Trabajadores sin vivienda: origen y resultado de la crisis económica en los Estados Unidos
Por: Albert Minor
Han transcurrido casi 14 años desde que la crisis de sobreproducción y sobreacumulación iniciada en 2008 trastocara los cimientos del sistema capitalista mundial. Suele señalarse como detonante de la crisis a la “ruptura de la burbuja inmobiliaria” de 2007 en los Estados Unidos, la cual, lejos de los términos técnico-financieros, no es sino el resultado de una contradicción básica: por un lado, la necesidad de los bancos y otras instituciones financieras de hacer rendir sus cada vez mayores capitales (en este caso, por medio de su colocación como créditos inmobiliarios), y, por el otro, la imposibilidad de los trabajadores de liquidar dichos créditos. Dejando de lado que las causas más profundas se hallan en la producción, debe señalarse el hecho de que el punto de ruptura, la pared arterial más débil del sistema, se ubicó el sector inmobiliario, o, dicho de otra manera, residió en la dificultad de los trabajadores para procurarse una vivienda digna.
En el periodo de 1997-2006 se registra un crecimiento acelerado y sostenido de créditos hipotecarios en los Estados Unidos (Callejas y Tobón, 2008), y, particularmente entre 2004 y 2006, una concesión masiva de créditos llamados “de riesgo” o “de baja calidad”, o sea, con altas probabilidades de no ser liquidados. (Banco de México, 2008). ¿Quiénes recurren a créditos hipotecarios de bajo interés (al menos al inicio) y que no requieren de garantías “exigentes”? En última instancia, los pequeños inversionistas inmobiliarios pertenecientes a la “clase media” o con aspiraciones de pertenecer a ella, y, esencialmente, los trabajadores estadounidenses. Esto quiere decir que, al menos desde 2004, puede señalarse la progresiva generalización de serias dificultades para que las familias trabajadoras pudieran hacerse de o sostener una vivienda digna.
Por ejemplo, para 2003 y 2004, el State of the Nation’s Housing registra un crecimiento ininterrumpido de la compra-venta de viviendas en los Estados Unidos, pese al incremento continuo de sus precios. (Joint Center for Housing Studies, 2004-2005). Si compaginamos dicha información con la del aumento de los créditos “de baja calidad” para el mismo periodo, no resulta difícil concluir que las familias trabajadoras resolvieron su problema de vivienda “ilusoriamente”, es decir, a través de créditos que no podrían liquidar, lo cual equivale a no solucionar realmente el problema. Incluso, basándose en la información de 2004, el propio informe advierte ya de posibles dificultades como consecuencia del aumento de las tasas de interés y una ligera desaceleración del mercado inmobiliario (JCHS, 2005). Mientras que, para 2005, la misma institución registra ya, aunque moderadamente, la tendencia que habría de llevar a la “ruptura de la burbuja inmobiliaria” de 2007 y a continuación a la crisis económica de 2008: el incremento de los precios de las viviendas, de las tasas de interés y del porcentaje de ingresos familiares que el crédito hipotecario absorbe (JCHS, 2006). Leales a su ambición, a su falta de sentido y a su menosprecio del bienestar de las familias trabajadoras, las instituciones financieras buscaron corregir dicha tendencia… ¡concediendo todavía más créditos hipotecarios!, lo que llevó a un auge completamente artificial del mercado inmobiliario en 2006, seguido de su dramática caída en 2007.
Las consecuencias: miles de familias perdieron sus viviendas, siendo arrojadas directamente a las calles o bajo la opresión de pesados alquileres; además, las condiciones de las familias que lograron conservar su vivienda no fueron mejores, pues debieron sacrificar el porcentaje de sus ingresos dedicado a la educación, la salud y otros servicios. Si agregamos la pérdida de empleos, la inflación, el cierre de pequeños negocios auxiliares, y otros efectos de la crisis económica, podemos dibujarnos una imagen más clara de las difíciles condiciones en las que se hallaron las familias trabajadoras en los Estados Unidos. Si el problema comenzó con sus dificultades para procurarse una vivienda digna, el mismo desembocó en dificultades aún peores. Así funcionan el juego bajo las reglas de las instituciones financieras y los monopolios, quienes, al ser los amos y señores de la economía, recargan las peores consecuencias de la crisis en los trabajadores, y, a su vez, les hacen “pagar los platos rotos”.
