El menosprecio de la ciencia, en la política nacional
Por: Héctor Ramírez Cuéllar
En los últimos días se ha informado que la dirección del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología ha dado de baja a muchos investigadores a los que se acusa simplemente de neoliberales, se han cancelado las becas de doctorado y de especialización de los becarios que viven en la Gran Bretaña y se han excluidos a muchos profesores que prestaban sus servicios en las universidades Benito Juárez, calificados también de neoliberales. Igualmente, se han formulado opiniones con motivo de los 500 años de la conquista española, de corte indigenista tradicional, ignorando la personalidad y las características que tiene la nación mexicana.
Al referirse a las deficiencias y deformaciones que tiene el Poder judicial, se hace impugnaciones de naturaleza moral de los ministros y magistrados y tratándose de la pandemia del coronavirus, igualmente, se lanzan una serie de anatemas personalistas y subjetivas, menospreciando el hecho de que estamos ante un grave desafío de carácter científico, el cual debe abordarse con métodos, diagnósticos y procedimientos, de similar naturaleza y no con predicaciones de carácter religioso o esotérico.
Las inversiones que realiza el gobierno en materia de investigación científica y tecnológica siempre han sido mínimas, en comparación a otros rubros, y este régimen no ha sido la excepción sino la continuidad pues, por ejemplo, algunos de los fideicomisos que se destinaban a ese ámbito desparecieron desde el año pasado. Además, la directora del Conacyt, desde un principio, manifestó una adhesión mecánica a los pronunciamientos ideológicos de la 4 Transformación y planteo la necesidad de regresar a la llamada ciencia originaria, la que practicaba los pueblos indígenas que habitaban estas tierras antes de la llegada de los españoles, expresando un profundo desdén por participar, aunque fuera en forma muy limitada, en los avances de la electrónica, las telecomunicaciones, la robótica, en el impulso a las energías limpias y renovables, en la expansión de la 4 G y en otros progresos tecnológicos igualmente importantes en donde China está situada en la vanguardia mundial.
La citada funcionaria, de una manera inmediata, entró en un enfrentamiento político con muchos miembros de la comunidad científica, mismos que, estaban en contra de estos criterios estrechos, propios de la Edad Media, y lanzó una feroz ofensiva contra ellos, los cuales contestaron con ataques y agresiones también, algunos se refugiaron en sus cubículos , en sus salones de clase y otros salieron al extranjero llegando a la conclusión de que, efectivamente, no existe ningún interés por impulsar y promover estos aspectos de la vida de las naciones sin los cuales no puede haber progreso alguno.
Se demostró, en la práctica y de una manera clara y evidente, que el gobierno actual prefiere, como política general, las importaciones de patentes, licencias, insumos, de los países más avanzados que, caminar hacia una mayor creación de ciencia y tecnologías propias, claro está en el marco de la extrema dependencia y por lo tanto la vulnerabilidad absoluta, que sufrimos los países como el nuestro, como se ha demostrado en la pandemia de coronavirus en que se han adquirido todas las vacunas y muchos insumos médicos en el extranjero y que ahora se deben comprar más ante la variante Delta y los contagios nuevos que han sufrido los niños y los jóvenes. En este contexto, tanto la UNAM como el IPN, que realizan una gran actividad en el campo de la investigación científica y tecnológica han sido, otra vez, marginadas.
El pensamiento religioso fundamentalista es, por esencia, opuesto a los progresos de la ciencia y de la tecnología y ello se ha comprobado, por ejemplo, en los Estados Unidos, durante la administración de Trump, en Brasil, México, El Salvador donde se han preferido las soluciones mágicas, sobrenaturales, divinas, en donde el tratamiento de la pandemia se ha encargado a los jefes de estado y ellos a su vez a un representante directo, quienes han realizado un manejo político y electoral de esta grave enfermedad. Se espera que la buena fe de las personas, la ayuda de una imagen milagrosa, una actitud moral benevolente, el comportamiento recto, la solidaridad humana, la fraternidad, puedan combatir ese flagelo y también se concibe que este un problema de cada una de las naciones y de cada uno de sus respectivos gobiernos por lo que desde un principio los jefes de estado de estas naciones menospreciaron los continuos llamados que hizo la Organización Mundial de la Salud.
El Conacyt, que debería desempeñar un papel destacado , en este proceso, sobre todo ahora que se afirma que será una cepa permanente y que tiene y tendrá múltiples variaciones y que afectarían también a niños y jóvenes, así como las distintas comunidades científicas de alto nivel que existen en nuestro país cuyos miembros solo formulan opiniones a título individual ya que la operación, el seguimiento técnico, de la pandemia, se dejó en manos de una persona o de un alto funcionario del gobierno federal quien, a su vez, se subordinó por entero al Presidente de la República, soslayando el hecho de que este asunto debió ser abordado y tratado por un Comité Científico, que se integrara por especialistas de las más distintas dependencias e instituciones encargadas de estos temas. De esta manera, el gobierno de México llegó demasiado tarde y mal preparado al combate directo pues nunca valoró, en sus justos términos, la gravedad de la pandemia, no se adquirieron las pruebas necesarias para atender los contagios y seguir la velocidad de la propagación del virus, sus mutaciones, así como la evolución de los infectados y nunca se le concedió importancia al cubrebocas y a los hábitos higiénicos respectivos a efecto de que se arraigaran en la población porque, se decía, que esta sería una actitud represiva inadmisible.
Además, el Presidente de inmediato se enfrentó con los gobernadores sobre todo de los partidos de oposición, pues consideró que se trataba de una conjura de la derecha y del neoliberalismo, cuando que en la práctica debió conformarse un gran frente nacional, una autentica coordinación con las entidades federativas y los municipios, para enfrentar esta enfermedad que al parecer llegó para quedarse en nuestro catálogo de padecimientos y de que por lo tanto deben crearse instituciones y programas especiales, ya de carácter permanente, que se apoyen en la ciencia y no en la religión o en la mitología.