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Acerca de la tesis de “la unidad sin parar en cuenta, en el horizonte”

 

Por: Alfredo Valles

Tras cinco años de gobierno socialdemócrata, la clase obrera y los sectores populares dan señales de reanimación, de reorganización y de suspicacias sobre lo que ha representado la gestión de López Obrador. Gestión en la que predomina la formación de un partido que aúna diversas camarillas burguesas, que es indisociable del Estado, y actúa como promotor de la precarización, la militarización, así como de la extensión de un capitalismo de monopolios.

Entre los trabajadores y la clase obrera crece la insatisfacción, la zozobra, la duda. Se retoman proyectos de sindicalización, ahí donde no sólo son necesarios sino urgentes; se participa en luchas donde se reclama un cambio de liderazgos, deponiendo al que es parte de la dominación del Estado y en pos de uno que sea propio de la base obrera o popular. Y en lugar de seguir sentados con júbilo y a la espera de cambios que no llegan, aparece la decisión de tomar lo que se considera justo, por sí mismos.

Este proceso es latente. Y contradictorio. No solo ocurre en forma de rechazo, condena y atisbo de rebeldía. También sucede en forma de mayor involucramiento con la coalición socialdemócrata gobernante, al servicio de la burguesía, sea por medio de su oferta electoral y hasta en relación a su disputa interburguesa intestina. Es decir, sucede en forma de empecinamiento y mayor degradación. Es una situación que escapa a la razón, y sin embargo está alimentada de múltiples maneras desde el poder. Pese a que en la superficie las cosas parezcan viento en popa para la burguesía, ésta sabe que debe adelantarse, desvirtuar y abortar una verdadera oposición obrera y popular.

Así, reaparecen algunas fuerzas que ahora sostienen que la gestión de AMLO ha incentivado la inversión extranjera en detrimento del valor de la fuerza de trabajo; que el llamado nearshoring amenaza con aplastar y despojar a los trabajadores; que la pobreza continúa y no ha sido debidamente encarada por la “4T”; que prosiguen las condiciones estructurales propias del neoliberalismo. Y luego el análisis, correcto, cede paso a una conclusión positiva: no ha cambiado la situación, pero los trabajadores la vamos a cambiar.

El problema es que no basta un análisis correcto y una conclusión positiva. Y no pueden haber tales, con la debida precisión, si aquellas se limitan o detienen –como desde hace 30 años- a culpar al “neoliberalismo”, lo cual significa exonerar al capitalismo contemporáneo, en el que predominan los monopolios. Y cuya solución planteada es aún más unidad bajo la condición de no atender ni principios ni objetivos superiores, y que ésta decline o inhiba lo imprescindible del análisis y la acción anticapitalista. Parece entonces que dichas fuerzas más que proponer una solución plena, reformulan el camino de la capitulación, la resignación y la cooptación.

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La casi incontestable dictadura del capital está aparejada todavía a un pegajoso dominio ideológico de la burguesía en el país. Esto queda de relieve en las mismas deliberaciones y actividades que la clase obrera y los trabajadores llevan a cabo, en cuyo fondo persisten serias incongruencias. Por ejemplo, al tiempo que se critica al gobierno socialdemócrata de Obrador, se muestra preocupación por sus resultados y se cuestiona su fondo por el hecho de sentar las bases para un mayor desarrollo de las fuerzas reaccionarias y el agravamiento de la vida, se insiste en la fórmula que contribuyó al ascenso del obradorismo: la unidad por la unidad en los marcos del “antineoliberalismo”.

En el campo popular se percibe inquietud ante las circunstancias que se viven y los presagios que el actual gobierno capitalista alienta con su caminar. Y no obstante afirmar la invalidez de las tesis de Francis Fukuyama, acerca del “fin de la historia”, pareciera que esta misma tesis entra por el drenaje después de haber sido “echada” por la puerta. Y esto cuando se afirma que la unidad obrera y popular es prioridad con respecto al horizonte de la lucha.

No puede haber una fuerte y vigorosa unidad obrera y popular si ésta es encabezada por los promotores de la integración y la domesticación, es decir por el conjunto heterogéneo y unificado de las organizaciones de corte socialdemócrata. Las fuerzas gatopardescas, que son promotoras de la unidad sin importar el horizonte, buscan atrapar el ánimo y la disposición de lucha en la reducida y dogmática visión de que si la fuerza de trabajo y el capital son socios en la economía, esta sociedad debe redimir culpas y responder mejor a la fuerza de trabajo (el ideario del PRI, hoy de Morena-PT). Y así inoculan en trabajadores y capas populares la noción de que no hay un más allá de la sociedad burguesa, que si alguna expresión de la misma es arbitraria hay que apelar al equilibrio entre las fuerzas burguesas en pugna; que no existe otra opción que el capitalismo: pero uno de mejores leyes e ingresos para la clase obrera y mejores ganancias para la burguesía, uno de carácter multipolar.

