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Los comunistas, el progresismo en América Latina y la transición de gobierno en Brasil

(Discurso de Iván Pinheiro en el VII Congreso del Partido Comunista de México, el 17 de diciembre de 2022, al recibir el reconocimiento al mérito militante David Alfaro Siqueiros)

Camaradas,

Entiendo que este es una homenaje del PCM al proceso de Reconstrucción Revolucionaria del PCB, producto de la lucha de miles de camaradas brasileños, que tuvo su punto de partida en enero de 1992, cuando impedimos la liquidación del partido, y su fase más avanzada en marzo de 2005 (XIII Congreso), cuando rompimos con el primer gobierno socialdemócrata de Lula da Silva, consolidamos la definición del carácter socialista de la revolución brasileña y decidimos adaptar la organización del partido según criterios leninistas.

El hecho de que el homenaje recuerde a David Alfaro Siqueiros valora aspectos importantes de la militancia comunista, entre los que se destacan en la vida de este histórico revolucionario mexicano, o sea, la labor de organización, agitación y propaganda y su entrega al internacionalismo proletario, como voluntario en la Guerra Civil Española, en la que fue heroico Comandante de Brigada, conocido como “ El Coronelazo ”.

Uno de los pintores más importantes de la historia, Siqueiros prefirió exhibir su arte en espacios públicos accesibles a los ojos populares, en detrimento de la pintura de caballete.

Este homenaje marca también un período histórico en que nuestros partidos coincidieron en la interpretación de los principios marxistas-leninistas, en la valoración de la Internacional Comunista, el análisis de la Revolución Rusa y la contrarrevolución en la Unión Soviética y en el esfuerzo por reagrupar el Movimiento Comunista Internacional de orientación revolucionaria y en la lucha contra el revisionismo, el reformismo, las ilusiones sobre el progresismo, el “socialismo de mercado” y la identificación del imperialismo sólamente como agresividad militar y no como un fenómeno de la era de los monopolios.

Planteo aquí algunas hipótesis para comprender las razones del sólido acercamiento que envolvió a nuestros partidos en ese período y que nos permitieron compartir posiciones políticas comunes en los Encuentros Internacionales de Partidos Comunistas y Obreros y apoyar el surgimiento de la Revista Comunista Internacional, en 2009.

En América Latina, nuestros partidos se atrevieron a ser los primeros en denunciar el papel del Foro de São Paulo como centro dirigente que articula y orienta a las “ izquierdas” reformistas latinoamericanas, incluso algunos partidos comunistas, en el objetivo de llegar al gobierno de sus países a través de elecciones, aunque en alianza con sectores de la burguesía, para manejar el capitalismo como si fuera posible humanizarlo y democratizarlo.

En mi opinión, la principal similitud que marca la trayectoria de nuestros partidos en las últimas décadas y los diferencia en cierta medida de la mayoría de los partidos comunistas de Nuestra América tiene que ver con los impactos de la degeneración del PCUS, de la perestroika y la contrarrevolución en la URSS.

Probablemente, nuestros partidos fueron las mayores víctimas de revisionistas y oportunistas que, aprovechándose de hegemonías coyunturales, promovieron liquidacionismos que, en diferentes momentos, logramos derrotar.

En el Partido Comunista de México, como es sabido, este fenómeno se presentó de manera temprana. En 1981, diez años antes del fin de la URSS, el partido abandonó su trayectoria heroica y optó por su suicidio político y orgánico, disolviéndose en un partido “de izquierda”, inspirado en el “socialismo democrático”, similar al PT (Partido de los Trabajadores), fundado en Brasil al mismo tiempo.

La reconstrucción del PCM comenzó en 1994, en un momento en que los escombros del Muro de Berlín y especialmente el de la Unión Soviética ya no nublaban tanto la visión de los verdaderos comunistas. Sin embargo, como era de esperar, tomó algunos años, como en el caso del PCB, para que se formara una hegemonía revolucionaria en el partido mexicano.

Esto se debe a que, en ambos casos, también había entre nosotros quienes querían dar vida a nuestros partidos por mera nostalgia o preservación de un patrimonio histórico y otros que querían mantenerlos con la misma estrategia, la misma táctica y las mismas formas de organización que les habían llevado a la destrucción, en el caso del PCM, o al borde del precipicio, en el caso del PCB.

