La metodología de Engels en el análisis del Estado y con motivo de “la lucha por la democracia en México” (1970-2020)
Imagen. Archivo personal de Joel Ortega
La metodología de Engels en el análisis del Estado y con motivo de “la lucha por la democracia en México” (1970-2020)**
Por Alfredo Valles,
miembro del BP del CC del PCM
En el libro El origen de la familia, la propiedad privada y El Estado, Friedrich Engels aborda la disolución y destrucción de la gens, y sus subsecuentes desarrollos en tribus, fatrias y/ o confederaciones, mediante sus vínculos, coexistencia y antagonismo con el desenvolvimiento histórico de la familia, la propiedad privada y el Estado. Engels activa la voz de Marx al respecto de su estudio de la antigüedad y bajo el esquema de su habitual colaboración desgranan el conflicto que subyace en toda esta ecuación.
La gens aparece como una forma de organización social, una especie de Poder, fundado y asociado indisolublemente a una determinada base económica y a la existencia de hombres y mujeres libres, en el sentido de que no se encuentran supeditados a una autoridad individual, social, económica y política que les resulte formalmente ajena o se manifieste frente a ellos de manera despótica, hostil, autoritaria o coercitiva.
En este análisis, siempre en diálogo y controversia con previas elaboraciones por parte de otros investigadores sociales, ninguna forma o elemento social es presentado como algo inerte, estático, fijo u abstracto. Sino que siempre puede apreciarse el curso que cada uno sigue, el transcurrir constante en mutua interdependencia y las fuerzas internas que alberga cada uno, las cuales en su enfrentamiento determinarán su lozanía y decrepitud, su fallecimiento, transformación o permanencia de nuevo tipo.
La gens se asocia a una primitiva organización fundamentada en el pueblo y a una determinada versión de bienestar para el mismo. Se caracteriza por su agrupación cooperativa, el liderazgo de la mujer y su igualdad respecto al hombre, el escaso desarrollo de las fuerzas productivas, el intercambio común y mediado por la colectividad, por conformarse como pueblo armado, por una determinada constitución social, así como por el dominio del productor sobre la producción y el producto.
A lo largo del texto, un clásico del marxismo, se puede constatar como la familia individual, la propiedad privada, con sus previas y germinales protuberancias, y el Estado son completamente incompatibles con la propiedad común, la cooperación armónica entre los miembros de la sociedad, la asistencia y la solidaridad, y el más elemental y primitivo grado de democracia que contemple a la generalidad de los integrantes de una sociedad.
Por su parte, el Estado no puede desprenderse de sus vínculos con un tipo social de familia enfrentada permanentemente a sus pares, con la posesión individual y privada de los medios de producción, con la existencia de destacamentos armados especiales, cuya existencia demuestra una excepcionalidad, con el surgimiento de una división social del trabajo cada vez más compleja e intrincada, el advenimiento creciente de la producción mercantil y su dominio sobre el pueblo.
Engels plantea: “el régimen gentilicio se acabó el día en que la sociedad salió de los límites dentro de los cuales era suficiente esa constitución. Este régimen quedó destruido y el Estado ocupó su lugar.” Acerca del curso de la disolución de la gens Engels y Marx establecen que las condiciones económicas generales minaban la gens y la hicieron desaparecer con la entrada en escena de la civilización.
Engels y Marx sostienen que “esta sencilla organización responde por completo a las condiciones sociales que la han engendrado.” Y que la grandeza de la gens, a la par que su limitación, estriba en que en ella no tiene cabida ni la dominación ni la servidumbre. Dado que en su interior, “no existe aún diferencia entre derechos y deberes (…) Tampoco puede haber allí una división de la tribu o de la gens en clases distintas.”
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Hoy, en el marco de la celebración del bicentenario del natalicio de Friedrich Engels y de un siglo de la actividad de las y los comunistas en México, resulta pertinente que, a la luz de la metodología marxista en el análisis de la sociedad de clases, la civilización, y del Estado en particular, pongamos a debate la estrategia fundamental que triunfo entre los comunistas hace cinco décadas: la denominada lucha por la democracia. Y a consideración de los hechos demos cabida al más pleno ejercicio autocrítico.
La llamada lucha por la democracia, la puja por las libertades políticas y la revolución democrática, era el runrún del quehacer partidario de los comunistas durante varias décadas. El XX Congreso del PCUS, con su sutil abandono de los contenidos políticos y económicos asociados a la vigencia y desarrollo de la Dictadura del Proletariado, le dio carta de naturalización. El huevo de la serpiente devino entonces en múltiples soluciones. Una de ellas, de mayor peligro, el eurocomunismo.
La lucha de por la democracia, que se afianza en el Partido Comunista Mexicano entre 1970 y 1981, descansaba en aspectos materiales e ideológicos que resultaron determinantes: la ambigüedad y desdibujamiento del objetivo socialista-comunista; el declive de la presencia proletaria en el Partido y la afirmación de otras clases a su interior, con sus propias alternativas, específicamente la pequeña burguesía; así como el monopolio de las decisiones políticas en detrimento de la mayoría partidaria.
