Ayotzinapa: crimen y esperanza
Imagen. Internet
Diego Simón Sánchez/Cuartoscuro*
Pie de foto original: MÉXICO, D.F., 14OCTUBRE2014.- Estudiantes de la Facultad de Artes y Diseño de la UNAM colocaron los retratos de los 43 normalistas desaparecidos
de Ayotzinapa en días pasados en el municipio de Iguala, Guerrero, como parte de las actividades que se realizan durante el paro en varias facultades de la Máxima Casa
de Estudios en apoyo a los jóvenes normalistas.
Ayotzinapa: crimen y esperanza**
Por Cristóbal León Campos
I
El estado de Guerrero es una de las entidades federativas de la República Mexicana con mayor índice de desigualdad social, los niveles de marginación y explotación lo ubican en la lista roja de pobreza extrema, que asola a más de la mitad de la población del país. Esta condición ha generado a lo largo de la historia contemporánea que sea precisamente Guerrero uno de los territorios con presencia continua de movilizaciones sociales y organizaciones clandestinas que buscan, o han buscado, reivindicar los derechos violados y satisfacer las necesidades básicas de su población. Guerrero, junto a los estados de Oaxaca y Chiapas, comparte una larga historia de resistencia, pero también de represión y violencia de Estado.
La geofísica de Guerrero permite que mantenga características marcadamente rurales, siendo los trabajadores del campo, la organización comunal y las formas culturales tradicionales aspectos muy representativos, tanto en la resistencia social como en su composición clasista. Larga es la resistencia emprendida por los comuneros, obreros, campesinos y estudiantes de Guerrero, cuyas expresiones han dado lugar a todas las formas de lucha, desde el movimiento de masas hasta la guerrilla. De manera particular, las organizaciones estudiantiles han jugado un papel relevante ante la injusticia y el desprecio gubernamental (que no olvido). Estudiantes y egresados de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) y de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa han acompañado por décadas los reclamos sociales de amplios sectores marginados, siendo ellos mismos, un sector carente en diversos temas; particularmente es conocido el compromiso de los normalistas de Ayotzinapa, cuyo origen es eminentemente rural y campesino.
II
El tiempo pasa desde la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” y del asesinato de 6 personas, entre ellos tres estudiantes, a manos del Estado mexicano. La conmoción y el dolor se han extendido a buena parte del territorio nacional y poco a poco se va gestando un movimiento de solidaridad entre diferentes escuelas y universidades del país, que podría desembocar en un gran movimiento popular que haga frente al terror que hoy gobierna en la nación.
Guerrero es centro del dolor del pueblo de México, la indignación se expresa de muchas formas y, sin embargo, lo único que se ha logrado es la comprobación de que el asesinato y la desaparición forzada son una práctica común en México y para muestra la infinidad de fosas con restos humanos que han aparecido. No es noticia nueva, aunque la magnitud siempre sospechada y pocas veces comprobada ha incrementado la rabia que se siente ante tan grave situación e impunidad. El Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), indica que durante la gestión de Enrique Peña Nieto se alcanzó una cifra mayor a los treinta mil mexicanos desaparecidos.
Vivimos tiempos de ruptura y de construcción, el desprestigio que han alcanzado los partidos políticos (de todos los colores) era inimaginable unos años atrás. La falta de confianza en el sistema judicial y descrédito a la mayoría de los medios de comunicación abren paso a la construcción y consolidación de nuevas formas de organización social y de comunicación, que se van articulando desde una perspectiva crítica e incluso escéptica a todo lo existente hasta ahora.
No se pude permitir tal cinismo cuando nos dicen que no hay más avances en las investigaciones. Sabemos que saben que sucedió, sabemos que se ocultan los unos a los otros en las cúpulas del poder político y económico, no somos los ingenuos que arriba creen. El dolor y la rabia que sienten los familiares, los compañeros de la Normal Rural, y que sentimos todos, no tiene olvido. En la memoria del pueblo de México hay muchas fechas trágicas (Tlatelolco, Acteal, Atenco, Oaxaca, Ayotzinapa, etc.), muchas matanzas, desapariciones y mentiras. No se ha olvidado ninguna. Simplemente aguardan la llegada de la justicia.
III
Hace ya más de siglo y medio que Carlos Marx escribió una de sus más principales obras intitulada El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. En ella analizó la revolución francesa de 1848-1851 y desarrolló de forma más acabada los principios fundamentales del materialismo histórico; la teoría de la lucha de clases y de la revolución proletaria; la doctrina del Estado y de la dictadura proletaria. En esta obra, Marx decretó de manera categórica y trascendente, para todo su pensamiento posterior, el hecho fundamental de que el proletariado tiene, como condición inevitable para su desarrollo, que destruir la maquinaria que hace funcionar al Estado burgués.
En la misma obra planteó que la historia se repite dos veces: “la primera como tragedia, la segunda como farsa”. Ejemplo de su lectura crítica de Hegel, dos palabras resaltan en estos momentos de la frase en forma particular: tragedia y farsa. Para nadie en México son ajenas las trágicas condiciones en que millones de personas viven a diario; la extrema pobreza, el analfabetismo, la discriminación y racismo, junto a la explotación laboral, laceran toda posibilidad de desarrollo de las clases desposeídas. No es un secreto que literalmente cientos de personas son despedidos y arrojados a la extrema pobreza por un sistema que en su naturaleza lleva tatuado como sello distintivo la frase “inhumano”.
