Franz Mehring: Sobre Nietzsche (Segunda parte)
Presentación por Lorena Vargas,
Miembro de la FJC
La admiración al pensamiento de Nietzsche no es ninguna casualidad si consideramos a su maestro Schopenhauer como forjador de sus grandes ideas, y a Hartmann como un supuesto libre pensador listo para la revolución. Tal admiración nace principalmente de la base de la sociedad capitalista: la burguesía. Cualquiera de los tres pensadores antes mencionados sería el modelo perfecto del genio creador, del filósofo que es capaz de percibir el mundo tal cual es, además de dar con la correcta manera de darle solución a los problemas que aquejan al mundo entero. En ese sentido, Nietzsche, como Schopenhauer y Hartmann, son los teóricos, los grandes pensadores de la burguesía, y peor aún, disfrazados de grandes mentes revolucionarias; cada uno es el filósofo revolucionario que la burguesía estaba esperando, ¡y qué bellas suenan las palabras de Nietzsche cuando nos hemos esperado tanto por tomar un texto de socialismo científico!
Uno de los mitos más graves respecto al pensamiento de Nietzsche es la supuesta crítica que le dirige al capitalismo. El argumento que nace para defender esta idea es el de las duras críticas a su amigo Richard Wagner quien, tentado por los lujos que la sociedad capitalista le ofrecía, traicionó los ideales por los que él y el filósofo combatían cultural e intelectualmente el aburguesamiento de las artes, la corrupción de éstas para transformarlas en mercancía, etc. A simple vista, parecería que ciertamente el pensador abogaba por una destrucción de la estructura económica que dominaba su época, sin embargo, habría que ir más allá de esta fugaz afirmación.
En primer lugar, Nietzsche se lanza contra las tesis socialistas acusándolas, en cierto modo, de engañosas, indefinidas, inacabadas y de incongruentes, siendo el principal motivo la negación del papel del proletariado como sujeto revolucionario por sus condiciones de debilidad, necedad y hasta de maldad. Por otra parte, Nietzsche considera que las tesis socialistas resultan indefinidas si se intentaran trasladar a la realidad. ¡No hay cosa menos cierta! Porque no es posible que las tesis del socialismo científico surjan sin una realidad concreta, y no es posible tampoco hablar de una definición apta para la transformación social si con “apta” nos queremos referir con ser “apta para la burguesía”; hablar de justicia y de moral, en ese sentido, es bastante ingenuo si de lo que se habla es la justicia y la moral burguesa. ¿Por qué en el socialismo no se habla de justicia o de moral? Nietzsche responde que ello se debe a que son los “hombres cultos” los que tienden a desarrollar su ser, es decir, en palabras del mismo Nietzsche, el burgués, mientras que los “hombres incultos” son lo que siguen y seguirá cultivando su ignorancia por su falta de cultura, es decir, los proletarios.
Como tal, Nietzsche deja al descubierto no solo su repudio a la clase obrera dedicada más al trabajo que al pensamiento, sino que ni siquiera se ve interesado en intentar cambiar esas condiciones materiales a las que el burgués somete al obrero, y desde ese punto, podemos decir que Nietzsche hace la apuesta por el filósofo burgués, cuya vida está tan resulta que tiene tiempo de cultivar su ser, mientras que el proletario está condenado a estar al servicio del hombre civilizado.
Nietzsche contra el socialismo (20 DE ENERO DE 1897) [1]
Los historiadores ideológicos que adjudican a la filosofía una existencia propia e independiente o casi independiente de la estructura económica de la sociedad respectiva, se refutan con cualquier cosa, de modo tan fácil y rápido como lo ilustra el siguiente ejemplo con los tres filósofos de moda para la burguesía alemana de la segunda mitad de este siglo; esto es, con Schopenhauer, Hartmann y Nietzsche, tres sabios universales entronizados sobre todo pueblo y tiempo, si se cree a sus admiradores, filósofos que a partir de su genio creador han solucionado el misterio universal, y que han echado raíces en los diferentes períodos del desarrollo económico que su clase ha recorrido desde hace ya cincuenta años.