La famosa tesis del carácter prioritario de la unidad ha sido un verdadero cáncer para el porvenir de la lucha obrera y popular. Para dar paso a la consolidación de un capitalismo de los monopolios en México, adquirió la dimensión de obligatoriedad: “unidad a toda costa”. Y en medio de los últimos 20 años se ratificó dogma para el pensamiento y para la acción. La unidad por la unidad, es decir la unidad primero que el horizonte, ha implicado echar por la borda los principios de un cambio radical y condescender en la unidad con la burguesía.

Es esta misma fórmula la que ha conducido a la clase obrera, trabajadores y sectores populares a la aceptación de una determinada “correlación de fuerzas”, y no a su combate; a la postración y la parálisis, a la aceptación de las migajas que le depare “el curso democrático”, en lugar de unir la lucha contra el expolio y la explotación al compromiso militante por una nueva revolución, por el socialismo-comunismo; a la incuestionabilidad del mando burgués, a la elección del curso reformista por la humanización del capitalismo.

Persistir en la unidad sin horizonte, estrictamente “antineoliberal”, es redundar en un marco de colaboración inter-clasista que renueva y refuerza la actuación de la burguesía, por medio de sus fuerzas de carácter socialdemócratas (desde Morena al PT, hasta la gama infinita de organizaciones con esa adscripción), al seno de la clase obrera, los trabajadores y las capas populares. Es permitir el contexto que labra el desdibujamiento y deformación de la izquierda, así como la confraternización y la empatía con la burguesía “no neoliberal”.

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Las fuerzas que, con voz todavía revestida de autoridad, aconsejan a la clase obrera y los trabajadores seguir sacrificando el horizonte de la lucha en aras de la unidad por sí misma, no hacen sino manifestar su impotencia; su condescendencia con el dominio burgués sobre el pueblo trabajador y; su apuesta no por un verdadero cambio sino por un supuesto desarrollo capitalista más sereno, más equilibrado, menos voraz y estrangulador que el actual.

Y sin embargo esto último es imposible. El capitalismo de los monopolios, el tránsito del capitalismo en su fase imperialista en México, es así como es y no es posible ya encontrar en sus propios límites una situación de menor turbulencia, de menor arbitrariedad, despojo y envilecimiento de la vida. Hoy más que nunca la elección es: u horizonte capitalista, con crisis de sobreproducción y acumulación de capital, con guerras imperialistas; u horizonte socialista-comunista, en interés de la clase obrera, los trabajadores y sus aliados populares.

Los propagandistas del convenio “primero la unidad, después el horizonte” traslucen la vigencia de ideas opuestas al bienestar de la clase obrera y sus aliados populares; subyace en éstas la continuidad de nociones contrarrevolucionarias, que declinan la necesidad de que el porvenir esté en manos de la clase obrera y no del burgués monopolista, pues no se concibe otra sociedad más allá del capitalismo ni a una clase social más allá de la burguesía. La apuesta por el mal menor, por la línea de únicamente resistir, por la ilusión de que las fuerzas populares pueden tener abrigo en el sistema capitalista, será aún más agonía popular.

Es imprescindible forjar, estimular y desarrollar la insatisfacción, la zozobra y las suspicacias latentes en la clase obrera y el campo popular, pero también sus cualidades relativas a la disposición, el sacrificio y el compromiso con la organización y la lucha clasista. Y para esto se requieren otras coordinadas políticas; otra concepción sobre la unidad; nuevos liderazgos, libres del compromiso y el pacto con los organismos y el Estado de la burguesía;  y un horizonte preciso y claro, de corte anticapitalista.

Durante décadas se ha insistido con que basta una voluntad de reformas, y una unidad cada vez mayor en la lógica de esa voluntad, para que las cosas cambien. Así la burguesía condujo finalmente este proceso hacia una caricatura de revolución –la “4T”–, en la que todo cambio ha sido en interés de una mayor depredación por parte de los monopolios y un mayor envilecimiento de la vida del pueblo trabajador. Solo luchando por el socialismo-comunismo será posible arribar, incluso en el capitalismo, a ciertas mejoras temporales y significativas.

La unidad por la unidad desarma a la clase obrera frente a la burguesía y la ata, de una y varias formas, a ésta última. La unidad por la unidad preserva el dominio de la burguesía sobre las fuerzas populares en lo ideológico, político y social. Sirve a la preservación de la dictadura del capital, y no a su horadación ni derrocamiento. La unidad popular solo es tal si parte de la necesidad de un horizonte libre de la burguesía y del capital.

 

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