La farsa en que han convertido nuestra realidad a través de los medios de comunicación, que cómplices de los poderes reducen nuestras vidas a simples personajes de telenovela, donde se nos dicta como sentencia bíblica el papel y el rol que cada uno de nosotros debe jugar en el concierto social, únicamente dependiendo de la clase a la que pertenezcamos. Los moldes perfectamente confeccionados deben ser rellenados por los individuos de manera acrítica. Salirse de los esquemas establecidos es, sin duda, una ofensa mayor que el órgano regulador del poder –el Estado– debe detener a toda costa, siendo la violencia el modo más brutal y más recurrido en la historia. Así lo fue la Inquisición, así lo es hoy. La criminalización de la protesta social y de la organización de los de abajo para defender sus derechos y luchar por mejores condiciones de vida.
Los hechos de violencia en el estado de Guerrero, son sólo una más de las múltiples expresiones represivas del Estado, que temeroso de la organización popular recurre a la fuerza para imponer su voluntad y mantener su dominio. La nota sangrienta vuelve a ocupar nuestras plumas e indignar nuestros corazones. La violencia de Estado es el baile que los cerdos celebran deliberadamente, es su banquete; donde sedientos de impunidad juegan con las vidas como si arrojaran el cubilete esperando ver quién gana.
Guerrero es la llaga trágica de la farsa real de nuestro México. Es la expresión de la injusticia consumada en violencia. Es el dolor de una nación que en horario estelar ve masacrar sus derechos y sueños y se acuesta soñando con poseer materialmente lo que en nada satisface su más sublime necesidad humana. Guerrero es, en suma, nuestra historia patria negada. Es Ayotzinapa, Tlatelolco, Oaxaca, Atenco, Aguas Blancas, Chiapas y muchos, pero muchos más. La violencia de Estado es el baile que los cerdos celebran deliberadamente, es su banquete; donde sedientos de impunidad juegan con las vidas como si arrojaran el cubilete esperando ver quién gana. Guerrero como todo México está en pie, sostenido por quienes construimos esta sociedad y la hacemos avanzar. Invertir el orden de cosas, como planteara Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, es en sí el inicio del fin de la farsa y la tragedia.
IV
Las historias casi fantásticas con que el gobierno ha intentado cubrir su responsabilidad se han acompañado en todo momento con el incremento de la violencia represiva, el hostigamiento y la persecución a quienes no aceptan quedarse sentados esperando que la justicia se establezca por mandato divino. Los padres de familia, el magisterio disidente organizado en la CETEG, la sociedad civil guerrerense y millones de mexicanos y ciudadanos del mundo, han mantenido vigente el reclamo y exigencia de la pronta aparición con vida de los estudiantes normalistas. Siete largos meses transcurridos y aún se ve lejos la posibilidad de establecer la justicia, en un claro caso más de impunidad por parte del Estado mexicano, en el que se encubre la verdad y se protege a los culpables materiales e intelectuales cerrando el pacto entre el gobierno y el crimen organizado.
El estado de Guerrero está marcado de forma particular por la violencia represiva de los gobernantes. En las décadas de 1960 y 1970 la guerra sucia desapareció a centenares de personas cuyo destino difícilmente se logre saber con certeza. En 1995 fueron masacrados campesinos desarmados en Aguas Blancas y en 1998 tuvo lugar un hecho similar en el Charco. En las últimas fechas recordemos que el 12 de diciembre de 2011 fueron asesinados dos normalistas de Ayotzinapa por parte de elementos de la Policía Ministerial en Chilpancingo, todo esto junto a un sinnúmero de casos de ejecuciones y desapariciones forzadas. Estos casos son ejemplo del carácter estructural de la violencia de Estado. En Guerrero la presencia del ejército en las comunidades rurales e indígenas es común y forma parte de la vida cotidiana, representa claramente la impunidad en que se siguen reproduciendo diversas formas de violencia como el racismo y la transgresión sistemática de los más elementales derechos humanos. La existencia de cacicazgos es otro ejemplo de la complicidad entre gobierno y crimen organizado.
La historia de la Escuela Normal de Ayotzinapa se inscribe en la historia de lucha de las Escuelas Normales Rurales. Que si bien fueron creadas como parte de la política de Estado, los años posrevolucionarios trajeron poco a poco enormes contradicciones entre su existencia y su supervivencia, pues las políticas educativas fueron alejándose cada vez más de su origen social, para dar paso a la actual realidad neoliberal. El proyecto educativo ruralista se ha visto amenazado desde décadas atrás, con el fin de diversos programas, el cierre de muchas Escuelas Normales y la tensión agudizada con el modelo político que privilegia la ganancia en detrimento de la comunidad y los aspectos sociales.