Respecto a Schopenhauer, Kautsky realizó hace nueve años en el Neue Zeit las correspondientes consideraciones. Desde entonces ha aparecido algo nuevo sobre Schopenhauer: sus admiradores se han esforzado mucho en limpiarle de cualquier mancha, y en cierto modo lo han logrado. En cierto sentido, aunque difícilmente en un sentido grato para ellos. Así demuestra Grisebach en su biografía de Schopenhauer, en nuestra opinión de una manera muy convincente, que Schopenhauer, en sus desavenencias con su madre y hermana, frente a conjeturas anteriores, ha sido el menos culpable en relación a su madre. Pero lo que gana en esto Schopenhauer como hombre lo pierde como filósofo. Suponiendo hasta ahora que a la familia burguesa le vendría que ni pintado el capítulo de Schopenhauer sobre las mujeres, capítulo éste con un papel fundamental a la hora de hacer famoso su nombre entre los burgueses, sólo se necesita ahora colocar dicho capítulo junto a la biografía de Grisebach para poder reconocer a primera vista que aquella mujer de todos los pueblos y épocas que Schopenhauer quiere retratar es la copia fotográfica barata de la señora consejera de la Corte Adele Schopenhauer, y que todo lo que Schopenhauer quiere modificar en la posición jurídica de la mujer está matizado con la viveza de un asesor de barrio en virtud de las quejas de carácter económico que éste creía tener contra su madre y hermana. Ciertamente tiene que haber sido típica la señora consejera de la Corte Adele Schopenhauer para determinados círculos restringidos del mundo femenino alemán, como la «viuda rica» de las comadrerías ilustradas y cortesanas del té estético que se extienden en este cambio de siglo en residencias y palacetes alemanes, y de ahí se explica que la caracterización de la mujer hecha por Schopenhauer haya entusiasmado a la burguesía alemana. Pero qué extraña jactancia querer escribir, a raíz de estas experiencias lamentables vividas en un atrasado rincón de la tierra, una filosofía sobre la mujer de todos los pueblos y épocas.
Hartmann representa otra fase en el desarrollo histórico de la burguesía alemana: el «inconsciente», es decir, la renuncia total de la conciencia de la clase burguesa con la cual el filisteo alemán tiene que pagar la protección misericordiosa de las bayonetas prusianas. Schopenhauer conservó siempre su orgullo como filósofo; pretendía ser tan humilde como un filisteo revolucionario marxista, y consideraba a la literatura y a la filosofía clásica como un «perro muerto». Sin duda también era peor en ello que Schopenhauer, muerto en 1860; tenía que comer del socialismo, y con ello muere toda filosofía burguesa. Los ensayos que Hartmann, entonces y ahora, ha publicado en el Gegentvart sobre la socialdemocracia se cuentan entre los firmes logros que permiten la justa reclamación del águila roja de cuarta o incluso de tercera clase. Por lo demás, no tienen ningún otro fin.
Por último, Nietzsche es también el filósofo del gran capital, fortalecido hasta el punto de poder prescindir de la ayuda de las bayonetas prusianas. Cuando hace seis años fundamentamos esta opinión, los discípulos del profeta no sabían exactamente si debían ignorar a los «granujas socialistas», tal y como el Zukunfi expresó con sus «encantadoras» maneras, esto es, con una vulgaridad inaudita, o bien si debían denunciarlos por su exorbitante difamación. Y de hecho, ya que el gran capital ha de cumplir a su manera una tarea revolucionaria en la historia universal, se encuentran en Nietzsche diversas expresiones que en cierto modo suenan revolucionarias.
También sus invectivas contra el proletariado consciente de su clase, por furibundas que hieran, se explican quizá de una manera tolerable, pues odiaba la miseria humana de modo demasiado exagerado como para poder creer en una autoliberación de los pobres y afligidos. Faltaba una confrontación filosófica de Nietzsche con el socialismo. Eso era para un filósofo de fines del siglo XIX un error grave, pues un filósofo que no sabe analizar el movimiento más poderoso de su tiempo es todo menos filósofo. Pero esta laguna deja abierta la posibilidad de disimular la filosofía gran-capitalista de Nietzsche y de disfrazar el hecho de que combatía la lucha de clases proletaria a partir del mismo círculo de pensamiento como el primer y mejor agiotista o el primer y mejor reptil.
