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Los comunistas ante la cuestión medioambiental

 

Por: Carlos Suárez

 

Todos los días leemos y escuchamos en las noticias informes por parte de organismos internacionales y Estados acerca de la problemática ambiental. En las últimas décadas, el contenido de estos informes ha adquirido un carácter cada vez más alarmante. No es para menos, pues lo cierto es que en ese tiempo se han agudizado los problemas medioambientales, tanto sus causas como sus efectos, sin que haya pronóstico alguno que sea al mismo tiempo realista y optimista. Simultáneamente, se presentan actitudes diversas frente a estos problemas: desde el más romántico optimismo a partir de los cambios graduales e individuales, hasta el más negro pesimismo ante lo que se considera un desastre inminente, inevitable. En todos los casos, estas actitudes derivan del hecho de que lo que ante nuestros ojos, oídos y entendimiento se presenta es el punto de vista de la clase explotadora, naturalmente incapacitada para actuar contra sus propios intereses. Es momento de que los comunistas recuperemos la discusión del problema como un asunto de urgencia, sin los tapujos y sin la imprecisión, propias del punto de vista burgués que muy convenientemente impide dar con la solución.

 

Los fundamentos del problema

Los comunistas, prestando atención al desarrollo histórico de la humanidad en su relación objetiva con el medio del cual forma parte, observamos que esta relación se encuentra determinada por el modo de subsistencia, el modo de producción. Y este, a su vez, se define por las características y el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas y sus correspondientes relaciones de producción. La humanidad no puede cambiar su relación con el medio ambiente tan solo por desearlo, por esfuerzo voluntarista; para que esta cambie, es estrictamente necesaria la sustitución de un modo de producción por otro.

El modo de producción capitalista, debido a sus propias características, es por completo antagónico con la preservación del medio ambiente. La propiedad privada de los medios de producción, el carácter mercantil de la producción, la transformación de la fuerza de trabajo en mercancía productora de plusvalía y la acumulación de la plusvalía por parte de la clase burguesa, son el fundamento material de este antagonismo, si bien son las causas más mediatas del problema actual.

Como consecuencia de las relaciones de producción ya descritas, en el modo de producción capitalista se presentan fenómenos tales como el carácter anárquico de la producción y la reproducción del capital en escala cada vez más amplia. No es posible dirigir la producción capitalista en su conjunto según un plan, pues se encuentra orientada por las cuotas de ganancia que pueden obtenerse con ella, quedando a merced de la imprevisibilidad propia del mercado. Por otro lado, la producción capitalista no se mantiene siempre a la misma escala, sino que se amplía en cada ciclo, alimentándose de capitales cada vez más grandes y produciendo ganancias cada vez más elevadas que a su vez realimentan los capitales invertidos.

Consecuencias más tangibles de la producción capitalista son la competencia cada vez más feroz entre capitalistas tanto individuales como organizados en bloques, la necesidad de extraer una cantidad cada vez más grande de recursos naturales, la necesidad de apropiarse de más territorios, la destrucción de fuerzas productivas, el desperdicio de materias primas y de productos elaborados. Por último, deben mencionarse los efectos más indirectos del capitalismo en relación con el medio ambiente y que, no obstante, resultan ser los más evidentes para cualquier persona: proliferación del consumismo como resultado de estrategias mercadotécnicas, obsolescencia programada, aumento descontrolado de desechos, destrucción de ecosistemas por vía de la contaminación y la explotación desmedida de recursos, incapacidad de los estados burgueses para implementar o siquiera formular medidas que ataquen de raíz los problemas medioambientales. Y sin, embargo, que estos sean los efectos más visibles no quiere decir que sus causas reales sean igualmente conocidas, sino que, al contrario, estos problemas se pretenden explicar de forma idealista. Señalar esto último es particularmente importante, pues ante el auge de la discusión sobre la temática ambiental en los medios de comunicación y el ámbito empresarial, al hablar de la “responsabilidad social” y ante los compromisos particulares de los empresarios con el medio ambiente, a través de programas que no sirven más que para publicitarse; podríamos pensar que esto es señal de que cada vez estamos más cerca de resolver el problema ambiental. Sin embargo, sucede lo contrario; en realidad, lo que se expresa son los, cada vez más grandes, esfuerzos de la burguesía por salvaguardar el capitalismo y su imagen, y por apartar a las masas de la única solución real a este problema: la Revolución socialista y la construcción del socialismo-comunismo.

