Han transcurrido casi 14 años desde que la crisis de sobreproducción y sobreacumulación iniciada en 2008 trastocara los cimientos del sistema capitalista mundial. Suele señalarse como detonante de la crisis a la “ruptura de la burbuja inmobiliaria” de 2007 en los Estados Unidos, la cual, lejos de los términos técnico-financieros, no es sino el resultado de una contradicción básica: por un lado, la necesidad de los bancos y otras instituciones financieras de hacer rendir sus cada vez mayores capitales (en este caso, por medio de su colocación como créditos inmobiliarios), y, por el otro, la imposibilidad de los trabajadores de liquidar dichos créditos. Dejando de lado que las causas más profundas se hallan en la producción, debe señalarse el hecho de que el punto de ruptura, la pared arterial más débil del sistema, se ubicó el sector inmobiliario, o, dicho de otra manera, residió en la dificultad de los trabajadores para procurarse una vivienda digna.