Esta laguna en las obras de Nietzsche se llena ahora con un capítulo sobre el socialismo, que ha de aparecer próximamente en un volumen de sus escritos póstumos. Provisionalmente se imprimieron en el Zukunft, que aun de manera significativa el entusiasmo por Nietzsche con el entusiasmo por Váterchen, por Bismarck y por el señor Tausch en un entusiasmo cuatridimensional. Si los anatemas de Nietzsche contra el socialismo no aparecieran en un lugar tan acreditado, se hubiera intentado considerarlos una sátira del nietzscheanismo, una sátira resumida en pocas frases, mordazmente veraz pero maliciosa. Nietzsche fue como Schopenhauer, y al contrario del Hartmann comprometido con áridas fórmulas religiosas prusianas, un tipo ingenioso: su destino es un ejemplo especialmente extraño de en qué abismo de insulsez, irreflexión e ignorancia el convite del socialismo puede arrojar a las sesudas cabezas del capitalismo.
La ignorancia de Nietzsche tiene su origen ya en que hace de la «justicia» el «principio de los socialistas». Es evidente que no ha tenido nunca en la mano un escrito del socialismo científico. Su conocimiento del socialismo lo toma de escritos reaccionarios política y socialmente, tales como los panfletos de Leo y Treitschke de hace veinte o incluso cuarenta años. Incluso la primera frase de Nietzsche contra el socialismo es un plagio de Leo. Nietzsche escribe: «Como espectador uno se engaña en lo referente a las aflicciones y privaciones de las capas más bajas del pueblo, porque involuntariamente mide con la medida de la propia sensibilidad como si estuviera uno mismo, con su cerebro altamente sensible y sufridor, en la situación del otro». Realmente aumentan las aflicciones y privaciones con el desarrollo de la cultura del individuo, las capas más bajas son las más apáticas: mejorar su situación significa hacerlos más sufridores. Esto es literalmente la teoría de Leo de la «piel de callos», teoría que afirma que se hace soportable para los pobres lo que es insoportable para los ricos. Más o menos hará ya treinta años que Albert Lange puso en evidencia esta teoría en un certero capítulo de su certera Arbeiterfrage, y desde entonces los entendidos burgueses, que todavía se tienen en alguna consideración, se avergüenzan de prosperar con ella: incluso un economista tan estrecho de miras como Roscher se movilizó contra dicha teoría. Pero ya que todos los agiotistas y todos los reptiles se aferran a la idea de que los Rothschild, Stumm y Krupp se vuelven diariamente más sufridores como redentores de la humanidad, Nietzsche no deja de dispensar su bendición a este culto a Mamón.
Mucho más que a Leo, saquea Nietzsche a Treitschke. La opinión de Treitschke de que existiría pura alegría en la tierra si el proletariado únicamente se pudiera decidir a entonar un canto laudatorio a la «pobreza bienaventurada», la reproduce Nietzsche así: «No sólo a través de la transformación de las instituciones se multiplica la dicha sobre la tierra, sino haciendo morir el temperamento oscuro, débil, caviloso, malhumorado. La situación externa hace poco a favor o en contra. En tanto que los socialistas poseen en su mayoría ese tipo dañino de temperamento, reducen a toda costa la dicha sobre la tierra, incluso aunque se lograra establecer un nuevo orden». Del mismo modo, de las frases de Treischke sobre la división aristocrática de la sociedad, sobre el credo de la socialdemocracia como el credo de una ramera, o sobre la carencia de cualquier pensamiento nuevo y fructífero en la socialdemocracia, Nietzsche se hace eco como sigue: «Sólo dentro del uso común, de la tradición establecida y de la limitación hay comodidad en el mundo; los socialistas están asociados a todas las fuerzas que destruyen el uso común, la tradición, la limitación: nuevas capacidades constituyentes no se han apreciado todavía en ellos». Como se ve, Nietzsche es siempre algo más insípido y prolijo que Treitschke, pero éste es el destino de todos los epígonos.
En todo esto tampoco es Nietzsche un mero plagiario. Su tarea es dar una coloración capitalista más refinada o también más grosera a los disparates capitalistas tradicionales. Así, Nietzsche escribe: «No tomando en consideración el bienestar del individuo sino los fines de la humanidad, urge preguntarse si en aquella vida normal que propugna el socialismo se pueden producir los mismos grandes resultados de la humanidad que se produjeron en la situación anormal del pasado. Probablemente el gran hombre y la gran obra se crían en la libertad del desierto. Otras metas que grandes hombres y grandes obras no tiene la humanidad»: ¡Este es el tono dominante de esas frases que ya Treitschke entonó! Treitschke combate también el socialismo con el argumento de que los fines de la humanidad deberían estar por encima del bienestar del individuo, pero conservando ante todo la justicia: el capitalismo de hace veinte años no era tan veraz como lo es hoy. Treitschke dijo aún mucho más; que el capitalismo creaba una situación «ordenada», frente al socialismo que creaba una «desordenada», y él creía además en otros fines de la humanidad diferentes a los propuestos ya por grandes hombres como Rothschild, Krupp y Stumm, criados en la «libertad del desierto» y por sus grandes obras. Admitía incluso que la humanidad ya había visto días mejores que los tiempos en los que crecían esos grandes hombres y esas grandes obras en la «libertad del desierto» capitalista.