A lo largo de 14 años la llamada “recuperación” ha sido nula o insignificante, imperceptible para la vida cotidiana de la mayoría, al grado en que dichas dificultades pasaron de ser excepcionales a convertirse en condición común en los Estados Unidos; las desoladoras imágenes de Nueva York y Los Ángeles son los ejemplos característicos. Entretanto las administraciones de Bush, Obama, Trump y Biden, se dedicaron – o dedican – al rescate de las instituciones financieras con dinero público y a la disputa de mercados para sus monopolios (por medios políticos, como en el caso del gas en Europa; o por medio de la guerra, como en Irak, Siria, Afganistán, Ucrania y otras regiones); las condiciones de vida de las familias trabajadoras en los Estados Unidos continúa deteriorándose y sin perspectivas reales de recuperación.
¿Cuál es la situación actual? De acuerdo con el Resumen del State of the Nation’s Housing para 2020: “A pesar de que la economía de los EUA sigue recuperándose, las desigualdades amplificadas por la pandemia de COVID-19 siguen estando al frente y en el centro. Los hogares que resistieron la crisis sin disturbios financieros están acaparando la oferta limitada de viviendas, provocando el alza de precios y excluyendo aún más de la propiedad de una vivienda a los compradores menos pudientes. Al mismo tiempo, millones de hogares que perdieron ingresos durante los cierres están atrasados en sus pagos y al borde del desalojo o del juicio hipotecario. Una parte desproporcionadamente grande estos hogares en riesgo son inquilinos con bajos ingresos y gente de color.” (JCHS, 2020). Sería difícil acusar a un organismo dependiente de la Universidad de Harvard, como lo es el Joint Center for Housing Studies, de socialista o comunista; a pesar de ello, bastaría sólo aclarar y corregir su terminología sesgada para obtener las mismas conclusiones que los comunistas.
Invariablemente, los registros del State of the Nation’s Housing, desde 2004 hasta la actualidad, resaltan que los más afectados son los sectores con menos ingresos, casi siempre detallando que entre las personas de color y las de origen hispanoamericano, la desigualdad es aún mayor. Por ejemplo, con cifras referentes a 2019, se establece que: el 80% de inquilinos de bajos ingresos (menos de 25,000 dólares al año) sufrieron una carga de gastos con relación a su vivienda de moderada a grave; el 70% de los inquilinos con ingresos de 25,000 a 34,999 dólares y el 50% con ingresos de 35,000 a 49,999 dólares, sufrieron al menos cargas moderadas; es decir, que, en efecto, las familias trabajadoras con menores ingresos son las más afectadas durante la crisis. El 54% del total de inquilinos de color, el 52% de los de origen hispano, y el 42% de los blancos, han sufrido al menos cargas moderadas; es decir, que, en efecto, entre las personas de color y de origen hispano la desigualdad es aún mayor. (JCHS, 2021). ¿Qué le espera con semejantes condiciones a los migrantes de origen mexicano y centroamericano? Nada más que lo mismo de lo que huyen.
Ha quedado atrás el sueño americano, las décadas de los 70’s, 80’s y 90’s – la época en la que los Estados Unidos jugaron el papel de válvula de escape para las economías latinoamericanas en crisis ha quedado en el pasado, y la presión se ha acumulado en la propia Unión Americana: una gran masa de trabajadores con bajos salarios, sin vivienda, sin servicios de educación y de salud, ahogados en gravísimos problemas financieros y a merced de bancos y monopolios. ¿Cuál será su válvula de escape? Ninguna, no la hay. Los trabajadores de origen hispanoamericano no tienen más opción que la organización y la lucha en el lugar donde se encuentran, los Estados Unidos – considerando que en sus países de origen la cosas se encuentran aún peor de cuando se fueron –, en estrecha unidad y alianza con sus compañeros blancos y de color que se encuentran en las mismas condiciones.