 

Los fundamentos de la solución

Si bien el capitalismo engendra por sí mismo miseria masiva y destrucción ambiental sin precedentes, en sus entrañas se desarrollan las condiciones de su superación. El capitalismo en su fase actual, en su fase imperialista, ha socializado la producción a un máximo histórico. Los monopolios dirigen las más diversas ramas de la producción en todo el mundo, sostenidas por los esfuerzos de millones de trabajadores de todas las nacionalidades y de todas las edades, tanto mujeres como hombres. Al mismo tiempo, las ramas de la producción se encuentran cada día más profundamente entrelazadas. La producción capitalista tiene la capacidad para desplazar formas de producción técnicamente atrasadas, reemplazando métodos artesanales por métodos que utilizan los últimos avances tecnológicos de la ciencia permitiendo producir más productos en menos tiempo y con uso de menos recursos. Y sin embargo, pese a todos los avances, el capitalismo limita el desarrollo científico y tecnológico, aprovechándose de la falta de socialización de la ciencia y la tecnología en las zonas rurales y al mismo tiempo aprovechándose de esto para tener un pretexto para despojar del territorio ante el abandono de la producción agrícola. Todo esto para el beneficio de los monopolios; ocultando información, ciencia, tecnología y saboteando todo aquello que implique un riesgo para sus ganancias. Además, los millones de productos que se producen todos los días con la más alta tecnología no tienen como destino la satisfacción de las necesidades de la sociedad; todo lo contrario: cada vez se produce más, pero son cada vez menos los que pueden acceder a lo producido. La fase actual del capitalismo expresa en su más alto grado la contradicción entre una producción cada vez más social y una apropiación cada vez más privada.

Todas estas condiciones dan muestra de la bancarrota del capitalismo y, al mismo tiempo, de la posibilidad real de sustituirlo con un modo de producción que supere estas contradicciones sobre la base tecnológica, científica y social que el capitalismo ha dejado. Y el socialismo-comunismo es precisamente el único modo de producción capaz de solucionar estas contradicciones. Pero las relaciones de producción socialistas no pueden surgir y desarrollarse bajo el yugo del capitalismo; de ahí que la única forma de iniciar la construcción del socialismo en un determinado país sea por medio de una revolución proletaria y socialista que instaure el elemento indispensable para esta transición: la dictadura del proletariado.

La dictadura del proletariado coloca en manos del proletariado la dirección de la sociedad mediante la destrucción del aparato estatal burgués para sustituirlo por un Estado proletario, motor del proceso de socialización de los medios de producción. El capitalismo se caracteriza, al igual que los anteriores modos de producción, por la propiedad privada sobre los medios de producción; el socialismo, en cambio, se caracteriza por la propiedad social sobre estos. Fábricas, almacenes, establecimientos y medios de transporte, son arrebatados a la clase explotadora para convertirlos en propiedad del estado proletario, y con ello, de la clase trabajadora en su conjunto. El desperdicio de materias primas y la contaminación que resultan de la competencia capitalista por los mercados se vuelven cosa del pasado. No existen ya las bases materiales para la implantación de necesidades en la subjetividad de la población para garantizar el flujo constante de ganancia capitalista mediante lo que se ha conocido como consumismo. El interés que dirige la producción social ya no es el interés privado de cada capitalista individual, sino el interés colectivo de toda la clase trabajadora, propietaria de los medios de producción. Mientras que en el capitalismo la satisfacción de las necesidades de la clase trabajadora se da de manera precaria y deficiente, en el socialismo esta satisfacción se da de manera primordial. Las tan extendidas condiciones deplorables de las comunidades y barrios populares se convierten también en cosa del pasado; ya no más envenenamiento de la tierra, del aire y del agua de los que vive nuestra clase, ya no más proletarios y proletarias viviendo entre la basura.