O cuando Nietzsche dice: «Ya que se tiene que hacer mucho trabajo rudo y duro, se tienen que conseguir también hombres que se hagan cargo de ese trabajo en tanto no lo puedan ahorrar las máquinas», la frase está sacada incluso literalmente de Treitschke. Pero Treitschke veía en ello por así decirlo un destino trágico del género humano, mientras que Nietzsche tiene la siguiente salida: «Se podría quizá pensar en la introducción masiva de poblaciones bárbaras procedentes de Asia y África, de manera que el mundo no civilizado se pusiera al servicio del mundo civilizado». En los años setenta el capitalismo no conocía todavía, o no de la misma manera como en los ochenta o noventa, el ardiente anhelo por la importación de bienes chinos. Nietzsche da a este famoso pensamiento naturalmente la bendición filosófica sólo para «liberar del trabajo» a unos trabajadores europeos que «sufren en extremo», ingenuidad de su fiel cantor por la cual se morirán de risa los «grandes hombres» en sus «grandes obras». ¡U otro ejemplo, el más impactante de todos! Treitschke empieza su panfleto con la explicación de que el socialismo pasa por alto la «patente desigualdad» de los hombres, metedura de pata también de Nietzsche. Treitschke explica más adelante que dicha patente desigualdad siempre ha existido, pero que crece con el aumento de la cultura; dice: «ciertamente es menos diferente el hombre inculto respecto al culto de lo que nos diferenciamos nosotros, seres culturales, puesto que aquél ha desarrollado menos fuerzas en su ser», lo que históricamente es correcto, a pesar de ser errónea la extracción de consecuencias que Treitschke hace de que la desigualdad creciente de los seres humanos haría imposible el pretendido igualitarismo del movimiento socialista. En seguida le surge al capitalismo, paulatinamente, la sospecha fatal de que el socialismo no pasa por alto la patente desigualdad del ser humano, lo que sería extraordinariamente insensato por su parte; éste le agradece los argumentos más consistentes; en tanto que es de origen natural, se diferencian en él el hombre de la mujer, el niño del anciano, etc., sin aceptar ninguna réplica; y le agradece, por otra parte, los argumentos más fuertes en tanto que tiene origen social y se ha configurado como un factor de freno de todo progreso humano. El profeta Nietzsche reproduce esa sospecha fatal con las palabras de que el socialismo extrae su «fuerza motivadora» de la resolución de mirar por encima de las diferencias entre los hombres, de considerar su patente desigualdad como «susceptible de cambio». ¿Qué hace en ese aprieto? Dice literalmente: «Con respecto a la imagen del ser humano que ofrecen los tiempos de puentes lejanos» el socialismo tiene «en todo caso razón: nosotros, hombres de nuestro tiempo somos en esencia iguales». Bonito, aunque completamente falso, pero entonces, ¿qué desigualdad patente pasa por encima el socialismo? Nietzsche repite literalmente: «La diferencia entre bueno y malo, inteligente y necio». El mismo profeta capitalista que ha escrito un libro para demostrar que la «moral de señores» del superhombre capitalista no conoce la diferencia entre el bien y el mal», que está «más allá del bien y del mal», acaba su combate contra el socialismo con el viejo hazmerreír de que la igualdad del ser humano se produce en la «libertad del desierto» capitalista, con la pequeña limitación de que los seres humanos buenos e inteligentes se convierten en capitalistas y los seres humanos malos y necios en proletarios Es un insulto para los agiotistas y los reptiles decir que combaten el socialismo a partir de los mismos ámbitos de pensamiento que Nietzsche.
[1] «Nietzsche gegen dem Sozialismus», Die Neue Zeit, Año 15, 1896/97, Tomo I, pp 545-549 [N de losT.].
El texto fue publicado en El Machete no.12. pp. 60-67.
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