A casi cien años de que fueron creadas las Escuelas Normales Rurales, nuestro país cambió de un modelo de Estado de bienestar, a un Estado controlado con poderes fácticos, el narcotráfico y la violencia organizada. Se pasó de la defensa de la soberanía nacional a la entrega de los recursos naturales a los monopolios transnacionales. Se transitó de la reforma a la contrarreforma agraria y demás reformas estructurales que van sepultando toda herencia de la Revolución de 1910. La agresión a los estudiantes normalistas de Ayotzinapa es una paradoja, pues las Escuelas Normales Rurales fueron creadas precisamente para defender lo que representan y ahora son criminalizadas. Ayotzinapa representa la organización colectiva, el autogobierno y la lucha campesina. Los valores eminentemente sociales son los que se persiguen por el Estado y es Ayotzinapa un ejemplo de ellos, cuyo origen se encuentra en los ideales del socialismo mexicano.
La rabia que en estas fechas siente el pueblo de Guerrero es compartida por millones de mexicanos, que han sufrido en diferentes formas la explotación, marginación y represión que el modelo económico impone. Su rabia es digna pues es la que siente todo aquel que ve sus derechos pisoteados y que, sin embrago, no desiste, no se entrega y no permite que pasen sobre su dignidad. Ayotzinapa es ejemplo de resistencia. La disyuntiva es como dar cauce a esa rabia de forma organizada y colectiva.
V
La sociedad es consciente de que lo acontecido esos trágicos días. Es un crimen de Estado. Sin embargo, aún hay que determinar aspectos tan fundamentales como el verdadero destino que los 43 estudiantes han tenido. Desde luego, el deseo y la esperanza de México es que permanezcan con vida y puedan en algún momento próximo retornar a sus hogares. Y aunque esta afirmación pueda parecer, para algunos, exagerada, baste recordar la perversidad del Estado. Muchos son los casos que ayudan a mantener el sueño del rencuentro. Además está el ejemplo de las dictaduras sudamericanas, donde miles de seres fueron desprendidos de sus comunidades y familias, para tiempo después retornar. Por eso la consigna general del movimiento sigue siendo, como desde el primer día, ¡vivos se los llevaron, vivos los queremos!
VI
La Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas establece como desaparición forzada: “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de la libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley”. Este Tratado Internacional fue ratificado por México el 18 de marzo de 2008 y entró en vigor el 23 de diciembre de 2010.
Una mirada rápida a los últimos años de la vida en México demuestra lo común que resulta hablar de la desaparición forzada; forma parte del habla común. Se ha convertido en un elemento más de la cotidianeidad, siendo no solamente peligroso sino que además lo convierte en un hecho aceptado de manera pasiva al concebirse como algo incluso “normal”. Pero una mirada más profunda a la historia de nuestro país permite comprobar el repudiable hecho de que la desaparición forzada es una práctica institucionalizada por los diferentes gobiernos, sean estatales o federales, utilizada contra quienes se vinculan o forman parte de los diferentes movimientos sociales que se suscitan. La violencia de Estado es una realidad, y las desapariciones forzadas una de sus expresiones. La guerra sucia no ha terminado, sigue vigente y se extiende con formas mucho más perversas, aunque mantiene los elementos centrales que le permiten implantar la impunidad y el miedo entre la sociedad. Es tal el grado de institucionalización de la violencia que la gente común incluso llega a expresar frases que avalan de forma consciente o inconsciente su realización. Es decir, se ha interiorizado de tal forma con la ayuda de los medios de comunicación que criminalizan a todo aquel que piense o actúe diferente, que se llega al grado de que en ocasiones la sociedad es cómplice de uno de los más crueles crímenes contra la humanidad. Desde luego, nada de ello exculpa al Estado de su perversidad, muy al contrario, demuestra el grado deshumanizado que llegan a tener quienes ocupan y ejercen el poder desde las esferas del gobierno.
VII
Criminalizar es una de las estrategias del Estado contra quienes se atreven a levantar la voz y exigir justicia. En México la criminalización es pan de todos los días. Toda demanda social o manifestación pública de inconformidad es rápidamente asociada con la delincuencia, con el narcotráfico o con cualquier otro tipo de crimen organizado. El Estado utiliza en esta estrategia el servilismo de los medios masivos de comunicación, que se prestan para difundir versiones distorsionadas de los hechos, poniendo por delante el amarillismo, la mentira y los intereses privados.
El Estado utiliza sus diferentes instrumentos represivos para mantener el orden. Ya sea mediante su aparato judicial o de sus brazos violentos, como son la policía y el ejército. La criminalización utiliza distintas estrategias como son: la judicialización de la protesta social, la represión política abierta y la militarización. La protesta es un derecho, no un delito, pero el Estado la concibe como un peligro para sus intereses y por ello la criminaliza, la reprime o en su caso extermina a quienes participan. Aun así, pese a las acciones en su contra, las movilizaciones no se detienen y las voces no callan ante la injusticia. Los mismos pueblos criminalizados tienen en la memoria una eficaz herramienta de lucha. Por ello es necesario difundir lo acontecido y clamar justicia. Ayotzinapa es el reclamo más humano que en nuestro país se realiza en estas fechas. La voz en alto no clama justicia únicamente por los desaparecidos y asesinados, clama el fin de la injusticia histórica y presente. Ayotzinapa es la esperanza de todo un país que ofrendando a sus hijos construye su provenir.