Como consecuencia de lo anterior, aparece la posibilidad y la necesidad de la planificación de la economía. La anarquía de la producción, sustentada en la propiedad privada de los medios de producción, es reemplazada por la economía planificada. Desaparecen los excesos en la producción de determinados productos que se convierten en pilas monstruosas de basura; la producción planificada limita los desperdicios y busca producir solamente lo necesario para satisfacer las variadas necesidades de la población.

En interés de la clase trabajadora, se implementan los últimos avances científicos en los procesos productivos para reducir al mínimo los efectos negativos sobre el medio ambiente. Por otro lado, estos mismos avances son socializados y aprovechados por la población. El cuidado del medio ambiente no es ya un negocio, sino que se convierte en una necesidad que puede ser consecuentemente satisfecha por el poder colectivo de la sociedad trabajadora. En una sociedad socialista, avances de la ciencia y la ingeniería dejarían de ser un lujo para los explotadores y se convertirían en un patrimonio destinado a satisfacer las necesidades de todas las personas. Por otro lado, la utilización de la energía obedece también a la satisfacción de las necesidades sociales y no a la necesidad capitalista de obtener ganancias cada vez más grandes. Aunque bajo el capitalismo existan centrales de energía eólica y solar, esta energía es utilizada a final de cuentas para la producción capitalista que tan nocivos efectos tiene sobre el medio; en el socialismo, esta situación llegaría a su fin. Además, la reutilización de desechos y el reciclaje dejan de convertirse en una actividad subordinada a las necesidades de ganancia de los monopolios, y perfectamente pueden asegurarse mediante la planificación centralizada de la economía.

La ciencia y la técnica se convierten bajo el socialismo en la herramienta que permite el desarrollo de todas las personas sin perjuicios a los ecosistemas. Gracias a ello se convierte en una posibilidad real dirigir la producción de acuerdo a los ciclos de regeneración de los recursos naturales; mismos que pueden ser acelerados con esas mismas herramientas para beneficio de la población y no de algún monopolio, siempre y cuando no existan efectos adversos para la sociedad o para el entorno.

Por último, no existen tampoco las bases materiales que llevan al asesinato masivo de personas defensoras del medio ambiente por parte de agentes pagados por los monopolios.

La preservación del medio ambiente y la armonía entre la sociedad y este, son cualidades inherentes y necesarias en el modo de producción socialista-comunista.

En conclusión

No es difícil comprender por qué el socialismo-comunismo es la solución a la actual problemática medioambiental. Los padres del comunismo, Karl Marx y Friedrich Engels, lo comprendieron bien desde un principio. En un célebre escrito suyo (El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre), Engels deja en claro que se precisa de una revolución que dé a la humanidad la posibilidad de prever y mitigar las consecuencias negativas de la producción sobre el medio ambiente gracias a los avances científicos y al hecho de que la producción deje de ser propulsada por los intereses de las clases dominantes, cuyo único incentivo son sus ganancias. Y mientras más conozca la humanidad las leyes que rigen la naturaleza y mientras más ponga estas a su servicio, “los hombres no sólo sentirán de nuevo y en creciente grado su unidad con la naturaleza, sino que la comprenderán más, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y el cuerpo”.

El socialismo, como punto de remate del desarrollo científico, social, económico, intelectual y tecnológico realizado por la humanidad en toda su trayectoria, abre una nueva etapa de la historia. La humanidad rompe el lastre de la explotación y se abre un mar de posibilidades para el desarrollo futuro de nuestra especie. Todas esas utopías elaboradas durante la época en que ha persistido la explotación de la mayoría por una minoría palidecen ante el panorama real que abre el socialismo. Y no es esta una palabrería infundada. Para la historia ha quedado el legado de los esfuerzos de los pueblos que edificaron el socialismo en la Unión Soviética, como la mayor experiencia socialista que ha existido. A los comunistas de todo el mundo nos corresponde hoy en día, no limitarnos a replicar aquella grandiosa experiencia, sino a dar un paso más; el paso definitivo que permita erradicar definitivamente al capitalismo hasta del último rincón de la Tierra. No queda más que decir: ¡manos a la obra, que la Revolución no se hará sola!

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