El Partido Comunista Brasileño, en la década de 1980, a pesar del importante ascenso del movimiento obrero y sindical, siguió, sin identidad propia en su política de frente amplio, a la zaga de sectores de las clases dominantes, con miras a consolidar lo que se denominó “transición democrática” y que resultó, a fines de aquella década, en un pacto burgués, a través de una Asamblea Constituyente, que sustituyó la forma militar de la dictadura burguesa por el llamado “estado democrático de derecho”.

Habiendo actuado durante toda la década de 1980 como bombero de la lucha de clases, para evitar que huelgas e insurgencias perturbaran la “transición democrática”, a fines de 1991 la mayoría oportunista del CC aprovechó el impacto de la contrarrevolución en la URSS para convocar a un congreso extraordinario para enero de 1992, en el que el único tema era la creación de una “nueva formación política”, expresión que, traducida en términos prácticos, significaba liquidar el PCB y crear un nuevo partido socialdemócrata y “laico”.

No reconociendo el Congreso, defraudado por el derecho de voto atribuido a no militantes del partido, el Movimiento Nacional en Defensa del PCB, conocido por su manifiesto “Fuimos, somos y seremos comunistas” realizó, en el mismo período, la Conferencia Nacional por la Reorganización del partido, donde cientos de militantes decidieron mantener y reorganizar el partido, aprobar una Declaración Política, elegir el nuevo Comité Central, convocar el X Congreso e iniciar lo que definieron como su Reconstrucción Revolucionaria.

Como se puede ver, tanto el PCM como el PCB se reconstruyeron en la década de 1990, tras el fin de la URSS, y consolidaron posiciones revolucionarias a principios de la década de 2000.

En la mayoría de los PCs de las Américas no hubo discontinuidad, a pesar de las perplejidades, divergencias y deserciones que naturalmente esos hechos provocaron en todo el movimiento comunista. En general, el reformismo prevaleció y todavía resulta hegemónico.

Esto puede explicar el hecho de que gran parte de estos PC aún permanezcan apegados a la estrategia de etapas intermedias entre la revolución democrático-burguesa y la revolución socialista, lo que los lleva a permanecer en un círculo vicioso, postergando eternamente la lucha por el socialismo/comunismo, por las sucesivas opciones del “mal menor”, ​​en el marco de la defensa de la democracia burguesa y en contra de la forma neoliberal de gestión capitalista.

Este círculo vicioso ha ido creando en varios países una bipolaridad entre los campos políticos socialdemócrata y liberal, cuyas diferencias tienden a disminuir cada vez más, debido a una alternancia de gobiernos (no en el poder, que permanece siempre en manos de la burguesía) en las que se turnan, pero no alteran en nada las bases del sistema de acumulación de capital. Los gobiernos progresistas promueven el retroceso de la conciencia de clase y actúan como instrumento de conciliación entre el capital y el trabajo, legitimando la hegemonía y la institucionalidad burguesa.

Esta alternancia se da porque, en general, el gobierno de turno es derrotado en las siguientes elecciones, por no haber podido cumplir las promesas que hizo en la campaña, para superar el desempleo, el hambre y la miseria.

En el caso de Chile -donde la izquierda cambió el apogeo de un poderoso movimiento de masas por una Asamblea Constituyente con composición identitaria, en la que terminó derrotada- la rotación se vuelve casi matemática. La alternancia de gobierno entre los polos progresista y liberal se da ya en seis elecciones consecutivas, desde el inicio de este siglo. Este año, el liberal Piñera ha sido derrotado por el progresista Boric que en estos momentos negocia con la burguesía una nueva Constituyente, ahora en una correlación de fuerzas más desfavorable.

Todo indica que se iniciará ahora una probable alternancia de gobiernos en Colombia, donde la victoria de Petro resultó en el primer gobierno socialdemócrata de su historia.

Los nuevos gobiernos progresistas ya empiezan con el temor de golpes institucionales o del fantasma del fascismo, que son utilizados como chantaje para que se comporten dentro de los límites de la institucionalidad burguesa y ni siquiera se atrevan a pensar en aplicar medidas que podrían sugerir un sesgo anticapitalista y desagradar al “mercado”.

La fascistización es una de las armas que tienen las burguesías en su arsenal de posibilidades para mantener su hegemonía. Pero los comunistas necesitan analizar este riesgo desde el punto de vista de la realidad concreta de la lucha de clases en sus países.

