligió a un miembro del parlamento. Por primera vez en la historia de Italia, los comunistas no tenían representación parlamentaria. Con las elecciones de 2008, termina la historia de la participación de los dos autoproclamados partidos comunistas en los gobiernos nacionales burgueses. A pesar de la autocrítica formal, los cambios de denominación y liderazgo, sin embargo, la colaboración con los partidos burgueses, imposible a nivel central debido a la eliminación de su representación parlamentaria, continúa a nivel local, así como la aceptación de participar en las elecciones con nombres y símbolos comunistas disfrazados con nombres de coalición genéricos y no característicos.
Nuestro Partido, el Partido Comunista (Italia), nacido en 2009 basado en una crítica marxista-leninista y en la autocrítica de la historia del PCI y los siguientes intentos de mantener vivo un proyecto comunista en Italia, se enorgullece de haber regresado a los trabajadores. Por primera vez en 17 años, ellos tienen la posibilidad de votar por su partido, el Partido Comunista, con sus símbolos históricos, la bandera roja con la hoz, el martillo y la estrella, la bandera que iremos izar sin compromiso, sin miedo o concesiones.
6. Conclusión
La posición de nuestro partido con respecto a la actitud a adoptar hacia las instituciones burguesas, los gobiernos y los partidos es clara y articulada. Creemos que la tarea principal del Partido consiste en el desarrollo de la lucha de clases a todos los niveles y en la creación de un bloque social revolucionario de la clase trabajadora con todas las capas de la población potencialmente aliadas, capaces de derrocar la dominación del capital y de la burguesía. Para hacer esto, la participación en las elecciones y, si tiene éxito, en el parlamento y en otros órganos electos, es una forma de lucha que debemos practicar, pero no es la única. Los principales campos en los que debemos conducir la batalla de clases siguen siendo los lugares de trabajo, los lugares de estudio y las plazas, es decir, los lugares en los que surgen, se desarrollan y aparecen las contradicciones de clase. El estilo de trabajo de los comunistas elegidos en los órganos representativos del Estado burgués debe ser coherente con el objetivo de derrocar el poder de la burguesía y del capital. Como Lenin enseñó, deben actuar como “agitadores en el campo del enemigo”, trabajando dentro de la institución, pero en contra de ella.
La historia ha demostrado que la participación comunista en los gobiernos burgueses no ha cambiado la naturaleza de clase de esos gobiernos y sus políticas y no ha favorecido a los trabajadores. Por el contrario, la naturaleza de clase de esos partidos ha cambiado en un sentido degenerativo, haciéndolos cómplices de las políticas antipopulares y rompiendo sus lazos con los trabajadores hasta que desaparecieron de la arena política. Por lo tanto, excluimos cualquier participación en los organismos ejecutivos de gestión estatal burguesa, desde el gobierno nacional hasta los gobiernos locales.
La construcción de un bloque social revolucionario bajo el liderazgo de la clase trabajadora implica el desarrollo de sus alianzas sociales con capas de población no proletaria, aún oprimidas por el capital. Debemos poder demostrar la comunidad de sus intereses con los de la clase trabajadora y su universalidad como la clase que, liberándose, libera a toda la sociedad. Sin embargo, esto no implica el desarrollo de alianzas políticas con los partidos burgueses, ni siquiera si son partidos que, directa o indirectamente, son la expresión política de los estratos de esas masas que queremos transformar en aliados de la clase trabajadora. Por lo tanto, excluimos cualquier forma de acuerdo de coalición con fines electorales, en el que las matemáticas prevalecen sobre la política. También en este caso, la experiencia histórica de los últimos 25 años muestra que estas coaliciones obligan al partido a programas mediados y fallidos, totalmente desprovistos de contenido de clase. Esto no es sectarismo, pero el deber de preservar la autonomía del Partido debe continuar de manera coherente con su programa de transformación revolucionaria de la sociedad hacia el socialismo-comunismo.
(*) Fuentes:
– http://www.lariscossa.com/2019/09/05/fallimento-strategia-collaborazione-governi-borghesi-la-seconda-guerra-mondiale/
– https://peloantimperialismo.wordpress.com/2019/12/09/el-fracaso-de-la-estrategia-de-colaboracion-con-los-gobiernos-burgueses-despues-de-la-segunda-guerra-mundial/?fbclid=IwAR3lx0idiuvJSOjAwyhfwiOiZe1POv0ImEOePChjX7ZgvL6BNVtz_tofYuY
Agradecemos de antemano al camarada que solidariamente ha facilitado la traducción al español.