El capitalismo, la familia y el entretenimiento
Por: Carlos Suárez
En el arte encontramos plasmadas, tanto de forma premeditada como espontánea, las concepciones que una y otra clase tienen sobre las más diversas cuestiones. El concepto de familia es uno de esos tantísimos temas susceptibles de ser analizados desde una perspectiva clasista a partir de algo tan simple como prender la televisión o ver una película en línea. En la actualidad, tanto la televisión abierta, como el cine y los servicios de streaming al estilo de Netflix nos ofrecen abundantes datos en bruto para el estudio de esta cuestión.
En los debates acerca de las producciones mexicanas, suele ponerse en duda su calidad cinematográfica— o por lo menos, de aquellas expresiones de carácter más comercial. Por otro lado, desde las ciencias sociales, existen hoy en día análisis sobre el machismo y el racismo expresado en todo tipo de producciones. Sin embargo, poco se dice sobre el carácter de clase (en términos marxistas-leninistas) que tienen estas películas y series. Carácter que permite entender lo que vemos en pantalla, incluidas formas de familia y valores familiares.
Las producciones televisivas y cinematográficas mexicanas nos dan sendos materiales para identificar las ideas que la burguesía y sus distintas capas tienen en torno a la familia. Como no podría ser de otra forma, las familias que mayoritariamente aparecen en las producciones mexicanas son familias de burgueses o de pequeños burgueses.
A nadie que haya visto esas películas y series les resulta extraño el típico argumento narrativo de los hijos que heredan una fortuna y/o un negocio que deben preservar por honor a la familia, pese a que carecen inicialmente de las habilidades para lograrlo. Un ejemplo clarísimo se muestra en Nosotros los nobles (2013), en la cual un burgués decide enseñar a sus hijos una lección acerca del “trabajo duro”, fingiendo bancarrota y haciendo que sus hijos trabajen como proletarios promedio. Durante el proceso, el burgués se da cuenta de que sus hijos habían crecido sin él, pues estaba demasiado ocupado amasando fortunas. Al final, todos los miembros de la familia Noble aprenden valiosas lecciones sobre la unión familiar y el emprendimiento, y viven felices con nuevos negocios que han abierto los hijos para continuar el legado familiar.
En La casa de las flores (2018), popular serie transmitida por Netflix, vemos las aventuras y desventuras de una familia de burgueses. Somos testigos de sus múltiples conflictos familiares, amorosos y de propiedad. El argumento inicia cuando la amante del patriarca de la familia De la Mora es encontrada muerta. A raíz de ello, cambia la florida vida de esta familia, y sus negocios y fortunas comienzan a tambalearse sobre un suelo hecho a base de mentiras. Aquí también sobresalen los valores de unión familiares en las familias burguesas, pese a los engaños y la hipocresía de sus miembros. Como moraleja podríamos decir que, similar al título de una vieja telenovela: los burgueses también lloran… en un mar de billetes, pero también lloran.
Como último ejemplo podemos mencionar la especialmente desastrosa película de Cásese quien pueda (2014). Esta historia nos muestra los conflictos amorosos de dos hermanas. Si bien no nos resulta posible determinar la extracción clasista de estas hermanas, sí podemos percibir las de sus parejas. Ana Paula se separa de un ricachón, y Daniela se hace novia de su mejor amigo, quien es miembro de una familia burguesa. La historia de Daniela y Gustavo transcurre en la mansión de la familia de este último. Durante la estancia de Daniela y Gustavo en la mansión somos testigos de la armoniosa y bella relación familiar que existe entre sus miembros, quienes comen grandes banquetes, juegan al béisbol y forman un conjunto musical.
Ya sea presentando ideas más o menos conservadoras o más o menos progresistas, lo que tienen en común estas películas y series es que muestran los modelos y valores familiares de una determinada clase, que en este caso es la burguesía. Pudiera parecer muy obvio esto, pero si no lo hacemos notar, podemos hacer pasar lo particular por lo general, pensando que esas familias burguesas son un ejemplo de la familia en general. Una vez hecha esa operación, teniendo un concepto “general” de familia que resultara ser el de la familia burguesa, tenderíamos a usar este concepto como vara de medición para toda clase de familias: tanto mejor será una familia cuanto más se aproxime a este modelo “general” y tanto peor será cuanto más se aleje de él. Siendo esto así, sería muy fácil voltear a ver a las familias de la clase trabajadora y verlas como nidos de putrefacción y de degenere, sin considerar las condiciones materiales en que viven sus miembros.
Mientras las familias burguesas pueden disfrutar de jugar al béisbol en grandes mansiones y mientras aprenden valores jugando a ser parte del proletariado, las familias proletarias carecen por completo de vida familiar. Madre y padre proletarios trabajando fuera de casa 14 horas al día, hijos creciendo en la calle a merced de toda clase de violencias, y el sustento diario siendo la principal preocupación familiar, frecuentemente fuente de angustias y de episodios de violencia. Nada tienen en común las familias trabajadoras con las familias burguesas, y, sin embargo, por quienes tendemos a desarrollar simpatía y con quienes pese a las insalvables diferencias nos llegamos a identificar, son estas últimas. No hay ninguna duda sobre el servicio que prestan los medios de comunicación para difundir la ideología burguesa y volverla asimilable para quien a ella queda expuesta. Si tan idílicas y felices familias pueden existir es gracias a la apropiación del trabajo ajeno en la que basan su modo de vida. Pero la burguesía sabe emplear los medios de comunicación, que son propiedad suya, para disfrazar ese hecho. Por otro lado, las pocas veces que aparece el proletariado en el cine o la televisión es tan solo para que la burguesía se mofe de él o para que se le vea con lástima y sea sujeto de oportunista caridad.
De los medios burgueses no podemos esperar que reflejen las condiciones de vida de nuestra clase. Ni les interesa ni les conviene. Para eso estamos nosotros, corresponsales y artistas de la clase trabajadora. Pero si podemos identificar la ideología burguesa a la que estamos expuestos, menos propensos estaremos a dejarnos influenciar por los intereses de quienes nos explotan. Por lo pronto podemos valernos de las calles, de los muros, del papel y la tinta, así como de medios digitales, para plasmar y difundir los intereses y las condiciones de vida del proletariado. Una vez que el radio, el cine y la televisión sean expropiados por el proletariado podrá éste emplear todos esos medios que emplea hoy la burguesía para sus fines, con la posibilidad de desarrollar una cultura de masas de acuerdo con los intereses de esas mismas masas y no con los de la clase que las oprime.