En el centenario del inicio del movimiento muralista mexicano, su genealogía, tiempo y personajes proponen a investigadores, estudios y espectadores captar los rasgos propios en el sentido histórico de tal proceso no como historia tradicional en tanto que esta invierte la relación establecida normalmente entre la irrupción del suceso y la necesidad continua. El movimiento emprendido por la Revolución Mexicana, tuvo el poder de subvertir la relación de lo próximo y lo lejano tal como son entendidos por la historia tradicional marcada por las elites del porfiriato, en su fidelidad a la obediencia marcada por los defensores de la historia oficial. No olvidemos que a ésta, en efecto, le gusta echar una mirada hacia las lejanías y las alturas: las épocas más nobles, las formas más elevadas, las ideas más abstractas, las individualidades más puras. La historia afectiva (por lo general, cercana al artista), por el contrario, mira más cerca, revuelve en las decadencias; y si afronta las viejas épocas, es con la sospecha de un murmullo bárbaro e inconfesable manifiesto en las despiadadas formas de la batalla, de los cuerpos caídos, de los pueblos saqueados y quemados, de los sujetos -mujeres y hombre-, sin techos, comida, ni educación. El peladaje en muchos de los casos.