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Polémica con el feminismo: a propósito del 9M

Fotografía: Cuartoscuro

Por Fernanda Larrainzar
Comité Central del PCM

Es fácil caer en el espontaneísmo y terminar sumándose a iniciativas ajenas a nuestros intereses de clase, al calor del descontento por los atroces feminicidios y la violencia en la que está sumida el país, el 9M  apareció como una opción atractiva y hasta contestataria. Pero antes de actuar preferimos detenernos a analizar el fondo. Y es que vimos peligroso respaldar una iniciativa que pudo desembocar en reacción, en exigir seguridad al estado, lo cual implica justificar la presencia de la Guardia Nacional en las calles, esa herramienta que usan los monopolios para mantenerse en el poder. Además, el 9M buscó invisibilizar o por lo menos opacar el 8 de marzo.

El 8 de marzo no es el Día de la Mujer, ni el día de la interseccionalidad, ni el Día Internacional de la Mujer, es el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, y las y los comunistas así lo defendemos. Euforia, impulso, desahogo, catarsis, eso ofrece el feminismo a las despistadas que se dejan arrastrar por el interés egoísta de expresar su concepción del mundo que creen ajena a la ideología dominante. El feminismo ofrece a las masas de mujeres trabajadoras confusión, descomposición y alejamiento de la postura clasista.

El feminismo ofrece a las mujeres trabajadoras desconocer el origen histórico de las condiciones de explotación y opresión que viven día a día. El feminismo burgués ofrece a las mujeres trabajadoras cerrar los ojos ante el entendimiento científico de su situación y desvía su atención hacía intereses ajenos, provocando que adopten posturas contrarias a sus intereses de clase, es decir, a hacer suyas las demandas de las mujeres burguesas que pretenden conquistar mejores posiciones dentro del sistema capitalista, creando la falsa esperanza de que es posible lograr su liberación de esta forma.

El feminismo ofrece a las mujeres trabajadoras olvidarse de la importancia de organizarse en el centro de trabajo, de participar en el sindicato, de pelear por mejores condiciones en el barrio, en la escuela. Les ofrece confrontarse con su compañero de clase, señalándolo como el enemigo a vencer. Les ofrece un performance exótico a cambio de renunciar a develar la naturaleza del verdadero enemigo, es decir a la mujer burguesa y al hombre burgués, que nos explotan y oprimen por igual.

El feminismo es burgués o pequeburgués, es ecléctico, es dañino, y es nuestro deber combatirlo en el campo ideológico y en la práctica. Es tan nocivo y virulento que ha penetrado en sindicatos, incluso en organizaciones que se dicen revolucionarias. Pongamos un ejemplo, el paro del 9 de marzo, muchas se han subido a la ola de #UnDíaSinMujeres. Como comunistas siempre nos preguntamos: ¿democracia para qué clase, dictadura para qué clase? Entonces, ¿a intereses de qué clase sirve esta convocatoria espontánea?, que carece de programa y de organización real entre las mujeres. ¿A intereses de qué clase favorece que las demandas de las mujeres trabajadoras se disuelvan y se anulen en el mar del folklor feminista?

No descalificamos el origen genuino o independiente que pudiera tener esta convocatoria, ni mucho menos a las mujeres trabajadoras que decidieron sumarse, porque sabemos que están cansadas y enojadas y es la forma que han encontrado para expresarlo. Ni desdeñamos el papel de un paro o una huelga, al contrario, defendemos estas herramientas de lucha de nuestra clase, que llevan su propio proceso de organización, que toman tiempo en planificarse. Sabemos que estas herramientas de lucha servirán para elevar la conciencia de las masas de mujeres trabajadoras, para transformar la conciencia economicista en conciencia de clase, es el camino lento pero seguro.

Entonces, o asumimos la postura clasista o asumimos alguna variante del feminismo, no hay más, no hay medias tintas. Si comprendemos la Tesis sobre la Emancipación de la Mujer, aprobada por nuestro VI Congreso en 2018, entendemos que el patriarcado es un síntoma de un mal mayor llamado capitalismo y hay que explicarlo así. Cómo surge históricamente, con la división de la sociedad en clases, con la aparición de la propiedad privada, que no existió siempre la desigualdad entre hombres y mujeres, que durante la comunidad primitiva, hace 10,000 años aproximadamente, la mujer ocupó un papel dirigente, entonces existía un matriarcado, etc., etc. Si entendemos la Tesis, entendemos que el machismo es parte del entramado cultural, que hace parte de la superestructura, y que de igual manera es solo un síntoma de un mal mayor.