VIII
En el crimen de Estado sobre los normalistas de Ayotzinapa, la impunidad se revela como única certeza, pues nada, absolutamente nada, podrá devolver a las familias, amigos y compañeros los momentos perdidos, la distancia y desde luego nada podrá reparar el dolor. Más allá de que se conozca el destino de los 43 desaparecidos, la impunidad ha quedado sellada como una ofensa más a nuestras libertades y a nuestra humanidad. Lo acontecido el 26 y 27 de septiembre de 2014 es sin duda un delito de lesa humanidad. Es la muestra de la descomposición social y política del país y de sus estructuras de gobierno llenas de corrupción.
Sin embargo, y como gesto humano, Ayotzinapa sigue siendo nuestra mayor esperanza. Esa esperanza que es todo y nada. Nada en cuanto inmaterial y es todo en cuanto aliento. No hay movimiento alguno sin aliento y por tanto sin esperanza. La esperanza ha contribuido con la historia, tiene un carácter revolucionario alejado de la visión religiosa con la que se le suele relacionar. Muy al contrario, esperanza es el nombre del puño álgido que se levanta contra la opresión. Hoy después de un año, Ayotzinapa de pie y con la vista de frente, levanta el puño como señal de que, a pesar de todo, sigue siendo la esperanza lo que nos guía.
IX
La espera, la esperanza puesta en el regreso, sigue movilizándolos. De igual forma, la mentira y las falsas verdades del poder van quedando gravadas con mayor profundidad. Se sabe de la mentira del Estado, de sus falsas verdades, pero también se sabe de la desolación y el desamparo que se quiere imponer para dar lugar a la desesperanza y el ocultamiento de una página más de la historia patria.
X
Las efemérides de muerte no son casualidades, no las hay en un mundo que se rige por la soberbia del poder, Ayotzinapa está más cerca de Tlatelolco de lo que la geografía física podría decir. El calendario de la muerte que cada año trazan los jerarcas de la desesperanza los hermana. No hay casualidades, no las hay. Se cumplen cuatro años de la desaparición de los 43 normalistas, y en tan sólo unas semanas la masacre del 2 de octubre cumplirá cincuenta. Tantos días, tantas horas, tanto dolor. El silencio sigue siendo el mismo, no se sabe lo que todos sabemos, se calla lo ya dicho, se evita nombrar lo que con sangre ha escrito su nombre. Parecería que funciona, dirán riendo que han vencido, que las pruebas se quemaron tan rápido como un instante, mas lo que se talla en lo profundo del corazón no alcanza jamás olvido, y es que nuestro corazón late, cada día late más fuerte devolviéndonos la esperanza.
El movimiento del 1968 generó un renacer social, criticó cada una de las estructuras de aquella época. Profundo reclamo de cansancio y hastió. Los roles de género, la política, la democracia, el Gobierno, el Poder y mucho más fue cuestionado. Las simientes de lo que se creía sagrado fueron sacudidas por las pisadas certeras de la juventud que dijo basta. Hoy vivimos tiempos definitorios, de nuevo el grito que exclama sean removidas las simientes surge desde lo profundo, desde abajo, donde habitamos quienes damos forma a las sociedades. Ayotzinapa es un dolor fresco, Tlatelolco es el reuma de un sistema podrido sostenido por lacayos que con sus manos sostienen lo ya derruido. No hay casualidades, no las hay, hoy seguimos exigiendo justicia y sumando voces para este mundo transformar. Hoy los estudiantes dan la lucha nuevamente por una mejor nación.
Entre tanta muerte, entre tanto cinismo, hay luces de esperanza, los padres de los normalistas ejemplifican la grandeza del amor y la fortaleza de la conciencia que despierta en el “rojo amanecer”. Ayotzinapa tiene en ellos su expresión de vida. En Tlatelolco aún se enmudecen muchos nombres, los centenares de desaparecidos no llenan libretas ni sus rostros conocemos, anónimas deudas, impunes sus verdugos se repiten cada año, cuarenta y ocho años de un dolor inagotable y a pesar de todo, de tanta muerte, ¡seguimos cantando!
XI
Un entorno de impunidad sirve de antesala al cumplimiento de un aniversario más del crimen de Iguala en el Estado de Guerrero. Los 43 siguen perdidos en la oscura noche que ha desgarrado al país hasta en su última esencia. El dolor sigue siendo el mismo. La humanidad frente a la sinrazón del Poder. Ayotzinapa es la síntesis de la rabia y el cinismo con que se escribe la historia nacional.
El sentimiento general de la sociedad es referente del malestar que impera en toda la geografía mexicana. Desconcierto y temor, indignación y frustración. Desesperanza que buscan los poderosos implantar en las mentes y los corazones de la sociedad, la violencia y su monopolio estatal pretende acabar con toda ilusión de establecer la justicia y un poco de razón en un país burlado al grado descarado de que el llamado Presidente olvida por error de imprenta respetar las leyes. ¿Qué podemos esperar frente a tanta impunidad?, ¿acaso hay salida ante el desamparo social? La frente en alto de los padres que buscan a sus hijos desaparecidos es la respuesta más cabal que en los últimos años hemos presenciado, nada está perdido mientras la fuerza de la utopía nos empuje a seguir resistiendo.
