Sobre el trabajo y la normalidad
Fotografía: internet*
Sobre el trabajo y la normalidad
Por Cristóbal León Campos
I
A toda luz puede verse ahora que la pandemia del COVID-19 ha despejado mucho del humo encubridor sobre la realidad de quién carga sobre sus hombros la economía global: son los trabajadores y las trabajadoras de los diferentes ramos de la industria, sectores productivos y servicios, el soporte de la humanidad; es su trabajo el que produce la riqueza y genera los valores, son ellos y ellas los esenciales para el desarrollo de los países, pero también son ellos y ellas los explotados, los oprimidos, los vilipendiados y marginados a la hora del reparto de la riqueza que produjeron. La gran crisis económica que vivimos y la expansión masiva que tendrá en los próximos meses hará ver, aún con mayor claridad, el papel central de los trabajadores y trabajadoras; dicho en forma simple, sin el trabajo del proletariado no tendríamos pan sobre la mesa para comer, ni tendríamos ropa para vestir, así como tampoco podríamos trasladarnos a ningún sitio. La fuerza motora de los pueblos está en su clase trabajadora, en ella radica la esperanza y el futuro de la humanidad.
Los trabajadores y las trabajadoras representan la vida, en el sentido de que es su esfuerzo el que nos proporciona los elementos vitales para la sobrevivencia y para el funcionamiento de las sociedades. La crisis capitalista, arrastrada desde décadas al presente, llega a un punto extremo al verse obligados muchos sectores productivos a parar porque la naturaleza sistémica se basa en la producción y no en el consumo, como algunas posturas light exaltan u otras posturas buscan encubrir; es consustancial al modo de producción capitalista la explotación y la extracción forzada de la plusvalía, enriqueciendo a la clase burguesa poseedora de los medios de producción y arrojando a los trabajadores y las trabajadoras a la pobreza, el endeudamiento y la desesperanza. Ahí radica la razón del por qué un sinfín de empresarios no han querido acatar las medidas que conlleven cerrar los centros laborales y por qué muchos gobiernos del mundo tampoco han decretado el cierre de sectores productivos no esenciales, condenando a millones de trabajadores y trabajadoras a la exposición del contagio y el riesgo de sus vidas.
Por otro lado, también ha quedado al descubierto el hecho de que la producción para el consumo banal no beneficia al desarrollo humano. Sectores productivos enfocados a fabricar objetos insustanciales para la vida únicamente sirven como reforzadores de la enajenación y el fetichismo, pero son absolutamente inútiles a la hora del cuidado de la salud y del bienestar común. La sobreproducción característica de la irracionalidad capitalista que pondera la ganancia se desmorona al momento justo en que requerimos la producción de objetos y materias que sean útiles para la salud, particularmente por la situación que vivimos, siendo además que las empresas dedicadas a producir artefactos médicos ahora se llenan los bolsillos de ganancias por el requerimiento coyuntural masivo sin que esa riqueza generada vaya a ser puesta al servicio de la sociedad, pues el lucro es privado y no socializado. El carácter deshumanizado del sistema se refleja al igual que su irracionalidad carente de planificación y agravada por el desmantelamiento de los servicios públicos como el de salud y los derechos laborales en beneficio de intereses privados. La crisis es generada por el sistema, sus contradicciones inherentes y su imposibilidad de servir a la mayoría de la sociedad. En este contexto la clase trabajadora refuerza su papel medular para la sobrevivencia humana.
El reconocimiento del papel central de los trabajadores y las trabajadoras nos ayuda a comprender el lugar que ocupamos en nuestras sociedades, pues la opresión padecida por siglos es superable con la generación de conciencia tanto en términos sociales y colectivos, como al interior de la clase trabajadora que despierta y asume ese papel central-social poniendo en movimiento la conciencia para sí misma, alcanzado la conciencia de clase y valorando su fuerza transformadora. En plena pandemia los empresarios-burgueses han querido poner a la clase trabajadora entre la espada y la pared, obligándolos a elegir entre mantener su empleo o cuidar su salud, generando una falsa confrontación entre estos dos derechos inalienables del ser humano. Esa violación de los derechos humanos elementales, que obligan al patrón a garantizar las condiciones idóneas de trabajo y de salud al trabajador y a la trabajadora, es muestra de la burla que hacen los patrones sobre sus obligaciones y refleja las condiciones apremiantes de vida de millones de seres humanos en el mundo. La crisis mayor está aún por llegar. Pasada la etapa crítica de contagio del COVID-19 habrá que afrontar el desempleo, la carestía, el incremento de precios, autoritarismos y restricciones a las libertades, impuestos y demás medidas que los sectores empresariales-burgueses y los políticos a su servicio querrán imponer para cargarle a la clase trabajadora la crisis; por eso es tan necesario el despertar consciente de los trabajadores y trabajadoras, profundizar sus formas de organización independiente y la recuperación de sus derechos despojados, al igual que el movimiento de su fuerza para hacer valer su lugar central para la creación de un mundo nuevo; para la construcción del socialismo para el bien de la humanidad.