Pero si reproducimos el discurso feminista de “derrocar al patriarcado” sin mencionar siquiera el sistema que lo engendra, no estamos haciendo nada serio para resolver la cuestión de la mujer.  Y ¿qué entendemos como cuestión de la mujer? Bebel lo explica así: “La posición que ha de ocupar la mujer en el organismo social, la forma en que puede desplegar su potencial y facultades en múltiples direcciones a fin de convertirse en un miembro pleno y activo del modo más útil posible a la sociedad humana, disfrutando de los mismos derechos que todos…”.

Y no es que la Tesis Sobre la Emancipación de la Mujer aprobada por nuestro VI Congreso sea un descubrimiento nuevo, la liberación de la mujer fue planteada por el propio movimiento obrero, con fuerza nunca antes vista, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Por ello reivindicamos a la pionera Rosa Luxemburgo y a Clara Zetkin, quienes propusieron ante la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas de 1910, celebrar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

El feminismo no es un fenómeno nuevo y desde sus inicios negó la lucha de clases. Durante el siglo XIX con la incorporación masiva de la mujer a la producción, surge el movimiento femenino dividido en movimiento femenino burgués y en movimiento obrero. El movimiento de las sufragistas en ese mismo siglo logró exclusivamente beneficios para las mujeres burguesas en temas de divorcio, herencia y participación en el parlamento, fue hasta el siglo XX que las proletarias pudieron gozar de estos derechos y otros más, en temas como la protección a la maternidad por ejemplo.

Algo similar sucedió con el movimiento para la liberación femenina que tuvo mucha fuerza en los años 60 y 70 del siglo XX, con una clara tendencia a negar el carácter de clase que diferencia a la mujer burguesa de la mujer obrera, cuyos intereses sabemos que son antagónicos. El movimiento femenino en las diferentes épocas históricas emana como resultado de épocas convulsas, de crisis económicas, de guerras imperialistas y también como resultado de la precarización de las condiciones de vida de mujeres y hombres explotados. Así que no nos deslumbra la actual efervescencia del movimiento femenino en América Latina y otras partes del mundo, que está impregnado de posiciones feministas, como el movimiento de los pañuelos verdes y múltiples y diversas expresiones como la huelga internacional de mujeres o el mismo paro del 9 de marzo.

Las y los comunistas sabemos cual es el norte para resolver la cuestión de la mujer, el socialismo-comunismo, que garantizará la emancipación de la mujer, estamos seguros de ello porque la Gran Revolución Socialista de Octubre así lo comprobó: fue aquí donde la mujer se integró masivamente al proceso productivo, a la educación, millones se graduaron como profesionistas, fueron científicas y técnicas haciendo parte en la industria, incluso en tareas directivas, un claro ejemplo es la cosmonauta Valentina Tereshkova.

Esta experiencia histórica nos demostró que socializar las labores de crianza, el permiso laboral de maternidad, las guarderías e internados, permiten a la mujer desahogarse de estas tareas y dedicar su tiempo a aumentar sus conocimientos y a participar en la política. Entonces si ya lo sabemos, ¿por qué nos dejamos llevar por el canto de la sirenas?: ¿la solución está en la manada sorora, en la deconstrucción de masculinidades, en el #MeToo, en el liberalismo, en el recalcitrante egoísmo pequeñoburgués, en la conciliación con las mujeres burguesas? ¿ahí está la solución?

Como parte del quehacer militante, a los comunistas nos corresponde confrontar ideológicamente con aquellas posiciones que lejos de abonar al avance de la lucha de clases, la estanca, la desdibuja y la maquilla de un análisis superficial, que no busca ni por error acercarse a una explicación científica del fenómeno en cuestión.