El tiempo pasa. Se pierde en los calendarios del Poder, entre telenovelas recicladas y alienantes del sentido humano. Pero abajo, ahí donde la mirada de quien dice mandar no alcanza a llegar, donde aquellos que juegan con nuestras vidas llamándole “desarrollo” no pueden por lo menos nombrar, ahí, ahí mismo y desde siempre, el tiempo es otro y pasa, claro que pasa, sólo que su paso es diferente. Si arriba se olvida, abajo se recuerda. Un recuerdo muy humano, muy propio de quienes el dolor les asiste junto con la razón del reclamo; ahí donde habita la dignidad, ahí la utopía es praxis y se materializa en la resistencia. El otro mundo existe desde hace tanto en el palpitar humano de los puños siempre en alto.
Una luz de esperanza para muchos se vislumbra en la posibilidad de que se establezca una Comisión para la Verdad y la Justicia. Falta aún camino por andar. La verdad y la justicia llegarán cuando el pueblo organizado exija el fin del régimen de muerte que nos oprime desde tanto tiempo atrás. Sólo el pueblo puede establecer la justicia y la verdad definitivas.
XII
Instaurar la justicia en el país será un proceso complejo que requiere de la voluntad política y social. Conjugar las acciones a favor del esclarecimiento de lo acontecido el 26 y 27 de septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero, requerirá romper con las estructuras de corrupción que han obstruido los procesos de investigación en torno a los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa y de las tres personas asesinadas en esos mismos hechos. Sanar las heridas nacionales es un requisito para poder hablar de una nueva etapa en la sociedad mexicana.
La firma del Decreto para la Comisión de la Verdad de Ayotzinapa es un paso necesario. La indicación del presidente Andrés Manuel López Obrador para que todas las instituciones relacionadas se pongan a disposición de la verdad, puede parecer una muestra de esa voluntad política requerida, tendremos todos en la sociedad que vigilar los procesos que se instauren, las medidas que se tomen y sobre todo que realmente los actos que se efectúen estén dirigidos al esclarecimiento de lo sucedido. El crimen de Estado debe ser juzgado y los culpables deben pagar por su participación en las desapariciones forzadas y en la criminalización que han padecido los estudiantes normalistas y sus familiares. Es necesario dar fin a la violencia sistémica que desde los años sesenta se aplica e impone sobre los movimientos sociales, los activistas y demás ciudadanos conscientes que levantan la voz para exigir mejores condiciones de vida. Establecer la justicia en Ayotzinapa sería un gran paso para frenar la guerra sucia que hasta hoy ha ejercido el poder en México.
La investigación tendrá que retomar el rumbo. Deshacer las trampas puestas por quienes estuvieron antes a cargo, pues mucha información fue ocultada, manipulada, eliminada o falseada, para que el gobierno del ex presidente Enrique Peña Nieto pudiera dar a conocer su «verdad histórica», misma que se derrumbo a los pocos minutos de que fuera anunciada. El cinismo acostumbrado del poder ha generado la desconfianza con que la sociedad observa los resultados ofrecidos hasta la fecha, pero, sobre todo, generó el incremento del dolor con que los familiares ven esos procesos de investigación sobre sus hijos, pues los estudiantes de Ayotzinapa han sido negados de muchas maneras por el Poder. Si hay voluntad real de esclarecer los hechos se manifestará en la forma en que se vayan realizando los peritajes y averiguaciones, la manera en que se informe a la sociedad sobre los avances y el trato que reciban los familiares. Aún hay mucho escepticismo a pesar de la firma del decreto y es normal por lo instituido de la corrupción en los sistemas de justicia y por la constante impunidad que ha gobernado durante años en el país.
La sociedad debe jugar su papel exigiendo transparencia y veracidad, haciendo del tema un diálogo entre las partes. Las manifestaciones de repudio al crimen y a sus perpetradores continuarán hasta que la justicia se establezca. La solidaridad con los familiares de los desaparecidos es una constante muestra de humanidad. México en su conjunto fue cimbrado en lo más profundo por el crimen de Estado, resarcir ese daño transitará por el cumplimiento de las demandas sociales, hacer de la justicia un hecho palpable y no sólo un derecho alienado de la vida cotidiana.
La justicia no vendrá del cielo ni por bondad. Los reclamos sociales han logrado que se firmara el Decreto para la Verdad de Ayotzinapa. El hecho de que miles y miles de mexicanos se expresaran y el apoyo recibido desde diferentes puntos del mundo, pusieron el tema como prioritario en la agenda política del nuevo gobierno. Esas mismas voces multiplicadas encarnarán el interés y la permanente demanda humana de que al fin se pueda hablar de justicia en México. La verdad no es un acto que baje desde la pirámide vertical del poder. Es la expresión de la voluntad social organizada de manera horizontal para dar luz a esta noche espesa y sombría que ha significado la desaparición de los estudiantes normalistas.
Ayotzinapa es dolor, desesperanza, rabia, desconfianza y muestra de la violencia de Estado. Con la firma del Decreto por la Verdad puede lograrse cambiar esos significados, estableciendo la esperanza en que la verdad aflore y la justicia se establezca. Pero para ello sigue siendo necesaria la participación consciente de los oprimidos, reclamando el respeto a sus derechos, el fin de la violencia sistémica y un nuevo orden social más equitativo y justo.