II
Ahora que el posible final del confinamiento generado por la pandemia del COVID-19 se acerca, muchas voces comienzan a idear o cuestionar la llamada normalidad a la que regresaremos, algunos fantasean con un mundo distante del actual, en el cual las relaciones humanas y la estructura social cambiará diametralmente como por arte de magia; otros, más cercanos a la realidad, cuestionan la idea de normalidad a la que volveremos y se preguntan si no acaso fue esa condición la que nos condujo a lo vivido, dejando ahí la crítica y delegando al sistema una habilidad imaginaria de autorregulación, cayendo voluntariamente o no en una suerte de alienación autoproclamada. La crítica de la normalidad y el sueño de una realidad alterna, creada como por un acto mágico, adolecen en un mismo sentido; ambas posturas olvidan el hecho inocultable de que somos los seres humanos los que hacemos la historia y con nuestra praxis construimos la sociedad en sus diversas formas históricas, los valores y los sistemas económicos que nos rigen. No se trata de negar la posibilidad de un cambio, muy al contrario, se trata de alentar ese cambio; pero ubicándonos en la realidad palpable para poder partir de ella en busca de su modificación, pues si habláramos en sentido médico únicamente reconociendo la enfermedad se encuentra la cura.
Esto significa que somos nosotros, los seres humanos, quienes debemos cuestionar e idear a qué mundo queremos regresar después de la pandemia; no debemos creer la fantasía de la autorregulación o el derrumbe sistémico sin lucha, hay que cuestionarlo todo, cada una de las ideas que sustentan al mundo y de las estructuras que han moldeado nuestra realidad. ¿Mantendremos las mismas estructuras económicas y sociales que explotan, empobrecen y marginan a millones de trabajadores y trabajadoras en el mundo? ¿Seguiremos reproduciendo la estructura patriarcal-machista que condena a la mujer a vivir en permanente indefensión temiendo siempre por su integridad física y moral? ¿Permitiremos que se siga jugando con nuestro porvenir como al azar, arrojando los dados a ver qué cae, en vez de reorganizar las estructuras sociales y económicas garantizándonos a nosotros mismos las satisfacciones de los derechos inalienables humanos? Únicamente las cosas cambiaran cuando en conjunto los trabajadores y las trabajadoras organizados tomemos conciencia de nuestro papel fundamental en la sociedad y de nuestra fuerza como clase social.
¿Cuál es el camino a seguir y cuáles son las acciones de debemos realizar para alcanzar una sociedad mejor? Son preguntas necesarias, cuya respuesta se encuentra ahí mismo de donde surgen las interrogantes. La realidad es maestra de vida, cuestionarla es un primer paso, pero del cuestionamiento no podemos hacer distinción con nuestros actos o caeremos en el error antes mencionado; la reflexión crítica del porqué de las cosas ha de llevarnos al paso siguiente: la acción consciente dirigida a materializar ese cambio anhelado. Somos los seres humanos los que hemos construido el sistema que hoy nos rige, y somos los mismos seres humanos quienes podemos, si lo decidimos, cambiar cada una de las estructuras sociales, económicas y culturales que sostienen al capitalismo; negarlo es alienarnos, extraernos de la realidad a la que estamos circunscritos y creer que somos ajenos. Solamente habrá una nueva normalidad si así lo decidimos los millones de seres humanos que padecemos los estragos de la pandemia, maximizados por la injusta organización social que nos rige y por la injusta distribución de la riqueza basada en el despojo y la explotación que nos empobrece y margina a la gran mayoría de seres humanos. La nueva normalidad puede ser nuestra si lo decidimos y actuamos a favor de ello, una lógica diferente de la actualidad que implante la justicia como hecho concreto y extirpe las formas de violencia opresiva que nos han definido hasta ahora. Hablar de un nuevo mundo no es utopía irrealizable si asumimos la conciencia y la volvemos praxis para materializarla.
Hay quienes defienden la normalidad actual, es lógico: por mucho tiempo se han beneficiado de ella; desean que las estructuras se mantengan y todo siga como antes; no les ha importado la pobreza pues se han beneficiado de la explotación al trabajador y a la trabajadora durante siglos; tienen nulo interés en extirpar la violencia contra la mujer porque la fomentan y la disfrutan, su machismo es estructural para perpetuar la doble o triple explotación de la mujer; usan de la discriminación para separarnos y así mantenernos segregados, desarticulados todos nuestros derechos; discriminan la diversidad cultural y social; violan flagrantemente nuestros derechos, como lo han hecho con los aspectos laborales y el derecho a la salud que tan evidenciado ha quedado por las precarias condiciones de atención y la falta de infraestructura y ahora, con el cinismo acostumbrado, buscaran hacer negocio en esos rubros y seguir enriqueciéndose a cuesta de los pueblos; les gusta la corrupción y el Narco-Estado, lo construyeron para su disfrute; ellos y ellas, la derecha ultraconservadora que rabiosa vocifera, querrá evitar cualquier transformación en beneficio de los oprimidos. A nosotros, los oprimidos, nos corresponde hacer lo nuestro y cambiar la llamada normalidad por una nueva realidad, verdaderamente justa, democrática, incluyente, equitativa y libre: es tiempo de construir el socialismo.
* Las imágenes presentadas en el cuerpo del presente artículo han sido retomadas de internet con el fin de complementar, diversificar y desdoblar las posibilidades comunicativas de los contenidos presentados en El Machete, sin ningún fin de lucro y como parte de una plataforma gratuita y libre.