Afianzado el eurocomunismo, con una base material que le servía de amplio respaldo y fuente de incubación, se afirmaron también determinados análisis. Aquellos que consideraban favorablemente a una fantasmagoría denominada burguesía nacional –apreciada de manera estática– y que ponían por delante la transformación de la superestructura, es decir la política y la cultura, mientras se empoderaban los grupos sobre el Partido. Así, el desenlace fue la disolución de éste en 1981.
El triunfo del largo y dramático periplo por la democracia, consumado con todas sus letras con el triunfo del nuevo guardián de los monopolios, Andrés Manuel López Obrador, cierra todo un periodo histórico. Las tribus partidarias, tan criticadas en el medio ambiente del sistema institucional de partidos, tanto en el PRD y ahora en Morena, aunque en este último caso con notoria prudencia, son en parte la evolución de las formas organizativas eurocomunistas. Formas en las que los trabajadores eran confinados al papel de base a domesticar, observadores testimoniales, clientela y votantes.
La larga marcha por la democracia, entre 1970 y 2020, vio surgir una espesa capa de políticos profesionales empecinados en una lucha que, determinada inicialmente por la inmadurez política del proletariado, devino de ser un medio a transformarse en un fin ortodoxamente incuestionable; hasta convertirse en un señuelo, en una expresión pura de pragmatismo. La demagogia que hoy campea a sus anchas en todos los ámbitos es su más evidente y acabada representación.
La lucha por la democracia, sin poner de por medio la transformación radical de la base económica y la lucha por el socialismo-comunismo, devino también en la creación de una renovada franja de políticos profesionales a sueldo, dispuestos al mejor postor entre la denominada burguesía nacional –esa burguesía que no es más que el cascarón de los modernos y potentes monopolios– y quienes entonces inauguraron un amplio desfile intrapartidario y un exuberante transfuguismo.
Los paladines democráticos se reservaron la autoridad de legitimar el sello de las reformas democráticas a implementar y la elección de a qué clase servirían. Por otra parte, los trabajadores fueron expulsados en mayor grado de la política; se les restringió, en la lucha de clases, a respaldar tal o cual abanderado democrático, siempre y cuando fuese en los marcos del mayor apego a la legalidad. En los cincuenta años de “Revolución Democrática”, el pueblo vio liquidadas sus expresiones partidarias legales, sustituidas con variantes afines a los monopolios y los matices relativos a sus pugnas internas.
Los cincuenta años que median entre la disolución del Partido Comunista Mexicano y el verdadero triunfo de la democracia en 2018, son al mismo tiempo escenario de convulsiones y sucesivas revoluciones políticas, pero sobre todo de una silenciosa y profunda revolución económica que ha entronizado al capital financiero, a los monopolios y a diversas personalidades correspondientes a la burguesía. Entronizado el interés económico del capital, se entronizó su Dictadura.
¿Qué revoluciones económicas ocurren en el periodo de la lucha por la democracia? La destrucción de la propiedad comunal o ejidal; el desmembramiento de las comunidades populares al calor de las novedades comerciales y la vida moderna; la absoluta libertad de comercio (TLC-TMEC); las olas de privatizaciones; el endeudamiento ilimitado y la transferencia multimillonaria de recursos a la burguesía; así como el uso de la ciencia y la tecnología para excluir y precarizar al proletariado.
Las revoluciones políticas dan rostro a las verdaderas conclusiones de la lucha por la democracia: la censura moral de los sindicatos corporativos y la bandera de la democracia sindical ha eliminado los últimos resquicios por los que se filtraba con esfuerzo la lucha obrera, para dar paso a su evolución natural: los sindicatos conspirativos de protección y la libertad sindical que desune al proletariado. Es decir: la renovación del sindicalismo corporativo, su depuración a modo de la patronal.
El más ensordecedor pacifismo ha servido de cobertura, como las mismas transformaciones democráticas, al fortalecimiento político y económico de la burguesía. Modernas mesnadas pululan por doquier en honor de propietarios agrícolas, industriales, mineros, etc. Y ello complementado con la profundización del monopolio de la violencia, con la actualización de los cuerpos armados especiales. Entre lo que destaca la clonación del ejército como fuerza policial regular, servidor público y propietario privado.
Las revoluciones políticas tienen además dos manifestaciones a destacar: la creación de mecanismos particulares, dentro del Estado, para que la burguesía dirima, dirija y constriña a todas las expresiones partidarias legales en función de sus objetivos particulares y generales: el INE, la Suprema Corte, etc. Y, por último, la elección de la alternativa socialdemócrata en 2018 ha cooptado, doblegado y minado organizaciones del pueblo para dejar claro que la única organización legítima es El Estado, es decir con y en beneficio de la burguesía.