XIII
Arriba se pretendió que se diluyera, que todo pasara, que los vientos cambiaran y la marea regresará a la calma, pretendieron dejar morir lo que vive. Los culpables apostaron por el olvido y el desanimo, se escondieron en su “verdad histórica”, se mintieron a sí mismos queriendo salir impunes. Pero la memoria sigue intacta, Ayotzinapa palpita en nuestros corazones, no hay olvido, no hay brazos caídos, la resistencia sigue y persiste, crece a pesar del tiempo, se entrelaza, avanza, abajo se teje la manta del mañana con el hilo del presente, el porvenir se construye en los actos cotidianos. El silencio no significa inactividad, el silencio es organización, esperanza y voluntad, persistencia y dignidad. Se cumplen cinco años y todo continúa. La impunidad sigue, el desprecio de muchos poderosos permanece. También abajo todo sigue, seguimos y seguiremos, andamos en esta noche provocando que amanezca. Ayotzinapa es vida, vive en nosotros.
Al iniciarse el actual gobierno federal se firmó un Decreto para crear la Comisión de la Verdad de Ayotzinapa, el presidente Andrés Manuel López Obrador indicó que todas las instituciones relacionadas se pusieran a disposición de la verdad, sin embargo, nuevamente el tiempo pasa y reiteradamente contamos los días de la impunidad. La sociedad se mantiene vigilante de los procesos que se instauraron, las medidas que se toman y sobre todo que realmente los actos que se efectúan estén dirigidos al esclarecimiento de lo sucedido.
Muchas dudas circulan en el aire. La liberación reciente de más de veinte policías relacionados con la desaparición, sin que el crimen esté resuelto, despierta la duda, agudiza los temores y pone al miedo en la palestra. La impunidad en México es tan común que, a pesar de lo mucho que se ha efectuado contra la corrupción, aún quedan resabios de las viejas formas de hacer política y de usar las leyes. El temor frente a la injusticia no es casual, es una vivencia tan cotidiana que es en verdad muy difícil de poder erradicar únicamente con palabras o buenas voluntades.
Todos quienes sentimos Ayotzinapa como algo nuestro deseamos que el crimen de Estado sea juzgado con toda la profundidad necesaria y los culpables paguen por su participación en las desapariciones forzadas y en la criminalización que han padecido los estudiantes normalistas y sus familiares. Ya han pasado cinco años, ¿acaso es necesario que transcurran otros cinco para hablar de justicia? Es por demás urgente y necesario poner fin a la violencia sistémica que desde los años sesenta se aplica e impone sobre los movimientos sociales, los activistas y demás ciudadanos conscientes que levantan la voz para exigir mejores condiciones de vida. Establecer la justicia en Ayotzinapa sería un gran paso para frenar la guerra sucia que hasta hoy ha existido en México.
Nos toca a nosotros seguir jugando nuestro papel. La sociedad tiene que renovar su participación exigiendo transparencia y veracidad, haciendo del tema un diálogo entre las partes. Las manifestaciones de repudio al crimen y a sus perpetradores continuarán hasta que la justicia se establezca. La solidaridad con los familiares de los desaparecidos es una constante muestra de humanidad, México en su conjunto fue cimbrado en lo más profundo por el crimen de Estado, resarcir ese daño transitará por el cumplimiento de las demandas sociales, hacer de la justicia un hecho palpable y no sólo un derecho alienado de la vida cotidiana.
La justicia no vendrá del cielo ni por bondad. Los reclamos sociales lograron que se crease la Comisión para la Verdad de Ayotzinapa. Miles y miles de mexicanos se expresaron junto al apoyo recibido desde diferentes puntos del mundo, fueron todas esas voces las que pusieron el tema como prioritario en la agenda política. Esas mismas voces multiplicadas reavivan el interés y la permanente demanda humana de que al fin se pueda hablar de justicia en México.
La verdad no es un acto que baje desde la pirámide vertical del poder. Es la expresión de la voluntad social organizada de manera horizontal para dar luz a esta noche espesa y sombría que ha significado la desaparición de los estudiantes normalistas. Ayotzinapa es muestra de dolor, de rabia, desconfianza y de la violencia de Estado. Únicamente la justicia puede dar otro significado. Seguimos ondeando la bandera de la esperanza para que la verdad aflore y la justicia se establezca, pero para ello sigue siendo necesaria la participación consciente de los oprimidos reclamando el respeto a sus derechos, el fin de la violencia sistémica y un nuevo orden social más equitativo y justo.
Ayotzinapa es también vida, resistencia, alimento que nos enseña. Es ejemplo de dignidad y persistencia, el llanto continuo es fuerza para los espíritus desgastados. Ayotzinapa es utopía realizable, es la verdad más fuerte que nuestras voces gritan. Ayotzinapa es humanidad, es amor, es sentimiento, es el canto de ilusión que desde nuestras almas brinda el coraje para insistir frente a tanta impunidad, barbarie e inhumanidad.