Por ejemplo, en el caso de Brasil en los últimos cuatro años, a pesar de que el presidente es reconocidamente protofascista, ultraderechista, la hegemonía burguesa en el país es tan sólida, frente a una izquierda reformista y un movimento sindical degenerado que la amenaza fascista funcionó más como una táctica de distracción que como una realidad, de tal manera que las llamadas izquierdas estuvieron cuatro años priorizando la consigna “Fuera Bolsonaro!”, mientras el parlamento aprobaba con tranquilidad más contrarreformas regresivas y la destrucción de más derechos sociales y laborales, mientras el Poder Judicial los aprobaba.

Además, el fantasma del fascismo también funciona como pretexto para la formación de amplios frentes de la izquierda con sectores burgueses, como si el fascismo no fuera un hijo adoptivo del capitalismo contra el proletariado!

En la actual situación brasileña, el golpe de Estado y el fascismo son innecesarios e incluso inconvenientes para la mayoría de las clases dominantes, debido, por ejemplo, al daño que podrían producir en términos de pérdida de inversión extranjera.

Tanto es así que los sectores hegemónicos y más lúcidos de la burguesía han garantizado en los últimos años el “estado democrático de derecho”, a través del parlamento, los medios de comunicación y el poder judicial, y no han dudado en apoyar a Lula en las recientes elecciones para formar un nuevo pacto de “transición democrática”, cuyos principales compromisos están en el sentido de que el nuevo gobierno no toque las anteriores contrarreformas y privatizaciones ni los fundamentos macroeconómicos liberales y se limite a políticas compensatorias, sin reforma estructural alguna y sin tocar los privilegios y prerrogativas de las Fuerzas Armadas.

Los comunistas brasilenos no podemos engañarnos a nosotros mismos y mucho menos al proletariado y a los trabajadores en general. Hay que decirles con franqueza que el nuevo gobierno será más conciliador incluso que los gobiernos anteriores del PT.

Lula cumplirá fielmente todos los acuerdos tácitos que ha venido asumiendo desde la campaña, en el sentido de restablecer la “normalidad democrática” y la gobernabilidad, el pragmatismo diplomático para la expansión del capitalismo brasileño, políticas compensatorias para mitigar el hambre y la miseria y, sobre todo, promover la armonía entre el capital y el trabajo.

Es necesario dejar claro que, desde el punto de vista de los trabajadores, el nuevo gobierno será “ un mal menor ” y que las principales luchas seguirán siendo por la derogación de las contrarreformas y por nuevos derechos y medidas que hagan a los ricos pagar la factura de la crisis que generaron.

No podemos conciliar más con frentes policlasistas y en priorizar la defensa de las libertades democráticas, aunque sin menospreciarlas. De lo contrario, estaremos postergando la lucha por el socialismo en Brasil por otros cuatro años, en la práctica una reincidencia de la estrategia nacional-democrática contra la cual nos levantamos y derrotamos en 1992.

Ninguna de las revoluciones socialistas victoriosas hasta la fecha se ha debido a la vigencia y expansión de la democracia burguesa, a la elección de una mayoría parlamentaria y a reformas paulatinas, sino a la acción de una vanguardia revolucionaria entrelazada en profundas raíces con el proletariado y preparada y organizada, incluso en materia de legítima defensa, para cumplir sus objetivos.

No llamo la atención sobre estas lecciones de la historia por considerar que la revolución está a la vista en nuestros países, sino porque necesitamos correr a contrarreloj y prepararnos para los momentos en que esas posibilidades revolucionarias surgirán de la intensificación de contradicciones y guerras interimperialistas y de las cada vez más agudas y globales crisis del capitalismo.

No sé si viviré para verlo, pero creo que llegará la era en la que la disyuntiva socialismo o la barbarie dejará a la humanidad sin otra alternativa.

Por eso, camaradas, son fundamentales la continuidad y el avance de los procesos de Reconstrucción Revolucionaria de nuestros partidos.

Desde la época de Lenin, ningún partido comunista ha estado, está, ni estará, a salvo del revisionismo, del reformismo y del oportunismo, contra los cuales debemos estar siempre en guardia.

Por ello, reitero las palabras que terminaron el modesto aporte que realicé en el Seminario Internacional promovido por este querido Partido Comunista de México, en 2019:

Sólo estaremos al frente de las Revoluciones Socialistas por venir, en nuestros países y en el mundo, si no abandonarmos el lecho fértil del marxismo-leninismo y del internacionalismo proletario; y si no conciliarmos con el reformismo senil y el izquierdismo infantil y si, en la táctica, no nos distanciarmos de la estrategia!

 

* Ivan Pinheiro es ex Secretario General del PCB (Partido Comunista Brasileño)

 

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