Así, es paradójico pero plausible que la lucha por la democracia aparezca concluida como el triunfo de la más absoluta democracia burguesa y la república democrática burguesa. La unanimidad ideológica se divulga a través del eclecticismo y la noción de igualdad ciudadana. Y con esa otra cobertura, el triunfo democrático, acompañado de la más extensa demagogia, significa militarismo, opresión del pueblo, negación de las libertades democráticas y un aceitado Poder de los Monopolios.
Escribía Engels en El origen de la propiedad, la familia y el Estado que: “el príncipe más poderoso, el más grande hombre público o guerrero de la civilización, puede envidiar al más modesto jefe gentil el respeto espontáneo y universal que se le profesaba.” La historia se repite dos veces. El actual representante del Estado en México, apoyado en ingentes recursos para la publicidad, no puede distanciarse o sobreponerse a sus antecesores ni siquiera en este último aspecto.
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El triunfo de la llamada Revolución Democrática, cuyo vehículo primario ha sido desechado al cumplirse su evolución aún más conservadora, el triunfo de la denominada lucha por la democracia o transición por la democracia, no ha podido trastocar en lo más mínimo el carácter del Estado moderno en México, que conserva renovadas y depuradas las prerrogativas y principales características que Engels y Marx le reconocían en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado:
1) agrupa a sus “súbditos” de acuerdo a divisiones territoriales; 2).- establece y diversifica la institución de una fuerza pública que ya no es el pueblo armado, que resulta antagónica a la organización armada espontánea de la población; 3).- impone contribuciones económicas por parte de los ciudadanos; 4).- sus funcionarios aparecen situados por encima de la sociedad, son vehículos de un Poder “que se hace extraño a la sociedad” y que no tienen más opción que hacerse respetar por medio de leyes de excepción; 5).- es por regla, Estado de la clase económicamente dominante, la cual por su conducto adquiere nuevos medios para reprimir, avasallar y explotar a la clase oprimida; 6).- instrumento del que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado; 7).- si bien, bajo la forma de república democrática, formalmente no reconoce las diferencias de fortuna, en realidad a través del Estado la riqueza ejerce su poder indirectamente y de un modo más seguro.
Escribe Engels que la república democrática –la dinámica forma del Estado moderno– no es imprescindible para la unión fraterna entre la Bolsa y el Gobierno. Pone de prueba al que en su época se presentaba como el nuevo Imperio alemán. Agregaba: “donde no puede decirse a quién ha elevado más arriba el sufragio universal, si a Bismarck o a Bleichröder.” El triunfo de la democracia en México, tras cincuenta años, replica la fábula: ¿el sufragio universal en 2018 elevó más a Ricardo Salinas o a AMLO?
La civilización, en su forma de triunfo socialdemócrata, Poder de los monopolios y Estado “democrático” en México, ratifican lo establecido por Marx y Engels: cada progreso de la producción es un retroceso de la situación de la clase oprimida; cada beneficio para unos “ciudadanos”, resultan en perjuicio para otros, para la mayoría de ellos; da casi todos los derechos a una clase y casi todos los deberes a la otra, etc.
Hasta cubrirse con el engaño de moda: “la explotación de la clase oprimida es ejercida por la clase explotadora exclusiva y únicamente en beneficio de la clase explotada.” A los rebeldes, a los insumisos, a los comunistas, opuestos a esta noción, se les sigue acusando por ello de inconscientes y reaccionarios. Solo que ahora, con el triunfo democrático, la corrupción y la decadencia incorporan al ejercicio maquillado de la dominación a diversos sectores del pueblo, que en buena medida han sido educados por décadas en que el equívoco es forzosamente un acierto.
Cerca de cincuenta años transcurren desde la disolución del Partido Comunista Mexicano. En este lapso una amplia franja de comunistas y revolucionarios de antaño se han logrado establecer como funcionarios de Estado. Sea como secretarios, subsecretarios, diputados, senadores, etc. En ese periodo, las condiciones del proletariado no se han transformado positivamente, ni en lo económico ni en lo político. Y ello agravado con la histórica destrucción de su antiguo Partido y el envilecimiento de sus organizaciones.
Es tiempo de repensar la estrategia comunista, no en el sentido de la laxitud o las soluciones derivadas de la presión intelectual, política y económica de la burguesía, sino en función de avanzar hacia una estrategia unificada de los comunistas tanto en el plano nacional como en el ámbito internacional. Para verdaderamente estar en condiciones de alcanzar ya no la democracia en abstracto, que siempre será dominación burguesa concreta, sino la emancipación radical de la clase trabajadora y el pueblo.
Cincuenta años comprueban que aquellas reivindicaciones democráticas, las que históricamente se ligaban al modo de producción capitalista, sólo pueden alcanzarse a plenitud, fuera de todo ejercicio de desfiguración capitalista, con el socialismo-comunismo. En ese proceso, la organización y educación política constante de la clase obrera, para su afirmación rupturista en todos los ámbitos de la sociedad actual, es una tarea fundamental. Es la negación de la negación que requiere la vida contemporánea.