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La explotación laboral en Coppel

 

Por Félix Sandoval

Trabajar en Coppel es comprobar en carne propia la crudeza de la explotación capitalista. Desde el momento en que las y los trabajadores entran a laborar a este monopolio se enfrentan a muchísimas irregularidades e injusticias que atentan contra sus derechos laborales. De entrada, a los trabajadores no se les otorga una copia de su contrato, aunque la Ley Federal del Trabajo (LFT) establece que es un derecho de las y los empleados contar con una. Por otro lado, automáticamente quedamos afiliados al sindicato pro-patronal de la empresa sin que se nos pregunte si estamos de acuerdo con ello.

Lo peor viene cuando ya se acude al centro de trabajo, pues ahí las jornadas son maratónicas. Aunque en la teoría, la empresa “respeta” la jornada de 8 horas, la realidad es que se nos obliga a estar desde las 10 de la mañana hasta las 9 de la noche, con el pretexto de que se nos dan 2 horas de comida en medio de la jornada. Eso sin mencionar que, aunque las tiendas abren a las 11 de la mañana, se exige a los empleados llegar una hora antes para cumplir otras tareas.

Aunque en su llamado Código de “Ética” se menciona que se busca la especialización de los “colaboradores” Coppel, en la práctica, a todos se les pone a hacer de todo, desde cobrar, vender y vigilar, hasta lavar baños, pisos, etc., por lo que dicha especialización es inexistente. El Código también habla sobre los supuestos valores “humanistas” de la empresa, los cuales parecen ser olvidados por los gerentes, quienes humillan y maltratan a cualquier empleado por hacer cosas tan simples como revisar la hora en el celular o sentarse luego de estar hasta 6 horas seguidas de pie.

La empresa también atenta directamente con los ingresos y el futuro de sus empleados y empleadas, ya que cualquier faltante en caja o cualquier artículo desaparecido en tienda debe ser cubierto en su totalidad por el empleado responsable, más una multa de $300 pesos, para hacer escarmentar al personal, a quienes no les queda de otra que aceptar la penalización, ante el temor de perder el empleo. No se les permite ni siquiera reparar el daño al cobrar su salario, pues se les obliga a cubrir de inmediato dicha pérdida, sin pensar en cómo le hará el trabajador para llegar a fin de mes, si tiene un pariente enfermo que necesita medicinas, si tiene otro tipo de adeudos para los cuales contaba con el dinero, etc.

Apelando a la “lealtad” hacia la empresa, Coppel obliga a sus trabajadores a registrar con ella su AFORE, aun cuando no sea deseo del trabajador, pues no escatiman en venderles el discurso de que Coppel es la mejor empresa del mundo y que, por tanto, ni siquiera debería haber duda al momento de contratar sus servicios financieros. Este lavado de cerebro se repite cuando, al maltratar a los empleados, se les amenaza con quitarles la “oportunidad” y la “bendición” de ser parte de la empresa. Aunque este discurso raya en lo ridículo, está fundado en el temor de nuestra clase de perder una fuente de ingresos en plena crisis sanitaria y económica.

Como empleados y empleadas de Coppel debemos deshacernos de ese miedo, identificar todas las injusticias que la empresa comete en nuestra contra y organizarnos para exigir los derechos que nos corresponden, pues la fortuna de 4 mil 300 millones de dólares de Enrique y Agustín Coppel se ha forjado a partir de nuestro trabajo, sudor y cansancio. Por derecho, esa riqueza le corresponde a nuestra clase y la única forma de recuperarla es arrebatándosela por medio de la lucha organizada y decidida.

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