XIV
La noticia de las nuevas órdenes de aprehensión dirigidas a 46 involucrados con la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa en Iguala, Guerrero, genera, en el ánimo de miles de mexicanos y seres humanos en el mundo que se han mantenido firmes y exigiendo justicia, un aire de esperanza de que al fin el crimen de Estado se aclare a detalle y se conozca el paradero de los desaparecidos. Sin embargo, no es posible elevar las campañas a todo vuelo y asegurar como lo ha hecho Alejandro Gertz Manero, actual Fiscal General de la República, que “se acabó la verdad histórica”. Realmente, eso únicamente sucederá cuando la justicia se aplique en todo sentido y con todo rigor sobre los involucrados. Esto último naturalmente implica la detención y el enjuiciamiento de Enrique Peña Nieto y muchos mandos militares y policiacos que idearon, participaron, conocieron y ocultaron información desde aquella fatídica noche-madrugada de septiembre de 2014.
Sin duda hay avances. El hecho de que por fin se habrán expedientes relativos a los delitos de desaparición forzada y delincuencia organizada proporciona una nueva dimensión a las investigaciones judiciales. El envío de nuevas evidencias físicas a la Universidad de Innsbruck para su indagación y la solicitud de colaboración a la Interpol para la detención de Tomás Zerón de Lucio, quien fuera el titular de la Agencia de Investigación Criminal, pueden sentar las bases para ir aclarando los niveles de responsabilidad criminal que llegan a los más altos cargos del poder en México. El mismo presidente, Andrés Manuel López Obrador, ha reconocido la corrupción en las investigaciones anteriores y que permitió la construcción de la llamada “verdad histórica” anunciada en 2015 por Jesús Murillo Karam, extitular de la Procuraduría General de la República (PGR); con la cual el gobierno de Peña Nieto pretendió dar el carpetazo final y sepultar todo, para escribir una hoja más de la historia tan dolorosa de la guerra sucia que aún continúa en nuestro país. Puesto que, quiérase o no, las llagas siguen abiertas por tantos crimines de Estado cometidos sobre los movimientos sociales, dirigentes, militantes y opositores al régimen capitalista.
La voluntad real del actual gobierno federal está puesta en los reflectores. Los grados de putrefacción del sistema jurídico mexicano son inimaginables. La muestra reciente de ello ha sido la liberación de José Ángel Casarrubias Salgado, “El Mochomo”, uno de los líderes del grupo criminal Guerreros Unidos. Grupo que según diversas investigaciones periodísticas están involucrados en la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, aunque eso no signifique que esta agrupación sea la única responsable, como se quiso hacer creer. El caso de los 43 estudiantes de Ayotzinapa es un crimen de Estado, del cual no hay que perder la pista. “El Mochomo” fue reaprendido y fincado con nuevos delitos, al salir del penal donde estaba preso tras seis años de búsqueda. La evidente complicidad de autoridades para su liberación empaña todo deseo real de justicia para este caso, como para miles de otros que aún aguardan en la larga lista de impunidad característica del país. Los golpeteos políticos entre fracciones de diferente color, y de intereses anquilosados en el sistema, son una prueba más a superar para alcanzar la verdad.
La esperanza de que se haga justicia sigue firme, sin importar el dolor que ha significado este crimen de Estado. Los Padres y Familiares de los 43 continúan en su búsqueda y exigencia de justicia, recorriendo la nación, llevando su voz y su causa, construyendo nuevas redes de resistencia ya no sólo para la resolución de su caso, sino para que nunca jamás se repitan estos hechos, para que la sociedad se transforme y con ella el régimen que hizo posible la desaparición de los 43. La nueva dirección en las investigaciones no debe significar el fin de las movilizaciones y del reclamo social, al contrario, deben incrementarse para que la justicia y la verdad llegue hasta Ayotzinapa, una comunidad-escuela siempre golpeada, pero en permanente resistencia y lucha. Tal y como dijera Rosario Castellanos en su poema sobre Tlatelolco, sigamos sin descanso “hasta que la justicia se siente entre nosotros”.
XV
La impunidad se viste de gala. Le gusta cuando se cumple un aniversario más. Se sabe o mejor dicho se cree vencedora. La mesa la ponen los cerdos y en ella asientan sus gruesas billeteras vacías de humanidad. Comen en platos comprados en tiendas extranjeras, pero elaborados por las manos humildes del trabajador virtuoso. Comen, se atragantan, chorrean sangre que limpian con los finos manteles tejidos en las maquiladoras sobre-explotadoras. Tal y como dijera aquel viejo alemán de blanca barba el sistema funciona: no hay Estado fallido, no hay Estado de excepción. Hay un Estado que funciona como fue concebido: para y por los intereses del dinero, del orgullo falso vestido a la moda y al servicio de quien gobierna.
Pasan los años y las calles se cubren de la rabia, del dolor digno, de la resistencia que con voz rebelde nuevamente clama por justicia y pide se resuelva un caso de barbarie. Al tiempo de los poderosos, que promete olvido, se le antepone la memoria colectiva, la memoria que nos mantiene vivos y llenos de esperanza. Arriba se espera que Ayotzinapa sea un recuerdo, una efeméride más entre tantas tragedias, quieren burlarse por siempre y reír cada 26 de septiembre. Señalando a quien se sume al reclamo criminalizan la vida, exaltan la muerte. Se olvidan que de la ceniza el fénix hace más fuertes sus alas. El fuego de la memoria transformará esta realidad, convirtiéndola en otro mundo, uno mucho mejor donde habrán de caber todos los mundos.
