Cuando el Mundo se Tiñe de Rojo
Invitación al Primero de Mayo
Por: Aldo Alvarado
Un mar de cuerpos vigorosos, de todos los colores, de todas las edades, de todos los rincones de la tierra, se precipita con pasión a las tumultuosas calles de las grandes ciudades; porque, bajo sus carnes trabajadas y dolidas, entre sus nervios lastimados, corre la ardiente sangre de una misma esperanza. El azulado cielo es testigo, de punta a punta en su inmensidad, cómo de aquel caudal de vidas florece un bosque de tenaces puños; y el viento furibundo, huye despavorido ante el estrepitoso rugido de las voces de millares de cuerpos encadenados, arrastrando tras de sí, los rojos pendones de la insumisión, las rojas banderas del martillo y la hoz.
No es un día ni un acontecimiento cualquiera, no es una fecha común y corriente del calendario, ni menos aún de descanso: es la marcha por el Primero de mayo de los trabajadores, una jornada de lucha y memoria, la ocasión precisa para recordar que nuestro destino –nuestro porvenir–, el del hombre trabajador, el de la mujer trabajadora, el de la juventud trabajadora, el de la clase trabajadora toda, hace más de un siglo coaguló –en la integridad de las naciones–, con la indómita sangre y el valor de ocho héroes; que, ofrendando su existencia al bienestar de los suyos, no solo nos mostraron, a nosotros los que trabajamos, el camino para emanciparnos –la irrenunciable contienda con los que nos oprimen–, pues además, de una vez y para siempre, nos hicieron sabedores de que “todos somos hijos de una misma madre: la idea invencible de la fraternidad de los trabajadores de todos los países de la tierra”.
Esos mártires, los de Chicago, los que fueron cruentamente perseguidos en su firme búsqueda de la reducción de la jornada laboral, nos enseñaron que para nosotros, los que vendemos nuestra fuerza, nuestro tiempo, nuestra vida para poder vivir, “no hay naciones ni razas, tan sólo hay camaradas y enemigos”, explotados y explotadores. Por ello, cuando el mundo se tiñe de rojo, al inundarse las calles con este violento mensaje el primero de mayo –fecha en que comenzó su lucha en el año de 1886–, no se trata de ningún capricho utopista ni de ninguna “alienación ideológica”; es el recordatorio perpetuo que sin importar el lugar de donde viene y a dónde va, “sea quien fuere, llámese como se llame, el trabajador es nuestro hermano en espíritu, ¡siempre, ahora y siempre!”.
México no será la excepción; como desde hace décadas, las y los trabajadores y la juventud laburante, se darán cita en las principales calles del país para hacer patente la vitalidad de este legado revolucionario. Junto al Partido Comunista, junto a las Juventudes Comunistas, marcharemos los que somos subyugados por la avaricia de los que todo lo poseen. ¡Hermano trabajador, hermana trabajadora, juventud trabajadora, escucha! ¡No permitas que se olvide la fuerza y el clamor de quienes te precedieron y murieron por los tuyos, por los de tu clase! ¡Haz con tu cuerpo un mar, haz de tus puños un bosque, convierte tu voz en rugidos que estremezcan al viento! ¡Sal, marcha y grita bien alto; que te escuchen aterrorizados aquellos que te oprimen! ¡Qué tiemblen con el estruendo de las cadenas de éstos, nosotros, que los derrocaremos! ¡Qué se cimbren bajo nuestro vocifugio universal: ¡Proletarios de todos los países, uníos!!