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Cultura y rebeldía: El legado de Graciela “Gachita” Amador

Cristina Espitia

 

Aunque la historia suele resaltar la labor sindical del gran pintor, escritor y militante David Alfaro Siqueiros en Jalisco bajo las directrices del PCM, pocas veces se menciona a la zacatecana Graciela (Gachita) Amador Sandoval. Ella no estuvo allí solo como esposa; desplegó un activismo propio, luchando por los derechos de las mujeres, promoviendo espacios culturales y apoyando a obreras, campesinas y artistas. Gachita, como se le conocía cariñosamente, demostró que la política y la cultura pueden ir de la mano, y que las mujeres poseen voz y fuerza propias dentro de los movimientos sociales.

Graciela Amador Sandoval nació el 5 de abril de 1898 en Zacatecas, en un hogar donde los libros, la historia y las charlas sobre política eran parte de la vida cotidiana. Hija de Josefa Sandoval y del historiador Elías Amador Garay, aprendió a leer la realidad con espíritu crítico y a valorar la memoria y la conciencia de clase. Así, germinó su pasión por las letras, que más tarde se convertiría en herramienta de una férrea militancia.

Desde muy pequeña, Graciela Amador Sandoval mostró una profunda sensibilidad artística y una curiosidad inagotable por aprender. Mientras su familia enfrentaba las turbulencias políticas del porfiriato  que los obligaron a trasladarse de Zacatecas a Aguascalientes y finalmente a la Ciudad de México—, Gachita encontró en la música su refugio y su voz.

Guiada primero por las hermanas de Manuel M. Ponce y después por el propio maestro, Graciela se sumergió en el estudio de la composición.

Desde niña, su entrega al arte fue mucho más que un ejercicio y gusto estético: fue el inicio de una vocación que la llevaría a poner su talento y su convicción al servicio de la justicia y de las causas sociales que abrazaría con pasión y determinación revolucionaria.

Tras la muerte de su padre y de su hermano Juan Neftalí en 1917, Graciela conoció al joven militante José Alfaro Siqueiros, amigo de su hermano Octavio. En medio del dolor, surgió entre ellos una afinidad intensa.

A pesar de la oposición de ambas familias, se casaron el 5 de agosto de 1918.  Poco después emprendieron juntos el viaje a Europa, donde el encuentro con las vanguardias artísticas y los movimientos obreros dio forma a una nueva etapa en sus vidas: un tiempo en que la creación se fundió con la lucha, y el arte dejó de ser mero adorno para convertirse en conciencia.

A inicios de la década de 1920, Graciela Amador Sandoval se abrió paso en los círculos del arte y la política revolucionaria, consolidándose como una de las voces femeninas más destacadas del Partido Comunista Mexicano. En El Machete desplegó su talento como escritora, cuentista y creadora de corridos, y fue autora del célebre lema: “El machete sirve para cortar la caña, para abrir las veredas… y humillar la soberbia de los ricos impíos”. Su trabajo no se limitó a la administración del periódico: unía arte, militancia y pedagogía popular, adelantándose a su tiempo en un espacio dominado por hombres y convirtiéndose en referente intelectual del movimiento.

En 1925, Gachita Amador organizó a las mujeres mineras de Guadalajara, despertando su conciencia política y fundando los primeros centros revolucionarios femeninos. Tres años después, en el IV Congreso de la Internacional Sindical Roja en la Unión Soviética, intercambió ideas con Clara Zetkin y volcó esa experiencia en la obra En la Rusia Soviet. La Casa del Obrero, demostrando que el arte y la cultura son armas poderosas para cuestionar la injusticia y empoderar al pueblo.

Graciela Amador Sandoval creyó siempre que el arte podía cambiar vidas. Con el Teatro Periquillo y su labor como folklorista, rescató la música y las tradiciones populares, mostrando que la cultura educa, conecta y resignifica.

Su proyecto “Niño Luchador” buscó dar oportunidades de educación y bienestar a niñas y niños de familias proletarias y perseguidas, convencida de que apoyar a la infancia era sembrar un futuro más justo.

La vida de Graciela Amador Sandoval demuestra que la creatividad y la solidaridad pueden convertirse en armas poderosas contra la injusticia. Con sus letras, su música y su activismo, desafió un mundo dominado por hombres y defendió a quienes eran ignorados o reprimidos. Nos enseña que la cultura y la educación no son solo ideas abstractas: son herramientas de transformación real, capaces de despertar conciencia, empoderar al pueblo y construir un México más justo y humano.

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