Actualmente el movimiento femenino más visible está impregnado de posiciones feministas, como las llamadas “colectivas”, incluso algunas organizaciones que se dicen revolucionarias o marxistas-leninistas, así como una que otra corriente sindical. Entendemos que parte de las mujeres proletarias se identifiquen con el feminismo por compartir algún sentimiento referente a un tema muy particular, por ejemplo, la denuncia del acoso sexual contra mujeres en el transporte público o la misma inseguridad. Y han sido organizaciones feministas quienes han abanderado este tema. Ante la ausencia de otra expresión organizativa, algunas mujeres proletarias se han sumado a las iniciativas del feminismo, compartiendo el descontento, pero sin asumirse como feministas del todo, porque en realidad no comprenden qué es el feminismo. Incluso hay proletarias que no se identifican, que ven al feminismo como una expresión estudiantil, de mujeres jóvenes que hablan sólo de sexualidad.

Y he aquí nuestra gran tarea y responsabilidad, presentar oposición, convencer, en medida de nuestras posibilidades, a la masa de mujeres proletarias de que existe una alternativa distinta, otra perspectiva de entender la realidad, que les ofrece soluciones a las condiciones de explotación, precariedad laboral y opresión de género.

Históricamente demandas como la separación de bienes en el matrimonio, una nueva legislación del divorcio y la herencia y la participación en el parlamento, pretendieron conquistar beneficios para las mujeres burguesas, una mejor posición con respecto al hombre burgués, pero manteniendo intactas las bases que sustentan la desigualdad de la mujer, sobre todo la mujer de la clase obrera. Así mismo, actualmente habrá feministas que reivindiquen el derecho de la mujer a dirigir una empresa o a ocupar un curul en el parlamento, pero sabemos que ello solo resulta en el fortalecimiento del sistema de explotación en contra de hombres trabajadores y mujeres trabajadoras.

Un ejemplo muy claro lo tenemos a la vista, María Luisa Alcalde, funcionaria de primero nivel de la llamada Cuarta Transformación, una mujer joven al frente de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, que sirve a la socialdemocracia en el poder para darse un baño de respeto a la equidad de género, pero que evidentemente no hace más que darle un rostro femenino a una secretaría estratégica, que interviene en decisiones laborales que afectan a la clase en su conjunto, por ejemplo con la complacencia a los outsourcing, el falso discurso de la democracia sindical y pronto con la aplicación del TMEC, un tratado lesivo para los intereses tanto de hombres trabajadores como de mujeres trabajadoras.

Por eso entendemos la simpatía de los poderosos con la reducción de la rabia del movimiento femenino en propuestas reformistas como la Ley Olimpia contra la violencia cibernética. O la indiferencia ante iniciativas pequeñoburguesas de reducir la cuestión de la mujer a talleres sobre menstruación o “deconstrucción de masculinidades”, porque no significan ninguna amenaza al orden actual, porque estas iniciativas no pretenden destruir la base económica que provoca la opresión de género. Analizar las expresiones del feminismo en las calles, refutar a las ideólogas de la academia es necesario, es complejo, la realidad está en constante movimiento,  debemos estar atentos, observar e intervenir.

Pero qué pasaría si el movimiento femenino empieza a abanderar otras luchas como la protección especial a la maternidad. Causaría incomodidad, y muy probablemente sería tratada con desprecio, represión, censura y criminalización. He aquí donde la contradicción se revela, donde se ve claramente la división, el choque de intereses de clase por cierto irreconciliables.

Nuestra realidad en México es tal que somos 20 millones de mujeres trabajadoras que enfrentamos la precariedad laboral, y además estamos desorganizadas, que debemos superar la pasividad y luchar para cambiar nuestras condiciones de vida,  para que no se permita la prueba de embarazo para ser contratadas, porque no accedemos al empleo formal en la misma proporción que los hombres, porque se está reduciendo la red de guarderías públicas, porque existe una brecha salarial entre hombres y mujeres, porque no todas tenemos derecho a formar parte de un sindicato, porque hay trabajadoras domésticas que viven una situación de semiesclavitud, porque la violencia contra nosotras crece día a día, los feminicidios ocurren diariamente en nuestro país, porque la maternidad debe ser voluntaria y ejercida en condiciones dignas.

La lucha por mejorar nuestras condiciones de vida como mujeres trabajadoras está indisociablemente vinculada a la sociedad futura. De ninguna manera pensamos que las conquistas que logremos en el marco de la sociedad capitalista actual serán una solución definitiva; pero sí estamos convencidas de que son procesos necesarios para que nos unamos, luchemos juntas, organizadas, y así ensayemos nuestra acción futura para conquistar el mundo nuevo.

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