Democracia le llaman a un sistema que impone mientras pisa. Huellas de las botas militares se rastrean en la noche de Iguala. Silencios oficiales, verdades falsas. Falsos quienes apoyan la ignominia, aquellos que en la prensa o en la televisión dicen la mentira del poder y la repiten para que poco a poco sea creída por la sociedad. Falsa democracia con olor a droga, a terrorismo, a pólvora e impunidad. Sistema de papel con dientes de sable. Democracia con cara oculta. Oscura y siniestra es su verdadera naturaleza. La luz de los pueblos dará lugar al gobierno de la razón.
Ayotzinapa vive, resiste, nos alienta, nos enseña, es ejemplo de dignidad y persistencia, el llanto continuo de los padres es fuerza para los espíritus desgastados. Ayotzinapa es utopía realizable, es la verdad más fuerte que nuestras voces gritan. Ayotzinapa es humanidad, es amor, es sentimiento, es el canto de ilusión que desde nuestras almas brinda el coraje para insistir frente a tanta impunidad, barbarie e inhumanidad.
XVI
Seis años transcurridos desde aquella fatídica noche del 26 de septiembre de 2014. La búsqueda sigue y el reclamo popular se mantiene. En lo profundo de la nación las venas persisten abiertas, latiendo por la herida constante. Los vientos del llamado cambio soplan sin dirección fija. Hay avances sí, ciertas nuevas formas, ¿pero y el fondo? Apariencias de voluntad mientras la estructura queda intacta. La esperanza de justicia es fuerte, sin importar el cansancio, los tiempos de inmundicia vividos y las puertas cerradas con candados flagelantes del capitalismo y su desdén. Las familias, los amigos y compañeros, la nación y la solidaridad internacional permanecen. Algunas voces ciertamente se acomodan y apartan, pero quienes hacen suyo el dolor ajeno continúan con el clamor por los 43 estudiantes de Ayotzinapa violentados, desaparecidos, asesinados seis de ellos. Un manto de impunidad cubre muchas huellas, borra nombres de implicados, libera presos sin ser enjuiciados, simula preocupación ejerciendo la influencia mediática de los intereses ocultos.
Los años pasan y se acumulan. Seis se escribe con cuatro letras, pero se pronuncia en este contexto como una eternidad. Nunca se podrá restituir la musicalidad al número revestido de dolor. Incluso cuando los hechos queden todos al descubierto no se borrará la asociación trágica entre verdad, crimen de Estado, desaparecidos, impunidad. Ayotzinapa y las largas noches reiteradas como un constante malestar, septiembre marcado en nuestra historia mexicana y latinoamericana por tanta carga de inhumanidad, pues no es para menos la cercanía que hay entre Tlatelolco y Ayotzinapa. Sin importar los kilómetros de distancia física en la geografía de impunidad las palabras guerra sucia, genocidio, represión y lucha popular se entrelazan en la continuidad cómplice de la bota militar que pisa hasta el fondo en cada una de las venas abiertas de nuestros pueblos lacerados.
La ausencia está presente en cada rincón despojado del ser pero jamás de la esencia. 43 desaparecidos, seis asesinados, cientos y miles a lo largo del continente, tantos y tantas en el México nuestro, en el profundo sentimiento hecho humano que produce la conciencia y la organización proletaria y popular. En Ayotzinapa la principal enseñanza es justamente la solidaridad-pertenencia comunitaria y de clase; el apego a las raíces y la reflexión puesta al servicio de la transformación; los vínculos humanos entre camaradas-compañeros, indisolubles por el individualismo burgués y la codicia sistémica del capitalismo.
Ayotzinapa es cuna de compromiso. Por eso se atenta contra la vida emanada de sus aulas. No se trata nada más de los efectos del llamado narco-estado, implantado décadas atrás, ni de un incidente circunstancial por la conjugación de la mala fortuna. Las acciones perpetradas con alevosa organización responden a la planificación perversa de las estructuras sistémicas gobernadas por seres creyentes de su inagotable impunidad. Aquellos que forman parte de la “verdad histórica”, ya sea porque efectuaron los actos o los planearon; ya sea porque los encubrieron y divulgaron las mentiras convenientes para asegurar el crimen y su olvido. Todos esos seres carentes de la mínima peculiaridad humana serán condenados tarde o temprano por la historia y la verdad, que habrá de surgir de la misma perseverancia que aún sostiene el grito por la justicia y la aparición de los 43. Sin importar el paso del tiempo, superando los seis años de dolor y ausencia, Ayotzinapa sigue siendo esperanza y ejemplo.
¡VIVOS SE LOS LLEVARON, VIVOS LOS QUEREMOS!
¡AYOTZINAPA VIVE Y RESISTE!
¡JUSTICIA!
* Las imágenes presentadas en el cuerpo del presente artículo han sido retomadas de internet con el fin de complementar, diversificar y desdoblar las posibilidades comunicativas de los contenidos presentados en El Machete, sin ningún fin de lucro y como parte de una plataforma gratuita y libre.
** Los apuntes y reflexiones que a continuación presentamos se han escrito a lo largo de estos seis años cargados de indignación, solidaridad y rabia; son la continuidad de un reclamo expresado en diversos medios y diferentes formas para de algún modo alzar la voz y generar conciencia.